Para este camino necesitamos ánimos, porque el andar no es fácil. Jesús nos asegura el amor del Padre Misericordioso y la ayuda eficaz de su Espíritu Santo. Y además, nos promete que él mismo saldrá fiador a nuestro favor en el momento decisivo. No se dejará ganar en generosidad, si nosotros hemos sido valientes en nuestro testimonio, si no hemos sentido vergüenza en mostrarnos cristianos en nuestro ambiente y nos hemos esforzado por dar testimonio de una auténtica vida cristiana. En los momentos en que sentimos miedo por algo —y a todos nos pasa, porque la vida es dura— será bueno que recordemos estas palabras de Jesús, afirmando el amor concreto que nos tiene el Dios Trino para ayudarnos en todo momento. Jesús calmó tempestades y curó enfermedades y resucitó muertos. Era el signo de ese amor de Dios que ya está actuando en nuestro mundo. También nos alcanza a nosotros. No tenemos motivos para dejarnos llevar del miedo o de la angustia.
Hoy celebramos a san Ignacio de Antioquía, obispo y mártir, un hombre valiente y confiado en Cristo que, discípulo de san Pablo y san Juan, fue el segundo sucesor de san Pedro en la sede de Antioquía, siendo condenado, en tiempo del emperador Trajano, al suplicio de las fieras y trasladado a Roma, donde consumó su glorioso martirio. Durante el viaje, mientras experimentaba la ferocidad de sus centinelas, semejante a la de los leopardos, escribió valientemente siete cartas dirigidas a diversas Iglesias, en las cuales exhortaba a los hermanos a servir a Dios unidos con el propio obispo y a que no le impidiesen poder ser inmolado como víctima por Cristo. San Ignacio es el primero en llamar a la Iglesia «Católica». Sus escritos demuestran que la doctrina de la Iglesia Católica viene de Jesucristo por medio de los Apóstoles. Esta doctrina incluye: La Eucaristía; La jerarquía y la obediencia a los obispos; La presidencia de la iglesia de Roma; La virginidad de María y el don de la virginidad; El privilegio que es morir mártir de Cristo. Pidamos a San Ignacio que seamos valientes y a Nuestra Señora, la Virgen María, el santo temor de Dios, para no perder nunca el sentido del pecado y la conciencia de nuestros errores. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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