sábado, 31 de octubre de 2020

«Humildad y sencillez»... Un pequeño pensamiento para hoy

El buscar los primeros puestos en tiempos de Cristo, era, según se ve, un defecto característico de los fariseos. Hace pocos días leíamos en el Evangelio cómo Jesús se lo echaba en cara: «Ay de ustedes, que les encantan los asientos de honor en las sinagogas» (Lc 11,43). En el Evangelio de hoy (Lc 14,1.7-11) el Señor les invita a elegir los lugares más humildes. La lección se resume al final: «porque el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido». Jesús nos ha enseñado una y otra vez, que su estilo y por tanto, el de sus discípulos, debe ser este: la humildad y la sencillez de corazón. Aunque eso de ser humildes no esté de moda en el mundo de hoy —y en realidad nunca lo ha estado—, es el camino que Jesús traza. A sus seguidores no les tendría que importar ocupar los últimos lugares. Y no como un truco, para que luego nos inviten a subir, sino con sinceridad, por imitación del Maestro, que no vino a ser servido sino a servir. Leyendo este trozo del Evangelio podemos reflexionar en que tanto la humildad como la soberbia se transmiten a menudo por simple contacto y que por eso es importante ser humildes para dar testimonio de auténtica vida cristiana.

Cuando alguien es humilde, es más feliz; se lleva menos disgustos. Es más aceptados por los demás: a los vanidosos nadie los quiere. Y más agradables a los ojos de Dios: él prefiere a los humildes. Un ejemplo muy claro de esto lo tenemos en la santísima Virgen María, la madre de Jesús. Humilde y discreta, ella pudo decir, resumiendo también el estilo de Dios en la historia en el Magnificat: «enaltece a los humildes y a los ricos los despide vacíos». Y allí mismo, hablando de sí misma, dice: «ha mirado la pequeñez de su sierva». Jesús, en este pasaje del Evangelio, exhorta a su comunidad de discípulos–misioneros a que no se metan en ese juego, pues lo único que pondrían en evidencia sería la estrechez de su pensamiento. El honor del ser humano no está en el prestigio, en aparecer como persona destacada, en pertenecer al Jet Set. El honor del ser humano está en el servicio permanente y desinteresado a los demás. Pues, la mayor «gloria de Dios es que el ser humano viva». Si permanecemos fieles al Señor y fieles en el servicio al prójimo, cuando venga el Dueño de la casa nos hará sentar junto a Él en su misma gloria, viéndonos honrados incluso ante los mismos espíritus celestiales.

Hoy celebramos a san Alonso Rodríguez. En la ciudad de Palma de Mallorca, este hombre sencillo y humilde, al perder a su esposa e hijos, entró como religioso en la Compañía de Jesús —Jesuitas— y estuvo como portero del colegio de aquella ciudad durante largos años, desde el año 1572 hasta el 1610 que hacen casi cuarenta años, mostrando una gran humildad, obediencia y constancia en una vida penitente. Este humilde y santo portero fue durante su vida un foco radiante de espiritualidad de la que se beneficiaron tanto los superiores que le trataron como los novicios con los que tuvo contacto; un ejemplo representativo está en San Pedro Claver, el apóstol de los esclavos. Con sus cartas ejerció un verdadero magisterio. Su lenguaje era sencillo y el popular de la época, pero lograba páginas de singular belleza al tratar temas de mayor entusiasmo. La santidad que describe en sus escritos no es aprendida en los libros, es fruto de su experiencia espiritual. Lo único que buscó siempre fue agradar a Dios con el juicio verdadero del mismo Dios y de la propia conciencia, y no la opinión ajena. Así nosotros, hagamos siempre el bien sólo por Dios y por los demás, sin buscar la alabanza ni temer el vituperio. La gloria de Dios es nuestra mayor gloria. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.


viernes, 30 de octubre de 2020

«Amor, misericordia y compasión...

Para captar lo que hoy quiero compartir en mi reflexión, hay que darse a la tarea de leer el Evangelio de hoy, que es muy corto y que está en San Lucas 14,1-6. Supuesta la lectura del pasaje, prosigo: Todos sabemos que si se pierde de vista el amor, la misericordia y la compasión, todo se estropea y parece ser —según vemos en este pasaje— que los judíos del tiempo de Cristo habían perdido de vista esto, porque tenían 39 trabajos prohibidos en sábado entre los que curiosamente se encontraba ejercer la medicina. Parece ser que la salud era menos importante que la propiedad privada, una persona menos valiosa que un animal, porque sacar a un burro que cayera en un pozo sí se podía... es más, hasta estaban indicados, para el sábado, los pasos que se les permitía caminar. Los fariseos se gloriaban de que cumplían la ley en toda su extensión. Y castigaban y denunciaban a las autoridades a todo aquel que violaba una de estas reglas más pequeñas. Eso no es malo. Incluso Cristo dice alguna vez a sus seguidores que hagan lo que los fariseos dicen. Sin embargo, el Señor quiere que entendamos que es preferible el amor, la misericordia y la compasión con los demás, que el cumplimiento frío de un precepto.

El Evangelio de hoy deja al descubierto el corazón cerrado que se quedaba solamente en el cumplimiento de la ley sin practicar la misericordia. Jesús no dudaba en actuar de acuerdo con sus convicciones: Aquel hombre estaba enfermo… que interesa que sea sábado… que interesa que los demás solo estén buscando una excusa para atacarle: había que sanarlo. Ante lo que Jesús les dice, los fariseos se dan cuenta de que su conducta hipócrita no es justificable y, por eso, callan. Así, leyendo y releyendo este Evangelio, nos debe de quedar claro que en este pasaje resplandece una clara lección: la necesidad de entender que la santidad es seguimiento de Cristo compasivo y misericordioso —hasta el enamoramiento pleno— y no frío cumplimiento legal de unos preceptos. Los mandamientos son santos porque proceden directamente de la Sabiduría infinita de Dios, pero es posible vivirlos de una manera legalista y vacía, y entonces se da la incongruencia —auténtico sarcasmo— de pretender seguir a Dios para terminar yendo detrás de nosotros mismos.

Tal y como ocurre cada uno de los días del año, la Iglesia Católica conmemora hoy la vida y canonización de algunas de sus figuras más representativas, ya sean estas beatificadas o santificadas. Siempre son varias personas. Entre todas ellas, en la jornada de hoy, 30 de octubre, destaca la de San Marcelo de León, un centurión que afirmó ser cristiano y que, por ello, no podía seguir manteniendo el juramento militar, por lo que fue degollado, consumando así su martirio. El hecho exacto que lo llevó al martirio fue que el día del cumpleaños del emperador, mientras los demás sacrificaban a los ídolos, él se quitó las insignias de su función y las arrojó al pie de los estandartes, afirmando que por ser cristiano no podía seguir manteniendo el juramento militar. Su amor a Dios era más grande que cualquier otra cosa y no iba de acuerdo con aquellas leyes. Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de san Marcelo y de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de crecer más y más en el amor a Dios y al prójimo para poder llegar, llenos de los frutos de la justicia que nos viene de Cristo, al día de su gloriosa manifestación, para poder participar eternamente de su Gloria y alabanza. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 29 de octubre de 2020

«Adversidades»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy quiero comenzar mi reflexión hablando un poco de esta condición de vida que estamos atravesando. Yo creo que ya todos quisiéramos que esta pandemia quede como una pesadilla del pasado y de alguna manera podamos volver a experimentar algo de la vida que teníamos y que no nos dábamos cuenta cuánto debíamos apreciar. El costo de pérdidas humanas, pero también económicas y emocionales es incalculable. Toda nuestra existencia ha sido trastornada y lo peor de todo es que la pandemia no solamente no ha terminado, sino que continúa expandiéndose cada vez más. En medio de esta situación tan dolorosa, los cristianos hemos de centrar nuestra vida en el Señor y tener confianza sabiendo que todo se va presentando conforme a su voluntad y que seguramente estos meses nos dejan una gran y sencilla convicción: estamos en las manos de Dios. Ahora es común escuchar frases como «en estos tiempos difíciles», en estas «circunstancias sin precedentes», o «la nueva normalidad». Después de muchas semanas de confinamiento y de meses de luchar contra esta pandemia mundial el estado de ánimo de muchas personas ha ido decayendo cada vez más y no puede ser así porque Cristo es nuestra esperanza. Sí, es verdad que estamos cansados y preocupados por la situación mundial. Todos hemos perdido algo y algunos lo han hecho de maneras que no podemos ni imaginar. Pero Jesús no está ausente y sigue estando en control del universo. En estos momentos podemos llevar nuestras cargas y preocupaciones a Dios y al mismo tiempo confiar y descansar en Él. Nuestra fe no es ciega o imaginaria, sino que está centrada en el único y soberano Señor de la creación y de nuestra salvación.

En este sentido el Evangelio de hoy (Lc 13,31-35) es esperanzador dentro de todo, porque basta escuchar unas cuantas palabras para animarse. Hoy, en medio de la adversidad que el Maestro vive porque Herodes quiere matarlo, dice «Seguiré expulsando demonios y haciendo curaciones». Sí, como digo, estamos en manos de Dios y en Cristo está nuestra confianza. De por sí la vida no la tenemos comprada. Cuánta gente ha muerto en estos días de la pandemia por accidentes u otro tipo de enfermedades diversas a la Covid-19. En el Evangelio de hoy, Herodes, el que había encarcelado y dado muerte al Bautista quiere deshacerse de Jesús. Jesús enfrenta la realidad y responde con palabras duras, llamando «zorro» al virrey y mostrando que camina libremente hacia Jerusalén a cumplir allí su misión, el plan de Dios que le exige sufrir. La idea de su muerte le entristece ciertamente, sobre todo por lo que supone de ingratitud por parte de Jerusalén, la capital a la que él tanto quiere. Es entrañable que se compare a sí mismo con la gallina que quiere reunir a sus pollitos bajo las alas, porque él es compasivo y misericordioso y esperaba que se entendiera que todos debemos ser así, incluso en medio de las dificultades de la vida.

