martes, 30 de marzo de 2021

«Entre la incertidumbre y la traición»... Un pequeño pensamiento para hoy


Después de la meditación de ayer que se situaba históricamente en Betania el lunes por la tarde... saltamos directamente, en el Evangelio de hoy (Jn 13,21-33.36-38) a la tarde del jueves, durante la última cena. Es difícil llegar a comprender la profundidad de los sentimientos de Jesús en vísperas de su muerte. Y es también muy difícil llegar a saber qué pudo sentir su corazón cuando al hecho inexorable de su muerte se añadía además la humillación de la traición de uno de los propios compañeros. Es fácil que el corazón naufrague, cuando se le añade amargura sobre amargura. El grupo de Jesús —su pequeña iglesia— iba a quedar golpeada por la definitiva ausencia del Maestro. Y a esto se iba a añadir la permanente posibilidad de la traición de los discípulos. Jesús no excluye a nadie. La traición no es solamente patrimonio de Judas; lo es también de los llamados discípulos fieles. Más aún, la traición puede anidar en el alma de los llamados a ser dirigentes.

El evangelista nos deja ver que aún con todo, Jesús no pierde el ánimo, a pesar de que presiente lo que significa para el grupo su ausencia y al mismo tiempo la traición. Y entre contradicciones, nos da la lección de que cuando una obra está marcada con la justicia del Padre, éste se encargará, junto con su Espíritu, de no dejarla morir, pese a las amenazas. Es la fe en su Padre quien lleva a Jesús más allá de la derrota en estos momentos tan difíciles. Y es la justicia de su causa quien mantiene viva su esperanza ante todo lo que habrá de venir. Una causa no deja de ser justa aunque sea traicionada por alguien de los más cercanos. En la iglesia de Jesús hay que acostumbrarse a vivir con la posibilidad de la traición a Jesús y al Evangelio. Pero sobre todo, hay que estar convencidos de que la traición puede generarse en cada uno de nosotros mismos. 

Este Evangelio nos presenta un diálogo a cuatro voces que se da entre Jesús, Juan —el discípulo amado—, Simón Pedro y Judas, en una cena trascendental en la que Jesús se encuentra «profundamente conmovido». El discípulo amado y Pedro formulan preguntas: «Señor, ¿quién es?», «Señor, ¿adónde vas?», «Señor, ¿por qué no puedo acompañarte ahora?». Quién, adónde, por qué. En sus preguntas reconocemos las nuestras. Por boca del discípulo amado y de Pedro formulamos nuestras zozobras y nuestras incertidumbres. Judas interviene de modo no verbal. Primero toma el pan untado por Jesús y luego se va. Participa del alimento del Maestro, pero no comparte su vida, no resiste la fuerza de su mirada. Por eso «sale inmediatamente». No sabe... no puede responder al amor que recibe. Jesús observa, escucha y responde a cada uno: al discípulo amado, a Judas y a Simón Pedro. La intimidad, la traición instantánea y la traición diferida se dan cita en una cena que resume toda una vida y que anticipa su final. Lo que sucede en esta cena es una historia de entrega y de traición. Como la vida misma. Cuando se llegan a olvidar los contenidos de justicia, de misericordia, de perdón, de asunción de la causa de los oprimidos y marginados... no hay que extrañarse de que la traición esté rondando por doquier. Vivamos estos días de intimidad con Jesús también con su Madre Santísima siempre fiel y huyamos de todo aquello que huela a traición. ¡Bendecido Martes Santo!

Padre Alfredo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario