En esta parábola, tan expresiva, quedan muy mal parados el sacerdote y el levita, ambos judíos, ambos considerados como «oficialmente buenos». Y por el contrario queda muy bien el samaritano, un extranjero —los judíos no se tratan con los samaritanos: Jn 4,9—. Ese samaritano tenía buen corazón: al ver al pobre desgraciado abandonado en el camino le dio lástima, se acercó, le vendó, le montó en su cabalgadura, le cuidó, pagó en la posada, le prometió que volvería, y todo eso con un desconocido. Pero al leer ahora nosotros esto es bueno que nos preguntemos: ¿Dónde quedo retratado yo? ¿en los que pasan de largo o en el que se detiene y emplea su tiempo y su dinero para ayudar al necesitado? ¡Cuántas ocasiones tenemos de atender o no a los que encontramos en el camino: familiares enfermos, ancianos que se sienten solos, pobres, desempleados o drogadictos que buscan redención! Muchos no necesitan ayuda económica, sino nuestro tiempo, una mano tendida, una palabra amiga, un pequeño sacrificio, una oración. Al que encontramos en nuestro camino aún dentro de casa por esta pandemia terrible que estamos viviendo puede ser, por ejemplo, un hijo en edad difícil, un hermano con problemas, un familiar menos afortunado, un enfermo a quien nadie atiende. Claro que resulta más cómodo seguir nuestro camino y hacer como que no hemos visto, porque seguro que tenemos cosas muy importantes que hacer. Eso les pasaba al sacerdote y al levita, pero también al samaritano: y éste se paró y los primeros, no. Los primeros sabían muchas cosas. Pero no había amor en su corazón.
El buen samaritano por excelencia fue Jesús y es el modelo de todos los santos que, de una u otra manera, a lo largo de la historia, han sido todos ellos, hombres y mujeres, un buen samaritano. La beata Anna Schaffer nació el 18 de febrero de 1882 en Baviera —Alemania—. Callada y reservada desde pequeña, aprendió a ser una buena samaritana de su madre que la enseñó ser una excelente cristiana. Después de hacer la Primera Comunión, se ofreció al Señor, siendo su más caro deseo entrar en una orden de hermanas misioneras. Estudió leyes, profesión que ejerció por un tiempo, intentando ganar lo necesario para poder obtener la dote necesaria para su ingreso. Su vida fue marcada el 4 de febrero de 1901, estando en la casa del guardabosques de Stammham sufrió un horrible accidente de trabajo en el que sus dos piernas se quemaron desde los pies hasta por sobre las rodillas. Los doctores intentaron ayudarla, pero sin éxito, quedando ella invalida, aquejada por terribles dolores y postrada en su cama, pero fue desde ahí que le dio un gran impulso como buena samaritana. Empezó a serlos con su labor de apostolado mediante correspondencia y testimoniales por escrito. Fueron veinticuatro años los que ella soportó su dolor, ofreciéndolo siempre al Señor, hasta que falleció el 5 de octubre de 1925. Todos estamos llamados a ser como el Buen Samaritano. Los elementos los tenemos como los tuvieron los santos y sobre todo María Santísima. A Ella le pedimos su intercesión para no dejar de poner nuestra mirada y nuestras acciones en el amor a Dios y al prójimo y así alcanzar la Vida Eterna. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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