domingo, 25 de octubre de 2020

Amar a Dios, amar al prójimo... Un pequeño pensamiento para hoy

Todo creyente sabe muy bien que el amor al prójimo es fundamental en el cristianismo. Pero gran parte de cristianos, aún de las diversas denominaciones, ha olvidado en la praxis lo que posiblemente recita de memoria sin titubear. Pues Jesús no se limitó a mandarnos amar al prójimo, sino que dijo: amarás al prójimo «como a ti mismo». El olvido de esta cláusula ha desvirtuado la práctica de la limosna y ha desnaturalizado el amor cristiano y la caridad, como constantemente nos recuerda el Papa Francisco. No se puede amar a Dios sin amar al prójimo y no se puede amar al prójimo sin amar a Dios. El Papa Benedicto nos dejó un bellísimo comentario al respecto en su primera encíclica «Deus caritas est», (nn. 16-18). Y como digo, el Papa Francisco toca el tema con mucha frecuencia. Basta ver su última encíclica «Fratelli Tutti» para entender que el Papa nos enseña que Dios es amor universal, y en tanto que somos parte de ese amor y lo compartimos, estamos llamados a la fraternidad universal, que es apertura. No hay «los otros» ni «ellos», sólo hay el «nosotros».

En el Evangelio de hoy domingo (Mt 22,34-40), Cristo conecta en particular el «primer y gran mandamiento» del amor a Dios con el «segundo mandamiento semejante al primero» del amor al prójimo. Y añade: «En estos dos mandamientos se fundan toda la Ley y los Profetas». Y san Juan el gran teólogo es muy claro: «El que no ama, no ha conocido a Dios» (1 Jn. 4, 8). El amor a Dios es el primer mandamiento de todos. El que se formula bíblicamente como «no tendrás otro dios más que a mí». Es un mandamiento que sigue siendo el más radical de todos. Contra los ídolos de antes y los de ahora. Contra el peligro de centrarnos en otros «dioses». Pero, este mandamiento no se entendería sin ver el segundo del que nos habla hoy el Señor. Jesús une las dos direcciones del amor: no vale amar a Dios (o decir que se ama a Dios) y descuidar el amor horizontal, sobre todo con los débiles. De esta manera, queda claro que el amor es la razón de ser de todo. Es el principio fundamental que lo impregna todo. Es el alma de toda ley y de toda vida cristiana, personal y comunitaria. No se trata de un aspecto jurídico, sino de la clave teológica que da sentido a toda nuestra vida cristiana y humana. Ahí está la novedad del cristianismo.

La lista de santos y beatos, para recordar en este día, es larga: San Bernardo Calbó, San Crisanto de Roma, San Crispín de Soissons, San Crispiniano de Soissons, Santa Daría de Roma, Santa Engracia de Segovia, San Frontón de Périgeux, San Gaudencio de Brescia, San Hilaro de Javols, San Mauro de Pécs, San Miniato de Florencia, San Valentín de Sevilla, Beato Recaredo Centelles Abad, Beato Tadeo Machar. Tal vez muchos de ellos, si no es que todos, desconocidos para nosotros pero llevados a los altares precisamente por haber fundido en sus vidas estos dos mandamientos. En sus vidas, el amor se convirtió en el termómetro que nos indica por qué están canonizados y beatificados. Si leemos las vidas de estos hombres y mujeres ejemplares, vamos a encontrarnos, en diversas épocas, diferentes situaciones, vocaciones y condiciones de vida, que el amor nace de Dios, de verse cada día querido y perdonado de Él en la propia miseria, y llamado además a ser hijo. El amor no lo producimos; se nos da. Y cuando se recibe, se expande en toda dirección. Por intercesión de María, nuestra Madre, abrámonos para acoger este don del amor, para caminar siempre en esta ley de los dos rostros, que son un rostro solo: la ley del amor. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

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