miércoles, 13 de abril de 2011

Vacaciones de Semana Santa...

Cuentan que un hombre santo acariciaba apaciblemente una perdiz, esa pequeña ave silvestre cuya carne es tan preciada en el arte culinario. De pron­to, un cierto filósofo se aproxima con aparejo de cazador y se maravilla de que el santo varón, que gozaba de tanta reputación, se entretuviera y perdiera el ­tiempo en cosas tan insignificantes co­mo el acariciar a una perdiz. Entre los dos personajes se entabló este diálogo:

-¿Eres tú el santo insigne del que' me hablaron? ¿Por qué te entretienes en diversiones tan ridículas?" -pregun­ta el filósofo. -¿Qué es esto que llevas en la ma­no?-le preguntó a su vez el santo varón. -Un arco -respondió el filósofo. -¿ Y por qué no lo llevas siempre tenso? -dijo el santo. -No conviene -responde el filóso­fo-, pues si estuviese siempre tenso se echaría a perder el arco. Así, cuando fuera necesario lanzar un disparo más potente contra alguna fiera, por haber perdido su fuerza debido a la continua rigidez, el tiro no iría ya con la violen­cia necesaria. -Pues bien -concluyó el santo-, no te admire tampoco, joven, que yo con­ceda a mi espíritu este inocente y breve esparcimiento. Si de vez en cuando no le permitiese descansar de su tensión, concediéndole algún solaz, la misma continuidad del esfuerzo le ablandaría y aflojaría, y no podría obedecer a las órdenes y a las exigencias del espíritu.

Las vacaciones son necesa­rias para reparar fuerzas físicas; espiri­tuales y para damos a los demás, especialmente a los que viven a nuestro lado, como qui­zá no nos damos cuando estamos en tiempo ordinario y en plena época de trabajo o estudio intenso. Por eso es ne­cesario poner atención en que el tiempo de vacaciones no se convierta en un período de tiempo per­dido, lleno de holgazanería e indivi­dualismo, sino que nos propongamos aprovecharlo en el culti­vo de valores y virtudes.

Las vacaciones son una excelente oportunidad para tra­bajar estos hábitos buenos que en oca­siones con el ajetreo del período de trabajo o de cla­ses, no nos damos el tiempo de fomen­tar y sabemos que para algunos, las únicas vacaciones en sus trabajos o escuelas son los días de Semana Santa. 

Mucha gente aprovecha estas vacaciones de Semana Santa para cultivar alguna habilidad o destreza específica, hace cosas que tenía pendientes como pequeños trabajos manuales de casa, p´ractica con más intensidad alguna nueva técnica en los deportes, culti­va habilidades sociales e intelectua­les, visitando amigos o leyendo más o va de paseo solo o con la familia a algún lugar a descansar. Es de todos conocido que, en Semana Santa, las playas están a reventar; sin embargo, quienes somos creyentes, no podemos olvidar que la Semana Mayor encierra unos días que llamamos "Santos" y que exigen la adecuación de los días de descanso a la vivencia de nuestra fe. Mucha gente, especialmente jóvenes en grupos, va de misión a comunidades alejadas o necesitadas a compartir la fe en estos días con una mayor intensidad.

También en casa se pueden planear actividades de tipo religioso que den la oportunidad de vivir el mandamiento del amor, de tomar contacto con la realidad salvífica de Cristo en la Cruz y quizá hacer un ambiente de descanso en donde no todos los miembros de la familia están de vacaciones.

Depende de cada quien que es­tas vacaciones sean un .momento de "crecimiento interior" de armonía y co­nocimiento familiar y de descanso cor­poral, de tal manera que podamos con­tinuar con nuestras actividades renova­dos y dispuestos a seguir caminando hacia el encuentro final con nuestro Padre Dios.

Una excelente recomendación es llevar un plan diario de actividades de estos días donde quede claro el propósito de cada día de descanso e informarse en la propia parroquia si por estos días se oferece algún curso especial, retiro o simplemente estar al tanto de las celebraciones del Triduo Pascual para asistir sin prisas.

