sábado, 17 de octubre de 2020

«La presencia de Dios Uno y Trino»... Un pequeño pensamiento para hoy

Que manera más hermosa de reconocer la presencia de Dios Uno y Trino en el pasaje evangélico de este día (Lc 12,8-12): El Padre que no nos olvida, Jesús que «se pondrá de nuestra parte» el día del juicio, y el Espíritu Santo que nos inspirará cuando nos presentemos ante los magistrados y autoridades para dar razón de nuestra fe. Pero el Evangelio hoy nos dice también que hay una clase de personas sin remedio, los que «blasfeman contra el Espíritu Santo», o sea, los que, viendo la luz, la niegan, los que no quieren ser salvados. Ellos mismos son los que se excluyen del perdón y la salvación. Nosotros, como discípulos–misioneros, ya estamos empeñados, hace tiempo, en este camino de vida cristiana que no sólo sucede en nuestro ámbito interior, sino que tiene una influencia testimonial en el contexto en que vivimos, aún en medio de una situación tan adversa como la que esta pandemia nos genera. Nuestra tarea principal no es luchar contra los que no creen en Cristo, sino dar un testimonio creíble de su presencia entre hombres y mujeres en todo momento.

Para este camino necesitamos ánimos, porque el andar no es fácil. Jesús nos asegura el amor del Padre Misericordioso y la ayuda eficaz de su Espíritu Santo. Y además, nos promete que él mismo saldrá fiador a nuestro favor en el momento decisivo. No se dejará ganar en generosidad, si nosotros hemos sido valientes en nuestro testimonio, si no hemos sentido vergüenza en mostrarnos cristianos en nuestro ambiente y nos hemos esforzado por dar testimonio de una auténtica vida cristiana. En los momentos en que sentimos miedo por algo —y a todos nos pasa, porque la vida es dura— será bueno que recordemos estas palabras de Jesús, afirmando el amor concreto que nos tiene el Dios Trino para ayudarnos en todo momento. Jesús calmó tempestades y curó enfermedades y resucitó muertos. Era el signo de ese amor de Dios que ya está actuando en nuestro mundo. También nos alcanza a nosotros. No tenemos motivos para dejarnos llevar del miedo o de la angustia.

Hoy celebramos a san Ignacio de Antioquía, obispo y mártir, un hombre valiente y confiado en Cristo que, discípulo de san Pablo y san Juan, fue el segundo sucesor de san Pedro en la sede de Antioquía, siendo condenado, en tiempo del emperador Trajano, al suplicio de las fieras y trasladado a Roma, donde consumó su glorioso martirio. Durante el viaje, mientras experimentaba la ferocidad de sus centinelas, semejante a la de los leopardos, escribió valientemente siete cartas dirigidas a diversas Iglesias, en las cuales exhortaba a los hermanos a servir a Dios unidos con el propio obispo y a que no le impidiesen poder ser inmolado como víctima por Cristo. San Ignacio es el primero en llamar a la Iglesia «Católica». Sus escritos demuestran que la doctrina de la Iglesia Católica viene de Jesucristo por medio de los Apóstoles. Esta doctrina incluye: La Eucaristía; La jerarquía y la obediencia a los obispos; La presidencia de la iglesia de Roma; La virginidad de María y el don de la virginidad; El privilegio que es morir mártir de Cristo. Pidamos a San Ignacio que seamos valientes y a Nuestra Señora, la Virgen María, el santo temor de Dios, para no perder nunca el sentido del pecado y la conciencia de nuestros errores. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

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