Entre los santos y beatos que hoy se celebran está Miguel Rúa, un santo varón que nació en Turín, Italia en una modesta familia y que superó en su vida muchas adversidades. Hizo sus estudios de primaria con los Hermanos Cristianos que lo apreciaron mucho porque era sin duda el alumno de mejor conducta que tenían en su escuela.  Y resultó que al Instituto de los Hermanos iba San Juan Bosco a confesar y allí conoció a Miguel Rúa, que fue uno de los que se dejaron ganar totalmente por la impresionante simpatía y santidad del gran apóstol. Durante 36 años fue su colaborador más íntimo en todas las etapas del desarrollo de la Congregación... Por una explícita petición del Fundador, en 1884, León XIII lo destinó a suceder a Don Bosco y lo confirmó Rector Mayor en 1888. Con el aumento de los hermanos, después de la muerte del fundador y el desarrollo de las obras, envió a los salesianos por todo el mundo cuidando en particular las expediciones misioneras. Cuando murió, el 6 de abril de 1910, a los 73 años, la Sociedad había pasado de 773 a 4.000 salesianos, de 57 a 345 casas, de 6 a 34 Inspectorías en 33 países. Él durante todo ese tiempo al frente del Instituto, supo afrontar y superar toda clase de dificultades como ahora nosotros atravesamos por esta pandemia. Que el beato Miguel Rúa y María Santísima nos ayuden a vencer la adversidad y a perseverar hasta el último instante de nuestras vidas. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

miércoles, 28 de octubre de 2020

«Santos Simón el Cananeo y Judas Tadeo»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy celebramos la fiesta de los Apóstoles Simón el Cananeo y Judas Tadeo. Los consideramos juntos, no sólo porque en las listas de los Doce siempre aparecen juntos (cf. Mt 10,4; Mc 3,18; Lc 6,15; Hch 1,13), sino también porque las noticias que se refieren a ellos no son muchas, si exceptuamos el hecho de que el canon del Nuevo Testamento conserva una carta atribuida a Judas Tadeo. Definitivamente que de estos dos Apóstoles el que más es conocido e invocado es San Judas, a quien de cariño mucha gente le llama: «San Juditas». Los dos fueron llamados por Jesús para ser parte del grupo de los doce Apóstoles. Ambos son testigos de numerosos acontecimientos de la vida de Cristo. También se nos dice que a San Simón lo mataron cortándolo por la mitad y, a San Judas Tadeo, cortándole la cabeza de un hachazo. El testimonio de estos dos hombres nos hace reflexionar sobre nuestro seguimiento a Cristo. El hecho de la Resurrección es una de las fuerzas que les impulsó a entregar la vida por Jesucristo hasta el martirio. También, la fuerza del Espíritu derramada en Pentecostés, sin duda alguna, ha sido el principal motor de arranque en el anuncio del Reino.

El Evangelio que hoy leemos (Lc 6,12-19) es el preludio del Sermón de la Montaña. San Lucas nos comparte los pasos que Jesús da antes de enviar a sus Apóstoles. El primero de ellos es la oración. Jesús antes de hacer la elección va al monte a dialogar con su Padre hablándole de los hombres que ha pensado como sus más inmediatos colaboradores. En segundo lugar, «cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió a doce de entre ellos y les dio el nombre de Apóstoles». Aquel acontecimiento histórico —la elección de los apóstoles— marcará un antes y un después en la vida de cada uno de ellos. A partir de ese momento ya no serán sus palabras, ni sus acciones, sino las palabras y las acciones de Cristo las que les mueva por el mundo. Finalmente, esta llamada de Jesús los envía y nos envía a nosotros también a la misión. ¡Qué regalazo! Se trata de un don inmerecido de Dios que lo llevamos en vasijas de barro. Ser sus discípulos para llevar la Buena Noticia a los que sufren, los abatidos, los pobres, los marginados, los presos, los enfermos, los niños, los ancianos, los descartados, los más vulnerables.

Al ver a estos dos Apóstoles, definitivamente muy diferentes entre sí, uno casi desconocido y el otro gozando de una popularidad impresionante, uno puede captar que un apóstol es alguien escogido por Jesús para ser enviado. Un apóstol, no es un iluminado que se arroga experiencias religiosas y que quiere convencer a los demás para que las hagan suyas. Podríamos decir que un apóstol es el eslabón de una cadena. «Viene de» —es elegido— y «va hacia» —es enviado—. Es alguien que no se convierte en centro, sino que remite siempre al origen —Jesús— y al final —Jesús—. Uno de los grandes problemas que vivimos en nuestra época, es la ruptura de la cadena de la fe. Ciertamente que atravesamos por una quiebra de las instancias transmisoras —la familia, la parroquia, etc.—. El mundo actual puede provocar experiencias espirituales intensas, pero si no están conectadas con la gran cadena apostólica, por frescas y novedosas que parezcan, acabarán muriendo. Me parece que esta es, por desgracia, la situación de muchos jóvenes que viven con interés la aventura de descubrir a Jesús, pero que carecen «de apóstoles» a su lado que les ayuden a vivir la fe con conexiones, o, por utilizar, una terminología de hoy, una fe «en red». Bajo el cuidado de María pidamos al Señor por intercesión de Simón y Judas, que sepamos ser apóstoles en conexión con los doce Apóstoles. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 27 de octubre de 2020

«La semilla de mostaza y la levadura»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio de hoy (Lc 13,18-21) nos presenta un extracto del discurso en parábolas del Señor acerca del reino de Dios. Compara el Reino de Dios con una semilla de mostaza que sembró un hombre y con la levadura con la que una mujer quiso fabricar pan para su familia. Cristo nos enseña, con estos dos ejemplos, que el Reino de Dios, visto desde esta perspectiva de estas dos parábolas, es un «crecimiento»... algo que «brota», que «hace crecer»; ese crecimiento es irrefrenable: no se puede parar porque es la potencia misma de la vida. La semilla ha de crecer y la levadura ha de fermentar la masa para que tanto el árbol, como la masa, lleguen a ser lo que deben ser. Los comienzos son modestos e ínfimos, pero el resultado final es sorprendente: Un arbusto grande y una masa que ha multiplicado su tamaño. El Reino no puede ocupar toda la huerta, ni la levadura fermentarlo todo. El Reino se hace presente ya en medio del mundo como algo en crecimiento, en un crecimiento callado, humilde, sencillo. El Reino se hace presente en la pequeña comunidad —la semilla y la levadura— y va creciendo, convirtiéndose en una sombra agradable y en fermento de toda la sociedad —el árbol y la masa—. Así, aunque la comunidad de creyentes sea ínfima, el poder de Dios en ella es grande. Por esto, hace crecer la semilla y transforma toda la masa para ser espacio apto para todos los que necesiten cobijarse y necesiten comer.

La Iglesia empezó en Israel, un pueblo pequeño en el concierto político de su tiempo, animada por unos apóstoles que eran personas muy sencillas, en medio de persecuciones que parecía que iban a ahogar la iniciativa. Pero, como el grano de mostaza y como la pequeña porción de levadura, la fe cristiana fue transformando a todo el mundo conocido y creció hasta ser un árbol en el que anidan generaciones y generaciones de creyentes. Así crece y se va estableciendo el Reino de Dios, en un «ya» pero «todavía no», porque está en desarrollo. Y así crecen, en general, las iniciativas de Dios. Esa es la fuerza expansiva que posee su Palabra, como la que ha dado en el orden cósmico a la humilde semilla que se entierra y muere. Estas palabras de Jesús corrigen nuestras perspectivas de querer todo al instante. Nos enseñan a tener paciencia y a no precipitarnos, a recordar que Dios tiene predilección por los humildes y sencillos, y no por los que humanamente son aplaudidos por su eficacia. Su Reino —su Palabra, su Evangelio, su gracia— actúa, también hoy, humildemente, desde dentro, vivificado por el Espíritu.

La beata María de la Encarnación —María Vicenta— Rosal, en una ciudad de Ecuador llamada Tulcán, fundó las Hermanas de Belén, con el fin principal de reivindicar la dignidad de la mujer y formar cristianamente a las niñas. Aquí en esta mujer a quien la Iglesia recuerda el día de hoy, se hace vida eso que acabamos de ver de la semilla de mostaza y la levadura... Una semilla pequeñita, un poquito de levadura y la obra se extendió. El ansia por la gloria de Dios y la salvación de los hombres la llevó a servir con solicitud al hermano necesitado y a dar impulso a la educación de la niñez y de la juventud en los colegios, escuelas y hogares para niñas pobres, como también a dedicarse a otras obras de promoción y asistencia social en Guatemala, Costa Rica, Colombia y Ecuador. Infatigable misionera, es considerada como una de las impulsoras de la formación integral de la mujer en el continente latinoamericano. Falleció el 24 de Agosto de 1886 en Ecuador tras caerse del caballo que la transportaba de Tulcán al Santuario de Las Lajas, en Otavalo. Su cuerpo se conserva incorrupto luego de 110 años. Su instituto trabaja actualmente en 13 países. Fue beatificada el 4 de mayo de 1997 en el Vaticano y su fiesta se celebra hoy, 27 de octubre. Que ella y la Santísima Virgen María, a quien tanto amó intercedan por nosotros para que con nuestra semillita de mostaza y un poquito de levadura, ayudemos a establecer el Reino de Dios entre nosotros. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.


lunes, 26 de octubre de 2020

«Jesús sana»... Un pequeño pensamiento para hoy

El Evangelio de hoy nos narra un hecho de Jesús que sucede en sábado. Una mujer encorvada hacía mucho tiempo, una mujer que no puede enderezarse ni levantar su cabeza al cielo es curada por Jesús. La mujer es, para nosotros, todo un símbolo del antiguo pueblo de Dios que caminaba con pesadas cargas que los escribas y fariseos habían puesto sobre ellos con 613 preceptos derivados de los 20 mandamientos que debían cumplir y que de alguna manera no dejaban a la gente enderezarse liberándose de la carga y descubrir al Dios misericordioso. Al mismo tiempo, la mujer es, por eso, símbolo de todos los que soportan pesos intolerables, de cualquier tipo que sean. Puede que sean más de lo que nos parece, aunque sus espaldas no se curven materialmente. Es hermoso leer el relato que está en Lc 13,10-17 para darse cuenta cómo Cristo, al ver a esta mujer, ni siquiera espera que ella le pida nada, como en los otros milagros. Tampoco le importa a Jesús que sea o no sea sábado. Eso era un sustentáculo más. Jesús la llamó, la impuso las manos y la levantó. 

