miércoles, 28 de octubre de 2020

«Santos Simón el Cananeo y Judas Tadeo»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy celebramos la fiesta de los Apóstoles Simón el Cananeo y Judas Tadeo. Los consideramos juntos, no sólo porque en las listas de los Doce siempre aparecen juntos (cf. Mt 10,4; Mc 3,18; Lc 6,15; Hch 1,13), sino también porque las noticias que se refieren a ellos no son muchas, si exceptuamos el hecho de que el canon del Nuevo Testamento conserva una carta atribuida a Judas Tadeo. Definitivamente que de estos dos Apóstoles el que más es conocido e invocado es San Judas, a quien de cariño mucha gente le llama: «San Juditas». Los dos fueron llamados por Jesús para ser parte del grupo de los doce Apóstoles. Ambos son testigos de numerosos acontecimientos de la vida de Cristo. También se nos dice que a San Simón lo mataron cortándolo por la mitad y, a San Judas Tadeo, cortándole la cabeza de un hachazo. El testimonio de estos dos hombres nos hace reflexionar sobre nuestro seguimiento a Cristo. El hecho de la Resurrección es una de las fuerzas que les impulsó a entregar la vida por Jesucristo hasta el martirio. También, la fuerza del Espíritu derramada en Pentecostés, sin duda alguna, ha sido el principal motor de arranque en el anuncio del Reino.

El Evangelio que hoy leemos (Lc 6,12-19) es el preludio del Sermón de la Montaña. San Lucas nos comparte los pasos que Jesús da antes de enviar a sus Apóstoles. El primero de ellos es la oración. Jesús antes de hacer la elección va al monte a dialogar con su Padre hablándole de los hombres que ha pensado como sus más inmediatos colaboradores. En segundo lugar, «cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió a doce de entre ellos y les dio el nombre de Apóstoles». Aquel acontecimiento histórico —la elección de los apóstoles— marcará un antes y un después en la vida de cada uno de ellos. A partir de ese momento ya no serán sus palabras, ni sus acciones, sino las palabras y las acciones de Cristo las que les mueva por el mundo. Finalmente, esta llamada de Jesús los envía y nos envía a nosotros también a la misión. ¡Qué regalazo! Se trata de un don inmerecido de Dios que lo llevamos en vasijas de barro. Ser sus discípulos para llevar la Buena Noticia a los que sufren, los abatidos, los pobres, los marginados, los presos, los enfermos, los niños, los ancianos, los descartados, los más vulnerables.

Al ver a estos dos Apóstoles, definitivamente muy diferentes entre sí, uno casi desconocido y el otro gozando de una popularidad impresionante, uno puede captar que un apóstol es alguien escogido por Jesús para ser enviado. Un apóstol, no es un iluminado que se arroga experiencias religiosas y que quiere convencer a los demás para que las hagan suyas. Podríamos decir que un apóstol es el eslabón de una cadena. «Viene de» —es elegido— y «va hacia» —es enviado—. Es alguien que no se convierte en centro, sino que remite siempre al origen —Jesús— y al final —Jesús—. Uno de los grandes problemas que vivimos en nuestra época, es la ruptura de la cadena de la fe. Ciertamente que atravesamos por una quiebra de las instancias transmisoras —la familia, la parroquia, etc.—. El mundo actual puede provocar experiencias espirituales intensas, pero si no están conectadas con la gran cadena apostólica, por frescas y novedosas que parezcan, acabarán muriendo. Me parece que esta es, por desgracia, la situación de muchos jóvenes que viven con interés la aventura de descubrir a Jesús, pero que carecen «de apóstoles» a su lado que les ayuden a vivir la fe con conexiones, o, por utilizar, una terminología de hoy, una fe «en red». Bajo el cuidado de María pidamos al Señor por intercesión de Simón y Judas, que sepamos ser apóstoles en conexión con los doce Apóstoles. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

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