La celebración de este magno acontecimiento está enclavada en un mes que se caracteriza en la viva tradición de la Iglesia por ser el mes del Rosario y el mes del compromiso misionero.
La Iglesia es por su naturaleza misionera, dice el Concilio en el documento "Ad Gentes", porque la tarea de la Iglesia es prolongación de la misión de Cristo: «Como el Padre me envió, también yo os envío» (Jn 20, 21), dijo Jesús resucitado a los Apóstoles en el cenáculo. La misión de la Iglesia es la misma de Cristo: llevar a todos el amor del Padre, anunciándolo con las palabras y con el testimonio concreto de la caridad. San Pablo, el apóstol de las gentes, escribía: «El amor de Cristo nos apremia» (2 Co 5, 14). En el mes de octubre se busca que pueda cada cristiano hacer propias estas palabras, en la gozosa experiencia de ser misionero del Amor allí donde la Providencia le ha puesto, con humildad y valor, sirviendo al prójimo sin segundas intenciones y obteniendo en la oración la fuerza de la caridad alegre y laboriosa («Deus caritas est», 32-39).
El Rosario, por su parte, es oración contemplativa y cristocéntrica, inseparable de la lectura, estudio y meditación de la Sagrada Escritura. Es la oración del cristiano que avanza en la peregrinación de la fe, en el seguimiento de Jesús, precedido por María.
El jueves 11, la Iglesia Universal dirigirá su mirada hacia Roma, agradeciendo aquella ventana que Juan XXIII quiso abrir el 11 de octubre de 1962 para refrescar el corazón de todos los creyentes y que Paulo VI concluyó solemnemente el 8 de diciembre de 1965. En aquel entonces ese día 11 era la fiesta de la Maternidad de María, de manera que los trabajos del Concilio quedaron enmarcados en estas fiestas marianas: «Maternidad de María—Inmaculada Concepción».
En realidad, no es entonces casualidad que el Santo Padre haya querido que este Año de la Fe se abra ese mismo día en que se iniciaron los trabajos de los padres Conciliares. El jueves a las 10 de la mañana, el Santo Padre Benedicto XVI, presidirá la Celebración Eucarística para la apertura del Año de la Fe. Concelebrarán junto a él los Cardenales, los Patriarcas y los Obispos Mayores de las Iglesias Católicas Orientales, los Obispos Padres Sinodales, los Presidentes de las Conferencias Episcopales de todo el mundo y algunos Obispos que participaron en calidad de Padres durante los trabajos del Concilio Ecuménico Vaticano II. El Año de la Fe comenzará este jueves y culminará el 24 de noviembre del próximo año.
Siguiendo las huellas de Juan XXIII hace exactamente 50 años, Benedicto XVI también viajó el jueves pasado al Santuario de Loreto, donde se custodia la casa de María de Nazaret, «para confiar a la Madre de Dios dos importantes iniciativas eclesiales: el Año de la Fe que comienza el 11 de octubre en el 50 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II y el Sínodo de Obispos sobre la Nueva Evangelización».
La ceremonia de inauguración del Año, mirará en muchos aspectos hacia el Concilio. Se leerán algunos fragmentos de las cuatro constituciones conciliares; se repetirá la mítica procesión del 12 de octubre de 1962, formada por todos los obispos, y al final de la Misa, se entregará un mensaje dirigido a los gobernantes, los hombres de poder, los políticos, las mujeres, los trabajadores, los pobres, los enfermos, los que sufren y los jóvenes, ya que las enseñanzas del Concilio no pertenecen al pasado, sino que son actuales y pertenecen al presente de la Iglesia. Los años pasan, pero la fuerza del Vaticano II permanece cargada de deseo por que el Evangelio de Cristo, llegue al mundo entero
En la ceremonia se utilizarán el mismo atril y las mismas Sagradas Escrituras utilizados durante los trabajos conciliares, y después de la Eucaristía, se hará referencia a las enseñanzas del Vaticano II como fuente de saber y actualidad de la Iglesia. Finalmente, el Santo Padre entregará a dos representantes de los catequistas de todo el mundo, una copia del Catecismo en edición especial, conmemorativa del XX aniversario, publicada para el Año de la Fe.