En su camino hacia Jerusalén, Jesús realiza este gesto de curación «en sábado», como si provocara escenas como la presente, que realiza en sábado queriendo mostrar que la fuerza curativa de Dios ya está presente y actúa eficazmente en el mundo. En el mismo relato, después de escuchar los reclamos que los letrados le hacen por hacer eso en sábado, él llama «hipócritas» a los que se escandalizan de que haya hecho este gesto en sábado, cuando ellos sí se permitían ayudar a un animal propio llevándolo a abrevar, aunque fuera en sábado. ¡Cuánto más no se podrá ayudar a esta pobre mujer, «que es hija de Abrahán» y que desde hace diez y ocho años Satanás la tenía atada! Jesús se dedica a curar, a salvar, a transmitir vida sea sábado, domingo, lunes... sea el día que sea porque su misericordia es como la misericordia del Padre, que trasciende todo. La Ley no puede ser excusa para ejercer el bien y la justicia. Si vamos más a detalles, la enseñanza de este episodio se concentra en los verbos «atar» y «desatar». La labor de Jesús no es amarrar a la gente con preceptos, normas e infinidad de cosas que no le ayudan a ser libre. La misión de Jesús es liberar, y se concentra en aquellos que están más oprimidos. El pueblo, entonces se siente feliz por que Dios actúa cambiando el estado de las cosas haciéndolas más favorables para la vida de todos.

Hoy celebramos la memoria de san Evaristo Papa. Nació por los años 60, de una familia judía asentada en tierras griegas. Recibió educación judía y aprendió en los liceos helénicos. No se conocen datos de su conversión al cristianismo, pero se le ve ya en Roma como uno de los presbíteros muy estimados por los fieles que, lleno de celo, elevaba el nivel de la comunidad de cristianos de la ciudad, entregándose por completo a mostrarles a Jesucristo. Amplio conocedor de la Sagrada Escritura fue docto en la predicación y humilde en el servicio a todos en todo tiempo y lugar, pues, él, como judío que había sido, sabía que la misericordia va más allá de las leyes. Muerto mártir el Papa Anacleto, sucesor de Clemente, la atención se fijó en Evaristo. Por humildad se resistió con todas las fuerzas posibles a asumir la dignidad que comportaba tan alto servicio, pero el pueblo lo aclamaba y el día 27 de Julio del año 108 tuvo la Iglesia por Papa a Evaristo. Ya como Papa atendió cuidadosamente las necesidades del rebaño a él confiado. Defendió la verdadera fe contra los errores gnósticos. Estableció normas sencillas y llevaderas que cuidaban de la consagración y el trabajo pastoral de los Obispos y de los diáconos. Mandó la celebración pública de los matrimonios. Se ocupó de la vida de los fieles, esbozándose ya una cierta administración territorial, para su mejor atención y gobierno y escribió una serie de cartas dirigidas a los fieles de algunas comunidades de África. Murió mártir, siendo Trajano emperador, hacia el 117. Que María Santísima nos ayude a nosotros también a descubrir el rostro misericordioso de Jesús que nos viene a curar, a enderezarnos para poder ver a Dios y a los hermanos. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 25 de octubre de 2020

Amar a Dios, amar al prójimo... Un pequeño pensamiento para hoy

Todo creyente sabe muy bien que el amor al prójimo es fundamental en el cristianismo. Pero gran parte de cristianos, aún de las diversas denominaciones, ha olvidado en la praxis lo que posiblemente recita de memoria sin titubear. Pues Jesús no se limitó a mandarnos amar al prójimo, sino que dijo: amarás al prójimo «como a ti mismo». El olvido de esta cláusula ha desvirtuado la práctica de la limosna y ha desnaturalizado el amor cristiano y la caridad, como constantemente nos recuerda el Papa Francisco. No se puede amar a Dios sin amar al prójimo y no se puede amar al prójimo sin amar a Dios. El Papa Benedicto nos dejó un bellísimo comentario al respecto en su primera encíclica «Deus caritas est», (nn. 16-18). Y como digo, el Papa Francisco toca el tema con mucha frecuencia. Basta ver su última encíclica «Fratelli Tutti» para entender que el Papa nos enseña que Dios es amor universal, y en tanto que somos parte de ese amor y lo compartimos, estamos llamados a la fraternidad universal, que es apertura. No hay «los otros» ni «ellos», sólo hay el «nosotros».

En el Evangelio de hoy domingo (Mt 22,34-40), Cristo conecta en particular el «primer y gran mandamiento» del amor a Dios con el «segundo mandamiento semejante al primero» del amor al prójimo. Y añade: «En estos dos mandamientos se fundan toda la Ley y los Profetas». Y san Juan el gran teólogo es muy claro: «El que no ama, no ha conocido a Dios» (1 Jn. 4, 8). El amor a Dios es el primer mandamiento de todos. El que se formula bíblicamente como «no tendrás otro dios más que a mí». Es un mandamiento que sigue siendo el más radical de todos. Contra los ídolos de antes y los de ahora. Contra el peligro de centrarnos en otros «dioses». Pero, este mandamiento no se entendería sin ver el segundo del que nos habla hoy el Señor. Jesús une las dos direcciones del amor: no vale amar a Dios (o decir que se ama a Dios) y descuidar el amor horizontal, sobre todo con los débiles. De esta manera, queda claro que el amor es la razón de ser de todo. Es el principio fundamental que lo impregna todo. Es el alma de toda ley y de toda vida cristiana, personal y comunitaria. No se trata de un aspecto jurídico, sino de la clave teológica que da sentido a toda nuestra vida cristiana y humana. Ahí está la novedad del cristianismo.

La lista de santos y beatos, para recordar en este día, es larga: San Bernardo Calbó, San Crisanto de Roma, San Crispín de Soissons, San Crispiniano de Soissons, Santa Daría de Roma, Santa Engracia de Segovia, San Frontón de Périgeux, San Gaudencio de Brescia, San Hilaro de Javols, San Mauro de Pécs, San Miniato de Florencia, San Valentín de Sevilla, Beato Recaredo Centelles Abad, Beato Tadeo Machar. Tal vez muchos de ellos, si no es que todos, desconocidos para nosotros pero llevados a los altares precisamente por haber fundido en sus vidas estos dos mandamientos. En sus vidas, el amor se convirtió en el termómetro que nos indica por qué están canonizados y beatificados. Si leemos las vidas de estos hombres y mujeres ejemplares, vamos a encontrarnos, en diversas épocas, diferentes situaciones, vocaciones y condiciones de vida, que el amor nace de Dios, de verse cada día querido y perdonado de Él en la propia miseria, y llamado además a ser hijo. El amor no lo producimos; se nos da. Y cuando se recibe, se expande en toda dirección. Por intercesión de María, nuestra Madre, abrámonos para acoger este don del amor, para caminar siempre en esta ley de los dos rostros, que son un rostro solo: la ley del amor. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

sábado, 24 de octubre de 2020

«San Rafael Guizar y Valencia»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy es la fiesta de san Rafael Guízar y Valencia, que fue un obispo que nació en Cotija, estado de Michoacán y diócesis de Zamora, México, el 26 de abril de 1878. La historia de su vida es muy bonita y edificante, yo la leí en el libro «Ángel sin ojos» de Carlos Loret de Mola. Huérfano de madre a los nueve años, Rafael hizo sus primeros estudios en la escuela parroquial y con los jesuitas. Maduró durante esos años su vocación y decidió seguir la llamada de Dios. En 1891 ingresó en el seminario y el primero de junio de 1901, a los 23 años, fue ordenado sacerdote. En la primera época de su ministerio sacerdotal, se dedicó con gran celo a dar misiones en Zamora y por diferentes regiones de México. Nombrado en 1905 misionero apostólico y director espiritual del seminario de Zamora, trabajó incansablemente para formar a los alumnos en el amor de la Eucaristía y la devoción tierna y filial a la Virgen. En 1911, para contrarrestar la campaña persecutoria contra la Iglesia, fundó en la ciudad de México un periódico religioso, que fue pronto cerrado por los revolucionarios. Perseguido a muerte, vivió durante varios años sin domicilio fijo, pasando toda especie de privaciones y peligros. Para poder ejercer su ministerio, se disfrazaba de vendedor de baratijas, de músico, de médico homeópata. Podía así acercarse a los enfermos, consolarlos, administrarles los sacramentos y asistir a los moribundos.

Acosado por los enemigos, no pudiendo permanecer más tiempo en México por el inminente peligro de ser capturado, pasó a finales del 1915 al sur de los Estado Unidos y al año siguiente a Guatemala donde dio un gran número de misiones. Su fama de misionero llegó a Cuba, en donde su apostolado fue fecundo, y ejemplar, incluyendo su caridad con las víctimas de una peste que diezmó en 1919 a los cubanos. El primero de agosto de 1919, mientras realizaba en Cuba su apostolado misionero, fue nombrado obispo de Veracruz. Los dos primeros años los dedicó a visitar personalmente el vasto territorio de la diócesis, convirtiendo sus visitas en verdaderas misiones. Predicaba en las parroquias, enseñaba la doctrina, legitimaba uniones, pasaba horas en el confesionario, ayudaba a los que habían sido víctimas de un fuerte terremoto. En 1921 logró rescatar y renovar el seminario de Jalapa, que había sido confiscado en 1914, pero el gobierno le incautó otra vez el edificio. El obispo trasladó la institución a la ciudad de México, donde funcionó clandestinamente durante 15 años. Fue el único seminario abierto durante esos años de persecución, llegando a tener 300 seminaristas. En diciembre de 1937, mientras predicaba una misión en Córdoba, sufrió un ataque cardíaco que lo postró para siempre en cama. Desde el lecho del dolor dirigía la diócesis y especialmente su seminario, mientras preparaba su alma al encuentro con el Señor, celebrando todos los días la santa misa. Murió el 6 de junio de 1938 en la ciudad de México. Fue el primer obispo de Latinoamérica canonizado.

