domingo, 31 de marzo de 2019

«Haz la prueba y verás que bueno es el Señor»... Un pequeño pensamiento para hoy

«Haz la prueba y verás que bueno es el Señor», repetimos hoy como estribillo en el salmo responsorial de la Misa (Salmo 33 [34]) mientras que en el Evangelio leemos una de las parábolas más hermosas de la Escritura: «El hijo pródigo» (Lc 15,1-3.11-32). Si el domingo pasado la palabra de Dios nos urgía a la conversión, hoy estas lecturas nos empujan a volver de nuevo a la casa del Padre, como el Hijo Pródigo y como el Pueblo de Israel a su llegada a la tierra prometida (Jos 5,9.10-12). Éste ir hacia la Casa del Padre ha de ser el verdadero motivo de nuestra alegría en medio de la Cuaresma, por eso en nuestro camino cuaresmal hacia la Pascua, la Iglesia nos invita hoy, en este cuarto domingo de Cuaresma a alegrarnos en el llamado domingo “Laetare”, domingo de la alegría. La liturgia de hoy nos invita a que vivamos con alegría esta espera dichosa de la Pascua, con la confianza de que Dios cumple siempre sus promesas, sale a nuestro encuentro y lo mismo que le concedió al Pueblo de Israel y al hijo pródigo, también a nosotros nos concederá la entrada a la tierra de gozo y al banquete festivo. Por eso, llenos de gozo, cantamos con el salmista: «Haz la prueba y verás que bueno es el Señor». Estamos viviendo la Cuaresma, con ayuda de la limosna, del ayuno y de la oración como un tiempo de reconciliación. Dios no nos pide cuentas de nuestros pecados, nos recuerda san Pablo (2 Cor 5,17-21). Así nos lo explica con todo detalle el mismo Jesús en la conocidísima parábola del Hijo Pródigo. Dios desea volver a la amistad con nosotros, y lo hace a través de Cristo. Él, por su muerte y resurrección, nos reconcilia con el Padre. 

La liturgia de este domingo nos deja ver en claro cuál es la alegría del cristiano, la de un Dios que nos ama con locura, que llega al extremo de dar la vida por nosotros, a pesar de nuestro pecado, precisamente para borrar el pecado de nuestra vida y devolvernos a la amistad con Él. Por eso la Iglesia nos ofrece, durante todo el año, pero especialmente en este tiempo de Cuaresma, el don del sacramento de la reconciliación. A través de este sacramento, Dios nos da su perdón cuando volvemos a Él arrepentidos, borra nuestras culpas y nos devuelve la amistad que por nuestro pecado habíamos perdido. Hoy podemos pensar en la alegría y el gozo que produce el volver a la casa del Padre. La reconciliación, tema importante de la Cuaresma se hace central en este domingo y nos la explica con la sencillez de una parábola Jesús en el Evangelio de hoy. Nosotros, como el Hijo Pródigo, nos hemos apartado de Dios muchas veces o como el hijo mayor nos hemos encaprichado en no dejar entrar al que regresa arrepentido. Cuantas veces nos dejamos llevar por el pecado y damos la espalda a Dios, yendo lejos como el hijo menor o viviendo en la indiferencia como el mayor. 

Si aprovechamos la Cuaresma, si nos arrepentimos, nos ponemos en pie y volvemos de nuevo a Dios, pidiéndole perdón, con un corazón arrepentido, Él no nos negará su perdón. Como el padre de la parábola, Dios sale a nuestro encuentro para abrazarnos, para devolvernos la amistad que habíamos perdido y para invitarnos a entrar al banquete, según sea el caso. En esto consiste la conversión. Éste es el camino que hemos de hacer durante la Cuaresma: un camino de vuelta a la casa del Padre en donde podemos encontrar la alegría. Caminamos con la confianza de que Dios, cuando nos abramos a Él, no nos echará en cara nuestro pecado, no nos recriminará por nuestras faltas y delitos, sino que, como el padre de la parábola, buscará a sus dos hijos. Dios se alegra y hace fiesta por la vuelta de sus hijos que se habían separado de Él, aunque alguno que otro, como el mayor, parezca que está allí cerca, pero solo de bulto. Sigamos viviendo de verdad este tiempo de Cuaresma. Levantémonos y pongámonos en camino hacia la casa del Padre o valoremos que estamos en la Casa del Padre y podemos gozar de su presencia. Dios sale a nuestro encuentro con los brazos abiertos como abrazó a los dos hijos. Celebremos la fiesta de la reconciliación. Dios nos ha prometido su amor y su misericordia, y Dios siempre cumple sus promesas. Celebremos con gozo pleno esta Eucaristía mientras seguimos avanzando hacia la Pascua. Que María, «causa de nuestra alegría», la que escuchó al ángel decirle: «Alégrate, llena de gracia», nos acompañe en este camino cuaresmal y nos tienda su mano para que vivíamos con gozo este tiempo de gracia y de reconciliación. ¡Bendecido domingo, último día de este mes!

Padre Alfredo.

sábado, 30 de marzo de 2019

«Señor, apiádate de nosotros»... Un pequeño pensamiento para hoy


La parábola que el evangelio de hoy nos presenta (Lc 18,9-14) contrapone a dos personas muy diferentes: uno, que es fariseo, es un hombre que piensa que tiene ganada la salvación por su propio esfuerzo; el otro, un publicano, reconoce su condición de pecador y pide a Dios la gracia del perdón, incluso dice el evangelio que el publicano no se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: «Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador». Este es el mensaje central de la Cuaresma: Dios está dispuesto a dejarse llevar por la misericordia y perdonar al pecador arrepentido, así lo deja ver también hoy el salmo responsorial, con la pequeña parte del salmo 50 [51] que nos presenta. Dios siempre perdona y acoge a todo el que arrepentido se acerca a él. Todos estamos hechos del mismo barro, No somos dioses. Nuestra natural limitación nos lleva a encontrarnos en nuestras manos la miseria, la nada, lo poco que somos y con ello el mal que de vez en cuando, cometemos. Nadie se puede presentar ante Dios y ante el hermano con su corazón totalmente limpio de pecado, eso sería orgullo y soberbia, y eso nos llevaría a presentarnos ante Dios como el erguido fariseo: «Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres… que son pecadores». 

Lo nuestro es reconocernos como el publicano o el autor del salmo: «Un corazón contrito te presento, y a un corazón contrito, tú nunca lo desprecias». Reconociendo nuestras faltas y con el corazón dolorido por lo hecho y arrepentidos de verdad, le decimos en Cuaresma contantemente a nuestro Padre Dios: «Ten compasión de este pecador», y Él nos regala su ternura, su amor y las fuerzas necesarias para serle fiel a su amistad con detalles que a veces no sabemos ni como pagar. Ayer, después de haber estado en Monterrey para un curso para sacerdotes y diáconos sobre protección a menores, para mi consulta con el gastroenterólogo y para celebrar el cumpleaños de mi madre, me presenté en el mostrador de Interjet en el aeropuerto poco más de dos horas antes de la salida de mi vuelo programado para las 10:25 de la noche. El hombre tras el mostrador de recepción de equipaje, con una cara llena de una mundana seriedad y seguridad totalmente frías, sin más me dice: —solo que hay un pequeño problemita Señor, este vuelo está cancelado por mantenimiento y seguridad de los pasajeros, pero la buena noticia es que está protegido con un vuelo para mañana sábado... ¡a las 7:30 de la tarde!— y sin más pretendía documentar el equipaje para el día y la hora que él dispuso, sin explicación alguna. Yo le rogué hiciera algo porque la compañía tenía mi número telefónico de casa, el celular, mi WhatsApp y el correo electrónico y nadie avisó nada. —Lo acaba de decidir la compañía esta tarde Señor —me dijo, con una sonrisa de oreja a oreja— y a nadie de los pasajeros registrados se le ha podido avisar. 

¡Imaginen ustedes, un avión al que caben más de 150 pasajeros y que de ordinario va lleno y que de repente dicen no hay vuelo! —no puedo hacer nada más por usted —me inistió el hombre. Y le dije: tú no, pero Dios sí puede apiadarse de este pecador. Y entendí que por algo llegué más temprano de lo previsto al aeropuerto, pues fui el primero de ese vuelo cancelado que se presentó. Pedí hablar con el gerente a la vez que rezaba: «Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío..., Virgen Santísima de Guadalupe..., Madre Inés, Madre Gloria María... y bueno cuanto rezo me salía en mi angustia de tener que estar hoy aquí en mi Selva de Cemento para las Misas, el retiro de Familia Eucarística y más»... Aunque el hombrecito del mostrador me dijo inicialmente que ya no había más vuelos a Monterrey y que Interjet nada podía hacer, el gerente me escuchó y me dijo: —Espere aquí un momento, puede llevar con usted el equipaje arriba y regresó corriendo con un pase de abordar para el vuelo 2133 que originalmente debería haber despegado a las 7:50 de la tarde... Así pude ver cómo el Señor se apiadó de este pecador que ahora escribe, aunque con el dolor de que Interjet cada vez está peor y que la quiebra hacia la que esta compañía que nació con tan buena estrella va y que las noticias anunciaron hace apenas hace unos días, tal vez sea una realidad. Interjet tiene en tierra más de 15 aviones varados por falta de refacciones y hace seis meses, por el reajuste en su flota, despidió a 550 trabajadores que representaban el 10% de su plantilla laboral. La compañía enfrenta una demanda colectiva en Estados Unidos, por parte de usuarios que no recibieron reembolsos ante la cancelación de vuelos inesperadamente a Chicago, así como el de Chihuahua hace unos días o el de ayer en Monterrey. ¿Cómo se habrá apiadado Dios de los demás pasajeros de ese vuelo fallido de anoche? No lo sé, solo se que a este miserable pecador el Señor le permitió volar en un cacharro que por cierto debe haber sido con el que dicha compañía aérea inició sus operaciones, un avión con asientos desvencijados, sucio y sin los tarjetones de seguridad en la mayoría de los asientos... Si nuestro mundo, desde quienes dan la cara por las compañías o por la Iglesia, el gobierno o lo que sea, mostramos un rostro de soberbia, de sentirnos con el poder de no poder hacer nada por el otro y sin misericordia, no solo Interjet, sino cualquiera de nuestras familias, empresas, parroquias y demás instituciones se hunden. Todos somos pecadores, todos somos un poquito, ese poquito que podemos poner por el otro y dar a alguien como a mí, que soy un pecador, el último asiento del avión, el 26 A... ¡hasta ventanilla, cómo me gusta! Que la Virgen nos siga ayudando para que en Cuaresma, reconociendo nuestra propia condición de pecadores, veamos que siempre el Señor está presente y no desampara al pecador que, arrepentido, busca la conversión. ¡Bendecido sábado con María! 

Padre Alfredo 

P.D. Se que hoy he sido bastante largo en mi reflexión... ¡mil perdones!, pero es que con este incidente y la liturgia de hoy en Cuaresma, me puse desde anoche a pensar en muchas cosas, mientras me volvía a venir aquel rostro mustio que de entrada me dijo tras el mostrador: —«Nada podemos hacer por usted porque este no es un problema que la compañía tuviera previsto»... sin una llamada, sin un WhatsApp, sin un correo. Interjet no está en su mejor momento. Es una lástima que empresas como Interjet sean víctimas de gente que no busca cooperar, que no se hace prójimo y no sabe cómo manejar adecuadamente la empresa en la que trabaja y da de comer a tantas personas. Otra crisis sindical, como la que vive la extinta Mexicana, con el tenderete de tiendas de campaña en el Aeropuerto de Ciudad de México es lo que les espera a esta línea aérea si no —como dice la gente joven— se ponen las pilas y deciden salvar a esta compañía que a tantos nos ha transportado con tan buena calidad casi siempre... y eso que no dije nada de la aeromoza que me dijo muy altiva y de mala gana que conseguiría alguna tarjeta de seguridad «¡para ver si de a deveras la lee Señor!»

viernes, 29 de marzo de 2019

«Escucha»... Un pequeño pensamiento para hoy


Es de todos conocido que de una u otra manera todo el mundo va buscando la felicidad. La gente sigue muchos caminos y estrategias para tratar de encontrarla. Algunos la buscan en el dinero, otros en la diversión constante, unos más en tratamientos de belleza o de cirugías plásticas, quizá haya quien en carros sofisticados o casas lujosas... yo hoy quiero hablar de alguien que me consta que ha buscado esa felicidad en algo que el salmista hoy nos recuerda en el salmo 80 [81]: «La escucha de Dios». El escritor sagrado, inspirado por Dios apunta en labios de su Creador: «Escucha pueblo mío... ¡Israel, si quisieras escucharme!... Ojalá mi pueblo me escuchara». Y ese alguien a quien yo ahora me refiero es una mujer maravillosa que hoy cumple años: ¡mi madre! Una de las muchas cosas que yo admiro en «Blanquita», como llama mucha gente a mamá, es su escucha atenta y confiada al Señor, esa escucha que he visto desde que siendo un niño pequeño tuve uso de razón y empecé a entender junto con Lalo mi hermano, lo que esto significa en una persona de fe. Y no es que quiera adularla o hacerle publicidad, que es lo que a ella menos le gusta y no lo necesita, sino porque da gusto que uno pueda hablar de su madre o de su hermana, de su esposo o de su hijo, de un amigo o una pariente que vive así y que nos da clara muestra de que es posible, y además maravilloso, caminar a la escucha del Señor. 

Muchos de los que me conocen, conocían primero a doña Márgara, como a veces algunos le decimos de cariño a Blanca Margarita y, no me dejarían mentir, y es que como dice por ahí Ana María Rabatté y Cervi: «En vida, hermano, en vida». Yo he visto que en una persona como mi madre, que escucha y atiende siempre a lo que el Señor pide, se va forjando un corazón con experiencia que aconseja, que guía, que enseña, que inspira, que desafía, que corrige, que alegra la vida y que además sirve de ejemplo. Para gozar la vida, al estilo de esta mujer increíble que sobrepasa los 80 años y que es la primera en saludar en WhatsApp en el grupo de la familia, hay que caminar de la mano de Dios manteniendo el paso de su voluntad sin correr, pero sin quedarse atrás. En el camino de la vida hay que ir escuchando al Señor para dialogar con Él y disfrutar su presencia en las buenas y en las malas. No se trata solo de cumplir un año y otro y otro más, porque no es sólo el destino que venga lo que es importante, sino el viaje que junto al Señor, según la propia vocación, se va haciendo a lo largo de la vida con un oído atento a su voluntad y creo que no hay mejor momento para meditar en esta escucha del Señor que el día del cumpleaños, porque cada hora, cada día y cada año, todo paso cuenta. 

En el evangelio de hoy (Mc 12,28-34), Jesús resume toda la ley en el amor y empieza hablando de ello precisamente invitando a la escucha: «Escucha, Israel...» La escucha es algo esencial en el evangelio y en quien quiera hacerlo vida. Es de esa escucha de done viene el gozo de saborear la «Buena Nueva» aunque a veces, a primera vista, no parezca ni tan buena ni tan nueva, escondida en la rutina de 10, 30, 50 u 80 años de un diario devenir en el que la vida toda se va gastando... Haremos bien hoy en escuchar las apasionadas palabras de Jesús, asegurándonos que nos quiere llevar a metas altas de santidad, de que nos quiere curar, que está dispuesto a perdonarnos también un año más, que nos sigue amando a pesar de que el cuerpo se va gastando y la juventud —como decía Madre Inés— se va acumulando. Creo que gente como Blanca Margarita, que ha sabido orientar su vida según lo que Jesús ha dicho que es lo principal y que le ha escuchado, es el testimonio de que se puede ser feliz en lo sencillo y en lo ordinario de cada día. Preguntémonos sinceramente en este tiempo cuaresmal si nuestra vida está organizada según la escucha al Señor y si vamos cumpliendo años en esta dinámica de seguimiento de la voluntad del Señor. Jesús, a aquel hombre que le escuchó en el evangelio, le dijo que lo que debemos hacer es amar, y eso es lo que vamos haciendo o debemos hacer en la vida. Es una consigna que nos ocupa las veinticuatro horas del día y año tras año de nuestra vida. Hoy, como digo, doy gracias por el cumpleaños de mi madre, la felicito de todo corazón y celebro el día gracias a Dios con ella, comulgando con un Cristo que en ella se me manifiesta entregado por los demás, para que siga aprendiendo a amar, a entregarme y a ser pan partido para los demás. Este cumpleaños, que cae en la Cuaresma, me invita a escuchar y a seguir en el camino de Cristo hacia su Pascua. ¡Felicidades mamá y bendecido viernes para ti y para todos! 

Padre Alfredo.

jueves, 28 de marzo de 2019

«El invitatorio»... Un pequeño pensamiento para hoy


Cada mañana, de ordinario, al rezar el llamado «Invitatorio» de la Liturgia de las Horas, recitamos el salmo 94 [95] del salterio. La Iglesia propone recitar este salmo cada mañana no por mera casualidad. La invitación a la alegre alabanza del comienzo, es una invitación diaria como una advertencia severa de resistir a la tentación con una invitación positiva: «Hoy... todo es posible. El pasado es pasado... El mal de ayer se acabó... Una nueva jornada comienza». Este salmo era utilizado por los judíos en las ceremonias de renovación de la Alianza como una especie de canto. Mediante dos exhortaciones los levitas, organizadores del culto en el Templo, invitaban a la asamblea a participar activamente en la celebración: «Vengan, aclamen, griten... entren, postrémonos ante el Señor»... A cada invitación, la muchedumbre respondía mediante una fórmula ritual estereotipada de asentimiento, que comenzaba por un «sí»: «sí, el gran Dios, Yahvé, nuestro Dios, es el Señor»... —recordando así la creación—, «Sí, él es nuestro Dios»... —recordando la Alianza—. 

