Hoy quiero comenzar mi reflexión hablando un poco de esta condición de vida que estamos atravesando. Yo creo que ya todos quisiéramos que esta pandemia quede como una pesadilla del pasado y de alguna manera podamos volver a experimentar algo de la vida que teníamos y que no nos dábamos cuenta cuánto debíamos apreciar. El costo de pérdidas humanas, pero también económicas y emocionales es incalculable. Toda nuestra existencia ha sido trastornada y lo peor de todo es que la pandemia no solamente no ha terminado, sino que continúa expandiéndose cada vez más. En medio de esta situación tan dolorosa, los cristianos hemos de centrar nuestra vida en el Señor y tener confianza sabiendo que todo se va presentando conforme a su voluntad y que seguramente estos meses nos dejan una gran y sencilla convicción: estamos en las manos de Dios. Ahora es común escuchar frases como «en estos tiempos difíciles», en estas «circunstancias sin precedentes», o «la nueva normalidad». Después de muchas semanas de confinamiento y de meses de luchar contra esta pandemia mundial el estado de ánimo de muchas personas ha ido decayendo cada vez más y no puede ser así porque Cristo es nuestra esperanza. Sí, es verdad que estamos cansados y preocupados por la situación mundial. Todos hemos perdido algo y algunos lo han hecho de maneras que no podemos ni imaginar. Pero Jesús no está ausente y sigue estando en control del universo. En estos momentos podemos llevar nuestras cargas y preocupaciones a Dios y al mismo tiempo confiar y descansar en Él. Nuestra fe no es ciega o imaginaria, sino que está centrada en el único y soberano Señor de la creación y de nuestra salvación.
En este sentido el Evangelio de hoy (Lc 13,31-35) es esperanzador dentro de todo, porque basta escuchar unas cuantas palabras para animarse. Hoy, en medio de la adversidad que el Maestro vive porque Herodes quiere matarlo, dice «Seguiré expulsando demonios y haciendo curaciones». Sí, como digo, estamos en manos de Dios y en Cristo está nuestra confianza. De por sí la vida no la tenemos comprada. Cuánta gente ha muerto en estos días de la pandemia por accidentes u otro tipo de enfermedades diversas a la Covid-19. En el Evangelio de hoy, Herodes, el que había encarcelado y dado muerte al Bautista quiere deshacerse de Jesús. Jesús enfrenta la realidad y responde con palabras duras, llamando «zorro» al virrey y mostrando que camina libremente hacia Jerusalén a cumplir allí su misión, el plan de Dios que le exige sufrir. La idea de su muerte le entristece ciertamente, sobre todo por lo que supone de ingratitud por parte de Jerusalén, la capital a la que él tanto quiere. Es entrañable que se compare a sí mismo con la gallina que quiere reunir a sus pollitos bajo las alas, porque él es compasivo y misericordioso y esperaba que se entendiera que todos debemos ser así, incluso en medio de las dificultades de la vida.
Entre los santos y beatos que hoy se celebran está Miguel Rúa, un santo varón que nació en Turín, Italia en una modesta familia y que superó en su vida muchas adversidades. Hizo sus estudios de primaria con los Hermanos Cristianos que lo apreciaron mucho porque era sin duda el alumno de mejor conducta que tenían en su escuela. Y resultó que al Instituto de los Hermanos iba San Juan Bosco a confesar y allí conoció a Miguel Rúa, que fue uno de los que se dejaron ganar totalmente por la impresionante simpatía y santidad del gran apóstol. Durante 36 años fue su colaborador más íntimo en todas las etapas del desarrollo de la Congregación... Por una explícita petición del Fundador, en 1884, León XIII lo destinó a suceder a Don Bosco y lo confirmó Rector Mayor en 1888. Con el aumento de los hermanos, después de la muerte del fundador y el desarrollo de las obras, envió a los salesianos por todo el mundo cuidando en particular las expediciones misioneras. Cuando murió, el 6 de abril de 1910, a los 73 años, la Sociedad había pasado de 773 a 4.000 salesianos, de 57 a 345 casas, de 6 a 34 Inspectorías en 33 países. Él durante todo ese tiempo al frente del Instituto, supo afrontar y superar toda clase de dificultades como ahora nosotros atravesamos por esta pandemia. Que el beato Miguel Rúa y María Santísima nos ayuden a vencer la adversidad y a perseverar hasta el último instante de nuestras vidas. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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