El contacto con la naturaleza puede ser una magnífica ocasión para hacer de estos días una auténtica escuela de silencio y reflexión. Campamentos, caminatas por la montaña o la orilla del mar, convivencias familiares con espacios para la oración... Son, por encima de todo, una oportunidad para aprender a ver, a escuchar, a reflexionar, a comprender…, a realizar un encuentro reflexivo con Dios. El desarrollo equilibrado de la personalidad se basa en el silencio interior, que supone capacidad de observación, admiración, contemplación, escucha. Semana Santa puede ofrecer, para quienes descansan esos días, una valiosa posibilidad.

Así, las vacaciones de Semana Santa son una oportunidad para acrecentar la oración, hacer un buen examen para acercarse al sacramento de la reconciliación, crecer en la lectura de la Palabra, en la experiencia del silencio, en las mismas celebraciones de Semana Santa, ayudándolos a comprender su sentido y a vivirla como un tiempo de Gracia especial que la Iglesia nos regala. Ojalá, si tienes vacaciones de Semana Santa, puedas vivir este descanso en espíritu de conversión, profundidad, contemplación y esperanza, camino hacia la Pascua en la que Cristo Resucitado, “hace nuevas todas las cosas”.

Finalmente, hay que recalcar que, en estos días de vacaciones, se puede aprender, aún desde los más pequeños, a equilibrar la atención a todas las dimensiones de su ser persona: La física, con el descanso del ajetreo, la práctica del deporte y el contacto con la naturaleza; la inte­lectual, con el aprendizaje o perfeccionamiento de alguna habilidad literaria, musical o de cualquier otro tipo; la afectiva, con la participación y el contacto más frecuente y de mejor calidad con la familia en una convivencia a la que se le puede dar más tiempo y, finalmente, la espiritual, a través de actividades de servicio en la parroquia, en la misión y en la asistencia descansada a los Oficios de Semana Santa, ya que ¡Dios no se va de vacaciones!

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

viernes, 8 de abril de 2011

El valor de la Misa...

Cada Misa en la que participamos, vivimos un encuentro profundo con Dios. En la celebración escuchamos su Palabra y recibimos su Cuerpo y su Sangre. Allí le adoramos, le rendimos alabanza, le damos gracias, le pedimos perdón por nuestras faltas y le dirigimos súplicas a sabiendas de que Él nos escucha y nos dará lo que más nos convenga.

Con la asistencia plena, consciente y activa en cada Misa, rendimos el mayor homenaje que podamos dar a Dios. En la Misa alcanzamos el perdón de los pecados veniales, con lo que el demonio pierde dominio sobre nuestras almas. En la Misa oramos por nuestros difuntos y alcanzamos bendiciones y prosperidad para nuestras vidas, incluyendo nuestros asuntos temporales, negocios y demás.

La asistencia asidua a Misa nos libra de muchos peligros y desgracias y con cada Misa se aumenta la esperanza del cielo. Durante la Misa tomamos diversas posturas corporales que van hablando, con esa expresión corporal, de nuestra relación con Dios. De pie nos ponemos en su presencia, hincados adoramos e imploramos perdón, sentados nos colocamos en actitud de escucha. En Misa permanecemos en silencio escuchando la voz de Dios a través de su Palabra o del mensaje que la explica y aplica a nuestra vida, oramos juntos a una sola voz para expresar que somos un pueblo peregrino que clama a Dios, cantamos alabando y suplicando al Creador y avanzamos caminando a su encuentro en el Pan Eucarístico.

Estas son una sentencias breves en las que algunos santos hablan del valor de la Misa aplicada por quienes están en el purgatorio y que comparto ahora contigo para invitarte a valorar más y más la participación en Misa y sus efectos:

"La Misa es el don más grande que se puede ofrecer al Señor por las almas, para sacarlas del purgatorio, librarlas de sus penas y llevarlas a gozar de la gloria" (San Bernardo).

"Durante la celebración de la Misa, se suspenden las penas de las almas por quienes ruega y obra el sacerdote, y especialmente de aquellas por las que se ofrece la Misa" (San Gregorio).

"El que participa en Misa, hace oración, da limosna o reza por las almas del purgatorio, trabaja en su propio provecho" (San Agustín).

"Por cada Misa en la que se participa con devoción, muchas almas salen del purgatorio y a las que allí quedan, se les disminuyen las penas que padecen" (San Gregorio el Grande).

La Misa es la actualización del Sacrificio del Calvario, el mayor acto de adoración a la Santísima Trinidad. Por eso es obligación participar en ella todos los domingos y fiestas de guardar, como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica.