María, escuchaba atenta su palabra, atendiendo a Jesús como visita, como «presencia» en su hogar, por eso no quiso perder aquella oportunidad: el Maestro había escogido su casa para hospedarse; Dios estaba presente. Ante esta maravilla, María no se aparta ni un instante del Maestro, bebiendo cada frase, cada palabra, cada gesto de quien es el Amor de los amores. Marta, como digo, por su parte, se dedica con alma y cuerpo a servirle a Jesús, a través de su trabajo material, pero este era el momento para dejar un lado los quehaceres y sentarse un rato con Él. María, igual que su hermana, también se dedica con alma y cuerpo a servirle, pero lo hace contemplando su rostro y meditando sus palabras. Desde hace mucho tiempo a Marta se le identifica con la vida activa y a María con la vida contemplativo. Ambas vidas son vidas de servicio y amor a Jesús, pero María ha escogido la mejor parte. Más que cualquier servicio material, hay que vivir en la presencia de Dios que se hace encontradizo; lo contempla, medita sus palabras y se hace así alma de oración. Con razón la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento decía que ella quería fundir a las dos hermanas en un sola, un alma activa y contemplativa, y así puso la base de la Familia Inesiana que fundó.
Yo creo que todos los santos y beatos lograron, de alguna manera, hacer esta fusión. Hoy celebramos a San Bruno, que nació en Colonia, Alemania, hacia el año 1030 y murió el 6 de octubre de 1101. San Bruno fue sacerdote y en una primera etapa de su vida consagrada enseñó ciencias eclesiásticas en la Galia, pero deseando llevar vida solitaria, con algunos discípulos se instaló en el apartado valle de Cartuja, en los Alpes, dando origen a una Orden que conjuga la soledad de los eremitas —monjes que viven solos en un lugar deshabitado, especialmente para dedicar su vida a la oración y al sacrificio— con la vida común de los cenobitas —monjes que viven en comunidad—. San Bruno supo escoger la mejor parte sin descuidar la actividad. Llamado por el papa Urbano II a Roma, para que le ayudase en las necesidades de la Iglesia, pasó los últimos años de su vida nuevamente como eremita en el cenobio de La Torre, en Calabria. Que este santo, así como Marta y María nos ayuden para que por la intercesión de la Santísima Virgen María, que es la maestra en esta unión de vida activa y contemplativa, podamos vivir siempre en la presencia de Dios. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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