domingo, 30 de diciembre de 2012

Al finalizar el 2012 el mundo no se ha acabado y hay mucho que agradecer...

Estamos llegando al final del año 2012. Ya faltan pocas horas para que termine este año que nos ha dejado bastante movimiento de trabajo y  muchas gracias y bendiciones de Dios, pues mientras que muchos recodarán este 2012 como un año que se  iba a acabar el mundo, yo lo recordaré como el año de la beatificación de la Madre María Inés bajo la mirada dulce de María en la Basílica del Tepeyac, el año de la visita del Papa Benedicto a México, el año en que reavivamos nuestro compromiso de ser creyentes con la celebración del «Año de la fe», el año del nombramiento del Sr. Rogelio Cabrera como Arzobispo de Monterrey... cuando piense en el 2012 reviviré seguramente emociones y recordaré compromisos. Estamos ya muy cerca de la fiesta de fin de año y seguramente que, como este, el 2013 pasará velozmente.

En este año el mundo giró y se sacudió con muchas cosas. La historia de muchos países se desarrolló en torno a la violencia y a la crisis económica que ha puesto en jaque a la casi intocable Europa y que desde allí se ha extendido en muchas partes de occidente; además, claro está, del sonadísimo tema del fin del mundo, que no se acabó y que puede ser que se acabe en este 2013 o sabrá Dios cuando, porque sólo a Él le toca decidir el desenlace final de nuestro peregrinar en este mundo como pueblo, como Iglesia, como familia de los hijos de Dios para ir, literalmente, a la vida eterna.

Evidentemente el mundo no se acabó en este 2012 y, como todos los años, ha tenido sus cosas buenas y sus cosas malas. Hemos reído y hemos llorad, hemos ganado y hemos perdido. A muchos ciertamente nos resultó bastante corto, a pesar de haber tenido también sus dificultades como la escasez tan manifiesta de vocaciones que me ha tocado palpar al ver las consecuencias de un mundo consumista y materialista que obstaculiza y frena el deseo incipiente de consagrarse a Dis que surge en el corazón de algunos jóvenes; o el inesperado ataque de una misteriosa bacteria que trastocó por más de un mes la vida de mi padre. Pienso también en los seres queridos que han partido a la casa paterna este año y han dejado un espacio que nadie, sino solamente Jesús podrá llenar.

En unas cuantas líneas y antes de arribar a nuestra querida comunidad de "El Tigre", en Michoacán —a donde aún y a pesar de estar en el siglo XXI, no ha llegado el poder de la banda ancha satelital o la telefonía celular— quiero desear a mis cinco o seis lectores un año 2013 lleno de esperanzas y un final del 2012 lleno de gratitud al Padre Misericordioso

Para cada uno de ustedes mi bendición sacerdotal y mis deseos de paz para el año 2013, anhelando que a nadie se nos olvide celebrar también cosas buenas que te ocurrieron en el 2012.

¡Que disfruten de un buen fin de año! ¡Feliz fin de año y feliz año nuevo!

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

viernes, 28 de diciembre de 2012

Diez cosas que un Vanclarista debe tomar en cuenta para vivir el «Año de la Fe» con más intensidad



1. Tener en cuenta que su espiritualidad eucarística lo invita a participar en la Santa Misa no solamente el domingo, sino los días en que pueda entre semana, para vivir el «encuentro personal con Cristo» en el sacramento de la Eucaristía y para reforzar la propia fe a través de la escucha de la Palabra, sabiéndose parte de una comunidad de fe.


2. Leer la Sagrada Escritura a diario, porque un misionero no puede prescindir del contacto con la “Buena Nueva” que debe anunciar con su vida, con su testimonio y con su acción apostólica durante el Año de la Fe y siempre.


3. Conocer cada vez más la vida de nuestra Beata Madre Fundadora, ejemplo claro de cómo vivir una vida cristiana, a través de diferentes etapas y espacios de la vida para poder dar testimonio de vida cristiana y acrecentar la propia fe y la de los demás.


4. Frecuentar los sacramentos, especialemente la reconciliación, porque los Vanclaristas reciben fuerzas y profundizan su fe celebrando el encuentro vivo con Jesucristo en la Eucaristía y para eso hay que acercarse a la confesión, y este sacramento refuerza la fe y vuelve el alma a Dios para abrir nuestra vida a la gracia sanadora de Dios que debe ser siempre actuante para vivir como discípulo y misionero.


5. Leer los documentos del Concilio Vaticano II —del que se celebra este año su 50 aniversario-— en grupo y de manera individual , para vivir su compromiso misionero sabiéndose parte de la Iglesia.


6. Estudiar el Catecismo de la Iglesia Católica, que desde hace 20 años recoge en un solo volumen los dogmas de fe, de la doctrina moral, de la oración y de los sacramentos de la Iglesia, y sirve como un verdadero recurso para crecer en la vivencia y transmisiónde la fe”.


7. Saberse parte de la Familia Inesiana y acercarse a los demás miembros de la misma participando en las casas locales de misioneros y misioneras y acercándose a los colegios, parroquias, hospitales y otras obras de la Familia Inesiana. Que el carisma personal de cada uno ayude a mantener viva en la fe, la vida de familia.


8. Ser misionero en el lugar en donde se encuentre, participando de manera activa en la obra apostólica de la Iglesia, insertándose en su propia parroquia o en la parroquia en la que está la sede del grupo al que pertenece, conociendo como grupo y como persona el plan de pastoral de la diócesis en la que vive.


9. Sentirse un «promotor vocacional» de Van-Clar, dando a conocer el carisma de Van-Clar a los amigos y conocidos, invitándolos a formar parte del grupo, haciéndoles una invitación personal y buscar a los que se hayan alejado de la fe o se sientan un extranjero dentro de la Iglesia. Todos los Vanclaristas conocen a alguien así.


10. Meditar las Bienaventuranzas para vivirlas al estilo de la beata María Inés, para crecer en la humildad, la paciencia, la justicia, la misericordia, la transparencia y la libertad fijando la mirada en Santa María de Guadalupe como Patrona Principal, anhelando en este “Año de la Fe” volver a estrenar el «Sí».

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

jueves, 13 de diciembre de 2012

De camino hacia el Portal de Belén...


Por estos días, hace muchos, muchos años, una joven pareja de esposos llegaba a Belén... Ella está próxima a dar a luz, lo sabemos, se llama María, y su esposo se llama José. Buscan una posada donde hospedarse y donde recibir al niño que va a nacer. ¡Cuánta ilusión! No hay lugar para ellos por­que son pobres. Hospedar a pobres no es nada rentable, recibir a una mujer que va a dar a luz, puede traer muchas complicaciones de todo tipo. Así nace Dios, en un establo, tal vez con un cobertizo. Allí el Verbo se hizo hombre.

Navidad es la fiesta del hombre: En Navidad nace el hombre, uno de los millares de millones de hombres que han nacido, nacen y nacerán en la tierra, y al mismo tiempo él es único e irrepetible, porque es el Hijo de Dios. Es verdadero Dios y verdadero hombre.

Navidad es una fiesta extraña: no hay ningún signo de la liturgia de la sinagoga, no hay lecturas proféticas ni canto de los salmos: "No quisiste sacrificios ni oblaciones, pero me has preparado un cuerpo" (Heb 10,5), parece decir, con su llanto, el que siendo Hijo Eterno, Verbo consubstancial al Padre, "Dios de Dios, Luz de Luz, se ha hecho carne (Of Jn 1,14). La gente de aquel tiempo no esperaba así, tal vez ahora tampoco.

Cristo, el Mesías anunciado por los profetas se revela en aquel cuerpo como uno de nosotros, pequeño niño, en toda su fragilidad. Sujeto a la solicitud de los hombres, confiado a su amor, indefenso. Llora y el mundo no lo siente, no puede sentirlo, no lo escucha ni ese día ni ahora. El llanto del niño recién nacido apenas puede oírse a pocos pasos de distancia.

La Navidad es siempre rica en ese realismo particular al que podemos ir ahora: realismo de aquel momento que nosotros renovamos y también realismo de todos los corazones que reviven en estos días aquel momento. Todos, en Navidad, nos senti­mos conmovidos y emocionados, por más que lo que celebremos haya ocurrido hace más de dos mil años.

Para tener un cuadro completo de la realidad de aquel aconte­cimiento, para penetrar aún más en el realismo de aquel momento y de los corazones humanos, recordemos que esto sucedió tal como lo describen san Mateo y san Lucas en los primeros capítulos de sus narraciones evangélicas: en el abandono, en la pobreza, en el «establo—gruta», fue­ra de la ciudad, porque como dije ya, los hombres en la ciudad no quisieron acoger a la joven Madre y a José en ninguna de sus casas. No había sitio para ellos, no tenían espacio, no los po­dían recibir... es curioso, desde el principio, desde el comienzo, el mundo se ha revelado inhospitalario hacia Dios que debía nacer como hombre.

El establo de Belén es el primer lugar de la solidaridad con el hombre: de un hombre para con otro y de todos para con todos, sobre todo con aquellos para quienes no hay lugar en la hospede­ría (cf. Le 2,7), a quienes no les reconocen los propios derechos. La cueva de Belén ofrece a María gran austeridad, incomodidad, pobreza, desprecio, dolor, pero al mismo tiempo le ofrece el reco­gimiento que ella desea y necesita en aquellos momentos de inti­midad divina. Allí está también José; el representante del Padre celestial; el padre legal del Niño Jesús, y está en silencio, en un silencio meditativo que quizá no pueda hacer nada, pero está, está cumpliendo la voluntad del Padre Celestial que todo lo dispuso así. José no hace declaraciones, ni a los pastores ni a los reyes Magos, que vienen de Oriente; no tiene ruedas de prensa y cumple con el deber arduo y difícil en la sombra. José es así, el modelo de todo cristiano en el cumplimiento fiel de la voluntad de Dios, sin preocuparse de él mismo.

Los pastores, gente sacrificada y humilde velan por turnos, durante la noche en medio del campo. Están cuidando sus rebaños. Un ángel se les aparece y les anuncia el gran aconteci­miento, para que ellos, gente sencilla y de corazón noble, fueran los testigos privilegiados, en esta noche maravillosa, de la presencia de la Sagrada Familia y del nacimiento del Salvador. El mis­mo ángel los anima, les explica el misterio de esta noche, y les ofrece una señal para conocer al recién nacido. Es un pequeño niño envuelto en pañales, reclinado en un pesebre. Ese es el Mesías, el Señor, el Salvador.

Cristo en el pesebre es el Mesías que viene a hacer realidad definitiva todas las promesas. Como Señor de señores y Rey de reyes, debe ser ensalzado, exaltado. (Hch 2,36). Viene a traer la paz, es el Salvador; él viene a salvar del pecado y todo esto lo habrá de conocer y entender la humanidad entera con fe.

El niño recién nacido llora. ¿Quién escucha el llanto del Niño? Pero el cielo habla por él y es el cielo el que revela la enseñanza propia de este nacimiento. Es el cielo el que la explica esta noche santa con estas palabras: "Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad" (Lo 2,14). Es necesario que nosotros, impresionados por el hecho del nacimiento de Jesús sintamos este grito del cielo. Es necesario que llegue ese grito a todos los confines de la tierra, es del todo necesario que lo oigan ahora nuevamente todos los hombres y mujeres del mundo entero.

Con todo esto, la Navidad irradia sencillez a la vez que esparce una candente profundidad. Cristo ha venido al mundo para que lo puedan encontrar los hombres; los que lo buscan. Nosotros queremos ir también esta noche en su búsqueda, como los pastores y los reyes, los pobres y ricos. Cristo nace esta noche santa para todos. San Agustín dirá del misterio de Navidad que es "obra maestra de la bondad misericordiosa de Dios".

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Bienvenido el Papa a Tuitear...

Benedicto XVI y ordenadorHoy, día 3 de diciembre de 2012, hemos asistido a un momento histórico. Otras generaciones vieron al Papa bajarse de la silla pontificia y nosotros ahora somos testigos de la creación de la cuenta oficial del Pontífice en Twitter (@Pontifex), para español es @Pontifex_es. El nombre de «Pontifex», tiene una gran conexión con la red. Significa constructor de puentes, y viene a significar la vinculación y conexión que se da en internet y que hay que crear, ciertamente, pero que es real a su manera. Se tiende de este modo una relación más, que en otros tiempos fue impensable. ¡Bienvenidos seamos a este nuevo espacio que el Papa nos ofrece. En breve empezará a twittear, el primer tuit será el próximo 12 de diciembre. ¡Yo también participo en Twitter con mensajes que, desde mis blogs, se van directo a la red!

martes, 20 de noviembre de 2012

¡Viva Cristo Rey!... La Solemnidad con la que termina el Año Litúrgico

La Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, fue instituida por el papa Pío XI el 11 de diciembre de 1925. El Concilio Vaticano II —cuyo 50 aniversario estamos celebrando en el Año de la Fe— quiso situar la celebración como final del tiempo ordinario y, por tanto, como final del año litúrgico. Su significado es que Cristo reinará al final de los tiempos y esto supone un plan espiritual de redención lejos de cualquier interpretación de poder político o pseudoreligioso. El reino que Cristo viene a establecer no es de este mundo, pero comienza en este mundo y no termina aquí, llegará a su plenitud en el más allá, pero no podemos olvidarnos que “ya” está aquí.


San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, en el "episodio" del "Rey Temporal y el Rey Eterno" define muy bien lo que celebramos al contemplar a Cristo como Rey. El santo dice que si nosotros somos capaces de dar un apoyo total a un rey de este mundo que quiere instituir lo que todos queremos y guardamos en una relación de identidad con sus postulados, sus vestidos, sus trabajos, sus sufrimientos, etc.; mucho más tendríamos que apoyar a un Rey Eterno que busca nuestra salvación y nuestra felicidad, que constituyen —sin duda— uno de los mayores anhelos.

Jesús de Nazaret, el «Hijo del hombre», se presentaba ante la gente de su tiempo como un humilde carpintero, un sencillo hombre de pueblo que tenía callos en las manos por el trabajo en el taller, la piel curtida por el viento y el sol. Un hombre recio que usaba palabras llanas, un hombre que hablaba con fuerza persuasiva de una nueva doctrina, hecha de rebeldía contra la mentira, cargada de amor a los pobres, y de confianza heroica en el poder y la bondad de Dios. Nosotros, los cristianos, siempre hemos querido ver en Jesús de Nazaret a este «Hijo del hombre» que viene a salvarnos y a redimirnos de nuestros pecados. Queremos que este «Hijo del hombre» sea nuestro rey, un rey de carne y hueso que conoce nuestras miserias y debilidades y que se nos ofrece como camino, verdad y vida para llegar hasta nuestro Padre, Dios. A este rey, «hijo del hombre», le ofrecemos en este Año de la Fe nuestro humilde propósito de seguirle y obedecerle, hasta conseguir que se cumpla el ideal de la beata María Inés Teresa de que “todos le conozcan y le amen”. Ella vivió aquella terrible época de "la cristiada", cuando muchos mártires dieron la vida por Cristo al grito de: ¡Viva Cristo Rey!

En el Evangelio sólo una vez dice Jesús: "Yo soy Rey…" (Jn 18,33-37), esa es la primera y última vez que se declara abiertamente rey, y cuando lo hace tiene ante si una multitud que grita que lo maten, que lo crucifiquen. Cristo reinó ayer, reina hoy y reinará siempre... pero no quiere ser rey al estilo de los reyes de este mundo. No quiere ser rey de espadas, para vencer por la fuerza de las armas a sus enemigos, ni quiere ser rey de bastos, para gobernar a sus súbditos mediante el garrotazo y el temor; tampoco quiere ser rey de copas, porque no quiere celebrar solemne y pomposamente victorias sobre nadie, ni almacenar trofeos mundanos en sus vitrinas. Sólo quiere ser rey de corazones, de nuestros corazones, de los corazones de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, de los corazones mansos y humildes, de los corazones misioneros arriesgados y valientes en la defensa del bien y en la lucha contra el mal.

El Reino del Señor es muy distinto al de aquellos que nos proponen los reyes de la tierra: Su riqueza es el amor, su corona es la verdad, su trono es una cruz, su baluarte es la vida interior, su proclama es Dios amor, sus armas son el servicio y su ejercito es el testimonio de aquellos que seguimos esperando y creyendo en Él.

En el mundo de hoy, en las artes, en el ámbito de la educación y la cultura, en la música, parece escucharse hoy más que nunca la proclama que señala: ¡no queremos que Jesús reine sobre nosotros! Parece que hoy estorba la imagen sagrada del «Hijo del Hombre» proclamado rey e incluso se quieren quitar sus imágenes de los lugares públicos; la inspiración de las canciones de moda y de la vestimenta de los artistas de hoy no es precisamente la que puede inspirar los valores del reino  de Jesús; la arquitectura y la ornamentación navideña, por ejemplo, se ha sustituido por otros motivos que, de cuando en vez, congenian con lo enseñado por el rey eterno e inmortal de los siglos. ¡Qué razón tenía Jesús! ¡Mi Reino no es de este mundo!

Que este Año Santo de la Fe que estamos apenas iniciando, contribuya a ubicar a Cristo, de nuevo, en el lugar que le corresponde en nuestro corazón, en nuestra mente, en nuestro pensamiento, en nuestras familias, en nuestra Iglesia, en nuestra sociedad. Nunca como ahora el anuncio del reino se hizo tan urgente. La mentira abunda por doquier, desde la política hasta el comercio. Vivimos un tiempo de fraudes, de mentiras generalizadas. Sintamos la urgencia que movió el corazón de Madre Inés con su apóstrofe constante de “Urge que Cristo reine” (1 Cor 15,25”. Esto es lo que nos toca hacer ahora en el Año de la Fe en este clima de la Nueva Evangelización que nos ha dejado como tarea el Sínodo de los Obispos. Est a es nuestra tarea, este es nuestro lugar y no ningún otro. Seamos valientes y no confraternicemos con lo que van por la vida sin tener un rey como Jesús.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

XXXIII Aniversario... MISIONEROS DE CRISTO PARA LA IGLESIA UNIVERSAL

Del corazón sin fronteras de la Beata María Inés Teresa Arias, brotó hace 33 años la fundación de los “Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal” como parte de una familia misionera fundada por ella misma y hoy conocida como “Familia Inesiana”, integrada por las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento, los Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal, el grupo sacerdotal Madre Inés, las Misioneras Inesianas Consagradas, Van-Clar y Familia Eucarística.

En 1979 la beata inició esta obra de los misioneros confiando en la Divina Providencia y alentando a un grupo de jóvenes que sentían sus anhelos misioneros identificados con los que ella tenía como móvil de su ser y quehacer como misionera sin fronteras.

La tarea de los Misioneros de Cristo en el mundo actual es extender el Reino de Dios con la urgencia de la nueva evangelización, implantando la Iglesia en donde aún no ha sido establecida y reanimando a las comunidades en el espíritu misionero. Anunciamos el evangelio a creyentes y no creyentes en un amplio campo de apostolado.

Actualmente, con presencia en México y en Sierra Leona (África),  tenemos tres Casas y dos Parroquias, además del arduo trabajo que desarrollamos en diversos campos de la pastoral y en las misiones populares.

Fuimos fundados para la misión “Ad Gentes” y buscamos dar respuesta al llamado que nos hace el Concilio Vaticano II dando a conocer a Dios y el amor de Santa María de Guadalupe, Patrona de la familia misionera a la que pertenecemos.

Compartiendo con mucha gente, en nuestras  comunidades la fe, en el despertar de este nuevo milenio, trabajamos para seguir esculpiendo el rostro de Cristo en un campo difícil y alicaído por la presencia de numerosas sectas y de un mundo que se debate entre el odio y la violencia, la tristeza y el desánimo.

En Michoacán, en el poblado El Tigre, está la Casa “Don Vasco de Quiroga”, espacio de formación para sacerdotes, religiosos y laicos que quieren acrecentar su espíritu misionero al estilo de la beata Madre María Inés. Alentar a los misioneros es vital para el crecimiento del instituto, de la Iglesia, de la evangelización. A través del acompañamiento y de la vivencia de la fe, hacemos presente la palabra y la presencia eucarística de Cristo en las comunidades de la zona lacustre de Pátzcuaro. En el proceso de desarrollo de estos pueblos y rancherías es siempre urgente la presencia misionera que apoye su identidad y les alcance una promoción humana y digna de valores.

En la arquidiócesis de Monterrey, en donde está nuestra Casa Fundacional,  se nos ha encomendado la parroquia, “Nuestra Señora del Rosario en San Nicolás”, donde tenemos siempre un desafío, el reto constante de la nueva evangelización, buscando hacer presente a Cristo en medio de una urbe gigantesca y aglomerada, necesitada de espacios para el desarrollo integral del ser humano.

En Cd. Benito Juárez, N.L. está enclavada la Casa de Formación de nuestro instituto, un Seminario Misionero que dé cabida a nuestros formandos de distintas  etapas, especialmente los estudiantes de Filosofía y Teología en un lugar en el que nuestros alumnos que se preparan al sacerdocio y a la vida consagrada encuentran paz, tranquilidad y armonía en un una casa de oración para adquirir  la suficiente madurez. Esta casa está abierta a quienes quieran forjar su vocación misionera, alimentándose de la vida de comunidad y a quienes quieran encontrar un espacio para reflexionar.

En África, en Sierra Leona, tenemos la parroquia de “Nuestra Señora del Rosario” en un lugar llamado Mange Bureh, en donde, en la misión directa, evangelizamos, ayudados por voluntarios laicos y por nuestras hermanas Misioneras Clarisas, una gran cantidad de villas. Cada día, nuestros misioneros se internan en la selva y en los diversos parajes para llevar la Buena Nueva a quienes aún no han oído hablar de Dios. Esta misión es, con toda verdad y razón, el pulmón de esta obra creada para ir a llevar la Palabra de Dios y los Sacramentos a los más pobres y alejados de nuestra tierra.

La Casa Fundacional de nuestro instituto, está ubicada en el municipio de San Nicolás de los Garza, N.L., donde están las oficinas centrales de los misioneros de Cristo: Esta es la casa que recibe a los nuevos aspirantes a la congregación.  Desde 1983, se realiza, allí, un trabajo constante de evangelización que sigue presentando el camino de Cristo en un mundo pujante e industrializado.

Gracias a la entrega de cada Misionero de Cristo y al apoyo que nos brinda la Familia Inesiana y todos ustedes, bienhechores, amigos, familiares que, con su oración ferviente y su corazón generoso, hacen posible que nuestra familia misionera cumpla su misión evangelizadora, llegamos este 23 de noviembre de 2012, en el marco del "Año de la Fe", a nuestro XXXIII Aniversario de Fundación.

Con mucha gratitud e inmenso cariño, los Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal, ofrecemos las Misas, las oraciones, los trabajos de cada día, por ustedes y sus familias, pidiendo al Señor que Él sea su mejor recompensa dándoles paz, salud, bienestar y la esperanza del cielo.

Estamos seguros de que al alentar esta obra, su vocación misionera se acrecienta y el deseo de que todos conozcan y amen a Dios y a su Madre Santísima, se hace cada día más grande.

Alfredo Delgado R., M.C.I.U.

jueves, 1 de noviembre de 2012

LA CREMACIÓN... Una práctica cada vez más común

El tema de la cremación (llamada también incineración consiste en reducir, mediante el fuego, el cadáver a cenizas) es de gran actualidad. Cada vez se está poniendo más de moda pedir ser cremado, pues, para muchos, es más práctico y para otros, menos oneroso, va ganando puestos sobre la inhumación y en muchos lugares ya supone cerca del 70% de los casos. En México, con la crisis económica que se vive y que parece interminable, esta práctica se ha incrementado debido al menor gasto económico y, según las proyecciones de los expertos, en diez años será una opción prácticamente unánime. La incineración simplemente acelera el proceso natural de destrucción del cuerpo que con el tiempo queda reducido a polvo y ceniza. Las cenizas merecen el mismo respeto que el cadáver puesto que son restos de la persona que espera la resurrección, esto incluye, por supuesto, el uso de un recipiente digno que acoja las cenizas, la forma en que se carguen, el cuidado y la atención requerida para su transporte y colocación, y su reposo final.

Aunque la Iglesia recomienda la costumbre piadosa de dar sepultura a los cuerpos de los difuntos, permite la cremación con tal de que no se haga por razones contrarias a la enseñanza de la Iglesia (Canon 1176.3, Catecismo de la Iglesia Católica, #2301). Cada vez son más las familias cristianas que optan por incinerar los restos de sus familiares para depositar piadosamente las cenizas en el cementerio, o en las criptas de una Iglesia (llamados también columbarios o nichos) y, lo más importante, se acuerdan de ofrecer sufragios por sus difuntos, particularmente la Santa Misa.

El cadáver, una vez privado del elemento espiritual que sustancialmente le daba forma, no puede considerarse ya una persona esencialmente inviolable en sus atributos, por lo que ningún motivo de carácter intrínseco podría evitar su incineración. Puede, pues, afirmarse que la cremación de suyo no es contraria a ningún precepto, ni de ley natural ni de ley divina positiva. En algunos casos, incluso, puede ser el modo conveniente de proceder (por ejemplo, en casos de epidemias, grandes mortandades, catástrofes, etc.). Sin embargo, se convierte en algo ilícito cuando es realizada como una afirmación de ateísmo, o como una forma de manifestar que no se cree en la inmortalidad del alma o en la resurrección de la carne. En estos casos, se hace ilícita por ser el modo de profesar públicamente una doctrina errónea y herética. Ya hemos dicho que las cenizas, último residuo de un ser humano, merecen un trato y destino dignos, debiendo por tanto evitarse manipulaciones y depósitos que sean impropios, frecuentes hoy por desgracia como consecuencia de la secularización y el florecimiento de cierto neopaganismo y sincretismo, por eso es muy de alabar que sean depositadas en el cementerio o en una Iglesia.

Es preferible que la Misa de Funeral o la Liturgia de Funeral fuera de la Misa se celebre en la presencia del cuerpo del difunto antes de ser cremado. El significado de tener el cuerpo del difunto presente durante la liturgia de funeral se indica a lo largo de los textos de la misa y por medio de las acciones rituales. Por lo tanto, cuando se hagan arreglos respecto a la cremación, se recomienda que: a) luego del velorio, o durante un tiempo de visita, se celebre la liturgia funeral en la presencia del cuerpo del difunto y que después de la liturgia de funeral, el cuerpo del difunto sea cremado; b) la Misa de Funeral termine con la ultima recomendación en la iglesia; c) en un tiempo apropiado, usualmente algunos días después, la familia se puede reunir en la Iglesia o en el cementerio para el entierro o depósito de los restos cremados. Durante este tiempo se celebra el Rito de Sepultura, en él que se incluirán las oraciones propias del entierro de las cenizas.

Si la cremación ya se ha llevado a cabo antes de la Liturgia de Funeral, el párroco puede dar permiso de la celebración de una Liturgia de Funeral en la presencia de los restos cremados de la persona difunta. Los restos cremados del cuerpo deben de colocarse en un vaso digno. Las parroquias pueden comprar un osario (un recipiente donde se coloca la urna o la caja con las cenizas). En el lugar donde usualmente se coloca al ataúd, puede colocarse una mesa para poner allí los restos cremados. La urna funeral o el osario pueden ser llevados a ese lugar en la procesión de entrada y colocados sobre la mesa antes de que comience la liturgia.

Pueden existir circunstancias especiales, tales como preocupaciones acerca de salud o transportación desde fuera del estado o del exterior, que provoquen que la familia tenga que hacer arreglos para la cremación antes de hacer arreglos para el funeral. Si la cremación ya se ha hecho, se recomienda lo siguiente: a) Una reunión con la familia y amistades para orar y recordar al difunto; b) la celebración de una liturgia funeral; c) una reunión con la familia y amigos para el entierro o depósito de los restos cremados en el cementerio durante el Rito de Sepultura.

Como los restos cremados —como ya he insistido— deben de tratarse con el mismo respeto que se le da a los restos del cuerpo humano, y debe de sepultarse ya sea en la tierra o en el mar, «desperdigar» los restos en la tierra o en el mar, o dejar en la casa una parte de los mismos, por razones personales, es una disposición final del difunto que la Iglesia no acepta como reverente. Debe dejarse en claro que el entierro en el mar de los restos cremados difiere de desperdigarlos. Si los restos se van a sepultar en el mar deben de colocarse en un recipiente digno y bastante pesado para quedar en descanso final en el fondo del mar en panteones submarinos especiales para ello que hay en algunas naciones. Algunos documentos de la Iglesia y directorios de piedad de las distintas Conferencias Episcopales (conjunto de obispos de cada país) recalcan que se debe exhortar a los fieles a no conservar en su casa las cenizas de los familiares, sino a darles la sepultura acostumbrada. En algunas legislaciones, al respecto, como en la alemana, no se permite que las urnas salgan de sus crematorios si no se certifica que su destino es un cementerio o una Iglesia. Este modelo también se está preparando en Francia, y en otras naciones, algunas de las cuales trabajan en nuevas normativas que establezcan la obligación de destinar un espacio en los cementerios para albergar cenizas y urnas. No puede permitirse entre los fieles católicos que siga en expansión la costumbre de arrojar los restos cremados de un ser querido al medio ambiente o, peor aún, convertirlos en “diamantes o amuletos”, como se ha empezado a estilar.

Los cementerios (dormitorios) son el lugar ordinario donde descansan los restos de nuestros difuntos porque, para nosotros son una manera de evocar la resurrección de los muertos. Últimamente, en muchas parroquias, sobre todo de nueva creación, se está ofreciendo la posibilidad de conservar las cenizas de los difuntos en los llamados nichos, criptas o columbarios. Estos deben ser erigidos atendiendo la solicitud pastoral de la iglesia sobre las cenizas, antes que por motivos crematísticos. Estos espacios serán el lugar donde, de manera ordinaria, serán depositadas las cenizas de los difuntos. Pues, como expresan algunos reglamentos de algunas diócesis: “De manera semejante a como la parroquia es durante la vida terrena de los fieles el espacio por excelencia para la celebración de la fe, también a ella compete en primer lugar custodiar el depósito de las cenizas sus miembros difuntos, significando de esta forma más claramente su pertenencia a la comunidad eclesial”.

Todo lo que aquí he comentado, es una explicación detallada de lo que parece en el “Ritual de Exequias”. El Ritual de Exequias es un libro litúrgico que recoge los ritos y las fórmulas funerarias cristianas, revisadas y enriquecidas, según la «Sacrosanctum Concilium», la Constitución del Concilio Vaticano II sobre la Sagrada Liturgia. Aunque en México no existen normas estrictas acerca de los ritos funerarios, empiezan a surgir costumbres de esparcir cenizas, de hacer diamantes con ellas y colgárselos, repartir las cenizas entre varios familiares o guardarlas en casa, pero no hay nada normativo todavía. Sin embargo, con la aprobación de una nueva edición del “Ritual de Exequias” para Italia, en marzo pasado, la Santa Sede ha sido muy clara especificando que las cenizas ni se esparcen ni se guardan, solo se entierran en el cementerio o se depositan en una Iglesia.

Termino la reflexión dejando con un escrito de San Cipriano (hacia 200-258), obispo de Cartago y mártir (Tratado sobre la muerte, PL 4,506s) para meditar en la muerte desde nuestro punto de vista como católicos:

“El que cree en mi aunque haya muerto, vivirá” (Jn 11,25). No debemos llorar a nuestros hermanos a quienes el Señor ha llamado para retirarlos de este mundo, porque sabemos que no se han perdido sino que han marchado antes que nosotros: nos han dejado como si fueran unos viajeros o navegantes. Debemos envidiarlos en lugar de llorarlos, y no vestirnos aquí con vestidos oscuros siendo así que ellos, allá arriba, han sido revestidos de vestiduras blancas. No demos a los paganos ocasión de reprocharnos, con razón, si nos lamentamos por aquellos a quienes declaramos vivos junto a Dios, como si estuvieran aniquilados y perdidos. Traicionamos nuestra esperanza y nuestra fe si lo que decimos parece ficción y mentira. No sirve de nada afirmar de palabra su valentía y, con los hechos, destruir la verdad.

Cuando morimos pasamos de la muerte a la inmortalidad; y la vida eterna no se nos puede dar más que saliendo de este mundo. No es esa un punto final sino un paso. Al final de nuestro viaje en el tiempo, llega nuestro paso a la eternidad. ¿Quién no se apresuraría hacia un tan gran bien? ¿Quién no desearía ser cambiado y transformado a imagen de Cristo?

Nuestra patria es el cielo… Allí nos aguardan un gran número de seres queridos, una inmensa multitud de padres, hermanos y de hijos nos desean; teniendo ya segura su salvación, piensan en la nuestra… Apresurémonos para llegar a ellos, deseemos ardientemente estar ya pronto junto a ellos y pronto junto a Cristo”.

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

miércoles, 31 de octubre de 2012

Siete nuevos santos para la Nueva Evangelización

El domingo 21 octubre fueron canonizados siete nuevos santos por Benedicto XVI en el marco del Domingo Mundial de las Misiones (DOMUND), durante el Sínodo para la Nueva Evangelización y en el marco del Año de la Fe. Entre ellos hay misioneros de primera evangelización y modelos de ingenio para tomarlos de ejemplo en la tarea de la Nueva Evangelización.

Los nuevos siete santos son por orden cronológico:

1. Pedro Calungsod (1654-1672), catequista laico, mártir en Filipinas. Originario de Cebú, fue muerto en Guam, en el archipiélago de las Islas Marianas.

Calungsod es modelo para la Nueva Evangelización porque en tiempos lejanos los valores que vivió no eran diferentes de los que hay que encarnar en la nueva evangelización. Su audacia en dejar su casa y acompañar a los misioneros a difundir el Evangelio en un ambiente hostil, es una llamada a ser valientes en dar testimonio de Cristo hoy.

2. Kateri Tekakwitha (1656-1680), laica, india de América del Norte (Estados Unidos y Canadá), llamada también “lirio de los Mohawks”, muerta tres años después de su bautismo. Una figura extraordinaria llena de encanto, testigo de lo que la gracia divina hace en quien, con toda la inocencia de una juventud incontaminada, se deja llevar por su impulso. Conocida como “el lirio de los mohawks” tiene su santuario nacional en Fonda, Nueva York.

3. Jacques Berthieu, sacerdote francés, jesuita, muerto en Madagascar (1838-1896), mártir de la fe. Nacido en Francia, en Ponminhac, en los alrededores de Aurillac, en una familia de propietarios agrícolas, fue ordenado sacerdote de la diócesis de Sant-Flour, el 21 de mayo de 1864.

4. Maria Anna Cope (1838-1918), religiosa alemana de las Hermanas de la Tercera Orden Franciscana de Syracuse, Nueva York. Su nombre era Bárbara. Fue conocida como la madre Maria de Molokai. Nacida en Alemania, murió en Molokai, Hawai. Evangelizó a los leprosos de Molokai.

En 1885, recibió la condecoración de Dama Compañera de la Real Orden de Kapiʻolani por sus servicios, de manos del rey Kalākaua.

5. Giovanni Battista Piamarta (1841-1913), sacerdote italiano, fundador de las congregaciones de la Santa Familia de Nazareth y de las humildes siervas del Señor. Es una de las personalidades de relieve de mitad del siglo XIX en Italia. El secreto de su "éxito" era sencillo: la fuerza de la oración: “Si yo no hiciera dos o tres horas de oración cada mañana, no podría llevar el peso que el buen Dios me ha impuesto”, contaba incansable.

6. María del Carmen Sallés (1848-1911), religiosa española. Se llamaba María Sallés Barangueras, fundadora de la congregación de las Hermanas concepcionistas misioneras de la enseñanza, para la formación de mujeres. La congregación está actualmente presente en otros once países: Italia, Brasil, Venezuela, México, República Dominicana, Estados Unidos, Filipinas, Japón, Corea, Guinea Ecuatorial y República Democrática del Congo. Cuenta con sesenta comunidades y miles de alumnas.

7. Anna Schäffer (1882-1925), laica alemana, mística bávara. A los diecinueve años, trabajando como sirviente, se abrasó con agua hirviendo y, después, agravándose su estado de salud, vivió con ánimo sereno en espíritu de pobreza y oración, ofreciendo su dolor por la salvación de las almas. La Eucaristía, que Ana Schäffer recibía diariamente de su párroco, era su punto de referencia.

HALLOWEEN... Un truco que ha sido jugado por un mundo adormecido

Muchos católicos sabemos que la noche del 31 de octubre es una noche llena de risas, de disfraces de esqueletos, fantasmas, diablillos, brujas y cientos de disimules más. Cuando alguien piensa en halloween, tal vez recuerde que de niño iba de casa en casa pidiendo dulces con el grito singular: ¡Queremos halloween... queremos halloween... queremos halloween! Pero, ¿qué tienen que ver estos símbolos y este gesto con el verdadero Dios o la vivencia de nuestra fe? Ciertamente nada, porque Dios es luz y no hay oscuridad en Él (1 Juan 1,5). Ninguno de estos símbolos reflejan lo que a Dios le agrada de sus hijos. Incluso el Halloween o noche de brujas fomenta la idea de que si no se obtiene lo que se pide, se tiene todo el derecho de causar daño o perjuicio.

La celebración del Halloween es una celebración bastante ajena a nuestra cultura y costumbres cristianas. El origen de esta fiesta es antiquísima y proviene del Samhain, una celebración celta en la que celebraban el final de la época de las cosechas y se iniciaba un nuevo periodo, el Año Nuevo Celta. Esa mezcla entre lo viejo y lo nuevo hacía que, los mitos y leyendas acerca de espíritus que regresaban y se mezclaban entre los vivos en aquella celebración, tomase un carácter misterioso, teniendo a la muerte como protagonista de la fiesta. En aquel entonces existía la creencia de que los muertos se mezclaban con los vivos con la intención de llevarse algunas almas. La solución para engañarlos era disfrazarse de espíritus malignos.

El término «Halloween» proviene de la frase «All Hallows Eve», que significa «Víspera de Todos los Santos». La importante inmigración que hubo a partir de 1840 en la que más de 3 millones de irlandeses se trasladaron hasta los Estados Unidos, hizo que éstos se llevasen consigo sus tradiciones y costumbres, siendo la de Halloween una de las más aceptadas y populares. La tradición hablaba de un personajes imprescindible en la celebración: Jack el tacaño, a raíz del cual se creó la famosa calabaza hueca a la que se le añadía una vela y se utilizaba como linterna, de ahí su nombre: «Jack-o’-lantern». Originalmente, la linterna se realizaba con nabos o remolacha, pero, como todo en la vida, la celebración fue evolucionando y la falta de esos vegetales en Norteamérica hizo que se utilizase la popular calabaza, muy común en las cosechas de allí.

La fiesta de Halloween, fue adquirido una popularidad inesperada, celebrándose en la actualidad prácticamente en todos los rincones del planeta y dejando estacionadas y/o semi olvidadas a muchas de las tradiciones locales que se realizaban en la víspera de Todos los Santos. El Halloween se popularizó gracias al éxito que obtuvo una película dirigida por John Carpenter en 1978: “La noche de Halloween”.

Sin duda alguna en nuestro mundo globalizado, el Halloween tiene un impacto enorme sobre todo
entre los jóvenes, muchos de los jóvenes que son cristianos y pertenecen a diversos grupos en sus Iglesias, celebran esta fiesta que no tiene nada que ver con nuestra fe, pero, ¿qué sucede cuando la gente, sobre todo nuestros adolescentes y jóvenes, tan golpeados por una ola de antivalores que parece inmensa e interminable, no sabe a quien está sirviendo cuando celebra la noche de brujas y cae inocentemente en esas fiestas que conducen al uso desmedido de alcohol e incluso drogas? ¿Está bien celebrar halloween y mandar a los niños a pedir dulcer y hacer daño a las casas que no les den nada porque no se sabe que representa? La respuesta es ¡No! La gente joven que se disfraza y celebra este día no está adorando al verdadero Dios de Abraham, Isaac y Jacob, por el contrario, están sirviendo al dios de este mundo que los ha cegado (2 Corintios 4,4). La noche de brujas, aunque sea entre juegos, es un festival para adorar al dios de los muertos, no para adorar al verdadero Dios, el Dios de los vivos.

Tal vez muchos se pregunten: ¿yo pedía Halloween de niño y no me ha pasado nada? ¿Están seguros? ¿Cómo está el mundo actual? ¿Cómo están sus hijos jóvenes o adolescentes? ¿Ha crecido la vida de fe entre los suyos?

Es impresionante el poder de la publicidad en el mundo de hoy, Halloween lleva a comprar, a pensar y a vivir de una manera en la que ni siquiera se ha reflexionado. Las tiendas se ven llenas de: mascaras, trajes de monstruos, atuendos de brujas, calabazas con expresiones terroríficas, etc., en fin, artículos que poco tendrían que ver con nuestra fe y con la fiesta de todos los santos y de los fieles difuntos que se celebrará.Cuando la gente se da cuenta está atrapada por el consumismo el cual no respeta edad, nacionalidad o creencia religiosa y habrá de terminar de pagar calabazas y brujitas con luces anaranjadas dentro de tres años con la tarjeta de crédito al tope y que no tendrá lugar en dónde guardarlos, ¡cuando los acabe de pagar ya no los tendrá!... ¿No será esto un triunfo para el espíritu del mal que se vale de cualquier elemento para atraer nuestra atención con el fin de vencer? El problema es que muchas veces, los que salimos más perjudicados con todos estos engaños somos los cristianos, de allí vienen discordias, pleitos familiares, competencias entre vecinos para gastar más y arreglar sus casas... ¿Quién saldrá ganando con todo ello?

Muy posiblemente, producto del consumismo y del vacío que este causa en el alma, esta celebración del 31 de Octubre, se ha ido identificando con diversos grupos "neo paganos" y peor aun, con celebraciones satánicas y ocultistas. El festival a "Samhain" llamado hoy en día el "festival de la muerte" es hoy reconocido por todos los satanistas, ocultistas y adoradores del diablo como víspera del año nuevo para la brujería. Anton LaVey, autor de la "La Biblia Satánica" y sumo sacerdote de la Iglesia de Satanás, dice que hay tres días importantes para los satanistas: Su cumpleaños; El 30 de Abril y  el mas importante el Halloween. LaVey dice que es en esta noche que los poderes satánicos, ocultos y de brujería están en su nivel de potencia más alto. Y que cualquier brujo u oculista que ha tenido dificultad con un hechizo o maldición normalmente puede tener éxito el 31 de Octubre, porque Satanás y sus poderes están en su punto más fuerte esta noche. Por otro lado el 31 de Octubre, de acuerdo a la enciclopedia "World Book" Halloween, es la víspera del año nuevo para la brujería y dice que es el principio de todo lo que es "frío, oscuro y muerto".

Hollywood, con películas como la ya mencionada, ha contribuido también a la distorsión de esta fiesta creando una serie de películas en las cuales la violencia gráfica, los asesinatos, etc., crean en el espectador en estado de angustia y ansiedad (No podemos decir que estas películas son solo para adultos, pues es una realidad que dada nuestra cultura y el relajamiento en la censura pueden ser vistas, muchas de estas, incluso en la televisión comercial creando en los niños miedo y sobre todo una idea errónea de la realidad).

Esta fiesta se ha ligado de tal manera al ocultismo que es un hecho comprobado que la noche del 31 de Octubre en Irlanda, en Estados Unidos, en México y en muchos otros piases se realizan misas negras, cultos espiritistas, y otras reuniones relacionadas con el mal y el ocultismo.

Podemos darnos cuenta, entonces que queriendo o no estos elementos, se han mezclado también en la celebración actual del Halloween y como producto de esta influencia, se han agregado a los disfraces, las tarjetas y todos los elementos comerciales: las brujas, los gatos negros, los vampiros, los fantasmas y toda clase de Monstruos terroríficos muchos de ellos con expresiones verdaderamente satánicas.

¡Qué diferente es ahora el Halloween! ¡No podemos seguir viviendo en la ignorancia cuando ya hemos conocido la verdad, aunque de niños nos hayamos divertido muchísimo! El ambiente de violencia e inseguridad que vive actualmente México y el mundo entero, requiere de actos que fomenten la bondad y la paz. El entorno de antivalores que estamos viviendo no es el adecuado para reproducir moldes de otra cultura que vemos hacia dónde va, porque esta fiesta está relacionada con el terror, la violencia y la injusticia, y es el peor panorama que queremos para el contexto que estamos viviendo de injusticia, pobreza y violencia.

Hay que cambiar el terror por la paz, la maldad por la bondad y la injusticia por la paz. Ciertamente nuestros antepasados ya tenían una devoción hacia los muertos que la cultura cristiana ha venido purificando y ha dado como origen toda esta hermosa tradición y costumbre que hay en relación a los fieles difuntos. ¿Por qué no fomentar más iniciativas de luz que de oscuridad? Cambiemos muerte y oscuridad por vida, terror y miedo por alegría, violencia por paz y amor, amedrentamiento y chantaje por respeto y entrega.

Les invito a reconocer más a los santos y a recordar a los fieles difuntos con tradiciones que honran  a aquellos hombres y mujeres que fueron muy especiales y que dejaron una marca profunda en las familias y en las comunidades, y aunque pasan los siglos su memoria sigue viva, está vigente en los santos y beatos, como la Madre María Inés Teresa Arias, pero además, recordemos a los fieles difuntos y hagamos oración por ellos.

Creo que lo más valioso que podemos hacer es orar para que cada vez más jóvenes y personas abran los ojos ante el daño sutil que hace el enemigo valiéndose sobre todo del consumismo exagerado para entrar y adueñarse de las almas. Los católicos tenemos un Dios que ama la vida, y a eso estamos llamados, a tener vidaen abundancia como dice Jesús, incluso a dar la vida como él (Jn 10,18).

Por eso, este 31 de Octubre, en el marco del «Año de la Fe», y con el deseo de comunicar esa fe convencidos como discípulos y comprometidos como misioneros, tomemos la mano de María, la fiel servidora del Señor y ofrezcamos una oración intensa por tanto daño que se hace en aras de celebrar esta fiesta oscura. Si esta en tus manos, haz que un grupo de jóvenes realice oración en
este día, en esa noche, es la mejor manera de contrarrestar este mal. Es hora de actuar y dar testimonio de aquel en quien creemos.

martes, 30 de octubre de 2012

NUEVA EVANGELIZACIÓN... ¿Y ahora qué hay que hacer?


Ahora que ha terminado el Sínodo de la Nueva Evangelización la Iglesia debe asumir con renovado impulso la misión de llevar el Evangelio a todos con un nuevo ardor, con nuevas expresiones y con un nuevo método, esa es la «novedad» que nos ha traído este importantísimo acontecimiento dentro del «Año de la Fe», esa es la «NUeva Evangelización» que hay que emprender.

¿Cómo hemos de vivir los católicos la vocación misionera que recibimos en el bautismo y que ha acrecentado en nosotros mismos la fe? ¿Qué tendremos que hacer como discípulos y misioneros frente a los cambios sociales y culturales de nuestro tiempo? ¿Hacia dónde lleva el Espíritu hoy a nuestras diócesis, nuestras parroquias, nuestras instituciones? ¿Cómo debe ser el sacerdote, el consagrado, el laico de la Nueva Evangelización?

Sabemos que no es fácil dar razón de nuestra fe ante una situación tan cambiante cada día y en medio de un contexto que, respecto al pasado, presenta muchos rasgos nuevos, pero también críticos que modifican la percepción de nuestro mundo. Benedicto XVI en "Porta Fidei" dice que "mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas" (n. 2).

«Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y por los siglos» (Hb 13,8), eso lo sabemos y lo entendemos todos, pero, el mundo no es el mismo hoy que ayer. Los católicos tenemos que dar una respuesta adecuada a las necesidades de los hombres y de los pueblos de hoy para promover una cultura más profundamente arraigada en el Evangelio, descubriendo «el hombre nuevo» (Ef 4,24), que está en nosotros gracias al Espíritu que nos ha sido dado por Jesucristo y por el Padre.

Las transformaciones sociales y culturales, están modificando considerablemente la percepción que el hombre tiene de sí mismo y del mundo, generando repercusiones también sobre su modo de creer en Dios. Hoy hay mucha gente desorientada y confundida en todo aquello que nos ha sido transmitido sobre el sentido de la vida y algunos han llegado al abandono de la fe. La situación de debilidad, disminución, privatización, reducción y falta de empeño en la transmisión de la fe a las nuevas generaciones no se ha adaptado a su forma de ser y de pensar. Por ello, la Iglesia necesita re-novar, hacer «nueva» su evangelización. Benedicto XVI nos ha puesto la muestra al lanzar el "YOUCAT", ese resumen maravilloso del Catecismo de la Iglesia Católica dirigido a los jóvenes con lenguaje a su altura y condición. El Papa dice en el prólogo a los jóvenes: "Estudiad el catecismo con pasión y perseverancia. Sacrificad vuestro tiempo para ello. Estudiadlo en el silencio de vuestra habitación, leedlo de dos en dos; si sois amigos, formad grupos y redes de estudio, intercambiad ideas por Internet. En cualquier caso, permaneced en diálogo sobre vuestra fe".

¿Por qué no podemos imaginar nuevos instrumentos y nuevas palabras que hagan audible y comprensible la palabra de la fe en los nuevos desiertos de este mundo globalizado? ¡Por qué no podemos reavivar el fervor de la fe y del testimonio entre los jóvenes? ¿Por qué no buscamos ir redescubriendo la alegría de creer, y el entusiasmo en la comunicación de la fe para que las nuevas generaciones se sientan gozosas de ser miembros vivos de la Iglesia? ¿Por qué no aprovechamos el «Año de la Fe» para recuperar energías, reafirmar la voluntad de creer y refrescarnos en el contacto con la Sagrada Escritura? ¿Por qué no somos creativos y nos ingeniamos nuevas formas, nuevas expresiones y nuevos métodos para  vivir la fe y transmitirla?

Para responder a todas estas interrogantes y seguramente a muchas más en el contexto de cada uno, recurrimos a la «Nueva Evangelización» que nos impulse a anunciar adecuadamente el Evangelio en los nuevos escenarios con audacia misionera, para hacernos presentes en el tejido social. Ahora es el tiempo de la creatividad para transmitir la fe a través de todos los medios en una
renovada modalidad de anuncio, sobre todo para quienes viven en contextos de secularización, sin excluir de ello a los mismos países de tradición cristiana. Por eso el Santo Padre Benedicto XVI, ha creado el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, en donde ha insertado ahora todo lo referente a la catequesis para que que el anuncio de Cristo llegue a todos.

La Nueva Evangelización es trabajar arduamente para que toda la Iglesia, dejándose regenerar por la fuerza del Espíritu Santo, se presente al mundo contemporáneo con un impulso misionero capaz de promover la vivencia de la fe con un renovado entusiasmo.

En síntesis, el corazón de la nueva evangelización está en el mandato misionero del Señor Jesucristo, que nos envía al mundo una vez más como discípulos y misioneros, para que nos dejemos guiar por el Espíritu Santo, como los primeros cristianos, que, junto a María, con su oración, con su testimonio de vida, con su predicación, hicieron crecer la semilla que Cristo dejó depositada al fundar la Iglesia.

¿Y ahora qué hay que hacer? Esto es lo que hay que hacer. Impulsados por el Señor, de la mano de María y alentados por el testimonio de los santos y beatos, que, como la Madre María Inés, buscaron siempre formas nuevas de conquistar el mundo para Cristo.

El éxito de lo que hagamos en el dinamismo de la «Nueva Evangelización» dependerá de la oración, de la búsqueda y crecimiento de la santidad personal y del compromiso misionero de muchos. Quiero terminar recordando unas palabras del beato Juan Pablo II —que fue quien introdujo este término— refiriéndose a la recristianización de Europa: «en nuestros días, como en toda época, en la Iglesia, se necesitan heraldos del Evangelio expertos en humanidad, que conozcan a fondo el corazón del hombre de hoy, participen de sus gozos y esperanzas, de sus angustias y tristezas, y al mismo tiempo sean contemplativos, enamorados de Dios. Para esto se necesitan nuevos santos.» Y añadía: «Los grandes evangelizadores de Europa han sido los santos. Debemos suplicar al Señor que aumente el espíritu de santidad en la Iglesia y nos mande nuevos santos para evangelizar al mundo de hoy.» (Discurso al Simposio del Consejo de la Conferencia Episcopal de Europa, 11-X-1985).

LA NUEVA EVANGELIZACIÓN... Un Sínodo misionero

El 26 octubre por la mañana en la Oficina de Prensa de la Santa Sede ha tenido lugar la presentación del Mensaje de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sinodo de los Obispos dedicado al tema “La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana”.

El mensaje nos recuerda el pasaje evangélico de Juan que narra el encuentro de Jesús con la samaritana en el pozo (Jn 4,4-42), imagen del hombre contemporáneo con un cántaro vacío, el hombre y la mujer de hoy que tiene sed y nostalgia de Dios, y hacia el que la Iglesia debe dirigirse para hacerle presente al Señor. Y como la samaritana, quien encuentra a Jesús no puede hacer otra cosa que convertirse en testigo del anuncio de salvación y esperanza del Evangelio.

Mirando de una manera más concreta al contexto de la nueva evangelización, este Sínodo nos ha recordado la necesidad de reavivar la fe que corre el riesgo de oscurecerse en los contextos culturales actuales, también frente al debilitamiento de la fe en muchos bautizados. "El encuentro con el Señor, que revela a Dios como amor, sucede sólo en la Iglesia como forma de comunidad acogedora y experiencia de comunión; desde aquí, entonces, los cristianos pasan a ser sus testigos en otros lugares", dice el mensaje.

Para evangelizar —lo sabemos todos los bautizados— hay que estar, ante todo, evangelizados y vivir en un proceso constante de conversión. Conscientes del hecho de que el Señor es la guía de la historia y que, por tanto, el mal no tendrá la última palabra, la Nueva Evangelización nos llama a vencer el miedo con la fe y a mirar el mundo con sereno coraje porque, aunque éste está lleno de contradicciones y retos, sigue siendo el mundo que Dios ama. Por consiguiente, el Sínodo no nos deja nada de pesimismo sino nuevos retos: la globalización, la secularización y los nuevos escenarios de la sociedad, migraciones, dificultades y sufrimientos que deben ser oportunidad de una tarea continua de evangelización. Porque no se trata de encontrar nuevas estrategias como si el Evangelio hubiera que difundirlo como un producto de mercado, sino de redescubrir los modos con los que las personas se acercan a Jesús.

El mensaje de este Sínodo mira a la familia como lugar natural de la evangelización e insiste en que la institución familiar debe ser sostenida por la Iglesia, la política y la sociedad. Dentro de la familia, se resalta el papel especial de las mujeres y se recuerda la situación dolorosa de los divorciados y vueltos a casar: aunque se reconfirma la disciplina sobre al acceso a los sacramentos, se insiste en que no están abandonados por el Señor y que la Iglesia es la casa que acoge a todos. El mensaje cita también la vida consagrada como testimonio del sentido ultraterrenal de la existencia humana, y las parroquias como centros de evangelización; recuerda la importancia de la formación permanente para los sacerdotes y los religiosos e invita a los laicos (movimientos y nuevas realidades eclesiales) a evangelizar permaneciendo en comunión con la Iglesia. La nueva evangelización acoge favorablemente la cooperación con las otras Iglesias y comunidades eclesiales, también ellas movidas por el mismo espíritu de anuncio del Evangelio. Se presta particular atención a los jóvenes, en una perspectiva de escucha y de diálogo para recuperar, y no mortificar, su entusiasmo.

El mensaje que brota del Sínodo invita también al diálogo de distintas maneras: con la cultura, que necesita una nueva alianza entre fe y razón; con la educación; con la ciencia que cuando no encierra al hombre en el materialismo se convierte en una aliada de la humanización de la vida; con el arte; con el mundo de la economía y el trabajo; con los enfermos y los que sufren; con la política, a la cual se pide un compromiso desinteresado y transparente del bien común; con las otras religiones.

En particular, el Sínodo insiste en que el diálogo interreligioso contribuye a la paz, rechaza el fundamentalismo y denuncia la violencia contra los creyentes. El mensaje recuerda las posibilidades que ofrecen el Año de la Fe, la memoria del Concilio Vaticano II y del Catecismo de la Iglesia Católica. Por último, indica dos expresiones de la vida de fe, especialmente significativas para la nueva evangelización: la contemplación, donde el silencio permite acoger mejor la Palabra de Dios, y el servicio a los pobres, para reconocer a Cristo en sus rostros.

Todas las Iglesias de las distintas regiones del mundo hemos tenido fijos los ojos en este Sínodo y a cada una de ellas se nos deja un mensaje lleno de palabras de aliento para el anuncio del Evangelio: a las Iglesias de Oriente para que puedan practicar la fe en condiciones de paz y de libertad religiosa; a la Iglesia de África para que desarrolle la evangelización en el encuentro con las antiguas y las nuevas culturas, haciendo después un llamamiento a los gobiernos para que cesen los conflictos y la violencia. A los cristianos de América del Norte, que viven en una cultura con muchas expresiones lejanas del Evangelio, para que miren a la conversión, a ser abiertos para acoger a los emigrantes y refugiados. A la Iglesia de América Latina, para que viva la misión permanente, de manera que pueda hacer frente a los desafíos del presente como la pobreza, la violencia, también en las nuevas condiciones de pluralismo religioso. A la Iglesia en Asia, aun cuando es una pequeña minoría a menudo relegada al margen de la sociedad y perseguida, para que se anime y se mantenga firme en la fe. A Europa, marcada por una secularización agresiva y herida por regímenes pasados, para que mantenga viva esa cultura humanística capaz de dar rostro a la dignidad de la persona y a la construcción del bien común que vea las dificultades del presente como un reto. Finalmente a Oceanía se le pide que sienta de nuevo el compromiso de anunciar el Evangelio.

Con este Sínodo, la «Iglesia universal» (eso queremos significar cuando decimos «Iglesia católica»), ha sentido resonar en su corazón el mandato de Jesús a sus apóstoles: “Vayan y hagan discípulos de todos los pueblo [...]. Sepan que yo estoy con ustedes, todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 19-20). La misión de la Iglesia es católica, es decir, no se dirige a un territorio en concreto, sino que sale al encuentro de la pliegues más oscuros del corazón de nuestros contemporáneos, para llevarlos al encuentro con Jesús, el Viviente que se hace presente en nuestras comunidades.

Todos los bautizados debemos sentirnos agradecidos  por el don recibido de este Sínodo sobre la Nueva Evangelización y dirigir nuestro canto de alabanza unidos a María: “Proclama mi alma la grandeza del Señor [...] Ha hecho obras grandes por mí” (Lc 1, 46.49). Esas palabras salidas de los labios de María deben ser también las nuestras en estos momentos: el Señor ha hecho realmente grandes cosas a través de los siglos por su Iglesia en los diversos rincones del mundo y nosotros lo alabamos, con la certeza de que no dejará de mirar nuestra pobreza para desplegar la potencia de su brazo incluso en nuestros días y sostenernos en el camino de la nueva evangelización.

La figura de María nos orienta en el camino. Este camino, como nos ha dicho Benedicto XVI, podrá parecer una ruta en el desierto; sabemos que tenemos que recorrerlo llevando con nosotros lo esencial: el don del Espíritu Santo, la cercanía de Jesús, la verdad de su Palabra, el pan eucarístico que nos alimenta, la fraternidad de la comunión eclesial y el impulso de la caridad. Es el agua del pozo la que hace florecer el desierto y como en la noche en el desierto las estrellas se hacen más brillantes, así en el cielo de nuestro camino resplandece con vigor la luz de María, la Estrella de la nueva evangelización a quien, confiados, nos encomendamos.


lunes, 15 de octubre de 2012

ROGELIO CABRERA LÓPEZ... Conozcamos un poco al nuevo arzobispo de Monterrey

El Santo Padre Benedicto XVI nombró hace unos días a monseñor Rogelio Cabrera López como nuevo arzobispo de Monterrey, una sede episcopal con más de siete millones de habitantes, seis millones de católicos, 550 sacerdotes y más de mil religiosos. El nombramiento se hizo público el miércoles 3 de octubre.

Monseñor Cabrera nació el 24 de enero de 1951 en Santa Catalina, en el estado de Guanajuato hace 61 años. recibió su formción inicial en el seminario de Querétaro (1961-1969). Fue ordenado sacerdote en la Parroquia de Santa Catarina, Guanajuato, el 17 de noviembre de 1978. Estudió teología en la Universidad Gregoriana de Roma, y Sagradas Escrituras en el Instituto Bíblicode Roma (1979-1981). Es originario de Guanajuato y además del español y de las lenguas clásicas, habla inglés, italiano y francés.

Después de ordenado sacerdote ocupó algunos cargos y parroquias en la diócesis de Querétaro. Su Santidad Juan Pablo II lo nombró Obispo de Tacámbaro el 29 de abril de 1996 y fue consagrado Obispo el 30 de mayo de 1996. En 2001 fue nombrado obispo de Tapachula. El 25 de noviembre de 2006. Como consecuencia de la creación de la Provincia Eclesiástica de Chiapas, con elevación de Tuxtla Gutiérrez al nivel de sede metropolitana Su Santidad Benedicto XVI lo nombró primer arzobispo de Tuxtla Gutiérrez. Actualmente es vicepresidente de la Conferencia Episcopal Mexicana para el trienio 2009-2012 que termina en noviembre próximo.

Monseñor Rogelio Cabrera López tomará posesión como arzobispo de Monterrey el 5 de diciembre próximo y sucederá como pastor de la Arquidiócesis de Monterrey al cardenal Francisco Robles Ortega, quien en diciembre de 2011 tuvo la designación papal como nuevo arzobispo de Guadalajara para suceder al cardenal Juan Sandoval Íñiguez.

Que nuestra Señora del Roble, Patrona de esta querida Arquidiócesis de Monterrey, ilumine su ministerio y lo haga muy fecundo para el bien de esta Iglesia Arquidiocesana y de la Iglesia Universal.

martes, 9 de octubre de 2012

AÑO DE LA FE... ¿Cómo ganar la Indulgencia Plenaria?

El «Código de derecho canónico» (c. 992) y el «Catecismo de la Iglesia católica» (n. 1471), definen así la indulgencia: «La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados, en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos».

Nuestro Santísimo padre Benedicto XVI, concederá la indulgencia plenaria con motivo del Año de la Fe que será válida desde su apertura (11 de octubre de 2012 hasta su clausura, 24 de noviembre de 2013).

“En el día del cincuenta aniversario de la solemne apertura del Concilio Vaticano II —dice el texto oficial— el Sumo Pontífice Benedicto XVI ha establecido el inicio de un Año particularmente dedicado a la profesión de la fe verdadera y a su recta interpretación, con la lectura o, mejor, la piadosa meditación de los Actos del Concilio y de los artículos del Catecismo de la Iglesia Católica”.

“Ya que se trata, ante todo, de desarrollar en grado sumo —por cuanto sea posible en esta tierra— la santidad de vida y de obtener, por lo tanto, en el grado más alto la pureza del alma, será muy útil el gran don de las indulgencias que la Iglesia, en virtud del poder conferido de Cristo, ofrece a cuantos que, con las debidas disposiciones, cumplen las prescripciones especiales para conseguirlas”.

Durante todo el arco de este Año de la Fe —convocado del 11 de octubre de 2012 al 24 de noviembre de 2013— podrán conseguir la Indulgencia plenaria de la pena temporal por los propios pecados impartida por la misericordia de Dios, aplicable en sufragio de las almas de los fieles difuntos, todos los fieles verdaderamente arrepentidos, debidamente confesados, que hayan comulgado sacramentalmente y que recen según las oraciones del pontífice:

A) Cada vez que participen al menos en tres momentos de predicación durante las Sagradas Misiones, o al menos, en tres lecciones sobre los Actos del Concilio Vaticano II y sobre los artículos del Catecismo de la Iglesia en cualquier iglesia o lugar idóneo.

B) Cada vez que visiten en peregrinación una basílica papal, una catacumba cristiana o un lugar sagrado designado por el Ordinario del lugar para el Año de la Fe (por ejemplo basílicas menores, santuarios marianos o de los apóstoles y patronos) y participen en una ceremonia sacra o, al menos, se recojan durante un tiempo en meditación y concluyan con el rezo del Padre nuestro, la Profesión de fe en cualquier forma legítima, las invocaciones a la Virgen María y, según el caso, a los santos apóstoles o patronos.

C) Cada vez que en los días determinados por el Ordinario del lugar para el Año de la Fe, participen en cualquier lugar sagrado en una solemne celebración eucarística o en la liturgia de las horas, añadiendo la Profesión de fe en cualquier forma legítima.

D) Un día, elegido libremente, durante el Año de la Fe, para visitar el baptisterio o cualquier otro lugar donde recibieron el sacramento del Bautismo, si renuevan las promesas bautismales de cualquier forma legítima.

Los obispos diocesanos o eparquiales y los que están equiparados a ellos por derecho, en los días oportunos o con ocasión de las celebraciones principales, podrán impartir la Bendición Papal con la Indulgencia plenaria a los fieles.

El documento concluye recordando que los fieles que «por enfermedad o justa causa» no puedan salir de casa o del lugar donde se encuentren, podrán obtener la indulgencia plenaria, si unidos con el espíritu y el pensamiento a los fieles presentes, particularmente cuando las palabras del Sumo Pontífice o de los obispos diocesanos se transmitan por radio o televisión, recen, allí donde se encuentren, el Padre nuestro, la Profesión de fe en cualquier forma legítima y otras oraciones conformes a la finalidad del Año de la Fe ofreciendo sus sufrimientos o los problemas de su vida.

Quisiera recordar ahora, junto con todos, las condiciones para la indulgencia plenaria:

Además de querer evitar cualquier pecado mortal o venial, hace falta rezar o hacer la obra que incorpora la indulgencia cumpliendo tres condiciones:

Confesión sacramental
Comunión Eucarística
Oración por las intenciones del Papa.

Con una sola confesión sacramental puede ganarse varias indulgencias plenarias; en cambio con una sola comunión eucarística y una sola oración por las intenciones del Papa sólo se gana una indulgencia plenaria. Las tres condiciones pueden cumplirse unos días antes o después de rezar o hacer la obra que incorpora la indulgencia, pero es conveniente que la comunión y la oración por las intenciones del Papa se realicen el mismo día.

La condición de orar por las intenciones del Papa se cumple si se reza a su intención un solo Padrenuestro y un Avemaría; pero se concede a cada fiel la facultad de orar con cualquier fórmula, según su piedad y devoción.

La indulgencia plenaria únicamente puede ganarse una vez al día, pero el fiel cristiano puede alcanzar indulgencia plenaria in artículo mortis, aunque el mismo día haya ganado otra indulgencia plenaria.

La indulgencia parcial puede ganarse varias veces al día, a no ser que expresamente se establezca lo contrario.

La obra indicada para obtener la indulgencia plenaria aneja a una iglesia y oratorio consiste en la visita piadosa de este lugar, rezando el Padrenuestro y el Credo, a no ser que en algún caso especial se establezcan otras condiciones.

A 50 AÑOS DEL CONCILIO VATICANO II... en el mes de las misiones y el Rosario

El próximo día 11, en la plaza de san Pedro delante de la Basílica Vaticana y en todo el mundo, se abrirá el «AÑO DE LA FE» y se recordará que, hace 50 años, se celebró el acontecimiento eclesial más relevante del siglo XX —y tal vez también del siglo XXI—, el CONCILIO VATICANO II.

La celebración de este magno acontecimiento está enclavada en un mes que se caracteriza en la viva tradición de la Iglesia por ser el mes del Rosario y el mes del compromiso misionero.

La Iglesia es por su naturaleza misionera, dice el Concilio en el documento "Ad Gentes", porque la tarea de la Iglesia es prolongación de la misión de Cristo: «Como el Padre me envió, también yo os envío» (Jn 20, 21), dijo Jesús resucitado a los Apóstoles en el cenáculo. La misión de la Iglesia es la misma de Cristo: llevar a todos el amor del Padre, anunciándolo con las palabras y con el testimonio concreto de la caridad. San Pablo, el apóstol de las gentes, escribía: «El amor de Cristo nos apremia» (2 Co 5, 14). En el mes de octubre se busca que pueda cada cristiano hacer propias estas palabras, en la gozosa experiencia de ser misionero del Amor allí donde la Providencia le ha puesto, con humildad y valor, sirviendo al prójimo sin segundas intenciones y obteniendo en la oración la fuerza de la caridad alegre y laboriosa («Deus caritas est», 32-39).

El Rosario, por su parte, es oración contemplativa y cristocéntrica, inseparable de la lectura, estudio y meditación de la Sagrada Escritura. Es la oración del cristiano que avanza en la peregrinación de la fe, en el seguimiento de Jesús, precedido por María.

El jueves 11, la Iglesia Universal dirigirá su mirada hacia Roma, agradeciendo aquella ventana que Juan XXIII quiso abrir el 11 de octubre de 1962 para refrescar el corazón de todos los creyentes y que Paulo VI concluyó solemnemente el 8 de diciembre de 1965. En aquel entonces ese día 11 era la fiesta de la Maternidad de María, de manera que los trabajos del Concilio quedaron enmarcados en estas fiestas marianas: «Maternidad de María—Inmaculada Concepción».

En realidad, no es entonces casualidad que el Santo Padre haya querido que este Año de la Fe se abra ese mismo día en que se iniciaron los trabajos de los padres Conciliares. El jueves a las 10 de la mañana, el Santo Padre Benedicto XVI, presidirá la Celebración Eucarística para la apertura del Año de la Fe. Concelebrarán junto a él los Cardenales, los Patriarcas y los Obispos Mayores de las Iglesias Católicas Orientales, los Obispos Padres Sinodales, los Presidentes de las Conferencias Episcopales de todo el mundo y algunos Obispos que participaron en calidad de Padres durante los trabajos del Concilio Ecuménico Vaticano II. El Año de la Fe comenzará este jueves y culminará el 24 de noviembre del próximo año.

Siguiendo las huellas de Juan XXIII hace exactamente 50 años, Benedicto XVI también viajó el jueves pasado al Santuario de Loreto, donde se custodia la casa de María de Nazaret, «para confiar a la Madre de Dios dos importantes iniciativas eclesiales: el Año de la Fe que comienza el 11 de octubre en el 50 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II y el Sínodo de Obispos sobre la Nueva Evangelización».

La ceremonia de inauguración del Año, mirará en muchos aspectos hacia el Concilio. Se leerán algunos fragmentos de las cuatro constituciones conciliares; se repetirá la mítica procesión del 12 de octubre de 1962, formada por todos los obispos, y al final de la Misa, se entregará un mensaje dirigido a los gobernantes, los hombres de poder, los políticos, las mujeres, los trabajadores, los pobres, los enfermos, los que sufren y los jóvenes, ya que las enseñanzas del Concilio no pertenecen al pasado, sino que son actuales y pertenecen al presente de la Iglesia. Los años pasan, pero la fuerza del Vaticano II permanece cargada de deseo por que el Evangelio de Cristo, llegue al mundo entero

En la ceremonia se utilizarán el mismo atril y las mismas Sagradas Escrituras utilizados durante los trabajos conciliares, y después de la Eucaristía, se hará referencia a las enseñanzas del Vaticano II como fuente de saber y actualidad de la Iglesia. Finalmente, el Santo Padre entregará a dos representantes de los catequistas de todo el mundo, una copia del Catecismo en edición especial, conmemorativa del XX aniversario, publicada para el Año de la Fe.

En fin, esta fiesta gozosa de la Iglesia es un fuerte motivo para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe como discípulos misioneros con un nuevo ardor, con nuevos métodos y con nuevas expresiones. Es un llamado a que todos los miembros de la Iglesia seamos para el mundo actual testigos gozosos y misioneros convincentes del Señor resucitado, capaces de señalar la “puerta de la fe” a tantos que están en búsqueda de la verdad.

Esta “puerta” abre los ojos del hombre para ver a Jesucristo presente entre nosotros «todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del Evangelio, con un mandato que es siempre nuevo y que en este Año de la Fe vamos a re-estrenar.

El Año de la fe será también una ocasión propicia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía. En la Eucaristía, misterio de la fe y fuente de la nueva evangelización, la fe de la Iglesia es proclamada, celebrada y fortalecida. Todos los fieles están invitados a participar de ella en forma consciente, activa y fructuosa, para ser auténticos testigos del Señor.

Durante este año el Santo Padre nos invita a dirigirnos, con particular devoción a María, imagen de la Iglesia, que «reúne en sí y refleja en cierto modo las supremas verdades de la fe» . Reconociendo el papel especial de María en el misterio de la salvación, amándola filialmente imitando su fe y virtud nos hace dirigir nuestra mirada a los santos y beatos, que son los auténticos testigos de la fe . Por lo tanto, será conveniente que conozcamos, durante este año, los santos y beatos de nuestros lugares.
El Año de la Fe nos hará conscientes de que no basta decir «Creo» si no vivimos nuestra fe y la transmitimos a los demás.

Hace 50 años, cuando el Concilio Vaticano II terminaba, la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento escribía: "La renovación del Concilio Vaticano II nos pide mayor santidad, un mejor tender a la perfección" (f. 3921)... ¿Qué nos diría ahora? ¡Renovemos en este año especialísimo nuestra fe y nuestro deseo departicipar en la nueva evangelización del Pueblo de Dios, con nuestras palabras y nuestras vidas, con nuestro testimonio de hombres y mujeres de fe!

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

domingo, 7 de octubre de 2012

LOS NUEVOS DOCTORES DE LA IGLESIA... Palabras del Santo Padre Benedicto XVI


Hoy el Santo Padre Benedicto XVI, al abrir el Sínodo de los Obispos sobre la Nueva Evangelización,  declaró doctores de la Iglesia a san Juan de Ávila y a santa Hildegarda de Bingen. El Papa dijo: «Acogiendo el deseo de muchos Hermanos en el Episcopado y de muchos fieles del mundo entero, después de haber recibido el parecer de la Congregación de las Causas de los Santos, después de haber reflexionando largo tiempo y habiendo alcanzado plena y segura convicción, con la plenitud de la autoridad apostólica declaramos a San Juan de Ávila, sacerdote diocesano, y a Santa Hildegarda de Bingen, monja profesa de la Orden de San Benito, Doctores de la Iglesia Universal. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»

Después en la Homilía de la Misa de apertura del Sínodo enfatizó: "La santidad no conoce barreras culturales, sociales, políticas, religiosas. Su lenguaje – el del amor y la verdad – es comprensible a todos los hombres de buena voluntad y los acerca a Jesucristo, fuente inagotable de vida nueva.

San Juan de Ávila vivió en el siglo XVI. Profundo conocedor de las Sagradas Escrituras, estaba dotado de un ardiente espíritu misionero. Supo penetrar con singular profundidad en los misterios de la redención obrada por Cristo para la humanidad. Hombre de Dios, unía la oración constante con la acción apostólica.

Se dedicó a la predicación y al incremento de la práctica de los sacramentos, concentrando sus esfuerzos en mejorar la formación de los candidatos al sacerdocio, de los religiosos y los laicos, con vistas a una fecunda reforma de la Iglesia.

Santa Hildegarda de Bilden, importante figura femenina del siglo XII, ofreció una preciosa contribución al crecimiento de la Iglesia de su tiempo, valorizando los dones recibidos de Dios y mostrándose una mujer de viva inteligencia, profunda sensibilidad y reconocida autoridad espiritual. El Señor la dotó de espíritu profético y de intensa capacidad para discernir los signos de los tiempos. Hildegarda alimentaba un gran amor por la creación, cultivó la medicina, la poesía y la música. Sobre todo conservó siempre un amor grande y fiel por Cristo y su Iglesia.

La mirada sobre el ideal de la vida cristiana, expresado en la llamada a la santidad, nos impulsa a mirar con humildad la fragilidad de tantos cristianos, más aun, su pecado, personal y comunitario, que representa un gran obstáculo para la evangelización, y a reconocer la fuerza de Dios que, en la fe, viene al encuentro de la debilidad humana. Por tanto, no se puede hablar de la nueva evangelización sin una disposición sincera de conversión. Dejarse reconciliar con Dios y con el prójimo (cf. 2 Cor 5,20) es la vía maestra de la nueva evangelización. Unicamente purificados, los cristianos podrán encontrar el legítimo orgullo de su dignidad de hijos de Dios, creados a su imagen y redimidos con la sangre preciosa de Jesucristo, y experimentar su alegría para compartirla con todos, con los de cerca y los de lejos." Benedecito XVI.

viernes, 5 de octubre de 2012

EL AÑO DE LA FE... Una oportunidad única para volver a nacer en Cristo

El Santo Padre Benedicto XVI, ha regalado a la Iglesia una carta apostólica titulada «Porta Fidei» La Puerta de la Fe) invitando a la Iglesia a vivir el "Año de la Fe". El Santo Padre de la exigencia de volver a descubrir el camino de la fe para resaltar cada vez más la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo.

A la luz de este pensamiento, el Papa nos invita a vivir este año especial que comenzará el próximo día 11 de octubre, en coincidencia con dos aniversarios: el quincuagésimo de la apertura del Concilio Vaticano II (1962) y el vigésimo de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica (1992).

El Año de la Fe se propone, ante todo, sostener la fe de tantos creyentes que, en medio de la fatiga cotidiana, no cesan de confiar, con convicción y valentía, su ser y quehacer al Señor Jesús. Su testimonio, que no es noticia en un mundo que parece haber extraviado muchos de los valores entre las corrientes filosóficas que centran todo en el materialismo, es el que permite a la Iglesia presentarse al mundo de hoy, como en el pasado, con la fuerza de la fe y con el entusiasmo de los sencillos. Este Año se inserta en una época concreta, el mundo hoy, caracterizado por una crisis generalizada que atañe también a la fe. La crisis de fe es la expresión dramática de una crisis antropológica que ha dejado al ser humano abandonado a sí mismo.

Es dentro de este marco que seguimos celebrando la reciente beatificación de la Madre María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, una mujer siempre llena de fe y damos gracias por figuras de hombres y mujeres santos, que, como ella, han sabido ser presencia de Dios para que todos le conozcan y le amen.

Es necesario, en este año, ir más allá de la pobreza espiritual en que se encuentran muchos contemporáneos, que ya no perciben la ausencia de Dios en su vida, como una carencia que debe ser colmada. El Año de la Fe debe ser un camino que la comunidad cristiana brinde a los que viven con nostalgia de Dios y con el deseo de encontrarlo de nuevo.

Así, este acontecimiento, toca la vida diaria de cada creyente y la pastoral ordinaria de la comunidad cristiana, para que se vuelva a encontrar el espíritu misionero necesario para dar vida a la nueva evangelización. Este año debemos dar la primacía a la oración y especialmente a la Eucaristía, fuente y culmen de la vida cristiana de donde brota nuestra condición de discípulos misioneros.

A continuación les comparto el logo del Año de la Fe: Una barca, imagen de la Iglesia, cuyo mástil es una cruz con las velas desplegadas y el trigrama de Cristo (IHS). El sol, en el fondo, recuerda la Eucaristía.


Ell sito del evento www.annusfidei.va, en diversos idiomas, se puede consultar a través de todos los dispositivos móviles y tablets. También se ha hecho un homno: “Credo, Domine, adauge nobis fidem”. Asimismo, se nos invita a recitar el Credo diariamente: “Vivir el Año de la Fe”. Una pequeña imagen del Cristo de la catedral de Cefalú (Sicilia), en cuyo reverso está escrita la Profesión de Fe, acompañará a los fieles y peregrinos a lo largo de todo este Año de la Fe.

Entre los eventos más importantes que contarán con la presencia del Santo Padre y se celebrarán en Roma están la ceremonia de apertura del Año de la Fe que tendrá lugar en la Plaza de San Pedro, el jueves 11 de octubre, quincuagésimo aniversario del Concilio Vaticano II. Habrá una solemne concelebración eucarística con todos los Padres sinodales, los presidentes de las Conferencias Episcopales del mundo entero y los últimos Padres conciliares.

El 21 de octubre se canonizarán 7 mártires y confesores de la fe: el francés Jacques Barthieu; el filipino Pedro Calugsod; el italiano Giovanni Battista Piamarta; la española María del Carmen; la iroquesa Katheri Tekakwhita y las alemanas Madre Marianne (Barbara Cope) y Anna Schäffer.

El 25 de enero de 2013, en la tradicional celebración ecuménica en la basílica romana de San Pablo Extramuros, se rezará para que a través de la profesión común del Símbolo los cristianos no olvidemos el camino de la unidad.

El 28 de abril el Santo Padre confirmará a un grupo de jóvenes.

El domingo 5 de mayo, estará dedicado a la piedad popular y a la labor de las cofradías.

El 18 de mayo, se llevará a cabo una solemne vigilia de Pentecostés, en la que los movimientos antiguos y nuevos se reunirán en la Plaza de San Pedro.

El domingo 2 de junio, por la fiesta de Corpus Christi; habrá una solemne adoración eucarística y, a la misma hora, en todas las catedrales e iglesias del mundo se hará lo mismo.

El domingo, 16 de junio, estará dedicado al testimonio del Evangelio de la Vida.

El 7 de julio, concluirá en la Plaza de San Pedro, la peregrinación de los seminaristas, novicias y novicios de todo el mundo.

El 29 de septiembre, los protagonistas serán los catequistas en el aniversario de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica.

El 13 de octubre estará dedicado a la presencia de María en la Iglesia.

Por último, el 24 de noviembre se celebrará la jornada de clausura del Año.

Diversos dicasterios de la Curia Romana tienen en programa iniciativas publicadas en el calendario. El Año se enriquecerá con eventos culturales, entre los cuales, una exposición sobre San Pedro en Castel Sant'Angelo (7 febrero- 1 mayo 2013) y un concierto en la Plaza de San Pedro (22 de junio 2013).

El Año de la Fe se asocia espontáneamente a la temática que se aborda en la XIII Asamblea General del Sínodo de los Obispos, convocada para este mes de octubre: "La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Los destinatarios de la nueva evangelización son en primer lugar los bautizados que no viven la fe y están alejados de la Iglesia".