miércoles, 7 de octubre de 2020

«Nuestra Señora del Rosario»... Un pequeño pensamiento para hoy

¡Qué alegría tan grande poder celebrar hoy la memoria de nuestra Señora del Rosario! Octubre es el mes del Rosario y lo es en torno a este día en que celebramos a María la Madre de Dios y Madre nuestra y pensamos en los pasajes de su vida con Cristo —los misterios—, como lo hacemos en el Santo Rosario. Reconocemos una vez más, como digo, que María es la Madre de Jesús y Madre nuestra: la invocamos, la queremos, le rogamos. La historia nos asegura que Santo Domingo de Guzmán afirmó que la Virgen María se le apareció en 1208 en una capilla del monasterio de Prouilhe (Francia) con un rosario en las manos, que le enseñó a rezarlo y que le dijo que lo predicara entre los hombres, ofreciendo diferentes promesas referidas para quienes lo rezaran, y el santo se lo enseñó a los soldados liderados por su amigo Simón IV de Montfort antes de la Batalla de Muret, la Virgen del Rosario se convirtió en la Virgen de la Victoria. A esta, su primera victoria manifiesta, se sucedieron muchas más. Mucho después, en el siglo XVI, San Pío V instauró su fecha el 7 de octubre, aniversario de la victoria en la Batalla de Lepanto (atribuida a la Virgen), donde las fuerzas cristianas derrotaron a los turcos que invadían Europa denominándola también Nuestra Señora de las Victorias, e invocándola, además, como Auxilio de los Cristianos. 

Vinieron luego otras victorias más, por lo que León XIII, cuya devoción por esta advocación hizo que fuera apodado el Papa del Rosario, escribió varias encíclicas referentes al rosario y consagró el mes de octubre al rosario e incluyó el título de «Reina de Santísimo Rosario» en la letanía de la Virgen. Mas tarde, tanto la Virgen de Lourdes en su aparición de 1858 como la de Fátima en 1917 pidieron a sus videntes que rezasen el Rosario para que la Virgen, vencedora de tantas batallas, ayudase al hombre de hoy a vencer las suyas. Hoy contemplando su imagen queremos decirle: «Bienaventurada por haber creído»,«Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor» (Lc 1,45), como exclamó llena de gozo Santa Isabel. Por eso queremos celebrar este día asistiendo —como nos invitaba a hacer San Juan Pablo II— a la escuela de María que nos lleva siempre a Cristo (cf. Carta Rosarium Virginis Mariae), la Misericordia encarnada.

El Evangelio de hoy nos pone el Padre Nuestro (Lc 11,1-4). Y, definitivamente, si alguien ha vivido en plenitud el Padre Nuestro, ha sido la Virgen María, por eso en la oración del Rosario la oración del Padre Nuestro es imprescindible y encabeza cada uno de los misterios. En el libro de los Hechos de los Apóstoles se narra que, después de la Resurrección de Cristo, en la primera comunidad cristiana la Virgen estaba junto a los apóstoles cuando estos se reunían para orar. El Evangelio nos dice que Jesús enseñó a sus apóstoles la oración del Padre Nuestro cuando le pidieron que les enseñara cómo orar. Por eso, al orar junto a los apóstoles «es posible y fascinante pensar que la oración que rezamos actualmente haya podido ser dicha por María». María ya era una mujer de oración incluso desde antes de la visita del ángel Gabriel y contemplaba la misericordia del Padre.  Sólo una persona de oración podría haberle dicho que «sí» a Dios en ese momento de la Anunciación. Las palabras de María al ángel: «Hágase en mí según tu palabra» son un eco de las palabras del Padre Nuestro, «Hágase tu voluntad». Unidos filialmente a nuestra Madre, María, Maestra en modelar el corazón con la misericordia de Dios. Recemos el rosario, en particular o en familia, en el templo o en la calle, pues sigue siendo un arma valiosísima que ella misma ha puesto en nuestras manos, para interceder poderosamente y para interiorizar en nosotros el amor misericordioso de Dios el Padre nuestro. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

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