viernes, 5 de marzo de 2021

«Viñadores»... Un pequeño pensamiento para hoy


En el evangelio de hoy (Mt 21,33-43.45-46), Jesús habla de un «hijo» del dueño de una viña enviado para cosechar los frutos producidos al que los viñadores matan para desembarazarse de él. Este es un anuncio velado de su propia muerte. El relato termina planteando lo que debe hacer el dueño de la viña: acabar con los homicidas, para arrendar el viñedo a gente que actúe correctamente. La perícopa concluye advirtiendo que el liderazgo en el Reino de Dios que viene le será quitado a la oficialidad judía, para dárselo a un pueblo nuevo que dé frutos. Por eso las palabras de Jesús enfurecieron a los sacerdotes y fariseos, que se sintieron claramente señalados por las palabras de Jesús. La expectación del dueño de la viña se ve defraudada. Los labradores reconocen inmediatamente al hijo; no hay vacilación, pero deciden matarlo. Su crimen no es consecuencia de un error trágico; tienen plena conciencia de la gravedad de su acción. Quieren ser ellos los únicos dueños y señores de la viña, del pueblo de Dios. La perícopa se refiere directamente a los dirigentes de Israel, pero indirectamente toca también al pueblo, en cuanto éste se deja arrastrar y participa de la infidelidad de sus dirigentes. 

Leyendo, pues, el Evangelio de este día, vemos que más que de una parábola, se trata más bien de una alegoría. Este género literario, a diferencia de la parábola, ofrece tantos puntos de comparación cuantos personajes y acciones plantee el relato. Elementos de esta parábola son: La vid, que significa, desde muy antiguo, el pueblo de Israel, «la viña del Señor», «que El plantó, que se hizo vigorosa y que sus manos regaron». Los enviados, que son los profetas que Dios envió a su pueblo, de tiempo en tiempo. El hijo del viñador, el Hijo de Dios; y el desenlace fatal para ambos. Está también y finalmente la paciencia enorme de Dios, y la paciencia enorme que deben tener los trabajadores del Reino, a los cuales perseguirán con toda seguridad, porque, al fin al cabo, es una de las señales que distinguen fuertemente al profeta. Por eso hay que entender que en el Evangelio de hoy Jesús está haciendo un resumen de la historia del Antiguo Testamento: todos los enviados de Dios que quisieron plantear una sociedad alternativa fueron condenados a muerte. Esto mismo era lo que ya estaba tratando de hacer con Jesús la oficialidad judía. De aquí las palabras de condenación tan claras de Jesús. La oficialidad judía era un sistema lleno de una gran capacidad de muerte, que sólo funcionaba al servicio de sus propios intereses, eliminando a todo aquél que viniera a amenazar su continuidad. Quien desenmascarara esto ante el pueblo, se convertía en su enemigo. La verdad dicha por Jesús fue, por eso, lo que le costó la vida. 

Los viñadores del relato habían trabajado no para el dueño de la viña, sino para ellos mismos. A los viñadores no les importaba el fruto del dueño de la viña, les importaba el fruto para ellos. Ante esto podemos ver nuestra vida, ¿para qué trabaja? Cuando se nos presentan cuestionamientos, preguntas, inquietudes, ¿a quién le damos los frutos? ¿A Dios? ¿O se los damos a nuestro egoísmo, a nuestro afán de autonomía o a nuestro afán de manejar las cosas como a nosotros nos gusta manejarlas? Ojalá que esta Cuaresma sea para nosotros, con María, un momento de particular iluminación por parte del Espíritu Santo para que, efectivamente, descubramos dónde y en qué estamos corriendo en vano, dónde y en qué nuestra voluntad todavía no es capaz de superar el mecanismo de viñador homicida. ¿Por qué, cuando vemos perfectamente quién es el heredero, en nuestro interior todavía aparece el interés por arrebatarle la herencia y quedarnos nosotros con ella? Como cristianos, como miembros de la Iglesia no podemos seguir jugando con el Dueño de la viña. Hagamos de esta Cuaresma un camino de conversión y de orientación de nuestra voluntad hacia Dios nuestro Señor para que Él y solamente Él, sea el que se lleve los frutos de nuestra viña. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

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