martes, 16 de marzo de 2021

«Jesús quiere sanarnos»... Un pequeño pensamiento para hoy


El relato de la curación del enfermo de la piscina de Betesdá que nos narra en este día el Evangelio (Jn 5,1-16), es un texto complicado que nos coloca frente a la polémica típica de los evangelios: la primacía del amor sobre la ley. Para comprender la explicación hay que leer el pasaje completo. Una vez más, Jesús viene a demostrar que la necesidad del ser humano primerea sobre toda otra ley, aunque ésta sea una ley cultual, referida al mismo Dios. Todos los milagros que enfrentan este problema están llamados a inyectar en la conciencia humana el principio del amor, liberándola del peso de la ley. De esta manera el milagro se sigue repitiendo en la conciencia humana, dejándola libre para volar, en alas de un amor sin barreras y sin fronteras. En este milagro de la piscina, Jesús quiere superar la espera resignada de un enfermo que aguarda que unas aguas se agiten, para ver si tiene la oportunidad —tantas veces antes negada— de llegar primero al agua. Para el enfermo, símbolo de tantos que esperan, la agitación del agua era algo que lo mantenía en esperanza, aunque esta esperanza llevaba ya muchos años sin verse cumplida —38, para ser exactos—. El círculo vicioso que Jesús quiere romper es el de la espera que no termina de concretarse.

Pero en el relato hay una cosa, «era sábado». Jesús no se ha preocupado de cumplir el precepto del descanso; para él cuenta sólo el bien del hombre en cualquier circunstancia. Para los dirigentes judíos, por el contrario, cuenta sólo la observancia de la Ley. La observancia del precepto del descanso equivalía a la de toda la Ley; su violación lo era de la Ley entera. Interpretada y controlada por los dirigentes, la Ley, al estilo que ellos la vivían, no tolera la libertad del hombre; por eso quieren quitarle la libertad que le ha dado Jesús. A los dirigentes no les alegra que el hombre haya recobrado la salud; los alarma, en cambio, que alguien se atreva a dispensar de las obligaciones religiosas que ellos imponen. No les preocupa el pueblo, pero sí su propio poder. Jesús quiere superar las esperas inútiles que tiene el pueblo, que cree que su liberación viene por algún tipo de agitación que sólo ocasionalmente involucra su vida y la mejora. La curación, pues, se realizó en sábado, lo que es motivo de controversia con los judíos, no tanto por lo que hizo Jesús, sino por haber mandado tomar la camilla y caminar al que estaba enfermo. 

En el segundo encuentro de Jesús con el hombre curado, le amonesta diciéndole: «No peques más». Esta expresión tiene un contexto de pasado en cuanto está afirmando que la curación incluyó el perdón de los pecados, pero al mismo tiempo es una advertencia para elegir la vida en el futuro. El agua milagrosa de la piscina de Betesdá no es nada sin la palabra liberadora de Jesús, que es la que cura definitivamente al paralítico. A la luz de esto podemos ver que el agua de nuestro bautismo es el sello de nuestra fe en lo que Jesús anuncia: la Buena Noticia de que Dios Padre nos ama, más allá de las normas rituales del culto y de la religión. Renovados en el bautismo, curados de la parálisis de nuestros pecados, podemos salir al encuentro de nuestros hermanos para anunciarles las maravillas de Dios, esas que Él hace siempre a favor de los humildes, los pequeños, los enfermos y los pobres. Estamos en Cuaresma, vamos camino a la Pascua en la que renovaremos nuestras promesas bautismales, nuestro compromiso de vivir en la libertad de los hijos de Dios. Por gracia, don de Dios, el agua purifica, limpia, sana, si hay fe en su mediación. Sólo viviendo en Dios se posee la virtud que vigoriza nuestra existencia y nos hace ser y sentirnos «hijos de Dios». Que María nos ayude a seguir andando hacia la Pascua. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.


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