El Concilio Vaticano II, siempre actual, invitó a la iglesia a que supiera interpretar los signos de los tiempos (GS 4). Nos daría más ánimos y nos interpelaría saludablemente si supiéramos ver como «voces de Dios» y signos de su presencia en este mundo, por ejemplo, las ansias de libertad que tienen los pueblos, la solidaridad con los más injustamente tratados, la defensa de los valores ecológicos de la naturaleza, el respeto a los derechos humanos, la revalorización de la mujer en la sociedad y de los laicos en la Iglesia... todos estos temas que el Papa Francisco ha tratado insistentemente en sus escritos y en sus mensajes y que el mundo no ha querido ver, fijando más bien su mirada en malas interpretaciones que los medios hacen de las cosas que el Santo Padre dice. A la luz de esto podríamos preguntarnos hoy si tenemos una «visión cristiana» de la historia, de los tiempos, de los grandes hechos de la humanidad y de la Iglesia, viendo en todo un «kairós» —el tiempo de la calidad—, una ocasión de crecimiento en nuestra fe. Por ejemplo en el acontecimiento, sencillo, pero profundo y transformador, de la nueva encíclica del Papa titulada «Fratelli Tutti». Nos vendría muy bien meditar en esto y leer al Santo Padre para no dejarnos llevar por dimes y diretes que, como digo, distorsionan la realidad.
Ante los santos, nos encontramos siempre ante el misterio de Dios, de la libertad y del Hombre. Sólo quien vive abierto al Espíritu percibe su voz, su llamada, su presencia. Por eso hay que estar alerta siempre y en disposición de convertirse a la Verdad. Nuestro tiempo es único, el que nos ha tocado en suerte, y en él hemos de fructificar espiritual, cultural, socialmente. Hoy celebramos en la Iglesia a san Juan de Capistrano, que fue sacerdote franciscano y luchó en favor de la disciplina regular, estuvo al servicio de la fe y costumbres católicas en casi toda Europa, y con sus exhortaciones y plegarias sustentó el fervor del pueblo fiel, defendiendo también la libertad de los cristianos. San Juan nació en Capistrano (Italia), en la región de los Abruzos, el año 1386. Después de estudiar derecho, ejerció el cargo de juez hasta que ingresó con los franciscanos. Una vez ordenado sacerdote, viajó infatigablemente por toda Europa predicando, trabajando en la reforma de las costumbres y en la lucha contra las herejías de su tiempo sabiendo interpretar los signos de su tiempo y aferrarse a la mano de Dios. Murió el año 1456 en Ilok, Austria. Que Dios nuestro Padre nos conceda, por intercesión de san Juan de Capistrano y la Santísima Virgen María, nuestra Madre, vivir en fidelidad a su Voluntad; de tal forma que, por medio de la eficacia de su Palabra y la acción del Espíritu Santo en nosotros, seamos, ya desde ahora, santos como Dios es Santo. Entonces la Iglesia será en el mundo un signo creíble de Cristo, el cual, por medio de ella, conducirá a todos los hombres a la eterna Salvación. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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