lunes, 19 de octubre de 2020

«La vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea»... Un pequeño pensamiento para hoy


Cristo viene a salvar a los hombres, a todos e integralmente. Viene a encender en el mundo el fuego del amor, el que resolvería, evitándolos, todos los litigios entre los hermanos (cf. 1 Co 6. 1-11). Hoy en el Evangelio (Lc 12, 13-21), un hombre se acerca a Jesús tratando un asunto totalmente mundano y quiere que el Señor le resuelva su situación. No pide un milagro, no busca a Jesús para alcanzar la salvación, sino para que ponga de su lado en la cuestión de la herencia que pelea. Ese hombre con un corazón mundano viene a representar a todo hombre que se halla siempre tentado a buscar su salvación en los bienes, en las posesiones, a poner en las riquezas su seguridad. Pero Jesús no ha venido al mundo con el encargo de dirimir los litigios jurídicos entre los hombres. Él se niega a poner su autoridad en favor de esta o la otra opción, de este o el otro orden social y con una parábola les da una gran explicación.

Este pasaje del Evangelio, viene a poner al discípulo–misionero en guardia contra toda tentación insidiosa. Los bienes no aseguran ni la misma vida, como explica el Señor. Menos aún la salvación. El hombre de la parábola egoístamente dialoga consigo mismo. Este diálogo falla en el orden de la salvación. Le faltan interlocutores. No interviene Dios. Ni intervienen los demás hombres. Querer resolver su destino a solas con Cristo que se ponga de su parte para tenerlo como apoyo es lo que busca. Nosotros sabemos que sólo el que atesora bienes, que sean valores ante Dios y para los hermanos, se muestra sensato, saca provecho para un futuro definitivo (cf. Mt 6. 19-21; Ap 3. 17-18). La discusión entre estos dos hermanos que aparecen como protagonistas de un pleito, adquiere, pues, todo su relieve dentro del cuadro de las reflexiones de Cristo acerca de su misión: Él acepta el ser juez a la manera que lo es el Hijo del hombre, pero esta justicia no se parece en nada a la justicia distributiva de los hombres (cf. Mt 20, 1-15); aquella es una justicia que justifica, que salva, y signo de un amor gratuito.

Hoy celebramos a san Pablo de la Cruz, presbítero. Un hombre que buscó las cosas de arriba y que desde su juventud, destacó por su vida penitente, su celo ardiente y su singular caridad hacia Cristo crucificado, al que veía en los pobres y enfermos. Fundó la Congregación de los Clérigos Regulares de la Cruz y de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Y celebramos también a san Pedro de Alcántara, presbítero también que, en la villa de Arenas, en la región española de Castilla, como miembro de la Orden de los Hermanos Menores, fue adornado con el don de consejo y de vida penitente y austera, seguro también de buscar las cosas de arriba, los valores del Reino. San Pedro de Alcántara reformó la disciplina regular en los conventos de la Orden en España, siendo consejero de santa Teresa de Jesús en su obra reformadora de la Orden de los Carmelitas. En la vida de estos dos grandes santos, se puede ver con claridad el camino que debemos de seguir aspirando llegar al cielo. Que ellos y María Santísima nos ayuden a alcanzar nuestra realización como auténticos cristianos, discípulos–misioneros comprometidos en el mundo sin ser del mundo. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario