El sacramento del Matrimonio no celebra el flechazo, ni el enamoramiento pasajero o el arreglo de conveniencia; no es un modo de instalarse cómodamente en la sociedad. Celebra el amor, es decir, el encuentro con el otro, el afecto sereno, la entrega mutua, la confianza y la confidencia sin reserva, la comunicación, la aceptación que sigue al conocimiento real de dos personas que quieren compartir la vida; en una palabra, la situación en la que el amor por el otro es el conocimiento, la razón y el común denominador de la vida.Este sacramento celebra el amor, es decir, el amor con futuro. El lenguaje del amor añade al "te quiero", su complemento obligado: "para siempre". El sacramento, siguiendo la dirección básica de la fe, exige respeto absoluto al amor, entrega total a él, confianza ilimitada y empeño indomable por recomponer cualquier cisura.
El sacramento del matrimonio celebra el amor, es decir, la fidelidad a quien se ama, hasta ser capaz de dar la vida por él. El lenguaje del amor junto al "te quiero" une, también el "a ti solo". A pesar de que toda entrega es balbuciente, en ella hay un deseo de totalidad, de dar sin reservas, de entregarlo todo. De lo contrario el amor es falso.
Aunque el amor es la vocación básica del hombre, no todos llegan a él, ni a todo sentimiento se le puede llamar amor. No se debería confundir el amor con su encamina-miento o aprendizaje. El amor supone una madurez personal; no tiene por qué coincidir con determinados años. Quede, por tanto, constancia de que casarse es uno de los pasos más serios de la vida de un hombre y una mujer.
Casados para la misión.
Ninguna clase de amor, incluido el de la pareja, empuja a recluirse en su propio hogar, para hacer de él una torre cerrada e inexpugnable. No es excepción el caso de quienes con el matrimonio cambian las inquietudes por la seguridad, el servicio a los demás por el propio, las preocupaciones sociales por los intereses reducidos de su familia.
El amor es misión, relación con los demás. Quien más capacidad de amor posee, más capacidad de servicio debe desarrollar. La dimensión humana del amor, y su dimensión cristiana, no se agotan en la mera relación afectiva con los otros, sino que implican al mismo tiempo, un servicio al hombre y a la mujer en la sociedad en que se vive para acercar amigos a Cristo.
La familia no debe ser considerada como organismo cerrado, sino como una célula abierta al servicio de la sociedad para conquistar a quienes rodean al matrimonio para Cristo, dado que, como sacramento, es u reflejo del amor de Cristo y la Iglesia.
El servicio misionero, la tarea apostólica, no debe ser descartado de la agenda de los esposos. "Casarse por la Iglesia" significa también "casarse para la Iglesia".
Padre Alfredo.
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