El evangelio de hoy para esta fiesta (Jn 10,11-16) nos trae la parábola del Buen Pastor. Todo el mundo sabía en tiempos de Cristo lo que era un pastor y cómo vivía y trabajaba. Pero Jesús no es un pastor cualquiera, sino que es un ¡buen pastor! Diciendo que es el Buen Pastor, él se presenta como aquel que viene a realizar las promesas de los profetas y las esperanzas del pueblo. La vida de san Rafael Guizar y Valencia muestra perfectamente que el Evangelio puede llevarse a la práctica si se quiere, pues él es el retrato fiel del Buena Pastor el que conoce a sus ovejas y se deja conocer por ellas. Jesús dice que en la gente hay una percepción para saber quién es el buen pastor. El discurso sobre el Buen Pastor enseña dos cosas muy claras: Por una parte, prestar mucha atención a la reacción de las ovejas, pues ellas reconocen la voz del pastor y por otra, prestar mucha atención a la actitud de aquel que se dice pastor para ver si le interesa verdaderamente la vida de las ovejas, sí o no, y si es capaz de dar la vida por las ovejas. Jesús abre el horizonte misionero y dice que hay otras ovejas que no son de este redil. Y ellas no oyeron la voz de Jesús, pero cuando la oigan, se darán cuenta de que él es el pastor y le seguirán. Ojalá puedan leer la vida de san Rafael Guizar y Valencia. Mientras le pedimos a él y a la Santísima virgen María a la que tanto amó y le compuso un canto: «Oh Virgen Santa», que intercedan por nosotros. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 23 de octubre de 2020

«Los signos de los tiempos»... Un pequeño pensamiento para hoy

Cuando era pequeño, pasábamos algunos veranos en Allende, Coahuila, donde vivía gran parte de la familia de mi padre. Era para mi hermano y para mí, algo muy especial que después de vivir todo el año en la ciudad, podíamos disfrutar de los juegos y las andanzas —por no decir, travesuras— que con los primos y tíos casi de nuestra edad podíamos compartir. En el campo la vida es distinta, allá los hombres y las mujeres del campo, mirando el color y la forma de las nubes y la dirección del viento, tienen un arte especial, a veces mejor que los meteorólogos de profesión, para conocer el tiempo que va a hacer. Era muy notorio que allá lo que predecían las tías abuelas y los tíos abuelos en cuanto al clima, se hiciera realidad. Hoy en el Evangelio (Lucas 12,54-59) Jesús se vale de un ejemplo como este y nos dice que el tiempo de los judíos, sabían muy interpretar los cambios climáticos por la situación de las nubes y el viento, pero les echa en cara que no saben interpretar los signos del presente, ese reconocer en Él al Enviado de Dios, a pesar de los signos milagrosos que les hacía. Jesús les llama «hipócritas», porque bien que han visto esos signos, pero no quieren creer.

El Concilio Vaticano II, siempre actual, invitó a la iglesia a que supiera interpretar los signos de los tiempos (GS 4). Nos daría más ánimos y nos interpelaría saludablemente si supiéramos ver como «voces de Dios» y signos de su presencia en este mundo, por ejemplo, las ansias de libertad que tienen los pueblos, la solidaridad con los más injustamente tratados, la defensa de los valores ecológicos de la naturaleza, el respeto a los derechos humanos, la revalorización de la mujer en la sociedad y de los laicos en la Iglesia... todos estos temas que el Papa Francisco ha tratado insistentemente en sus escritos y en sus mensajes y que el mundo no ha querido ver, fijando más bien su mirada en malas interpretaciones que los medios hacen de las cosas que el Santo Padre dice. A la luz de esto podríamos preguntarnos hoy si tenemos una «visión cristiana» de la historia, de los tiempos, de los grandes hechos de la humanidad y de la Iglesia, viendo en todo un «kairós» —el tiempo de la calidad—, una ocasión de crecimiento en nuestra fe. Por ejemplo en el acontecimiento, sencillo, pero profundo y transformador, de la nueva encíclica del Papa titulada «Fratelli Tutti». Nos vendría muy bien meditar en esto y leer al Santo Padre para no dejarnos llevar por dimes y diretes que, como digo, distorsionan la realidad.

Ante los santos, nos encontramos siempre ante el misterio de Dios, de la libertad y del Hombre. Sólo quien vive abierto al Espíritu percibe su voz, su llamada, su presencia. Por eso hay que estar alerta siempre y en disposición de convertirse a la Verdad. Nuestro tiempo es único, el que nos ha tocado en suerte, y en él hemos de fructificar espiritual, cultural, socialmente. Hoy celebramos en la Iglesia a san Juan de Capistrano, que fue sacerdote franciscano y luchó en favor de la disciplina regular, estuvo al servicio de la fe y costumbres católicas en casi toda Europa, y con sus exhortaciones y plegarias sustentó el fervor del pueblo fiel, defendiendo también la libertad de los cristianos. San Juan nació en Capistrano (Italia), en la región de los Abruzos, el año 1386. Después de estudiar derecho, ejerció el cargo de juez hasta que ingresó con los franciscanos. Una vez ordenado sacerdote, viajó infatigablemente por toda Europa predicando, trabajando en la reforma de las costumbres y en la lucha contra las herejías de su tiempo sabiendo interpretar los signos de su tiempo y aferrarse a la mano de Dios. Murió el año 1456 en Ilok, Austria. Que Dios nuestro Padre nos conceda, por intercesión de san Juan de Capistrano y la Santísima Virgen María, nuestra Madre, vivir en fidelidad a su Voluntad; de tal forma que, por medio de la eficacia de su Palabra y la acción del Espíritu Santo en nosotros, seamos, ya desde ahora, santos como Dios es Santo. Entonces la Iglesia será en el mundo un signo creíble de Cristo, el cual, por medio de ella, conducirá a todos los hombres a la eterna Salvación. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 22 de octubre de 2020

«Recordando a san Juan Pablo II»... Un pequeño pensamiento para hoy

¿Quién no recuerda a San Juan Pablo II? Hoy es el día en que la Iglesia celebra su memoria. Yo lo recuerdo con mucho cariño, no puedo olvidar las más de 60 veces que pude estar con él y muchas de esas veces saludándole de mano. Recuerdo la primera vez que lo vi en 1984 siendo yo novicio y que no sabía si tocarlo o no por mi indignidad y su presencia de hombre lleno de Dios. Todos los que lo conocimos supimos que tratábamos con un santo, un hombre que se distinguió por muchas cosas: Su amor a la Eucaristía, su cariño a la Santísima Virgen María y sus extraordinarias andanzas misioneras para ir hasta los lugares más recónditos del planeta para llevar la Palabra de Dios alentando a todos con su clásica frase tomada del Evangelio: ¡No tengan miedo! Después de un pontificado de poco menos de 27 años, murió en olor de santidad en Roma, el 2 de abril de 2005, vigilia de la fiesta de la Divina Misericordia que él mismo había instituido. 

Karol Józef Wojtyła, conocido como Juan Pablo II desde su elección al papado en octubre de 1978, nació en Wadowice, una pequeña ciudad a 50 kms. de Cracovia, el 18 de mayo de 1920. Era el más pequeño de los tres hijos de Karol Wojtyła y Emilia Kaczorowska. Su madre falleció en 1929. Su hermano mayor Edmund (médico) murió en 1932 y su padre (suboficial del ejército) en 1941. Su hermana Olga murió antes de que naciera él. A partir de 1942, en plena época de guerra, al sentir la vocación al sacerdocio, siguió las clases de formación del seminario clandestino de Cracovia, dirigido por el Arzobispo de Cracovia, Cardenal Adam Stefan Sapieha. Al mismo tiempo, fue uno de los promotores del «Teatro Rapsódico», también clandestino. Tras la segunda guerra mundial, continuó sus estudios en el seminario mayor de Cracovia, nuevamente abierto, y en la Facultad de Teología de la Universidad Jagellónica, hasta su ordenación sacerdotal en Cracovia el 1 de noviembre de 1946. Seguidamente fue enviado a Roma, donde se doctoró en teología, con una tesis sobre el tema de la fe en las obras de San Juan de la Cruz. En aquel período aprovechó sus vacaciones para ejercer el ministerio pastoral entre los emigrantes polacos de Francia, Bélgica y Holanda. El 4 de julio de 1958 fue nombrado por Pío XII Obispo titular de Olmi y Auxiliar de Cracovia. El 13 de enero de 1964 fue nombrado Arzobispo de Cracovia por Pablo VI, quien le hizo cardenal el 26 de junio de 1967. Además de participar en el Concilio Vaticano II (1962-1965), con una contribución importante en la elaboración de la constitución Gaudium et spes, el Cardenal Wojtyła tomó parte en las cinco asambleas del Sínodo de los Obispos anteriores a su pontificado. Los cardenales reunidos en Cónclave le eligieron Papa el 16 de octubre de 1978. Tomó el nombre de Juan Pablo II y el 22 de octubre comenzó solemnemente su ministerio petrino como 263 sucesor del Apóstol Pedro. 

San Juan Pablo II hizo vida la frase que el Evangelio de hoy (Lc 12,49-53) nos pone de entrada en labios de Jesús: «He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo! El fuego del que habla aquí Cristo no es, ciertamente, el fuego destructor de un bosque o de una ciudad, no es el fuego que Santiago y Juan querían hacer bajar del cielo contra los samaritanos, no es tampoco el fuego del juicio y del castigo de Dios, como solía ser en los profetas del Antiguo Testamento, Jesús está diciendo con esta imagen tan expresiva que tiene dentro un ardiente deseo de llevar a cabo su misión y comunicar a toda la humanidad su amor, su alegría, su Espíritu. El Espíritu que, precisamente en forma de lenguas de fuego, descendió el día de Pentecostés sobre la primera comunidad. San Juan Pablo II entendió muy bien esto y proclamó con testimonio de vida que la Iglesia vive del «fuego del Espíritu» (Hch 2,3). En su corazón de pastor ardía el fuego del corazón de los discípulos de Emaús al escuchar al Resucitado (Lc 24,32). Pidamos, por intercesión de San Juan Pablo II y María Santísima, que nos dejemos contagiar de ese fuego en nuestra condición de discípulos–misioneros de Cristo. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

miércoles, 21 de octubre de 2020

«EL Señor viene»... Un pequeño pensamiento para hoy

Para el discípulo–misionero de Cristo, la historia no es un perpetuo volver a empezar, sino que sigue una progresión que destaca unas «visitas» de Dios, unas «intervenciones» de Dios, en días, horas y momentos privilegiados: el Señor ha venido, continúa viniendo y vendrá... para juzgar el mundo y salvarlo. Es verdad que los primeros cristianos esperaron, casi físicamente, la última venida —la Parusía— de Jesús... la deseaban con mucho ardor y rogaban para adelantar esa venida: «Ven Señor Jesús» (1 Cor 16,22; Ap 22,17-20). Nosotros seguimos expresando nuestro deseo de que el Señor vuelva en una de las respuestas de las plegarias eucarísticas: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús». La «venida del Hijo del Hombre» puede significar tanto el día del juicio final como la muerte de cada uno, como también esas pequeñas pero irrepetibles ocasiones diarias en que Dios nos manifiesta su cercanía, y que sólo aprovechamos si estamos «despiertos», si no nos hemos quedado dormidos en las cosas de aquí abajo. El Señor no sólo nos "visita" en la hora de la muerte, sino cada día, a lo largo del camino, si sabemos verle.

