La pandemia tan terrible que estamos viviendo, ha dejado al descubierto que estábamos construyendo un mundo autosuficiente y orgulloso de sus avances técnicos, un mundo que se alumbraba con una antropología sin Dios y sin Cristo, considerando al hombre como la medida de todas las cosas, entronizándolo falsamente en el lugar de Dios; una cultura, ensimismada y cerrada a la trascendencia, que, en buena medida, se negaba a la adoración y reconocimiento de la soberanía de Dios. Nos hemos dado cuenta, ante esta terrible adversidad, como lo señaló el Papa Francisco una vez, que todos vamos en la misma barca. El mensaje del Papa para este año lleva como lema la cita de Isaías: «Aquí estoy, envíame» (Is 6,8), para que nosotros, como discípulos–misioneros, estemos abiertos a la gracia divina y tomemos el papel que nos corresponde en medio de un mundo que se centra en lo material, en lo efímero y que, a pesar de enseñanzas tan fuertes como esta pandemia, no se deja evangelizar por los hechos que acontecen. En este día se nos recuerda que «todos estamos llamados a rezar y ofrecer lo que podamos por los esfuerzos misioneros y las jóvenes Iglesias en tierras de misión».
Por eso la proclamación del Evangelio tanto en las tierras de misión como en la tarea de la misión permanente por la Iglesia debe recordar a la política la primacía de Dios y la necesidad de ir por la vía de sus mandamientos, precisamente en orden a la felicidad humana de la comunidad, de esa comunidad a la que tiene el encargo de conducirla a la felicidad. Ambos adagios son, en consecuencia, complementarios, pero el «den a Dios lo que es de Dios» es primero y de él dimana la obligación y el fundamento del segundo: «den al César lo que es del César». Esta frase de Jesús ha sido entendida con cierta frecuencia como si se levantase una barrera entre la vida religiosa y la vida política y social, de tal forma que la religión quedase relegada al ámbito de la esfera privada e individual, arrinconada en las sacristías, sin incidencia alguna en la vida social; como si Jesús hubiese creado dos reinos distintos, el de Dios y el del César, en donde cada uno tuviese su poder omnímodo e independiente del otro. Este no es el pensamiento de Jesús: para Él, sólo Dios es el Señor y no hay otro Dios fuera de Él. Para Jesús, ningún poder político podrá ocupar el puesto que sólo le corresponde a Dio y por eso tenemos la ardua tarea de evangelizar todos los ambientes. Jesús pregunta por la imagen de la moneda. La imagen de la moneda pertenece al César, pero los discípulos–misioneros no hemos de olvidar que llevamos en sí mismos la imagen de Dios y, por lo tanto, sólo le pertenecemos a Él y como misioneros buscamos hacer consciencia, en todos los demás, de esta hermosa realidad. Que María Santísima, la Reina de las misiones, nos aliente para que no decaigamos en esta encomienda que el Señor nos ha dejado desde el día de nuestro bautismo. ¡Bendecido domingo mundial de las misiones!
Padre Alfredo.
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