La invitación de la Iglesia para orar con este salmo, que hoy lo tenemos como salmo responsorial en la liturgia de la palabra de la Misa, es hacerlo no de manera individual o solitaria, sino unidos a toda la comunidad orante. ¿Cuánta gente estará recitando el invitatorio cada mañana mientras uno lo hace? «Vengan, entren, cantemos con alegría, aclamemos». Y es que nadie —como se dice por allí— es una isla. Formamos parte de una comunidad orante que alaba al Señor alrededor de toda la tierra. Vivimos en una sociedad que debe ir redescubriendo los valores comunitarios, aunque no se esté siempre juntos físicamente. El anonimato impresionante que se vive en las ciudades causa una soledad que, por contraste, debe hace desear, al creyente, «estar con» los demás. La liturgia actual se esfuerza por valorizar la participación comunitaria no solamente en la celebración de la Eucaristía, sino en las demás oraciones litúrgicas. Nunca deberíamos olvidar que si la Iglesia nos convoca a la misma hora para orar, no es para hacer una oración individual por indispensable que ella sea y en horas distintas según el huso horario, sino para una oración «juntos»: ¡Vengan, entren, canten con alegría, aclamen, canten! Esto explica, por qué las comunidades de religiosos y religiosas muy de mañana se invitan unos a otros a la alabanza común. Sería una bonita costumbre rezar cada mañana, al despertar, este salmo sabiéndose unidos a la Iglesia Universal. No seamos de aquellos que rechazan esta invitación y se encierran en su aislamiento piadoso. 

Cuando he estado en Sierra Leona, me ha llamado mucho la atención el testimonio de los muchos musulmanes que hay y que al amanecer, en dirección hacia donde está La Meca, prosternados, con la frente que topa en el suelo, oran en las diversas mezquitas. ¿Hemos acaso olvidado en Occidente, por el trajín de cada día, este gesto casi universal de las religiones de saberse unidos en una oración común? Sé que me dirán que en cada celebración de la Misa nos unimos todos, pero... ¿cuánto es el porcentaje de católicos que asiste a la Misa diaria? Hay que rezar juntos a la distancia, para experimentar que somos familia en la fe y sabemos muy bien que un gesto es más verdadero y comprometedor que una palabra. Pero por desgracia, nuestra cultura occidental nos ha desencarnado... Hoy el salmista nos dice con este bello salmo: «No endurezcan su corazón»... ¿Lo escucharemos? Oremos hoy juntos con el salmo 94 [95] y, con María, sintámonos las ovejas, unidas a su Pastor. ¡Bendecido jueves de este hermoso tiempo de Cuaresma que nos lleva hacia el gozo de la Pascua! 

Padre Alfredo.

miércoles, 27 de marzo de 2019

Oremos por los sacerdotes...

«LOS MANDAMIENTOS EN NUESTRA VIDA»... Un pequeño pensamiento para hoy


No podemos negar que muchas personas en la sociedad actual han sacado a Dios de su vida. Como que en ocasiones, incluso a quienes se dicen católicos les estorba y prefieren borrarlo, en vez de hacer un espacio para reflexionar en la presencia del Creador en sus vidas. Y por principio, han hecho a un lado la vivencia de los mandamientos. Los Mandamientos son parte esencial de la vida de todo católico, un camino para llegar al Cielo y alcanzar la plena felicidad. Hoy la liturgia de la Palabra de la Misa del día los pone como tema central tanto en las lecturas del Deuteronomio (Dt. 4,1.5-9), como del Evangelio (Mt 5,17-19) y el salmo 147. Ante este tema hay que recordar cómo los tres primeros mandamientos de la ley de Dios nos enseñan cómo debe de ser nuestra actitud para con Dios y los siete siguientes nos enseñan nuestra actitud hacia el prójimo, con los que nos rodean.

Moisés exhorta a su pueblo, en vísperas de entrar en la tierra prometida, a que viva según la voluntad de Dios viviendo según sus mandamientos en una «Alianza» que se concreta en normas de vida. ¡Qué afortunado es un pueblo que tiene un Dios tan cercano, un Dios que le dirige su palabra, que le orienta, que le enseña su sabiduría! Siguiendo esos caminos que Dios les señala, caminos que son en verdad justos y sensatos, llegarán a la felicidad y a la vida y nos dejan a nosotros esta herencia. El salmista, por su parte, nos invita a alabar a Dios («Glorifica al Señor, Jerusalén») por lo mismo, porque ha bendecido a su pueblo comunicándole su palabra y dejándole los mandamientos que le llevan a la felicidad: «él envía su mensaje a la tierra y su palabra corre veloz... anuncia su palabra a Jacob, sus decretos y mandatos a Israel: con ninguna nación obró así». Jesús, en el Evangelio, nos dice que no ha venido a abolir la le sino a darle cumplimiento y plenitud; viene a perfeccionarla invitando a cumplir las normas que Dios ha dado, las grandes y las pequeñas. A cumplirlas y a enseñar a cumplirlas.

La Cuaresma es el tiempo de una vuelta decidida a Dios, o sea, a sus enseñanzas, a sus caminos, a la vivencia de los mandamientos, los que nos va mostrando cada día con su palabra en las cosas grandes y en las pequeñas. Sin seleccionar sólo aquello que nos gusta. Y no quedándonos tampoco en palabras. Cuaresma es tiempo de obras, de cambio de vida a partir de «las pequeñas cosas de cada día» como decía la beata María Inés Teresa recordando a su santita predilecta santa teresita del Niño Jesús: Hacer el barrido encomendado, colaborar en la colada, acompañar al refectorio a una hermana anciana y enferma... pequeñas cosas. La vida humilde, la dedicada a trabajos pesados y fáciles, es una obra de selección que requiere mucho amor a los mandamientos. Si en la Cuaresma nos hemos propuesto orientar nuestra conducta de cada día según esa palabra divina y ese conjunto de mandamientos, se debe notar que algo cambia en nuestra vida porque nos preparamos a la Pascua, que es vida nueva con Cristo y como Cristo. Hoy es un día para que, con María, la fiel cumplidora de la Palabra de Dios, meditemos en los mandamientos y hagamos un examen de la vivencia de estos en nuestra vida. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 26 de marzo de 2019

«LA EUCARISTÍA QUE NOS CONFORTA»... Hora Santa 37


Monitor: Queridos hermanos, el Señor nos invita una vez más a tener una experiencia de intimidad con él que está presente en la Eucaristía. El Señor nos convoca para que participemos del gozo de contemplar en la Eucaristía a Aquel que nos invita a transformar nuestras vidas confortados por su presencia. Él, presente y vivo en el Santísimo Sacramento del Altar. Nos ponemos en pie.


CANTO DE ENTRADA:
«A TI LEVANTO MIS OJOS»

A ti levanto mis ojos, a ti que habitas en el cielo; 
a ti levanto mis ojos, porque espero tu misericordia.

Como están los ojos de los esclavos, 
fijos en las manos de sus señores, 
así están nuestros ojos en el Señor, 
esperando su misericordia.

Como están los ojos de la esclava, 
fijos en las manos de su señora, 
así están nuestros ojos en el Señor 
esperando su misericordia.

Misericordia, Señor, Misericordia, 
que estamos saciados de burlas, 
misericordia, Señor, misericordia 
que estamos saciados de desprecios.

Nuestra alma está saciada, 
del sarcasmo de los satisfechos, 
nuestra alma está saciada, 
del desprecio de los orgullosos.

(Durante este canto se hace la exposición del Santísimo según el rito ordinario).

Sacerdote: Oremos: Señor y Dios nuestro, que en la Nueva Alianza instituida por Cristo continúas formándote sin distinción de razas ni fronteras, un pueblo congregado por el Espíritu Santo que camina hacia la Pascua eterna en la unidad y fiel a la misión que le confiaste, haz que comparta siempre la esperanza de seguir viviendo este tiempo de Cuaresma para que todos resucitemos a una vida nueva. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

Momentos de silencio para meditar.

Monitor: Contemplando a Jesús Eucaristía, dispongámonos a escuchar con atención el siguiente texto:

Lector 1: Jesús Eucaristía es la luz que ilumina nuestra realidad, vivimos en una globalización ambivalente, y por eso, a veces, excluyente. Aparecen a nuestro alrededor sistemas económicos salvajes que no tiene en cuenta al hombre, culturas poderosas que excluyen a las más débiles; la brecha entre ricos y pobres, en vez de acortarse, se ensancha.

Lector 2: Lamentamos el oscurecimiento de la conciencia moral, la pérdida de la capacidad de amar hasta el fin; el terrorismo, la muerte y el sufrimiento ocasionados por la violencia; el desinterés por la verdad, la desunión de las familias, el dolor de vivir la vida sin sentido; el aborto, mediante el cual se mata sin piedad a los más indefensos; empleos precarios que van asfixiando lentamente la vida individual, familiar y comunitaria de muchos.