Después de invitar a cada uno de nosotros a la vigilancia, Jesús nos deja, en el Evangelio de hoy (Lc 12,39-48), una parábola con la que responde a Pedro que ha preguntado si eso lo dice por ellos como Apóstoles o por todos. Contestando a Pedro, el Señor hace una aplicación particular de la parábola del administrador o los «responsables de comunidades», que deben ser «fieles y sensatos». Sí, Jesús explica que el servidor de los sirvientes es solamente un administrador, no es el amo... llegará el día en que tendrá que rendir cuentas. Su papel esencial es «dar a cada uno el alimento a sus horas». Así pues, toda la Iglesia tiene que estar en actitud de «vigilancia»... cada cristiano, pero también y ante todo cada responsable. El Reino de Dios ya está inaugurado. Hay que estar vigilantes en cada momento porque el Señor llega a la hora que Él dispone y como Él mismo quiere. Las comparaciones del ladrón que puede venir en cualquier momento, o el amo que puede presentarse improvisamente, nos invitan a que tengamos siempre las cosas preparadas. No a que vivamos con angustia, pero sí con una cierta tensión, con sentido de responsabilidad, sin descuidar ni la defensa de la casa ni el arreglo y el buen orden en las cosas que dependen de nosotros.

Hoy se celebra en la Iglesia la memoria de santa Úrsula y compañeras mártires que provenían de Inglaterra con esta santa, hija del rey, escapando de los sajones paganos que estaban invadiendo el país. Cuando su barco llegó a Colonia, Atila el terrible quiso casarse con la bella joven Úrsula. Las otras se las entregaría a sus soldados para que las violaran o hicieran lo que quisieran con ellas. Pero el fanfarrón no esperaba la respuesta de estas chicas. Cuando se les acercó y les hizo sus proposiciones, éstas respondieron todas al unísono con la negativa más rotunda que se puede imaginar, pues debían estar preparadas para llegada del Señor Jesús. Enfurecido Atila, las mandó matar de la manera más dura posible. En el siglo XIII la Sorbona la adoptó como patrona y lo mismo ocurrió en las universidades de Coimbra y de Viena. Que el ejemplo de estas santas mártires y la disposición de María Santísima, nos ayuden a nosotros a estar vigilantes en espera de la llegada del Señor. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 20 de octubre de 2020

«En vela»... Un pequeño pensamiento para hoy

El tiempo que nos ha tocado vivir, este tiempo hasta la vuelta del Señor es el tiempo de la Iglesia, un tiempo que exige una actitud: estar vigilantes. El Señor volverá. El discípulo–misionero no puede sino estar viviendo el día a día con entrega, con generosidad y siempre vigilante, aún en medio de una pandemia tan terrible como l que estamos viviendo y tal vez por eso, con más consciencia. Debemos permanecer alerta siempre. Sólo así el creyente se asegura la acogida por parte de Jesús cuando vuelva y no sabemos cuándo será. Sólo así se asegura la comunión con Él en el gozo y en el amor. Sólo al siervo vigilante servirá el Señor (cf. Mt 25,1-13; Lc 22,27; Jn 13,4-5). En el Evangelio de hoy (Lc 12,35-38) Jesús nos enseña que llevar puesta la túnica es estar listos para el trabajo en el aquí y ahora. Es el «uniforme» de servicio en actitud de vigilancia. (Lc 12,37; 17,8; Jn 13,4; Ef 6,14) y nos enseña, además, que tener la lámpara encendida es estar siempre listos, preparados, incluso durante la noche, porque Él llegará en el momento menos pensado.

La palabra «velar», en sentido estricto, quiere decir renunciar al sueño de la noche, para terminar un trabajo urgente, o para no ser sorprendido por un enemigo. En un sentido más simbólico, como el que nos deja ahora Jesús en su enseñanza, es luchar contra el entorpecimiento, la negligencia, para estar siempre en estado de disponibilidad. «Dichosos ellos, si el amo los encuentra así», dice Jesús. Y escucharán las palabras que serán el colmo de la felicidad: «muy bien, siervo fiel, entra en el gozo de tu Señor». Así quiere Jesús sentarnos a su mesa e irnos sirviendo uno a uno. Por esto, el discípulo–misionero debe procurar que su fe no se le convierta en un montón de preceptos incumplidos, sino que se le convierta en una verdadera «fiesta de la vida». Quien comprende la vivencia de la fe de esta manera, se mantiene «vigilante» en condiciones de iniciar una nueva vida. Vida atenta a la voz del Señor y dispuesta ante los signos de la realidad. Quienes vivan así serán como los servidores que esperan a medianoche al patrón que viene de la fiesta y están dispuestos y preparados para recibirlo.

Me detengo en la persona del beato Jakob Kern a quien hoy la Iglesia celebra. Nació en Austria en 1897, en una modesta familia de obreros. La primera guerra mundial le impidió bruscamente proseguir sus estudios en el seminario menor. Una grave herida de guerra convirtió en un calvario su breve existencia terrena en el seminario mayor y en el monasterio de Ceras. Por amor a Cristo no se aferró a la vida, Mantuvo su lámpara encendida y se vistió con la túnica del servicio ofreciendo su vida conscientemente por los demás. Su enfermedad progresó cruelmente. En la Pascua de 1923 contrajo influenza, sus heridas de guerra descargaban pus. Como una consecuencia una costilla debió ser extraída. Debido a su condición los doctores tenían que operar sin anestesia. Pareció recuperarse, pero no fue así. Su profesión solemne estaba fijada para el 20 de octubre de 1924, pero una nueva cirugía se programó para ese mismo día. Al recibir la sagrada comunión el día previo a su operación dijo: «Mañana será mi última sagrada comunión. Yo celebraré mi profesión solemne en cielo». Murió durante la cirugía. Que él y María Santísima nos ayuden a mantenernos vigilantes, porque no sabemos ni el día ni la hora en que el Señor llegará por nosotros. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 19 de octubre de 2020

«La vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea»... Un pequeño pensamiento para hoy


Cristo viene a salvar a los hombres, a todos e integralmente. Viene a encender en el mundo el fuego del amor, el que resolvería, evitándolos, todos los litigios entre los hermanos (cf. 1 Co 6. 1-11). Hoy en el Evangelio (Lc 12, 13-21), un hombre se acerca a Jesús tratando un asunto totalmente mundano y quiere que el Señor le resuelva su situación. No pide un milagro, no busca a Jesús para alcanzar la salvación, sino para que ponga de su lado en la cuestión de la herencia que pelea. Ese hombre con un corazón mundano viene a representar a todo hombre que se halla siempre tentado a buscar su salvación en los bienes, en las posesiones, a poner en las riquezas su seguridad. Pero Jesús no ha venido al mundo con el encargo de dirimir los litigios jurídicos entre los hombres. Él se niega a poner su autoridad en favor de esta o la otra opción, de este o el otro orden social y con una parábola les da una gran explicación.

Este pasaje del Evangelio, viene a poner al discípulo–misionero en guardia contra toda tentación insidiosa. Los bienes no aseguran ni la misma vida, como explica el Señor. Menos aún la salvación. El hombre de la parábola egoístamente dialoga consigo mismo. Este diálogo falla en el orden de la salvación. Le faltan interlocutores. No interviene Dios. Ni intervienen los demás hombres. Querer resolver su destino a solas con Cristo que se ponga de su parte para tenerlo como apoyo es lo que busca. Nosotros sabemos que sólo el que atesora bienes, que sean valores ante Dios y para los hermanos, se muestra sensato, saca provecho para un futuro definitivo (cf. Mt 6. 19-21; Ap 3. 17-18). La discusión entre estos dos hermanos que aparecen como protagonistas de un pleito, adquiere, pues, todo su relieve dentro del cuadro de las reflexiones de Cristo acerca de su misión: Él acepta el ser juez a la manera que lo es el Hijo del hombre, pero esta justicia no se parece en nada a la justicia distributiva de los hombres (cf. Mt 20, 1-15); aquella es una justicia que justifica, que salva, y signo de un amor gratuito.

Hoy celebramos a san Pablo de la Cruz, presbítero. Un hombre que buscó las cosas de arriba y que desde su juventud, destacó por su vida penitente, su celo ardiente y su singular caridad hacia Cristo crucificado, al que veía en los pobres y enfermos. Fundó la Congregación de los Clérigos Regulares de la Cruz y de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Y celebramos también a san Pedro de Alcántara, presbítero también que, en la villa de Arenas, en la región española de Castilla, como miembro de la Orden de los Hermanos Menores, fue adornado con el don de consejo y de vida penitente y austera, seguro también de buscar las cosas de arriba, los valores del Reino. San Pedro de Alcántara reformó la disciplina regular en los conventos de la Orden en España, siendo consejero de santa Teresa de Jesús en su obra reformadora de la Orden de los Carmelitas. En la vida de estos dos grandes santos, se puede ver con claridad el camino que debemos de seguir aspirando llegar al cielo. Que ellos y María Santísima nos ayuden a alcanzar nuestra realización como auténticos cristianos, discípulos–misioneros comprometidos en el mundo sin ser del mundo. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 18 de octubre de 2020

«EL DOMUND 2020»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio de hoy, según San Mateo 22,15-21, coincide con el día que la Iglesia dedica especialmente a orar por las misiones. Hoy es el día del DOMUND. Esta fiesta nos deja un desafío: El que cada discípulo de Cristo sea también consciente de su condición de misionero. Esto es algo que no se puede separar. Dar a Dios lo que es de Dios, como dice el Evangelio, implica que el cristiano una en sí mismo esta doble condición de seguimiento de Cristo como «discípulo–misionero» en medio del mundo, sin ser del mundo pero proyectando en la sociedad su misión y su tarea diaria de dar testimonio de Cristo con un celo ardiente por la salvación de las almas y el ardor apostólico y misionero que debe impregnar toda la sociedad. Anunciar el Evangelio debe ser para nosotros un compromiso impostergable y primario, especialmente en esta coyuntura actual de la sociedad en donde en muchos de los ambientes parece que Dios ha desaparecido de la perspectiva vital de tantos hermanos nuestros. Así ocurre en las viejas cristiandades de Europa y en algunas ciudades de América, que en muchos casos se han convertido en territorios de misión permanente, como dicen algunos planes pastorales de algunas diócesis y arquidiócesis.

La pandemia tan terrible que estamos viviendo, ha dejado al descubierto que estábamos construyendo un mundo autosuficiente y orgulloso de sus avances técnicos, un mundo que se alumbraba con una antropología sin Dios y sin Cristo, considerando al hombre como la medida de todas las cosas, entronizándolo falsamente en el lugar de Dios; una cultura, ensimismada y cerrada a la trascendencia, que, en buena medida, se negaba a la adoración y reconocimiento de la soberanía de Dios. Nos hemos dado cuenta, ante esta terrible adversidad, como lo señaló el Papa Francisco una vez, que todos vamos en la misma barca. El mensaje del Papa para este año lleva como lema la cita de Isaías: «Aquí estoy, envíame» (Is 6,8), para que nosotros, como discípulos–misioneros, estemos abiertos a la gracia divina y tomemos el papel que nos corresponde en medio de un mundo que se centra en lo material, en lo efímero y que, a pesar de enseñanzas tan fuertes como esta pandemia, no se deja evangelizar por los hechos que acontecen. En este día se nos recuerda que «todos estamos llamados a rezar y ofrecer lo que podamos por los esfuerzos misioneros y las jóvenes Iglesias en tierras de misión». 

