El desenlace del drama está ya muy acerca. El evangelista nos narra que se ha reunido el Sanedrín y que asustados por el eco que ha tenido la resurrección de Lázaro, deliberan sobre lo que han de hacer para deshacerse de Jesús. Caifás acierta sin saberlo con el sentido que va a tener la muerte de Jesús: «iba a morir, no sólo por la nación, sino para reunir a los hijos de Dios dispersos». Así se cumplía plenamente lo que anunciaban los profetas sobre la reunificación de los pueblos. La Pascua de Cristo va a ser salvadora para toda la humanidad. Los fariseos y los Sumos Sacerdotes estaban preocupados porque Jesús atraía cada vez más seguidores. Temían que, de continuar así, todos creyeran en él y se pusiera en peligro la nación. Por eso llegaron a la conclusión de que era necesario matar a Jesús. Era preferible que muriera uno sólo, a que peligrara la nación entera. Jesús, según los planes de los líderes, tenía que desaparecer. Sin embargo, su muerte y la causa de la misma, dejaría huellas imborrables en las conciencias de los seres humanos. Su muerte era sólo el principio de un proceso que duraría por todos los siglos.
A raíz de lo sucedido, Jesús se vuelve un hombre escondido por un tiempo, la Palabra de Dios se oculta y se queda con algunos pocos en la región de Efraín, allá junto al desierto —recordemos que la Cuaresma empezó en desierto, y este dato, en Juan, es todo un signo— y se queda con sus discípulos. Al iniciar estaba solo, ahora está acompañado, esto también en Juan debe ser un signo. La pregunta de todos es saber si Jesús viene o no viene a la celebración de la Pascua. Si asiste o no la cita crucial y definitiva. Claro que acude y enfrenta allí las consecuencias de ello, de asistir a la Pascua, de vivir como vivió, de haber dicho lo que dijo, de haber sido lo que fue. Queda pendiente sobre Jesús una condena, una acusación, una traición. Queda Jesús con una vida, con una misión cumplida, una comunidad de hermanos. Así quedamos nosotros en esta Cuaresma, con un trabajo, una misión, una comunidad. El compromiso se hará realidad en la vida, el sitio y el trabajo que nos corresponde en la historia, ésa que se repite pero que progresa, esa misma Cuaresma de hace años, que vivimos hoy pero que deja unas tareas diferentes a las de ayer. Esta cuaresma debió dejarnos convertidos, transformados, o al menos con ganas de escuchar la Palabra de Dios y actuar en consecuencia, como Jesús. Y aunque sigue el dolor, ya podemos entrever la felicidad de la Pascua con María al pensar en Jesús vivo y resucitado. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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