En fin, esta fiesta gozosa de la Iglesia es un fuerte motivo para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe como discípulos misioneros con un nuevo ardor, con nuevos métodos y con nuevas expresiones. Es un llamado a que todos los miembros de la Iglesia seamos para el mundo actual testigos gozosos y misioneros convincentes del Señor resucitado, capaces de señalar la “puerta de la fe” a tantos que están en búsqueda de la verdad.
Esta “puerta” abre los ojos del hombre para ver a Jesucristo presente entre nosotros «todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del Evangelio, con un mandato que es siempre nuevo y que en este Año de la Fe vamos a re-estrenar.
En fin, esta fiesta gozosa de la Iglesia es un fuerte motivo para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe como discípulos misioneros con un nuevo ardor, con nuevos métodos y con nuevas expresiones. Es un llamado a que todos los miembros de la Iglesia seamos para el mundo actual testigos gozosos y misioneros convincentes del Señor resucitado, capaces de señalar la “puerta de la fe” a tantos que están en búsqueda de la verdad.
Esta “puerta” abre los ojos del hombre para ver a Jesucristo presente entre nosotros «todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del Evangelio, con un mandato que es siempre nuevo y que en este Año de la Fe vamos a re-estrenar.
El Año de la fe será también una ocasión propicia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía. En la Eucaristía, misterio de la fe y fuente de la nueva evangelización, la fe de la Iglesia es proclamada, celebrada y fortalecida. Todos los fieles están invitados a participar de ella en forma consciente, activa y fructuosa, para ser auténticos testigos del Señor.
Durante este año el Santo Padre nos invita a dirigirnos, con particular devoción a María, imagen de la Iglesia, que «reúne en sí y refleja en cierto modo las supremas verdades de la fe» . Reconociendo el papel especial de María en el misterio de la salvación, amándola filialmente imitando su fe y virtud nos hace dirigir nuestra mirada a los santos y beatos, que son los auténticos testigos de la fe . Por lo tanto, será conveniente que conozcamos, durante este año, los santos y beatos de nuestros lugares.
Durante este año el Santo Padre nos invita a dirigirnos, con particular devoción a María, imagen de la Iglesia, que «reúne en sí y refleja en cierto modo las supremas verdades de la fe» . Reconociendo el papel especial de María en el misterio de la salvación, amándola filialmente imitando su fe y virtud nos hace dirigir nuestra mirada a los santos y beatos, que son los auténticos testigos de la fe . Por lo tanto, será conveniente que conozcamos, durante este año, los santos y beatos de nuestros lugares.
El Año de la Fe nos hará conscientes de que no basta decir «Creo» si no vivimos nuestra fe y la transmitimos a los demás.
Hace 50 años, cuando el Concilio Vaticano II terminaba, la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento escribía: "La renovación del Concilio Vaticano II nos pide mayor santidad, un mejor tender a la perfección" (f. 3921)... ¿Qué nos diría ahora? ¡Renovemos en este año especialísimo nuestra fe y nuestro deseo departicipar en la nueva evangelización del Pueblo de Dios, con nuestras palabras y nuestras vidas, con nuestro testimonio de hombres y mujeres de fe!
Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.
Hace 50 años, cuando el Concilio Vaticano II terminaba, la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento escribía: "La renovación del Concilio Vaticano II nos pide mayor santidad, un mejor tender a la perfección" (f. 3921)... ¿Qué nos diría ahora? ¡Renovemos en este año especialísimo nuestra fe y nuestro deseo departicipar en la nueva evangelización del Pueblo de Dios, con nuestras palabras y nuestras vidas, con nuestro testimonio de hombres y mujeres de fe!
Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.
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