Por eso la proclamación del Evangelio tanto en las tierras de misión como en la tarea de la misión permanente por la Iglesia debe recordar a la política la primacía de Dios y la necesidad de ir por la vía de sus mandamientos, precisamente en orden a la felicidad humana de la comunidad, de esa comunidad a la que tiene el encargo de conducirla a la felicidad. Ambos adagios son, en consecuencia, complementarios, pero el «den a Dios lo que es de Dios» es primero y de él dimana la obligación y el fundamento del segundo: «den al César lo que es del César». Esta frase de Jesús ha sido entendida con cierta frecuencia como si se levantase una barrera entre la vida religiosa y la vida política y social, de tal forma que la religión quedase relegada al ámbito de la esfera privada e individual, arrinconada en las sacristías, sin incidencia alguna en la vida social; como si Jesús hubiese creado dos reinos distintos, el de Dios y el del César, en donde cada uno tuviese su poder omnímodo e independiente del otro. Este no es el pensamiento de Jesús: para Él, sólo Dios es el Señor y no hay otro Dios fuera de Él. Para Jesús, ningún poder político podrá ocupar el puesto que sólo le corresponde a Dio y por eso tenemos la ardua tarea de evangelizar todos los ambientes. Jesús pregunta por la imagen de la moneda. La imagen de la moneda pertenece al César, pero los discípulos–misioneros no hemos de olvidar que llevamos en sí mismos la imagen de Dios y, por lo tanto, sólo le pertenecemos a Él y como misioneros buscamos hacer consciencia, en todos los demás, de esta hermosa realidad. Que María Santísima, la Reina de las misiones, nos aliente para que no decaigamos en esta encomienda que el Señor nos ha dejado desde el día de nuestro bautismo. ¡Bendecido domingo mundial de las misiones!

Padre Alfredo.


sábado, 17 de octubre de 2020

«La presencia de Dios Uno y Trino»... Un pequeño pensamiento para hoy

Que manera más hermosa de reconocer la presencia de Dios Uno y Trino en el pasaje evangélico de este día (Lc 12,8-12): El Padre que no nos olvida, Jesús que «se pondrá de nuestra parte» el día del juicio, y el Espíritu Santo que nos inspirará cuando nos presentemos ante los magistrados y autoridades para dar razón de nuestra fe. Pero el Evangelio hoy nos dice también que hay una clase de personas sin remedio, los que «blasfeman contra el Espíritu Santo», o sea, los que, viendo la luz, la niegan, los que no quieren ser salvados. Ellos mismos son los que se excluyen del perdón y la salvación. Nosotros, como discípulos–misioneros, ya estamos empeñados, hace tiempo, en este camino de vida cristiana que no sólo sucede en nuestro ámbito interior, sino que tiene una influencia testimonial en el contexto en que vivimos, aún en medio de una situación tan adversa como la que esta pandemia nos genera. Nuestra tarea principal no es luchar contra los que no creen en Cristo, sino dar un testimonio creíble de su presencia entre hombres y mujeres en todo momento.

Para este camino necesitamos ánimos, porque el andar no es fácil. Jesús nos asegura el amor del Padre Misericordioso y la ayuda eficaz de su Espíritu Santo. Y además, nos promete que él mismo saldrá fiador a nuestro favor en el momento decisivo. No se dejará ganar en generosidad, si nosotros hemos sido valientes en nuestro testimonio, si no hemos sentido vergüenza en mostrarnos cristianos en nuestro ambiente y nos hemos esforzado por dar testimonio de una auténtica vida cristiana. En los momentos en que sentimos miedo por algo —y a todos nos pasa, porque la vida es dura— será bueno que recordemos estas palabras de Jesús, afirmando el amor concreto que nos tiene el Dios Trino para ayudarnos en todo momento. Jesús calmó tempestades y curó enfermedades y resucitó muertos. Era el signo de ese amor de Dios que ya está actuando en nuestro mundo. También nos alcanza a nosotros. No tenemos motivos para dejarnos llevar del miedo o de la angustia.

Hoy celebramos a san Ignacio de Antioquía, obispo y mártir, un hombre valiente y confiado en Cristo que, discípulo de san Pablo y san Juan, fue el segundo sucesor de san Pedro en la sede de Antioquía, siendo condenado, en tiempo del emperador Trajano, al suplicio de las fieras y trasladado a Roma, donde consumó su glorioso martirio. Durante el viaje, mientras experimentaba la ferocidad de sus centinelas, semejante a la de los leopardos, escribió valientemente siete cartas dirigidas a diversas Iglesias, en las cuales exhortaba a los hermanos a servir a Dios unidos con el propio obispo y a que no le impidiesen poder ser inmolado como víctima por Cristo. San Ignacio es el primero en llamar a la Iglesia «Católica». Sus escritos demuestran que la doctrina de la Iglesia Católica viene de Jesucristo por medio de los Apóstoles. Esta doctrina incluye: La Eucaristía; La jerarquía y la obediencia a los obispos; La presidencia de la iglesia de Roma; La virginidad de María y el don de la virginidad; El privilegio que es morir mártir de Cristo. Pidamos a San Ignacio que seamos valientes y a Nuestra Señora, la Virgen María, el santo temor de Dios, para no perder nunca el sentido del pecado y la conciencia de nuestros errores. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 16 de octubre de 2020

«Dios nos libre de la hipocresía»... Un pequeño pensamiento para hoy


La hipocresía de la que habla hoy el Evangelio (Lc 12, 1-7), es el pecado típico de los fariseos (cf. Lc 11,42-44) —aunque ciertamente debe haber habido fariseos buenos que cumplían con la ley y no eran como los demás—. Jesús viene a enseñarnos que todo su discípulo–misionero debe proceder sin disimulo, sin doblez, sin mentira, sin hipocresía. Su conducta debe ser siempre franca, como quien obra a la luz del día, como en plena plaza. Toda su acción, toda palabra suya será un día testimonio público. El discípulo–misionero es el amigo de Jesús, el que recibe sus confidencias, el hombre de la intimidad. Con el discípulo–misionero Jesús no tiene secretos (Jn 15,14-15). Y el discípulo–misionero, como amigo de Jesús, compartirá con él hasta su misma suerte de persecución y de muerte (Jn 15,18-21; 16,1-4; 1 Jn 3,13)sufrirá igual que los demás, como muchos de nuestros hermanos que sufren por la Covid-19. El discípulo–misionero debe mantenerse siempre fiel al amigo que no defrauda y que hace compartir su misma Cruz. Junto al discípulo–misionero, a su vera, fija su amorosa mirada sobre él, está siempre el Padre misericordioso. La historia personal, íntima, y la historia comunitaria, está en sus manos. Aun cuando sus caminos resulten incomprensibles para la sabiduría humana (Is 55,8-9), como quizá resulte incomprensible esta pandemia que se alarga y se alarga.

Jesús dice a los suyos que tengan «cuidado con la levadura de los fariseos, o sea, con su hipocresía». La levadura hace fermentar a toda la masa; puede ser buena, como en el pan y en la repostería, y entonces todo queda beneficiado; pero si es mala, todo queda corrompido. Ante esto, todo discípulo–misionero ha de ser un buen fermento e ir contagiando a otros la mentalidad cristiana, la esperanza y la paz, la amabilidad, el humor y el temor de Dios. Todos somos levadura: buena o mala. Nuestra vida no deja indiferentes a los que nos rodean. Influye en bien o en mal. En vez de dejarnos inficionar por la levadura sensual y materialista de este mundo, los discípulos–misioneros debemos mantener nuestra identidad con valentía y además influir en los demás. En vez de acomodarnos a lo que piensa la mayoría, si es que no va de acuerdo con el evangelio de Jesús, debemos ser minoría decidida y eficaz, que da testimonio profético de los valores en que creemos, sabiendo, como nos dice hoy el Evangelio, que Dios no se olvida de nosotros. Como cuida de las aves y las flores. ¿Cómo va a dejar que queden sin recompensa nuestros esfuerzos por vivir en cristiano y por ayudar a los demás? Jesús nos muestra su propia cercanía y nos asegura la ayuda del Padre misericordioso: «a ustedes les digo, amigos míos: no tengan miedo a los que matan el cuerpo... pues ni de uno solo se olvida Dios».

Entre los santos que hoy celebra la Iglesia está san Gerardo María Mayela. Nació en Italia el 23 de abril de 1725. Perdió a su padre cuando tenía 12 años, sumiéndose él y su familia en la más absoluta pobreza y abandono. Años más tarde, intentó ingresar a la orden de los capuchinos, pero su precaria salud se lo impidió; pero, fue aceptado como hermano lego en los redentoristas sirviendo a su orden como sacristán, jardinero, portero y sastre, el oficio de su padre. Posteriormente, el santo fue acusado por una mujer embarazada de ser el padre del hijo que esperaba; San Gerardo guardó silencio y no intentó defenderse de las acusaciones de la mujer. La actitud piadosa y silente del santo hizo reflexionar a la mujer quien se retractó y reiteró ante todos, la integridad del santo. De esta forma, San Gerardo es considerado como el «Patrono de las embarazadas». También, fue reconocido entre los feligreses por su reputación de buen consejero por sus sólidos valores y recta moral, además de su caridad y generosidad entre los más necesitados. Ciertamente san Gerardo Mayela fue buena levadura, ajeno a toda clase de hipocresía. Falleció en 1755 a causa de una tuberculosis. Fue canonizado el 11 de diciembre de 1904 por el Papa San Pío X. Que san Gerardo nos ayude a que bajo la mirada amorosa de María desterremos toda clase de hipocresía para ser buena levadura. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 15 de octubre de 2020

«Santa Teresa de Ávila»

¡Quién no ha escuchado hablar de santa Teresa de Ávila la gran santa española a quien hoy celebra la Iglesia! Sus escritos son un modelo seguro en los caminos de la plegaria y de la perfección, han dado la vuelta al mundo y han sido traducidos a muchas lenguas. Teresa nació en Ávila el 28 de marzo de 1515. A los dieciocho años, entró en el Carmelo. A los cuarenta y cinco años, para responder a las gracias extraordinarias del Señor, emprendió una nueva vida cuya divisa fue: «O sufrir o morir». Es entonces cuando fundó el convento de San José de Ávila, primero de los quince Carmelos que establecerá en España. Con San Juan de la Cruz, introdujo la gran reforma carmelitana. Murió en Alba de Tormes, al anochecer del 4 de octubre de 1582. Pablo VI la declaró doctora de la Iglesia el 27 de septiembre de 1970. Santa Teresa vivió un amor incondicional a la Iglesia, en tiempos recios, y la aspiración a la perfección-santidad, como móvil y meta final de la vida.

