Dios ama al mundo con un amor incomprensible e inconmensurable. No ha enviado lo mejor que tiene, a su propio Hijo Jesucristo. El Dios que revela Jesús no es un Dios al estilo de los hombres, ni el que garantiza el orden del mundo, ni una superpotencia, ni un súper ingeniero vigilante del escenario y del plan del mundo, ni el guardián del orden social o moral. Dios ama: no se puede pensar en él sin darle ese predicado que impresiona tan profundamente al corazón del hombre hasta en sus fibras más íntimas: «Dios es amor». Sólo Jesús, ese Jesús cuya palabra y cuyos gestos conducen a la cruz, sólo Jesús crucificado podía dejar sospechar esto: Dios es amante. El Dios de los filósofos nos diría: «Hay lo que hay: el azar y la necesidad; busca y encuentra». El Dios de los sabios nos diría: «Aguarda y verás: encontrarás la Verdad». El Dios de los moralistas nos diría: «Es preciso, debes hacer esto, ésta es tu obligación». El Dios de los ideólogos nos diría: «¿Qué has construido? ¿Cuál es tu combate?» El Dios de Jesucristo, por ser amor, nos dice solamente: «¿Quieres?» Un «¿Quieres?» que desarma y está desarmado. Dios está desarmado y es infinitamente pobre; la misericordia es, ante todo, una súplica de Dios: «Déjame amarte». Pero su palabra, «¿quieres?», nos desarma, porque su misericordia es el cuestionamiento más radical que se nos podía hacer.
El Padre envía al Hijo al cumplimiento fiel de su misión de revelar el amor de Dios, su misericordia sobre todos los hombres, y la muerte de Jesús es una consecuencia de su obrar. Al enviar a su Hijo al mundo el Padre corre este riesgo que no «escatimó» (Rm 8,32) como dice san Pablo. La venida de Jesús ha sido un acto de amor sólo positivo. Pero como desde nuestra situación de pecado lo hemos rechazado, aquella entrega tiene la forma negativa de muerte. El amor de Dios tal como se manifiesta en la entrega del Hijo es que quiere la salvación... «para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él». El propósito y la voluntad de Dios, según se manifiesta en el envío del Hijo, es la salvación del mundo, no su condenación. Por eso en Cuaresma hemos de purificar el corazón, hemos de abrirlo a la gracia esperando pasar por la Cruz para alcanzar la resurrección, caminando hacia la Pascua. En la Cruz de Cristo entendemos qué significa el amor de Dios y qué respuesta espera de nosotros para alcanzar la Pascua eterna. Sigamos el camino de esta Cuaresma acompañados por María, la Madre del Amor Hermoso y anhelemos la llegada de la Vigilia Pascual. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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