Para la vivencia de nuestra fe, los detalles exteriores, que pueden ser legítimos, no son tan importantes como las actitudes interiores. Ciertamente muchos de los fariseos eran gente buena, cumplidores de la ley, deseosos de agradar a Dios en todo. Pero tenían el peligro de poner todo su empeño sólo en lo exterior, de cuidar las apariencias, de sentirse demasiado satisfechos de su propia santidad exhibida. Por eso les ataca Jesús, con el deseo de que reflexionen y cambien lanzándose a la tarea de revisar el interior. Con este gesto, Jesús les echa en cara la superficialidad que le han dado a la Ley de Moisés quedándose solamente en prácticas exteriores que pueden o no concordar con lo interior. Por eso les dice que den limosna, porque la limosna es algo que brota desde dentro, cuando una limosna se da uno mismo, se entrega, da de lo que tiene, entrega su tiempo, se da a los demás.
El único camino posible para vivir plenamente nuestra fe, debe comenzar desde lo más íntimo de nuestro ser, y desde allí difundirse hacia el exterior. Si no parte de lo más recóndito de nuestro corazón donde la codicia impide el compartir, nuestra vida y nuestra relación con Dios no podrá nunca realizarse en la profundidad que nos exige el encuentro con todos nuestros hermanos, hijos del mismo Padre del cielo. La historia cuenta que San Calixto I, Papa y mártir a quien hoy celebramos, cuando era diácono, después de un destierro en la isla de Cerdeña tuvo a su cuidado el cementerio de la vía Apia que hoy lleva su nombre, allí dejó para la posteridad las memorias de muchos mártires en quienes supo descubrir el interior de sus vidas. Elegido Papa, promovió la recta doctrina, reconcilió benignamente a los apóstatas, terminando su intenso pontificado con la gloria del martirio. Fue un hombre que vivió vida interior, cultivando las virtudes en su corazón, fue elegido Papa por aclamación popular, pues por su testimonio de vida era muy apreciado. Que este Santo Papa y mártir nos ayude a ser también nosotros personas de vida interior, cuidadores de nuestro propio corazón escuchando la palabra y guardándola en el corazón, como hizo la Santísima Virgen María. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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