Lector 1: Las tinieblas parecen ensombrecer el camino del cristiano con una serie de pecados que son terribles. El documento Ecclesia in America nos habla al respecto:

Lector 2: «Entre estos pecados se deben recordar el comercio de drogas, el lavado de las ganancias ilícitas, la corrupción en cualquier ambiente, el terror de la violencia, el armamentismo, la discriminación racial, las desigualdades entre los grupos sociales, la irrazonable destrucción de la naturaleza. Estos pecados manifiestan una profunda crisis debido a la pérdida del sentido de Dios y a la ausencia de los principios morales que deben regir la vida de todo hombre. Sin una referencia moral se cae en el afán ilimitado de riqueza y de poder, que ofusca toda visión evangélica de la realidad social» (cf. EA 56).

Lector 1: Ante esta realidad nos preguntamos: ¿qué hacer para que Cristo sea Buena Noticia en nuestro entorno?

Lector 2: Como discípulos–misioneros de Cristo, somos luz que transforma nuestro ambiente social?

Lector 3: ¿Cuál es nuestro testimonio para que Cristo sea aceptado como Buena Nueva en nuestro hogar y en nuestra comunidad?

Momentos de silencio para meditar.


CANTO PARA MEDITAR:
«NO PODEMOS CAMINAR»

No podemos caminar
con hambre bajo el sol.
Danos siempre el mismo pan:
tu Cuerpo y Sangre, Señor.

Comamos todos de este pan,
El Pan de la unidad.
En un Cuerpo nos unió el Señor
Por medio del amor.

Señor, yo tengo sed de Ti,
Sediento estoy de Dios;
Pero pronto llegaré a ver
El rostro del Señor.

Por el desierto el pueblo va
Cantando su dolor;
En la noche brillará la luz,
Nos guía la verdad.

Monitor: El mismo Jesús ora al Padre por aquellos a quienes les ha confiado ser luz del mundo transformándolo e iluminándolo con su cambio personal para que el mundo sea el espacio donde los hombres vivan los valores del Reino. La presencia de los discípulos en el mundo es la esperanza para que el mundo acepte la Buena Noticia. Escuchemos ahora, de pie, esta lectura del Evangelio según san Juan:

(Si se encuentra un sacerdote o un diácono entre los asistentes conviene que sea él quien lea)

Del Evangelio según san Juan:                                                   (Jn 17,6-11)             

«En aquel tiempo dijo Jesús: " A los que me diste, salvándolos del mundo, les he hecho saber quién eres tú. Los sacaste del mundo, pues eran tuyos, y me los diste, y han hecho caso de tu palabra.

Ahora ellos reconocen que viene de ti todo lo que me diste. Las palabras que me confiaste se las he entregado y las han recibido. Reconocieron verdaderamente que yo he salido de ti, y creen que tú me enviaste.

Yo ruego por ellos. No ruego por el mundo, sino por los que tú me diste, que ya son tuyos —todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío—, y yo he sido glorificado en ellos. Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos se quedan en el mundo, mientras yo vuelco a ti.

Padre Santo, guárdalos en ese tu nombre que a mí me diste, para que todos sean uno como nosotros"». Palabra del Señor.

Todos: Gloria a ti, Señor Jesús.

Momentos de silencio para meditar.


CANTO PARA MEDITAR
«EL TESTIGO»


Sois la semilla que ha de crecer,
sois estrella que ha de brillar,
sois levadura, sois grano de sal,
antorcha que ha de alumbrar.

Id, amigos, por el mundo
anunciando el amor.
Mensajeros de la vida,
de la paz y el perdón.
Sed, amigos, los testigos
de mi Resurrección
Id llevando mi presencia,
con vosotros estoy.


Sois la mañana que vuelve a nacer,
sois espiga que ha de granar,
sois aguijón y caricia a la vez,
testigos que voy a enviar

Sois una llama que ha de encender,
resplandores de fe y caridad,
sois los pastores que han de guiar
al mundo por sendas de paz

Sois los amigos que quise escoger,
sois palabras que intento gritar,
sois reino nuevo que empieza a engendrar
justicia, amor y verdad.


Monitor: Llenos de gozo y esperanza roguemos al Señor para que Jesucristo sea Buena Noticia para nuestros hogares, para nuestra comunidad, para nuestro pueblo en general. A cada petición digamos:

Todos: Haznos tus testigos, Señor.

Lector: Para que haya paz y solidaridad en el mundo entero, en especial en nuestra patria. R/

Lector: Para que los pobres conozcan la Buena Nueva. R/

Lector: Para que en nuestra sociedad prevalezca la vida sobre la muerte. R/

Lector: Para que en nuestra vida diaria prevalezca la esperanza sobre el desaliento. R/

Lector: Para que se multipliquen los profetas, pacificadores y voluntarios que anuncien y trabajen por una nueva civilización del amor. R/

Lector: Para que todos seamos sembradores de la Buena Noticia. R/

Lector: Para que compartamos el pan que tú nos das para la salvación de todos los hombres. R/

Monitor: Escúchanos, Jesús Eucaristía, tú que eres la Buena Noticia del Padre, aumenta nuestra fe y hazte presente en medio de nuestro pueblo. Amén.


CANTO PARA RECIBIR LA BENDICIÓN CON EL SANTÍSIMO:
«BENDITO, BENDITO, BENDITO SEA DIOS»

Bendito, bendito, ¡bendito sea Dios!
Los ángeles cantan y alaban a Dios.
Los ángeles cantan y alaban a Dios.

Yo creo, Jesús mío, que estás en el altar,
oculto en la Hostia, te vengo a adorar.
Oculto en la Hostia, te vengo a adorar.

Espero, Jesús mío, en Tu suma bondad,
poder recibirte con fe y caridad.
Poder recibirte con fe y caridad.

Por el amor al hombre moriste en una cruz,
y al cáliz bajaste por nuestra salud.
Y al cáliz bajaste por nuestra salud.

Jesús, Rey del cielo, está en el altar,
su cuerpo, su sangre, nos da sin cesar.
Su cuerpo, su sangre, nos da sin cesar.

Entre sus ovejas está el buen pastor,
en vela continua lo tiene el amor.
En vela continua lo tiene el amor.

Oh cielo, oh tierra, canten a una sola voz:
Bendito, bendito, ¡bendito sea Dios!
Bendito, bendito, ¡bendito sea Dios!

Ministro: Nos diste Señor, el Pan del Cielo
Todos: Que en sí contiene todas las delicias.

Oremos: Oh Dios, que bajo este admirable sacramento nos has dejado el memorial de tu pasión, concédenos, venerar de tal modo los sagrados misterios de tu cuerpo y de tu sangre, que experimentemos constantemente en nosotros los frutos de tu redención. Te lo pedimos a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

(Si está presente un sacerdote o diácono, se dará la bendición del forma acostumbrada, de otra manera, se hace la reserva). 

Letanías de desagravio:

Bendito sea Dios
Bendito sea su santo Nombre
Bendito sea Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre
Bendito sea el nombre de Jesús
Bendito sea su sacratísimo Corazón
Bendita sea su preciosísima Sangre
Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar
Bendito sea el Espíritu Santo Paráclito
Bendita sea la excelsa Madre de Dios: María santísima
Bendita sea su santa e inmaculada concepción
Bendita sea su gloriosa asunción
Bendito sea el dulce nombre de María, Virgen y Madre
Bendita sea María, Madre de la Iglesia
Bendito sea San José, su castísimo esposo
Bendito sea Dios en sus ángeles y en sus santos. Amén


CANTO DE SALIDA:
«DIOS ES FIEL»

Dios es fiel, guarda siempre su alianza,
libra al pueblo de toda esclavitud.
Su Palabra resuena en lo profetas,
reclamando el bien y la virtud.

Pueblo en marcha, por el desierto ardiente,
horizontes de paz y libertad.
Asamblea de Dios eterna fiesta,
tierra nueva, perenne heredad.

Si al mirar hacia atrás somos tentados
de volver a Egipto seductor,
el Espíritu empuja con su fuerza,
a avanzar por la vía del amor.

Si el camino nos lleva desaliento,
por ser largo y de gran dificultad,
con su gracia apoyemos nuestra fuerza
recordamos que es Dios de Libertad.

algdr2019.

«El camino»... Un pequeño pensamiento para hoy

Hoy la liturgia de la Palabra nos ofrece parte del salmo 24 [25]. Un salmo que tiene una estructura especial con una colección de invocaciones, de consideraciones morales y de súplicas en forma de sentencias unidas entre sí. Este salmo completo, tiene 22 versículos y se puede dividir en tres partes: a) Una súplica de protección y guía (1-7); b) Un conjunto de reflexiones sobre Dios y sus relaciones con los que le temen (8-14) y, por último; c) Una nueva súplica de liberación de una situación angustiada (15-21). Para hoy, la liturgia solo ha considerado los versículos del 4 al 9. La causa del justo —esto lo entendemos muy bien— es la causa del Señor; por eso, si los impíos prevalecen sobre aquél, en el fondo es una victoria contra el Señor, ya que, en la mentalidad de los pecadores, Dios es impotente para hacer salir airoso a su protegido. En la tradición israelita está demostrado que el que confía y espera en el Señor no queda defraudado en sus esperanzas. 

Obsesionado con la idea de ser fiel a su Dios, el autor del salmo le pide encarecidamente a Dios que le enseñe sus caminos: «Descúbrenos, Señor, tus caminos... Tenemos en ti nuestra esperanza». Moisés había pedido al Señor que le mostrara su camino para acomodarse a sus exigencias: «hazme saber tu camino, para que yo te conozca y halle gracia a tus ojos, y mira que esta gente es tu pueblo» (Ex 33,13). El salmista lo recuerda y, sin duda, sabe que por caminos y sendas del Señor se entienden no sólo los preceptos escritos de la Ley, sino los secretos de su providencia respecto de su vida personal para responder mejor a sus insinuaciones. Él sabe que el Señor siempre se ha manifestado como Salvador de las almas justas angustiadas, por eso el salmista pide a su Dios que se acuerde de sus misericordias, que desde tiempos antiguos se han manifestado sobre los justos en Israel y, por tanto, las misericordias antiguas o eternas pueden ponerse ahora a favor del salmista atribulado. El amor del Señor de los tiempos antiguos no se ha agotado ni se agotará nunca. En la Sagrada Escritura constantemente se realza la misericordia divina, que prevalece sobre la justicia. El Señor es bueno y bienhechor para con los que le temen. En el evangelio de hoy (Mt 18,21-35), Jesús insiste de nuevo sobre el tema de la «misericordia», perdonar, apiadarse, condonar las deudas a nuestros deudores, liquidar los conflictos, mejorar las relaciones... esfuerzos esenciales del que busca la bondad y de quien quiere vivir bien la cuaresma. 

Cuaresma es tiempo especial, un tiempo de conversión, de perdón de ejercer la misericordia y la compasión. Un tiempo de reconciliación en todas las direcciones, con Dios y con el prójimo. Dios nos muestra el camino, nos ha perdonado sin tantas distinciones. Como David perdonó a Saúl, como José perdonó a sus hermanos, como Esteban a los que le apedreaban y Jesús a los que le clavaban en la cruz. El que quiera vivir en plenitud la Cuaresma que le conduce a la Pascua y con ello a una vida nueva, ha de dar el primer paso y perdonar, sin poner luego cara de haber perdonado, que a veces eso ofende más. Sin pasar factura y alejando de todo rescoldo de rencor. Perdonar con amor, sabiéndose a si mismo perdonado por Dios. Hoy la liturgia nos enseña que la vivencia de nuestra Cuaresma no es cuestión de aritmética. Quien ha experimentado la misericordia de Dios, no puede andar calculando las fronteras del perdón y de la acogida al hermano, sino que va creando un corazón que descubre el auténtico camino que lleva a Dios. Pidámosle a María que ella nos acompañe y nos ayude a descubrir ese sendero. Hoy yo se lo pido en su casita del Tepeyac, y se lo pido para mí y para todos. ¡Bendecido martes! 

Padre Alfredo.

lunes, 25 de marzo de 2019

«La anunciación, un paréntesis en Cuaresma»... Un pequeño pensamiento para hoy


Haciendo un paréntesis en nuestro camino cuaresmal, celebramos una de las fiestas más ricas de significado en el año litúrgico: la Anunciación del Señor. Un día para contemplar el misterio de la entrada del Hijo de Dios en la historia de este mundo, gracias al consentimiento de la Santísima Virgen María, elegida por Dios como Madre del Salvador de los hombres. La inmensa riqueza de este acontecimiento sólo puede percibirse desde la fe. Todo sucedió en la mayor humildad de apariencias, en una modesta casita de Nazaret (Lc 1,26-38). Nadie tomó conciencia del trascendental misterio, excepto la elegida, María, constituida por obra del Espíritu Santo en Madre virginal del Mesías esperado, que le es anunciado como «Hijo de Dios». «Yo soy la esclava del Señor, cúmplase en mí lo que me has dicho» (Lc 1,38). Con estas palabras la joven María cambió la historia, pues desde ese momento el Verbo se hizo carne en sus entrañas virginales y comenzó a habitar entre nosotros (Jn 1,14). El Salvador de los hombres, el Hijo de Dios enviado por el Padre, procedía del cielo y al mismo tiempo surgía de la tierra y era el hijo que María gestaba en su vientre. El pasaje de la carta a los Hebreos que hemos escuchado (Hb 10,4-10), nos presenta el ingreso del Hijo de Dios en el mundo con palabras que indican el comienzo del sacrificio redentor de la nueva Alianza: «No quisiste víctimas no ofrendas; en cambio me has dado un cuerpo. No te agradaron los holocaustos ni los sacrificios por el pecado; entonces dije —porque a mí se refiere la Escritura—: “Aquí estoy, Dios mío, vengo para hacer tu voluntad» (Heb 10,5-7).

Hacer la voluntad del Padre, dejándose guiar por el Espíritu Santo, es la unidad profunda de la vida de Cristo. Su amor obediente es la esencia del sacrificio redentor de la nueva Alianza, que, iniciándose en su encarnación, se consumará en la hora de la cruz. Y en este amor obediente vemos asociada a María desde el principio hasta la hora de la cruz porque así sí lo quiso Dios. Las frases del Salmo 39 [40] que el autor de la carta a los Hebreos pone en labios de Cristo: «Aquí estoy... En tus libros se me ordena hacer tu voluntad», tienen mucho en común con las palabras que pronuncia la Virgen: «Yo soy la esclava del Señor, cúmplase en mí lo que me has dicho». Cristo asocia a su Madre en el cumplimiento del plan divino de la salvación en la misma disponibilidad sin reservas a la voluntad divina. El consentimiento de la Virgen brilla en este día en todo su significado. Ella no es un puro medio pasivo y biológico para la encarnación del Hijo de Dios, sino que toma una decisión libre y responsable. El consentimiento de la Virgen y su significado, el que hoy celebramos en su íntima unión con el de Cristo, la convirtió en Madre de Cristo y, por eso mismo, en guardiana por excelencia de la Vida en plenitud. 

Por otra parte, hoy es un día muy especial para la Iglesia y para el mundo, el Papa Francisco en el Santuario de Loreto —precioso santuario en el que con mis hermanas Misioneras Clarisas estuve el año pasado— firmó la Exhortación Apostólica del reciente Sínodo de los Obispos sobre el tema “los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional” realizado en el Vaticano del 3 al 28 de octubre de 2018. Una exhortación que llevará el titulo de: «Christus vivit» (Cristo vive) y lo ofreció a Nuestra Señora y será el martes de la semana que viene, 2 de abril, fecha del aniversario de la muerte de San Juan Pablo II cuando el Vaticano publique el nuevo texto. Entre las palabras que el Papa pronunció, recordó aquello que el ángel Gabriel dijo a María en Nazaret: «Alégrate, llena de gracia». Explicó que esa frase «resuena de forma singular en este Santuario, lugar privilegiado para contemplar el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. Aquí, de hecho, se custodian los muros que, según la tradición, provienen de Nazaret, donde la Virgen Santa pronunció su “sí”, convirtiéndose en Madre de Jesús». El Papa destacó que en el evento de la Anunciación queda patente la dinámica de la vocación de una manera que pueda resultar útil para la juventud contemporánea. «Pienso en Loreto —dijo— como un lugar privilegiado donde los jóvenes pueden venir a la búsqueda de la propia vocación, a la escuela de María». Sigamos nosotros también, jóvenes y no tan jóvenes —¡de juventud acumulada como decía Madre Inés!— en esta escuela de María para seguir caminando hacia la Pascua y resucitar a una vida nueva. ¡Feliz y bendecido lunes, día de la anunciación del Ángel a María! 

Padre Alfredo.

domingo, 24 de marzo de 2019

«Frutos»... Un pequeño pensamiento para hoy


El fruto de nuestras buenas obras, que comienza por la conversión y por dejar atrás lo que es malo y lo que no le agrada a Dios, es lo que Jesús espera de nosotros. La Cuaresma es un tiempo privilegiado para trabajar en ello con ahínco. Dios aguarda paciente a que volvamos a Él y nos da cada año estos cuarenta días para trabajar en ello. En este tercer domingo de este tiempo privilegiado recordamos que la cuaresma es tiempo de conversión, y que la conversión no podemos retrasarla más en el tiempo. Dios nos salva a través de Cristo, nos saca de la esclavitud de nuestras malas acciones, pero nosotros tenemos que corresponder a esa salvación. Hay que dejar atrás lo que desagrada a Dios y comenzar a vivir las buenas obras que Dios espera, para que, con su gracia, podamos avanzar por el camino de la conversión hasta llegar a la Pascua con una vida nueva. Siento que es un domingo de pocas palabras que resulta, de entrada, realmente duro: «si ustedes no se convierten, perecerán de manera semejante» dice Jesús en el Evangelio (Lc 13,1-9). 

Esta frase es desconcertante, al igual que la parábola de la higuera que viene al final, y nos hacen ver la urgencia de la conversión. Cada Cuaresma, Dios, siempre «compasivo y misericordioso» (Salmo 102 [103]) nos ofrece la posibilidad de la conversión y tiene paciencia con nosotros porque es «generoso para perdonar». Dios, a pesar de nuestra condición de pecadores no es vengativo ni sádico, sino «compasivo y misericordioso». Dios ni quiere el mal ni lo provoca, pero lo permite. Es un misterio que como tal no se puede explicar del todo, pero hay algo de lo que estamos seguros: Dios está a favor nuestro y si permite el mal es para salvaguardar nuestra libertad. Jesús luchó contra el mal y, por eso cura a los enfermos, perdona a los pecadores, resucita a los muertos. Con San Agustín podemos decir hoy que «Dios sólo puede permitir el mal para conseguir un bien mejor». Y cada uno de nosotros puede constatar cómo en su vida esto se ha hecho realidad. 

Me brotan entonces un montón de preguntas que me dan la pauta para meditar en este domingo: ¿Cuántas cuaresmas llevamos en nuestro existir? ¿Cuántas oportunidades nos ha dado Dios y nos vuelve ahora a dar? ¿Damos a Dios los frutos que esperaba de nosotros? ¿Si nos llamara ahora mismo a su presencia tendríamos las manos llenas de buenas obras o, por el contrario, vacías? ¿Tenemos buen corazón, como el de aquel viñador que «intercede» ante el amo para que no corte la higuera? ¿Nos interesamos por la salvación de los demás, con nuestra oración y con nuestro trabajo evangelizador? ¿Somos como Jesús, que no vino a condenar, sino a salvar? Pidámosle a la Santísima Virgen maría que nos acompañe en esta tarea cuaresmal, hagamos un esfuerzo para conseguir frutos de penitencia, no sea que el Señor se acerque en la Pascua a buscar nuestro fruto y nos encuentre sin él. La cuaresma avanza y los frutos deben empezar a aflorar por las miradas de nuestros ojos —¿son para Dios?—. Por las yemas de nuestros dedos —¿Buscan el bien de los demás?—. Por la sinceridad de nuestras palabras —¿Buscan y propagan la verdad?—. No digo más... ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

sábado, 23 de marzo de 2019

«La parábola del padre que acoge a su hijo pródigo»... Un pequeño pensamiento para hoy

¡Cómo no hablar hoy de la perícopa que el Evangelio de hoy nos presenta al presentarnos la parábola del «padre que acoge a su hijo pródigo» (Lc 15,1-3!11-32)! Incansablemente la leo y la vuelvo a leer. Se trata de una parábola que presenta toda la riqueza del amor y de la misericordia de Dios. Es el «padre», y no el hijo, el que constituye el centro de la parábola. El padre, que está dispuesto a acoger sin reservas al hijo que quiera ponerse en sus manos. A la luz e esta parábola podemos ver que sólo existe una barrera que impide este amor de Dios: creer que somos autosuficientes, que somos capaces de salvarnos nosotros solos. Cuando aún estaba lejos, el padre lo reconoció, y compadecido, corrió a él y se arrojó a su cuello... mandó que le trajeran la más bella túnica, un anillo, unas sandalias... hizo preparar una gran fiesta. Es así como el padre acoge al hijo «rebelde». Por su parte, el salmo 102 [103] se presenta hoy como un hermoso canto a la misericordia de Dios que nos hace repetir: «el Señor es compasivo y misericordioso», es un Dios que «no nos trata como merecen nuestros pecados» y que viene a nuestro encuentro siempre cargado de perdón, de compasión y de misericordia. Es un salmo que hoy podríamos buscar en la Sagrada Escritura y rezar por nuestra cuenta despacito, diciéndolo en primera persona, desde nuestra historia concreta, para orar a ese Dios que nos invita a la conversión en este tiempo privilegiado del año litúrgico. Es un salmo que nos puede ofrecer una entrañable meditación cuaresmal y una buena preparación para nuestra confesión pascual. 

Pero vuelvo a la parábola del hijo pródigo que siempre me cautiva y es, en definitiva, una de las que mejor conocemos y que siempre nos interpela, sobre todo en este tiempo de Cuaresma, porque es en Cuaresma cuando nos acordamos más de la misericordia de Dios. El padre aparece en la parábola como una persona libre, que da margen de confianza al hijo que se quiere ir y luego le perdona y le acepta de vuelta. Este padre sale dos veces de su casa: la primera para acoger al hijo que vuelve y la segunda para tratar de convencer al hermano mayor de que también entre y participe en la fiesta. El hijo pequeño, bastante conchudo, es el protagonista de una historia de ida y vuelta, que aprende las duras lecciones que le da la vida, y al fin reacciona bien. Es capaz de volver a la casa paterna. El hermano mayor es el que Jesús enfoca más expresamente: en él retrata a los «fariseos y letrados que murmuraban porque Jesús acoge a los pecadores y come con ellos». A ellos les dedica esta parábola y describe su postura en la del hermano mayor. 

Pero, ¿en cuál de las tres figuras nos vemos reflejados? Primero, ¿actuamos como el padre que respeta la decisión de su hijo, aunque seguramente no la entiende ni la acepta? ¿Sabemos acoger al que vuelve? ¿Le damos un margen de confianza, le facilitamos la rehabilitación? Por otra parte, ¿actuamos como el hijo pródigo? ¿Nos acordamos sólo de los demás, de los «pecadores», o nos incluimos a nosotros mismos en esa historia del bien y del mal, que también existen en nuestra vida? ¿Nos hemos puesto ya, en esta Cuaresma, en actitud de conversión, de reconocimiento humilde de nuestras faltas y de confianza en la bondad de Dios, dispuestos a volver a él y serle más fieles desde ahora? ¿Sabemos pedir perdón? ¿Preparamos ya el sacramento de la reconciliación, que parece descrito detalladamente en esta parábola en sus etapas de arrepentimiento, confesión, perdón y fiesta? Finalmente, ¿actuamos como el hermano mayor que no acepta que al pequeño se le perdone tan fácilmente? ¿Somos intransigentes, intolerantes? ¿Sabemos perdonar o nos dejamos llevar por la envidia y el rencor? ¿Miramos por encima del hombro a «los pecadores», sintiéndonos nosotros «justos»?... Cuánta materia me deja para meditar la liturgia del día de hoy y quiero hacerlo con María, Madre de los pecadores y auxilio de los cristianos porque es sábado y es día dedicado especialmente a Ella, porque las palabras del salmo y las de Jesús tienen la fuerza que tienen. No hay que añadir más. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 22 de marzo de 2019

INVOCACIONES A NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO...


Jesús, Hijo del Dios vivo, ten compasión de mí.

Jesús, imagen del Padre, ten compasión de mí.

Jesús, sabiduría eterna, ten compasión de mí.

Jesús, esplendor de la luz eterna, ten compasión de mí.

Jesús, Palabra de vida, ten compasión de mí.

Jesús, Hijo de la Virgen María, ten compasión de mí.

Jesús, Dios y hombre, ten compasión de mí.

Jesús, Sumo Sacerdote, ten compasión de mí.

Jesús, pregonero del Reino de Dios, ten compasión de mí.

Jesús, camino, verdad y vida, ten compasión de mí.

Jesús, Pan de Vida, ten compasión de mí.

Jesús, Vida verdadera, ten compasión de mí.

Jesús, hermano de los pobres, ten compasión de mí.

Jesús, amigo de los pecadores, ten compasión de mí.

Jesús, médico del alma y del cuerpo, ten compasión de mí.

Jesús, salvación de los oprimidos, ten compasión de mí.

Jesús, consuelo de los desamparados, ten compasión de mí.

Tú, que viniste a este mundo, ten compasión de mí.

Tú, que libraste a los oprimidos por el diablo, ten compasión de mí.

Tú, que estuviste colgado en la cruz, ten compasión de mí.

Tú, que aceptaste la muerte por nosotros, ten compasión de mí.

Tú, que yaciste en el sepulcro, ten compasión de mí.

Tú, que descendiste a los infiernos, ten compasión de mí.

Tú, que resucitaste de entre los muertos, ten compasión de mí.

Tú, que subiste a los cielos, ten compasión de mí.

Tú, que enviaste el Espíritu Santo a los apóstoles, ten compasión de mí.

Tú, que estás sentado a la derecha del Padre, ten compasión de mí.

Tú, que vendrás a juzgar a los vivos y muertos, ten compasión de mí.


Por tu encarnación, líbrame, Señor.

Por tu nacimiento, líbrame, Señor.

Por tu bautismo y ayuno santo, líbrame, Señor.

Por tu cruz y tu pasión, líbrame, Señor.

Por tu muerte y sepultura, líbrame, Señor.

Por tu santa resurrección, líbrame, Señor.

Por tu admirable ascensión, líbrame, Señor.

Por la efusión del Espíritu Santo, líbrame, Señor.

Por tu gloriosa venida, líbrame, Señor.

Amén.

«La luciérnaga y la serpiente»... Un pequeño pensamiento para hoy


Cuenta la leyenda que una vez una serpiente empezó a perseguir a una luciérnaga. Esta huía rápidamente con miedo de la feroz depredadora y la serpiente al mismo tiempo no desistía. Huyó un día la luciérnaga y la serpiente la seguía, dos días y la seguía... Al tercer día, ya casi sin fuerzas, la luciérnaga se detuvo y le dijo a la serpiente: —«¿Puedo hacerte tres preguntas?» —«No acostumbro a dar este precedente a nadie, pero como estoy a punto de devorarte, puedes preguntar,» —contestó la serpiente. —«¿Pertenezco a tu cadena alimenticia?» —preguntó la luciérnaga. —«No» —dijo la feroz serpiente. —«¿Yo te hice algún mal?» —le dijo la luciérnaga. —«No» —aseguró la serpiente. —«Entonces, ¿por qué quieres acabar conmigo?» —preguntó asustada la luciérnaga. Y la serpiente respondió: —«Porque no soporto verte brillar...». Quizá uno de los peores sentimientos que existen en el corazón del hombre, dañado por el pecado original, es el de la envidia. En realidad, quien sufre de envidia —porque no hay que olvidar que la envidia hace sufrir al que la siente— no es muchas veces consciente del motivo. Quien nos admira se alegra de nuestros éxitos, quien nos envidia se alegra de nuestras miserias. Todos tenemos dones y cualidades positivas innatas. También tenemos miedos, temores, enfermedades, sacrificios, ... Entonces, ¿por qué la envidia? 

El tema de la liturgia del día de hoy es este precisamente: la envidia. La envidia es, ante todo, un sentimiento que experimentamos las personas por consecuencia del pecado original en diversos momentos de la vida y ante determinadas circunstancias, por lo que podemos decir que es una experiencia humana casi universal, pero hemos de reconocer que generalmente resulta una experiencia desagradable que suele conectar a quien la sufre con otros sentimientos y emociones negativas, como la tristeza, la ansiedad, el odio, etc. A través de la envidia se pueden crear auténticas obsesiones hacia el objeto codiciado, bien sea material, intelectual o incluso espiritual. Llevada al límite, la envidia puede empujar a las personas a hacer daño a otros que poseen lo que se entiende como un deseo no cubierto. Eso sucede en la primera lectura de hoy a los hermanos de José (Gn 37,3-4.12-13.17-28) y esa sensación horrible sienten los viñadores del relato evangélico (Mt 21,33-43.45-46). El salmo 104 [105] en los versículos que hoy tenemos como salmo responsorial (16-21) recuerda precisamente a José, vendido como esclavo por sus hermanos como fruto de la envidia que le tenían. 

El salmo nos muerta la misericordia divina en esa época de José, a quien a pesar de la envidia de sus hermanos el Faraón de Egipto lo propuso para un puesto de gran responsabilidad y honor (Gn 37-50). El salmo lo describe como «administrador de su casa» y «señor de todas sus posesiones» (v. 21). Las diversas crisis que afectaron la vida de José debido a todo lo que había afrontado como consecuencia por la envidia de sus propios hermanos no pudieron evitar la manifestación de la misericordia del Señor, pues las situaciones humanas, como la envidia, no pueden detener la voluntad divina. El día de hoy, en toda la liturgia de la palabra, pues, se manifiesta el tema de la misericordia divina como factor teológico de importancia sobre todo durante la época de la Cuaresma, que es tiempo de conversión. Emociones negativas, obsesiones, quejas... son cosas que provocan que surja la envidia y son cuestiones que muy bien se pueden trabajar en este tiempo privilegiado de gracia gracias a la oración, a la limosna y el ayuno. Trabajemos para que la envidia no se apodere de nuestro corazón y lo ciegue y sigamos caminando de la mano de María hacia el gozo de la Pascua. ¡Bendecido viernes! 

Padre Alfredo.

jueves, 21 de marzo de 2019

«LA VIVENCIA DE NUESTRA CUARESMA EN UN SENCILLO DECÁLOGO»... Un tema para retiro


El «Miércoles de Ceniza» hemos iniciado el tiempo privilegiado de la Cuaresma, y, con ello, una nueva oportunidad que Dios nos da para vivir de forma muy intensa la salvación por la práctica de las buenas obras, por la mutua reconciliación y el propósito de enmienda, por la escucha de la Palabra de Dios, por el acercamiento al prójimo necesitado y por el cambio de vida.

Este tiempo tiene tres lineas fundamentales que todos los católicos debemos vivir: la «oración», la «limosna» y la «penitencia», manifestada esta última en el ayuno. En todos los signos de la Cuaresma están presentes estas tres características esenciales de este tiempo litúrgico para llevarnos a una reconciliación plena con el Señor y con los hermanos.

La oración en Cuaresma nos lleva a pedir perdón de los pecados y nos ayuda a que crezca nuestra entrega y que entendamos los acontecimientos que nos llevan a la salvación manteniéndonos fieles para resucitar con Cristo en la Pascua.

La limosna, o sea la caridad fraterna, la vivimos en una caridad y una solidaridad concretas olvidándonos de nosotros mismos para servir a los demás.

En este tiempo, la penitencia, manifestada principalmente en el ayuno, se traduce en sacrificios comunitarios o particulares que nos hacen pensar y valorar lo que Cristo hizo por nosotros al morir en la Cruz. Con la penitencia alcanzamos un espíritu de sacrificio que aumenta nuestra generosidad asemejándonos a Cristo pobre, sufriente y perseguido. Ya desde el Miércoles de Ceniza se nos hablaba en el Evangelio (Mt 6,1-18) de todo esto que es propio de la Cuaresma.

La vivencia de nuestra Cuaresma es la oración, la limosna y el ayuno no deben ser algo que se hace solamente porque se debe de hacer, porque no se trata de un tiempo para tranquilizar nuestra conciencia para poder decir «¡ya cumplí!»... sino que esta vivencia debe brotar desde dentro del corazón como expresión del deseo de renovar nuestra fe y nuestra vida cristiana.

Se trata, pues, en pocas palabras, de vivir este tiempo concretizando nuestro seguimiento de Cristo en la vida ordinaria haciendo un esfuerzo por entrar en nosotros mismos y encontrarnos con Dios. Pero, ¿cómo concretizar todo esto? La beata María Inés Teresa de Santísimo Sacramento nos ayuda, en un sencillo decálogo cuaresmal a encontrar las pautas que necesitamos:

1. TRABAJAR POR AMOR EN LOS INTERESES DE JESÚS.


«Desde el comienzo de las faenas diarias...» 

Recordemos el Evangelio, ciando nos dice Jesús: «Cuanto hiciste a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hiciste» (Mt 25,40).

2. VIVIR LA CUARESMA CON MARÍA.


«Antes de salir de casa, pídele su bendición a imprime en su frente un beso. Ella te lo devolverá a la hora de tu muerte... debemos platicar continuamente con esta Madre Santísima». 

Pensemos en aquella expresión del Evangelio de San Lucas cuando al anciano Simeón le dice a María: «¡Y a ti misma, una espada te atravesará el alma!» (Lc 2,35).

3. LOS PEQUEÑOS SACRIFICIOS Y EJERCICIOS CUARESMALES.


«Con modesta naturalidad camina la Virgen montada en su burrito».

Es el espíritu de sacrificio y oración que también encontramos muchas veces en el Evangelio: «De madrugada cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración» (Mc 1,35).

4. EL SERVICIO.


«Los trabajos pequeños de todos los días...»

En el Evangelio Jesús dice: «Si alguno quiere venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mc 8,34).

5. LA SENCILLEZ DE NAZARETH.


«Así como Jesús y María hablaban, trabajaban, oraban, comían, desempeñaban sus quehaceres domésticos en su casita de Nazareth, debo hacerlo yo, procurando ser cada día más semejante a ellos».

Esa sencillez que nos presenta San Lucas con las simples palabras: «Bajó con ellos y vino a Nazareth, y vivía sujeto a ellos. Su Madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón. Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2,51-52).

6. OFRECERLO TODO.


«No daba un paso, una puntada, trabajo u ocupación cualquiera sin que no lo ofreciera a Jesús y María; vivía en el cielo o en Nazareth».

Darlo todo como Jesús: «Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos...» (Jn 15,13ss).

7. UNA FE GRANDE, CON TODO EL CORAZÓN.


«Creo...»

Nos falta fe, como nos dice Jesús: «Si tuvieras fe como un granito de mostaza, dirías a este monte: desplázate de aquí a allá, y se desplazaría, y nada les sería imposible» (Mt 17,20).

8. LA ESPERANZA.


«Que todos te conozcan y te amen es la única recompensa que quiero».

