Judas, a diferencia de los otros Apóstoles, quiso provocar la llegada de ese reino imaginado denunciando a Jesús para obligarle a actuar. Jesús, estando ante una situación extrema, haría llegar sus huestes celestiales y expulsaría de una vez por todas al invasor e instauraría el nuevo régimen. La traición de Judas es presentada por el cristianismo como el más genuino pecado. Y es que cuando el hombre quiere enmendar la plana a Dios, cuando cree que sabe más que Dios, cuando decide en nombre de Dios y pretende hacerle actuar, cae en pecado. Como cuando uno no ha vivido y sufrido la conversión, tampoco puede dar frutos de Evangelio. El demonio nunca tienta a querer cosas malas, sino a querer cosas buenas pero por el camino inadecuado. Pecado es procurar conseguir cosas buenas por camino equivocado. Pongamos por ejemplo el dinero, una cuestión que estaba muy relacionada con Judas. Desear poseer dinero para el bienestar y el crecimiento no es pecado; lo malo es desearlo por la vía inadecuada como es el robo. Matamos a Cristo cada vez que lo traicionamos, actuando por nuestra cuenta y riesgo, solidarizándonos con el pecado.
Por eso en este día, ahondar en la traición de Judas nos remueve el fondo de traición que todos llevamos dentro y nos enfrenta con lo más sucio de nuestro interior. La pregunta de Judas —«¿Acaso soy yo, Maestro?»— y la respuesta de Jesús, quedarán para siempre como una prueba del respeto por la libertad humana de parte de Dios, y una muestra de la malicia y de la astucia de que viene revestido todo intento de traición. La traición no ha estado ni estará ausente del cristianismo. Somos seres humanos. Pero la comunidad cristiana debe cuidar de que el proyecto de Jesús sea claro y explícito para todos sus participantes. Así no habrá sorpresas. El hecho de ser cristianos por herencia y no por lucha, traerá siempre el riesgo de no identificarse con las exigencias del Reino. Un cristianismo sin la claridad que exige el proyecto de Jesús y sin procesos de asimilación del mismo, será una mina de traiciones, desilusiones y amarguras, por eso hay que amar al Señor con un corazón limpio y puro que se adhiera a sus criterios de salvación. Que María nos ayude a ser siempre fieles a Jesús. ¡Bendecido miércoles santo!
Padre Alfredo.
P.D. El «Pequeño pensamiento» no se publicará del 4 al 17 de abril porque estaré en Ejercicios Espirituales y en Asamblea General. Me encomiendo esos días a sus oraciones.
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