sábado, 20 de marzo de 2021

«El Mesías y la humildad»... Un pequeño pensamiento para hoy


Los evangelios de estos días son un poco complicados por la situación que se da entre los altos dirigentes judíos y Jesús. En el de hoy (Jn 7,40-53) el escritor sagrado nos hace ver cómo la persona de Jesús, concretamente su origen, provoca discusiones y postura diversas. Los escribas, los saduceos y los fariseos ignoran lo más profundo de su personalidad: su origen divino. Hay que leer el pasaje para entender lo que el evangelista nos quiere mostrar en el fondo. Los que habían ordenado la detención preguntan irritados «¿Por qué no lo han traído?» Y la respuesta de los guardias del templo es un testimonio involuntario en favor del poder que tiene la palabra de Jesús: «Nadie ha hablado nunca como ese hombre». En la palabra de Jesús late la fuerza peculiar de la palabra reveladora que llega de Dios, con su fuerza persuasiva y su fascinación específica. Buena prueba de ello es también el que, según Juan, Jesús sólo obra mediante la palabra. No dispone de ningún otro poder y por eso mismo no forma parte de los candidatos mesiánicos zelotas, que actuaban con acciones violentas y terroristas y que acabaron declarando la guerra a Roma. Ni siquiera entre las primeras acusaciones judías contra Jesús se encuentra jamás la de que Jesús hubiera practicado la violencia. Él es el príncipe de la paz.

Para los fariseos Jesús, a pesar de que lo vemos lleno de paz, es un «embaucador del pueblo», un predicador despreciable contra el que hay que proteger a la gente. Esta era evidentemente la etiqueta que el fariseísmo había puesto a Jesús. Y ahora ponen su propia conducta, la de los fariseos, como modelo a imitar «¿Hay algún jefe o fariseo que haya creído en él? La chusma ésa, que no entiende la ley, está maldita». Este es el comportamiento de la clase dirigente judía frente a Jesús, por eso ni Jesús ni la Iglesia primitiva tuvieron seguidores o muy contados entre la clase dirigente judía. Ellos, los que lo aceptan, son unos malditos, la escoria de los pueblos de la tierra. Es una designación despectiva de quienes ignoran la ley mosaica, de aquellos que como tales no pertenecían al verdadero Israel... aunque fueran judíos. El Israel auténtico lo representaban únicamente los varones de la Ley y los círculos que seguían su dirección. El sentido de la afirmación que hacen es éste; quien ha estudiado la Torá —la Ley— y la conoce, no puede ser un seguidor de Jesús. Sólo las gentes que ignoran la Ley y que pertenecen al pueblo de la tierra pueden dejarse embaucar por ese Jesús. Esos dirigentes manifiestan su desprecio por la multitud ignorante. El pueblo no cuenta para ellos ni tampoco su opinión. No conoce la Ley porque no la estudia; en consecuencia, no puede practicarla y así, según ellos, tampoco agradar a Dios; están malditos. Los fariseos habían creado una religión de elite; sólo quienes estudian la Ley pueden estar a bien con Dios según ellos. En nombre de esa Ley será crucificado Jesús.

Nosotros sabemos que la creencia bíblica no basta para descubrir verdaderamente quien es Jesús. No es primero en los libros que se descubre a Cristo. Los escribas y los fariseos eran la más alta autoridad doctrinal, los mejores especialistas en discusiones sobre la Escritura y según ellos, en Jesús no se cumplen todas las condiciones necesarias, por eso afirmaban que no es el Mesías. Qué equivocados estaban, porque la condición esencial para conocer a Dios es la humildad. Hay que saber desprenderse de sí mismo, renunciar a sus propios puntos de vista dejarse conducir. Por otra parte, muchos son los que hoy, se quedan con esta admiración: Jesús es un gran hombre..., un genio espiritual..., un sabio... pero no descienden a encontrarse con Él en la humildad, no lo miran como Dios sino como un hombre sabio. Así, aún en el mundo de hoy no resulta fácil tomar partido por Jesús. Se corre el riesgo de ser mal visto; de ser juzgado con él. Habría que preguntarnos, a esta altura de nuestro camino cuaresmal si somos capaz de correr ese riesgo. ¿Somos cristianos solamente cuando es fácil? ¿O bien lo somos también cuando el serlo requiere comprometerse? Nosotros hemos tomado partido por Jesús. La Pascua que preparamos y que celebraremos nos ayudará a que esta fe no sea meramente rutinaria, sino más consciente y vivida con humildad. Y deberíamos hacer el propósito de ayudar a otros a que esta Pascua sea una luz encendida para todos, jóvenes o mayores, y logren descubrir la persona de Jesús. Pidámosle a María, siempre humilde y sencilla que nos acompañe en estos días en que caminamos hacia la celebración de la Pascua. Que a pesar de que el mundo nos persiga y rechace como a los profetas, asumamos la causa de Dios que Jesús vino a mostrarnos: la vida en plenitud de todos sus hijos e hijas. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

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