martes, 20 de octubre de 2020

«En vela»... Un pequeño pensamiento para hoy

El tiempo que nos ha tocado vivir, este tiempo hasta la vuelta del Señor es el tiempo de la Iglesia, un tiempo que exige una actitud: estar vigilantes. El Señor volverá. El discípulo–misionero no puede sino estar viviendo el día a día con entrega, con generosidad y siempre vigilante, aún en medio de una pandemia tan terrible como l que estamos viviendo y tal vez por eso, con más consciencia. Debemos permanecer alerta siempre. Sólo así el creyente se asegura la acogida por parte de Jesús cuando vuelva y no sabemos cuándo será. Sólo así se asegura la comunión con Él en el gozo y en el amor. Sólo al siervo vigilante servirá el Señor (cf. Mt 25,1-13; Lc 22,27; Jn 13,4-5). En el Evangelio de hoy (Lc 12,35-38) Jesús nos enseña que llevar puesta la túnica es estar listos para el trabajo en el aquí y ahora. Es el «uniforme» de servicio en actitud de vigilancia. (Lc 12,37; 17,8; Jn 13,4; Ef 6,14) y nos enseña, además, que tener la lámpara encendida es estar siempre listos, preparados, incluso durante la noche, porque Él llegará en el momento menos pensado.

La palabra «velar», en sentido estricto, quiere decir renunciar al sueño de la noche, para terminar un trabajo urgente, o para no ser sorprendido por un enemigo. En un sentido más simbólico, como el que nos deja ahora Jesús en su enseñanza, es luchar contra el entorpecimiento, la negligencia, para estar siempre en estado de disponibilidad. «Dichosos ellos, si el amo los encuentra así», dice Jesús. Y escucharán las palabras que serán el colmo de la felicidad: «muy bien, siervo fiel, entra en el gozo de tu Señor». Así quiere Jesús sentarnos a su mesa e irnos sirviendo uno a uno. Por esto, el discípulo–misionero debe procurar que su fe no se le convierta en un montón de preceptos incumplidos, sino que se le convierta en una verdadera «fiesta de la vida». Quien comprende la vivencia de la fe de esta manera, se mantiene «vigilante» en condiciones de iniciar una nueva vida. Vida atenta a la voz del Señor y dispuesta ante los signos de la realidad. Quienes vivan así serán como los servidores que esperan a medianoche al patrón que viene de la fiesta y están dispuestos y preparados para recibirlo.

Me detengo en la persona del beato Jakob Kern a quien hoy la Iglesia celebra. Nació en Austria en 1897, en una modesta familia de obreros. La primera guerra mundial le impidió bruscamente proseguir sus estudios en el seminario menor. Una grave herida de guerra convirtió en un calvario su breve existencia terrena en el seminario mayor y en el monasterio de Ceras. Por amor a Cristo no se aferró a la vida, Mantuvo su lámpara encendida y se vistió con la túnica del servicio ofreciendo su vida conscientemente por los demás. Su enfermedad progresó cruelmente. En la Pascua de 1923 contrajo influenza, sus heridas de guerra descargaban pus. Como una consecuencia una costilla debió ser extraída. Debido a su condición los doctores tenían que operar sin anestesia. Pareció recuperarse, pero no fue así. Su profesión solemne estaba fijada para el 20 de octubre de 1924, pero una nueva cirugía se programó para ese mismo día. Al recibir la sagrada comunión el día previo a su operación dijo: «Mañana será mi última sagrada comunión. Yo celebraré mi profesión solemne en cielo». Murió durante la cirugía. Que él y María Santísima nos ayuden a mantenernos vigilantes, porque no sabemos ni el día ni la hora en que el Señor llegará por nosotros. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

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