No es la pertenencia a Israel lo que da la garantía de acceder al Reino de Dios, sino el escuchar la Palabra de Dios y el ponerla en práctica. Claro está que la primera entre todos, que hace esto, es su Madre Santísima, de eso no hay duda alguna. Por eso hemos de captar, a la luz del ejemplo de la Virgen, que quien hace fructificar en su vida con actitudes palpables y con acciones reales lo que ha escuchado, ése es verdaderamente dichoso. Una gran dificultad a nivel cristiano es creernos que somos bienaventurados por haber recibido los sacramentos o por asistir diaria o semanalmente a misa. Eso para Jesús no basta, si nuestra vida no está de acuerdo con su propuesta del Reino, y si no demostramos que caminamos con fidelidad y en crecimiento constante por su proyecto. La única realidad que garantiza el Reino en nuestras vidas son las actitudes coherentes que vivamos. De esta forma seremos dichosos como fue la Santísima Virgen María, no por ser la Madre de Jesús, sino por escuchar atentamente la Palabra, meditarla en su corazón y ponerla en práctica. No sin sentido confesamos a María como la primera evangelizada y evangelizadora. Ella supo pasar de la relación «madre-hijo», a la relación de «discípula–misionera -Maestro».
La vida de san Daniel Comboni, a quien hoy celebramos, nos muestra que, cuando Dios interviene y encuentra una persona generosa y disponible que quiera hacer vida su Palabra luego de escucharla y meditarla, se realizan grandes cosas. Daniel Comboni intuyó que la sociedad europea y la Iglesia debían tomarse más en serio la misión de África Central. Para lograrlo se dedicó a la animación misionera por toda Europa y fundó una revista misionera, la primera en Italia. Su inquebrantable confianza en el Señor y su amor a África lo llevaron a fundar en 1867 y en 1872 dos Institutos misioneros que más tarde se llamarán Misioneros Combonianos y Misioneras Combonianas. Fue nombrado Vicario Apostólico de África Central y consagrado Obispo. Este nombramiento confirmó que sus ideas y sus acciones, que muchos consideran arriesgadas e incluso ilusorias, fueron eficaces para el anuncio del Evangelio y la liberación del continente africano. Durante los años 1877-1878, Comboni sufrió en el cuerpo y en el espíritu, junto con sus misioneros y misioneras, las consecuencias de una sequía sin precedentes en Sudán, que diezmó la población local, agotó al personal misionero y bloqueó la actividad evangelizadora. En su último viaje misionero fue sorprendido por una fuerte tormenta en medio de la selva y contrajo una grave enfermedad. El 10 de octubre de 1881, a los 50 años de edad, marcado por la cruz que nunca lo abandonó «como fiel y amada esposa», muerió en Jartum, en medio de su gente, consciente de que su obra misionera no morirá. «Yo muero –exclama– pero mi obra, no morirá». Que María Santísima y los ejemplos como el de san Daniel Comboni nos ayuden a escuchar la Palabra, meditarla y hacerla vida. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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