El Papa Benedicto XVI, en la audiencia general del 2 de febrero del año 2011, destacó de Santa Teresa, entre otros, los siguientes rasgos que ahora les comparto: «En primer lugar, propuso las virtudes evangélicas como la base de toda la vida cristiana y humana: en particular, el desapego de los bienes o la pobreza evangélica; el amor mutuo, como elemento esencial de la vida comunitaria y social; la humildad, como amor a la verdad; la determinación, como fruto de la audacia cristiana; la esperanza teologal, que describe como sed de agua viva. Sin olvidar otras virtudes humanas como la afabilidad, la veracidad, la modestia, la amabilidad, la alegría y la cultura. En segundo lugar, santa Teresa nos marcó una profunda sintonía con los grandes personajes bíblicos y con la escucha viva de la Palabra de Dios. Ella se siente identificada, sobre todo, con la esposa del Cantar de los cantares y con el apóstol San Pablo; además del Cristo de la Pasión y del Jesús eucarístico. En tercer lugar, la santa subrayó cuán esencial es la oración; orar, recordamos, significa “tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (Vida 8, 5)».

Teresa nos enseña que la vida es para vivirla de verdad, desde Dios, y para que Dios, nuestro «Amigo» viva en nosotros. Las Bienaventuranzas del Evangelio (Mt 5,1ss) son claras: tenemos que ser pobres «para dejarnos amar por Dios»; y, tenemos que ser mansos, «para dejar a Dios ser Dios en nuestras vidas». Qué pena que a los fariseos y a los escribas la vida se les iba en prácticas solamente externas y en dimes y diretes por cosas que no son esenciales. Los fariseos, según nos narra hoy el Evangelio (11,47-54) estaban dispuestos a honrar a los profetas muertos, haciendo la comedia de edificarles monumentos. Pero no hacían caso a los profetas vivos. Los trataban igual que sus antepasados a los profetas de antes. La enseñanza de hoy es clara para nosotros y es referida no es sólo para los doctores de la Ley; es referida al pueblo de Israel contemporáneo de Jesús que ha rechazado el mensaje de salvación. Y es también dirigida a todos los hombres y mujeres que, violentando la verdad y el amor en la historia, se cierran al Evangelio de alegría y la amistad con Cristo. ¡Cuánto le falta al mundo la sabiduría de santa Teresa de Ávila, que supo centrarse en el amor de Dios! Con la voluntad de caminar por la senda de Aquel que es camino, verdad y vida dejemos que ella nos conduzca hasta la Virgen, Madre y Maestra, a cuyo regazo acudió ella confiadamente. Que María, Madre de misericordia, nos muestre a Jesús, el Amigo que nos llama a entrar en oración estando a solas con Él. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

miércoles, 14 de octubre de 2020

«Las cargas pesadas»... Un pequeño pensamiento para hoy


En el Evangelio de hoy (Lc 11,42-46) el Señor Jesús echa en cara a fariseos y escribas (doctores de la ley) su pecado, con la intención de moverlos a conversión para que dejen sus pecados. El pecado de los fariseos está en poner empeño escrupuloso en las normas insignificantes mientras que se desprecia lo esencial; en querer aparecer como irreprochables para ser honrados y estimados como piadosos (cf. Mt 23, 6-7; Mc 12,38-39). El discípulo de Jesús, en cambio, debe valorar las cosas según su importancia. No debe despreciar lo pequeño por ser pequeño, pero debe centrar su esfuerzo en lo fundamental: la justicia, el amor a Dios, el amor al hermano. El pecado del escriba, del doctor de la ley, está en escrutar la ley día y noche para descubrir a los hombres lo que deben hacer, pero no cumplirlo él ni ayudar a cumplirlo a los débiles. Los discípulos–misioneros de Cristo sabemos que la salvación no está en saber mucho, sino en cumplir lo que se sabe, no en echar cargas sobre los hombros de los demás, sino en ayudar a todos a llevar su propia carga.

Nosotros también, si nos descuidamos, podemos caer en el escrúpulo de cuidar hasta los más mínimos detalles exteriores mientras descuidamos los valores fundamentales, como el amor a Dios y al prójimo. Jesús no invita a no atender a los detalles, sino a asegurar con mayor interés todavía las cosas que merecen más la pena. Podemos ser tan jactanciosos y presumidos como los fariseos. ¿Somos sepulcros blanqueados? Cada uno sabrá cómo está por dentro, a pesar de la apariencia que quiere presentar hacia fuera. Los demás no nos ven la corrupción interior que podamos tener, pero Dios sí, y nosotros mismos también, si somos sinceros. Si educamos o predicamos, pensemos un momento si merecemos la queja de Jesús: imponemos interpretaciones del Evangelio que son demasiado exigentes, ¿cargas insoportables? Ya es exigente de por sí la fe cristiana, pero no tenemos por qué añadirle nosotros cargas todavía más pesadas. Jesús se puso como modelo de lo contrario: «vengan a mí todos los que están fatigados y sobrecargados, porque mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11,29-30). Además, podemos caer en el fallo de ser exigentes con los demás y permisivos con nosotros mismos.

Hoy, entre sus santos y beatos, la Iglesia celebra al Beato Román Lysko, un hombre íntegro que nació el 14 de agosto de 1914 y que, el 28 de agosto de 1941 fue ordenado sacerdote. Durante 1944 fue párroco de Belzets. En 1946, el Gobierno soviético, que había anexado esa parte de Polonia al estallar la segunda guerra mundial, suprimió la Iglesia greco-católica y obligó a sus obispos, sacerdotes y fieles a pasar a la ortodoxia. Los Lysko se refugiaron en su pueblo natal, en Horodok. Roman seguía ejerciendo su ministerio pastoral sin crearse problemas. Bautizaba en el patio de casa y celebraba bodas en el bosque, celebraba misa en los pueblos, en las casas de los fieles, con las ventanas cerradas, junto a una mesa con vodka para hacer creer que era una fiesta entre amigos, en caso de que irrumpieran los agentes de la policía secreta de Stalin. Su rechazo a pasarse a la Iglesia ortodoxa le costó la cárcel en Lvov, en la que murió, a la edad de 35 años (1949), de un infarto, aunque en realidad la causa exacta de su muerte se desconoce, algunos prisioneros testimoniaron que fue golpeado brutalmente por sus carceleros y colocado en una rejilla incandescente. Según otra versión, fue encerrado vivo entre cuatro paredes cerradas con cemento. Que su autenticidad y el amor a María Santísima hagan de nosotros lo que Cristo quiere. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 13 de octubre de 2020

«Lo importante es el interior»... Un pequeño pensamiento para hoy

Me parece muy interesante el Evangelio de hoy (Lc 11, 37-41) porque ciertamente vivimos en un mundo que busca anclarse en lo exterior, en lo superficial, en lo que brilla por fuera sin darse a la tarea de entrar al interior de las personas y de las situaciones. El relato nos narra que un fariseo invitó a Jesús a comer a su casa. Jesús entró y se puso a la mesa y al fariseo le extrañó al ver que Jesús no se sometió al rito de lavarse las manos antes de ponerse a la mesa (Marcos 7,2). Esa ablución ritual tenía mucha importancia para los doctores de la Ley. Era necesario hacer ese gesto para ser considerado como persona verdaderamente piadosa. Ahora bien, Jesús la omite (Mateo 15,20), y sus discípulos le siguen (Mateo 15,2). He ahí que la comida empieza con una tensión, un conflicto. Jesús no está de acuerdo con la postura tomada por su anfitrión que está malpensando y a éste le choca la actitud desenvuelta de Jesús. Pero, evidentemente, como nos deja ver el mismo evangelista, Jesús lo ha hecho exprofeso; y explicará por qué no quiso hacer ese gesto. Para los fariseos, es puro el que practica minuciosamente las prescripciones rituales exteriores. Para Jesús, es puro aquel cuya conciencia es pura.

Para la vivencia de nuestra fe, los detalles exteriores, que pueden ser legítimos, no son tan importantes como las actitudes interiores. Ciertamente muchos de los fariseos eran gente buena, cumplidores de la ley, deseosos de agradar a Dios en todo. Pero tenían el peligro de poner todo su empeño sólo en lo exterior, de cuidar las apariencias, de sentirse demasiado satisfechos de su propia santidad exhibida. Por eso les ataca Jesús, con el deseo de que reflexionen y cambien lanzándose a la tarea de revisar el interior. Con este gesto, Jesús les echa en cara la superficialidad que le han dado a la Ley de Moisés quedándose solamente en prácticas exteriores que pueden o no concordar con lo interior. Por eso les dice que den limosna, porque la limosna es algo que brota desde dentro, cuando una limosna se da uno mismo, se entrega, da de lo que tiene, entrega su tiempo, se da a los demás. 

El único camino posible para vivir plenamente nuestra fe, debe comenzar desde lo más íntimo de nuestro ser, y desde allí difundirse hacia el exterior. Si no parte de lo más recóndito de nuestro corazón donde la codicia impide el compartir, nuestra vida y nuestra relación con Dios no podrá nunca realizarse en la profundidad que nos exige el encuentro con todos nuestros hermanos, hijos del mismo Padre del cielo. La historia cuenta que San Calixto I, Papa y mártir a quien hoy celebramos, cuando era diácono, después de un destierro en la isla de Cerdeña tuvo a su cuidado el cementerio de la vía Apia que hoy lleva su nombre, allí dejó para la posteridad las memorias de muchos mártires en quienes supo descubrir el interior de sus vidas. Elegido Papa, promovió la recta doctrina, reconcilió benignamente a los apóstatas, terminando su intenso pontificado con la gloria del martirio. Fue un hombre que vivió vida interior, cultivando las virtudes en su corazón, fue elegido Papa por aclamación popular, pues por su testimonio de vida era muy apreciado. Que este Santo Papa y mártir nos ayude a ser también nosotros personas de vida interior, cuidadores de nuestro propio corazón escuchando la palabra y guardándola en el corazón, como hizo la Santísima Virgen María. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 12 de octubre de 2020

«La hermana Cristy, una de las primeras Misioneras Clarisas»... Vidas consagradas que dejan la huella de Cristo LXXIII

De entrada debo decir que yo no conocí a la hermana Cristy, sino solamente a través de lo que las hermanas me platicaban de ella como una religiosa entregada, alegre y de un gran testimonio de vida cristiana. ¡Es hermoso escuchar hablar de alguien que ha dejado las huellas de Cristo por su paso en este mundo!

