domingo, 11 de octubre de 2020

«Un banquete para nosotros»... Un pequeño pensamiento para hoy

El Reino de Dios es un banquete, esto nos lo recuerda el texto evangélico de este domingo (Mt 22,1-14). En el horizonte de la vida, al fin de todos los caminos, hay una mesa que Dios ha preparado para todos los hombres: un banquete de bodas, una fiesta. Apenas nacidos, estamos ya en camino para esa fiesta universal. Esto es lo que nos dicen los profetas, esto es lo que descubre Jesús en su parábola: Dios invita. Más allá de todas nuestras aspiraciones y reivindicaciones, más allá de cuanto pueda soñar la fantasía revolucionaria del más alocado idealista, Dios ha preparado un futuro sorprendente: ¡Dios invita a un banquete, a un banquete universal! El sentido de la vida y de la historia es un banquete que nos espera. Todo está ya a punto y el banquete se celebrará, con nosotros o sin nosotros. ¡No podemos dejar plantado a Dios! Es posible que también hoy, mientras la duda y la indecisión paraliza la marcha de los cristianos viejos, otros responden al Evangelio y sean los segundos invitados de la parábola, venidos de todos los caminos del mundo y de la esperanza a poblar el futuro de Dios. Hay que vestirse con el traje de ceremonia, como dirá san Pablo «vestirse de justicia y santidad» (Ef 4,24). 

Para entrar al banquete hace falta despojarse de todo egoísmo y estar dispuesto a caminar por el mundo con hambre de justicia, de verdadera justicia y de santidad. La doble parábola del banquete constituye un aviso para que la comunidad cristiana no rechace la invitación de Dios como hizo el viejo Israel. Los primeros invitados eran gentes elegidas. Pero no respondieron adecuadamente a la prueba de amistad que el rey les ofrecía. Más aún: manifestaron con violencia su hostilidad hacia él. Maltrataron e incluso mataron a quienes transmitían esta invitación en nombre del rey. A los invitados en segundo lugar no se les exige ninguna condición previa: son todos los que van por los caminos de la vida, sean buenos o malos. Jesús, ante la extrañeza de los fariseos, come con publicanos y pecadores. Los últimos son los primeros. Los gentiles ocupan ahora lugares de la mesa que estaban reservados a los hijos de Abrahán. Pero en este punto comienza la segunda parábola. No es suficiente con acudir al banquete: es preciso también «llevar el traje de fiesta» que el mismo rey proporciona. Hay que estar a la altura de las circunstancias. Los discípulos han de revestirse de una vida que esté en consonancia con el llamamiento recibido. Vestirse de justicia y santidad. El modo de obrar externo de los seguidores de Jesús (positivo y atrayente como un vestido de fiesta) será lo primero que descubran quienes les contemplen, al igual que el traje es lo que más inmediatamente percibimos en los demás. Pablo explica en diversos lugares de sus escritos la metáfora del vestido (entre otros: Ef 6,14 y Col 3, 12).

Hoy, 11 de octubre, se celebra Santa María Soledad Torres Acosta, fundadora de las hermanas Siervas de María, Ministras de los enfermos. La historia de esta madrileña comenzó en 1826. María Soledad era una joven entusiasta de la religión que siguió con admiración las labores que las hermanas Vicentinas realizaban para cuidar de los más pobres. Fue esta compasión la que la guió hasta el párroco de Chamberí, un barrio por entonces repleto de personas sin recursos. A la joven le atrajo la iniciativa del párroco de reunir a un grupo de mujeres que se prestaran voluntariamente a atender a los enfermos en sus domicilios, ya que por entonces asolaba en Europa la epidemia del cólera y los hospitales ya no podían acoger a más pacientes. Así, junto a otras seis compañeras, fundó la comunidad de Siervas de María o Ministros de los enfermos el 15 de agosto de 1851, una comunidad que se distingue por su tarea apostólica de cuidar enfermos especialmente durante las noches sin perder de vista su condición de religiosas. La vida de santa María Soledad Torres Acosta es sorprendente. Ella supo descubrir que al banquete del Señor todos estamos invitados y donó su vida en pobreza, castidad y obediencia para servir a los enfermos. Pidamos al Señor, en este día, por intercesión de la Inmaculada Madre de Dios que entendamos que estamos invitados al banquete y que hemos de tener el traje de fiesta listo como lo tuvo santa María Soledad. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

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