miércoles, 10 de marzo de 2021

«Cumplir todos los mandamientos»... Un pequeño pensamiento para hoy


Si los israelitas estaban orgullosos de la palabra que Dios les dirigía y de la sabiduría que les enseñaba, nosotros, discípulos–misioneros de Cristo, tenemos razones todavía mayores para sentirnos contentos: Dios nos ha dirigido su palabra viviente, su propio Hijo, el verdadero Maestro que nos orienta en la vida. Nosotros sí que podemos decir: «con ninguna nación obró así» (Sal 147,20). Nosotros escuchamos con frecuencia la palabra de Dios. Cada día nos miramos al espejo para ver si vamos conservando la imagen que Dios nos pide. Cada día volvemos a la escuela, en la que el Maestro nos va ayudando en una formación permanente que nunca acaba. Una de las consignas de la Cuaresma consiste en poner más atención a esa palabra para contrarrestar otras muchas palabras que luego escuchamos en este mundo y que generalmente no coinciden con lo que nos ha dicho Dios. En la Cuaresma nos hemos propuesto orientar nuestra conducta de cada día según esa palabra. Que se note que algo cambia en nuestra vida porque nos preparamos a la Pascua, que es vida nueva con Cristo y como Cristo.

En el Evangelio de hoy, Jesús, que es la Palabra del Padre, explica el sentido de su presencia. Él ha venido al mundo a hacer realidad la Ley y lo dicho por los profetas. Jesús, con estas palabras, reconoce el trabajo de las generaciones anteriores y le da validez. El no parte de cero, como si la humanidad no hubiera hecho nada valioso hasta el presente. También la Ley tiene elementos de Reino y en la medida en que se cumpla esos elementos, se participa en el Reino que él propone. El pentateuco, la verdadera Ley, contiene en parte los grandes sueños de la humanidad: el paraíso como proyecto, la posesión de una tierra, la promesa de una familia, el fin de la opresión, la conquista de la libertad, la distribución justa de la tierra... todos proyectos humanos en los que se siente la presencia de Dios. Leyendo la perícopa evangélica del día de hoy (Mt 5,17-19), vemos cómo Jesús nos enseña que la Ley es un medio para llegar a Dios, que es el Fin. Pero a la vez, conociendo bien a Jesús y su mensaje de salvación, nos damos cuenta de que no puede el medio convertirse en fin. Eso había ocurrido en el pueblo de Israel y Jesús lo replantea. Es parte de su misión profética, recuperar la verdadera imagen de Dios o proponerla para los que no la conocían. Jesús es la Ley.

La Cuaresma es un tiempo adecuado para examinar nuestra vida entera, para una revisión de vida en el cumplimiento de los mandamientos de la Ley de Dios. Cristo vino a vivificar la ley y a perfeccionarla. Él fue modelo en el cumplimiento de la voluntad divina. La plenitud de la ley de Dios no se nos impone por la fuerza, por acomodarse a la letra de un libro de normas indiscutible; la plenitud de la ley de Dios se da desde lo alto de la cruz y desde la cuna de Belén. La fuerza de Dios se muestra en la entrega y la aparente debilidad, cuando contemplamos cómo el cuerpo inerte de Cristo se vuelve fortaleza. Su Cruz, su Sangre, su Pasión entera, ¿qué son, en su conjunto, sino un recordatorio indeleble del amor divino? Por eso Cristo Jesús es la plenitud" de la Ley: no porque añada preceptos más sabios o dispensas más amables, sino porque ha dejado en su ofrenda de amor una señal que rescata nuestra memoria y despierta siempre nuestro amor hacia Aquel que es su Fuente, el Padre de los Cielos. Vamos a pedirle al Señor que nos ayude a escucharlo, a tenerlo a nuestro lado, a tenerlo como garante de nuestros propósitos y de nuestras luchas para vivir con sencillez y cumplir sus mandamientos. Pero, al mismo tiempo, vamos a pedirle, bajo la protección de su Madre santísima, que nos ayude a corresponder hasta en los preceptos menores. Que no haya nada que nos aparte del amor de Jesucristo. Que no haya nada que nos impida ser grandes en el Reino de los Cielos, que no es otra cosa sino tener en nuestra alma el amor vivo de nuestro Señor, de ser capaces de tenerlo siempre muy cerca a Él, y al mismo tiempo, de ser profundamente entregados a todo lo que Él nos va pidiendo. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

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