María la Luz Hernández Hernandez —ese era su nombre de pila— nació a finales del siglo XIX y fue bautizada el día 11 de junio de 1886.

Ingresó a la congregación de las Clarisas Sacramentarias en 1937 en donde recibió el santo hábito el 4 de julio de ese año. Allí en el convento recibió el nombre de María Cristina de Cristo Rey y conoció a la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento. Hizo su profesión temporal el 14 de julio de 1939 para luego hacer sus votos perpetuos como Clarisa de Clausura el 14 de julio de 1945.

Al escuchar hablar a la beata María Inés Teresa de su proyecto misionero, la hermana Cristy, con los debidos permisos, salió también del claustro para acompañar a la beata en su nueva fundación, considerándose así como cofundadora de la congregación de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento.

La hermana Cristy, según los testimonios de las hermanas misioneras clarisas que la conocieron, brilló siempre por su caridad solícita para con todos los miembros del naciente instituto, además de su alegría constante en la entrega y su sencillez de las cosas de cada día en una casa religiosa.

La generosidad, el amor al silencio y el recogimiento, formaban parte de su vida diaria viviendo con una integridad y fe heroicas en todo momento. Supo sobrellevar una larga enfermedad que la atacó y que se convirtió en su compañera de camino en el proceso de conversión y santificación al que todos somos llamados. siempre encontraba la manera de ayuda en algo a los demás.

Así, con un testimonio alegre y más bien realizado como María en su casita de Nazareth, la hermana Cristy supo ser misionera desde allí apoyando todos los proyectos y orando por las misiones que se iban abriendo en el camino de fundación.

Murió el día 18 de noviembre de 1969 y en la reseña de su vida, escrita en el libro de defunciones de las Misioneras Clarisas, al final de la misma, puede leerse esta oración:

«¡Oh Dios!, siempre misericordioso y dispuesto al perdón, escucha nuestra oración por el alma de nuestra hermana Ma. Cristina, tu sierva a quien hoy llamaste de este mundo, no la abandones en manos del enemigo ni te olvides de ella para siempre, sino recíbela con tus santos ángeles y llévala al Cielo, su patria definitiva. Y porque creyó y esperó en Ti, líbrala de las penas del infierno, y concédele las alegrías del cielo para siempre. Por Jesucristo nuestro Señor».

Descanse en paz la hermana Cristy o como era muy conocida: «La madre Cristy».

Padre Alfredo.

«El único signo»... Un pequeño pensamiento para hoy


Leyendo el Evangelio que la liturgia de la palabra propone para este día (Lc 11,29-32) me parece curioso que los contemporáneos de Jesús pidan «una señal», a pesar de haber visto muchos milagros que el Señor realizaba. Pero es que nunca falta esa gente para que nunca es bastante y a quienes no se les da gusto por ningún lado. Es que para percibir los milagros del Señor y valorarlos, se requiere fe, y eso era lo que a esta gente le faltaba. Jesús les dice en este Evangelio que igual que Jonás fue una señal para los habitantes de Nínive así va a serlo el Hijo del hombre para la gente de esa generación y que no necesitan más señales. El «signo de Jonás» es muy simple, se trata de un hombre que recorre las calles de Nínive gritando que hay que convertirse. He ahí el único y pobre signo que tuvieron los habitantes de Nínive. ¿Qué más de necesita? El signo es esa llamada a la conversión que percibimos a veces, esa vocecita tímida que alguna vez nos habla en el fondo de nuestras conciencias y que nos repite: «cambia de vida».

El Señor Jesús quería que le creyeran a Él por su palabra, como enviado de Dios, no por las cosas maravillosas que pudiera hacer. Aunque también las hiciera. Es desde esta perspectiva que se entiende que les diga que el único «signo» que les va a dar es ese de Jonás, y luego añade también el ejemplo de la reina de Sabá, quejándose de la poca fe de sus contemporáneos. Jesús, es «uno que es más que Jonás», y ha hecho signos sorprendentes que ya debieran bastar para reconocerle como el Mesías de Dios, pero no le acaban de creer. Y lo mismo la reina de Sabá, que vino desde lejos a escuchar la sabiduría de Salomón, y Jesús «es más que Salomón». El evangelista nos pone a Jonás mismo, a su persona, como signo, sin milagros, apoyado sólo en la Palabra de Dios. En su caso, con éxito. En el de Jesús, con muchas más dificultades. Y eso que los ninivitas eran paganos, y los que no creían en Jesús, judíos. Los paganos sí supieron reconocer la voz de Dios en los signos de los tiempos. Y los del pueblo elegido, no. Una vez más resuena la queja con que empieza el evangelio de Juan: «vino a los suyos y los suyos no le recibieron» (Jn 1,11).

El signo mejor que nos ha concedido Dios es Cristo mismo, su persona, su palabra sus sacramentos. Los santos y los beatos lo supieron descubrir. Así le sucedió al beato Carlo Acutis, quien desde niño supo descubrir el único signo de Jesús con su amor misericordioso. Apenas Carlo acaba de ser beatificado el sábado y gracias la telemática, gente de todo el mundo pudo ver la ceremonia de beatificación de este adolescente que murió a los 15 años siendo un apóstol cibernético que combinaba su amor a la Eucaristía, con el uso de la telemática para evangelizar y su amor a los pobres. Su memoria se celebrará cada 12 de octubre. Ayer domingo, al terminar el rezo de Ángelus, el Papa Francisco dio gracias por su beatificación y dijo en pocas palabras quién fue Carlo: «Un chico de quince años, enamorado de la Eucaristía que no se instaló en una cómoda inmovilidad, sino que comprendió las necesidades de su tiempo, porque en los más débiles vio el rostro de Cristo. Su testimonio —afirmaba el Papa— indica a los jóvenes de hoy que la verdadera felicidad se encuentra poniendo a Dios en primer lugar y sirviéndole en nuestros hermanos, especialmente en los más pequeños». Pidamos a la Virgen María que no busquemos señales raras o extraordinarias, sino el testimonio de Cristo y los que son como Él. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 11 de octubre de 2020

«Un banquete para nosotros»... Un pequeño pensamiento para hoy

El Reino de Dios es un banquete, esto nos lo recuerda el texto evangélico de este domingo (Mt 22,1-14). En el horizonte de la vida, al fin de todos los caminos, hay una mesa que Dios ha preparado para todos los hombres: un banquete de bodas, una fiesta. Apenas nacidos, estamos ya en camino para esa fiesta universal. Esto es lo que nos dicen los profetas, esto es lo que descubre Jesús en su parábola: Dios invita. Más allá de todas nuestras aspiraciones y reivindicaciones, más allá de cuanto pueda soñar la fantasía revolucionaria del más alocado idealista, Dios ha preparado un futuro sorprendente: ¡Dios invita a un banquete, a un banquete universal! El sentido de la vida y de la historia es un banquete que nos espera. Todo está ya a punto y el banquete se celebrará, con nosotros o sin nosotros. ¡No podemos dejar plantado a Dios! Es posible que también hoy, mientras la duda y la indecisión paraliza la marcha de los cristianos viejos, otros responden al Evangelio y sean los segundos invitados de la parábola, venidos de todos los caminos del mundo y de la esperanza a poblar el futuro de Dios. Hay que vestirse con el traje de ceremonia, como dirá san Pablo «vestirse de justicia y santidad» (Ef 4,24). 

Para entrar al banquete hace falta despojarse de todo egoísmo y estar dispuesto a caminar por el mundo con hambre de justicia, de verdadera justicia y de santidad. La doble parábola del banquete constituye un aviso para que la comunidad cristiana no rechace la invitación de Dios como hizo el viejo Israel. Los primeros invitados eran gentes elegidas. Pero no respondieron adecuadamente a la prueba de amistad que el rey les ofrecía. Más aún: manifestaron con violencia su hostilidad hacia él. Maltrataron e incluso mataron a quienes transmitían esta invitación en nombre del rey. A los invitados en segundo lugar no se les exige ninguna condición previa: son todos los que van por los caminos de la vida, sean buenos o malos. Jesús, ante la extrañeza de los fariseos, come con publicanos y pecadores. Los últimos son los primeros. Los gentiles ocupan ahora lugares de la mesa que estaban reservados a los hijos de Abrahán. Pero en este punto comienza la segunda parábola. No es suficiente con acudir al banquete: es preciso también «llevar el traje de fiesta» que el mismo rey proporciona. Hay que estar a la altura de las circunstancias. Los discípulos han de revestirse de una vida que esté en consonancia con el llamamiento recibido. Vestirse de justicia y santidad. El modo de obrar externo de los seguidores de Jesús (positivo y atrayente como un vestido de fiesta) será lo primero que descubran quienes les contemplen, al igual que el traje es lo que más inmediatamente percibimos en los demás. Pablo explica en diversos lugares de sus escritos la metáfora del vestido (entre otros: Ef 6,14 y Col 3, 12).

Hoy, 11 de octubre, se celebra Santa María Soledad Torres Acosta, fundadora de las hermanas Siervas de María, Ministras de los enfermos. La historia de esta madrileña comenzó en 1826. María Soledad era una joven entusiasta de la religión que siguió con admiración las labores que las hermanas Vicentinas realizaban para cuidar de los más pobres. Fue esta compasión la que la guió hasta el párroco de Chamberí, un barrio por entonces repleto de personas sin recursos. A la joven le atrajo la iniciativa del párroco de reunir a un grupo de mujeres que se prestaran voluntariamente a atender a los enfermos en sus domicilios, ya que por entonces asolaba en Europa la epidemia del cólera y los hospitales ya no podían acoger a más pacientes. Así, junto a otras seis compañeras, fundó la comunidad de Siervas de María o Ministros de los enfermos el 15 de agosto de 1851, una comunidad que se distingue por su tarea apostólica de cuidar enfermos especialmente durante las noches sin perder de vista su condición de religiosas. La vida de santa María Soledad Torres Acosta es sorprendente. Ella supo descubrir que al banquete del Señor todos estamos invitados y donó su vida en pobreza, castidad y obediencia para servir a los enfermos. Pidamos al Señor, en este día, por intercesión de la Inmaculada Madre de Dios que entendamos que estamos invitados al banquete y que hemos de tener el traje de fiesta listo como lo tuvo santa María Soledad. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.