La esperanza que siempre tiene Jesús, como cuando elige a los apóstoles: «Instituyó doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar» (Mc 3,13-14).

9. CARIDAD SIN FRONTERAS... LA MISIÓN.


«Que se conviertan todos, pero ya».

Jesús con todos hablaba, a todos servía, para todos tenía tiempo: «Y les dijo: "Vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16,15).

10. TODO EN UNA INMENSA ALEGRÍA.


«¡Alegría porque Cristo ha venido! ¡Alegría porque somos hijos de Dios! ¡Alegría que queremos compartir con quienes no conocen a Cristo y al Padre que lo envió!» 

Dice Jesús: «¡Ánimo! Yo he vencido al mundo» (Jn 16,33).


Como vemos, en esta Cuaresma tenemos mucho que hacer. No podemos, de ninguna manera, vivir como el rico epulón mientras a Lázaro los perros le lamen sus llagas (cf. Lc 16,21ss), ni podemos orar nada más para que los demás nos vean, como hacen los hipócritas (cf. Mt 6,5-6) ni podemos dejar de tomar la cruz (cf Mt 10,38). Hay mucho, mucho que hacer.

No podemos perder de vista aquello que nos dice el mismo Cristo en su Evangelio: «Cuanto hiciste a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hiciste» (Mt 25,40).

El Señor Dios no se deja ganar en generosidad y estemos seguros de que nuestras prácticas cuaresmales se verán coronadas de la dicha de resucitar con Cristo en la pascua a una vida nueva. El mismo Dios nos lo concederá.

Padre Alfredo.

«Las sutilezas del enemigo»... Un pequeño pensamiento para hoy


Ayer hablaba de las trampas que nos pone el enemigo que es tan astuto, esas trampas sutiles que muchas veces ciegan al corazón y no lo dejan ver más allá de sí mismo y hoy sigo con el tema. Hay que fijarnos que cuando un cazador desea atrapar vivo un animal, puede emplear varios tipos de trampas. Puede, por ejemplo, hacer que salga a un espacio abierto y entonces echarle un lazo o puede camuflar un dispositivo que se active por sorpresa cuando la víctima lo toque... ¡hay muy diversos tipos de trampas! A fin de capturarnos vivos en el camino cuaresmal, el enemigo nos tiende trampas similares tan sutiles como el egoísmo del rico Epulón, que, atrapado por la sutil trampa del enemigo, se deja llevar por los criterios del mundo y no alcanza a ver la situación de Lázaro, que lo tiene a unos cuantos pasos al salir de su casa (Lc 16,19-31). Para poder escabullirnos de las tretas del indecente, debemos mantener bien abiertos los ojos y prestar atención a las prácticas cuaresmales del ayuno, la oración y la limosna, de manera que estemos fuertes contra las asechanzas del diablo que como dice la Escritura, «ronda buscando a quién devorar» (1 Pe 5,8). La liturgia de la Misa de hoy nos ofrece un fragmento del salmo 1, un salmo que nos invita a estar atentos. Nuestra confianza, para no caer en la trampa, ha de estar puesta en el Señor. Es en el Señor en donde podemos mantenernos fuertes para vencer los embates del maligno. 

¿En dónde está puesta la confianza de muchos de los cristianos de hoy? ¿Es realmente el Señor la guía de nuestro actuar? Parecería que hoy hay muchos cristianos que van enclenques por el mundo, incautos del enemigo que a las trampas decoradas con cosillas llamativas que suben el ego sucumben. El salmo responsorial de hoy es un buen ejemplo de las personas que ponen toda confianza en el Señor. Ese sentido grato de confianza en el Señor es una nota indispensable para comprender y vivir la cuaresma. Porque ha confiado en el Señor, el escritor sagrado actúa con gratitud y agradecimiento al percatarse que Dios lo cuida, lo protege y lo acompaña. La lectura cristiana de este salmo enfatiza la afirmación «Dichoso el hombre que confía en el Señor». 

El misterio pascual de Jesús, hacia el que nos encaminamos en la Cuaresma, es el cumplimiento decisivo de su misión en el mundo. El que quiera ser grande en el Reino ha de aceptar no los vestidos de púrpura y los primeros lugares, sino el último lugar para darse a los demás, tal como Jesús, el Hijo del hombre, que da la vida para la salvación del mundo. En un momento de crisis extrema y muerte, Jesús prefiere declarar a los cuatro vientos que su vida completa estaba en manos de Dios, no a la merced de las trampas del odio de los líderes judíos. La vida de la gente de fe, como Jesús, no puede depender del capricho de las trampas que el astuto enemigo va poniendo por aquí y por allá, sobre todo en las actitudes como las del rico epulón, que no ve más allá de sus propias narices. La Cuaresma debe ser, para el creyente, una oportunidad para salir de sí mismo y darse, para eso en este tiempo está establecida la limosna porque en el compartir algo, nos estamos dando nosotros mismos en camino que nos conduce hacia la cruz para luego resucitar. Jesús sabe, detalladamente, lo que le espera al final del camino al que da, al que se entrega, al que comparte. ¿Sabemos nosotros lo que nos espera al final de nuestra Cuaresma? ¿Tenemos nuestra confianza puesta en Dios? ¿Vamos a la cruz para resucitar con Él? ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico con María! 

Padre Alfredo.

miércoles, 20 de marzo de 2019

«Trampas»... Un pequeño pensamiento para hoy


¡Qué terrible es el enemigo, el príncipe de este mundo, que pone trampas por doquier y que, como dice la Escritura, «ronda buscando a quién devorar» (1 Pe 5,8)! Ya en los salmos, escritos hace tantísimos años (lo vemos hoy en el salmo 30 [31]) descubrimos claros indicios de cómo la gente sabía esto y pedía a Yahvé los librara de esas redes que teje el mal en el mundo. Los caminos del hombre justo apuntan en otra dirección, la que Jesús anuncia a los más allegados mientras va subiendo a Jerusalén. No es fácil entender el anuncio de la pasión, que pasa por el sufrimiento y el dolor para alcanzar la gloria. No lo era para los discípulos de primera hora, y no lo es tampoco para nosotros, siempre asediados por esa clase de trampas del confort y de la vida fácil, por mucho que sepamos el dato de la muerte y resurrección de Jesús y lo recitemos sinceramente en el Credo. Con la tentación del éxito, del mesianismo de victoria, de la fe como garantía de salud o bienestar, el enemigo nos sigue confundiendo hoy y tendiendo trampas igual que entonces. Podemos probar a ensayar cómo traducimos nosotros en nuestra oración, de tantas y sutiles formas, la petición de la madre de los Zebedeos, revelando no sólo lo poco que entendemos el mensaje de la cruz, sino también lo poco atentos que estamos a las palabras de Cristo.

Por si alguien todavía duda: el demonio existe y los seres humanos no somos de su particular agrado; es más, el muy tramposo, puesto que a Dios no puede hacerle ningún daño directo, decidió herirlo a través de las criaturas que Él más amaba, que somos nosotros. Por eso el enemigo constantemente nos ataca de manera sutil y nos tienta para que ofendamos a nuestro Creador. El problema es que el demonio es muy astuto, y nosotros, los cristianos, muchas veces nos pasamos de tontos o de confiados. Pensamos que ir a Misa el domingo rezar el Rosario de vez en cuando y tratar de vivir una vida cristiana más o menos coherente nos exime automáticamente de toda preocupación por la presencia de este indeseable y tramposo sujeto. Bien sabemos, en el fondo, que la realidad no es así. El demonio redobla sus esfuerzos cuando ve algo de coherencia cristiana en nuestras vidas, asume nuevos rostros y actualiza sus estrategias para tender una y otra clase de trampas que nos enreden y nos alejen de los planes de Dios. En una página de internet me encontré un ejemplo que ilustra muy bien cómo trampea el indecente: «Un ladrón quiere entrar a robar en una casa. Merodeando su objetivo y rumiando su plan descubre que ahí vive una joven cuyo novio, a una determinada hora, le tira piedritas a la ventana para que ella se asome por el balcón y le permita entrar. ¿Qué deberá hacer el ladrón para engañar a la joven? Seguramente lanzar también piedritas a la hora correcta disfrazado del novio, copiar su modo de andar e impostar la voz para lograr un tono lo más parecido posible». 

Pero Jesús, ante las trampas que el enemigo nos pone, no desespera ante la cerrazón de los que, como los hijos de Zebedeo caen en la tentación (Mt 20,17-28) de trampas sutiles del enemigo, sino que aprovecha la ocasión para enseñarnos y, con su profunda pedagogía, introducirnos en la comprensión de la difícil lógica de la cruz. El seguimiento de Cristo estará siempre marcado por el camino del servicio. Aunque estemos tan inclinados al éxito, a ese éxito que supone la derrota de los rivales y los enemigos, podemos aprender y asumir el camino alternativo que Jesús ha escogido, el camino estrecho y a veces desnivelado que lleva a la vida por la vía del servicio. Conociendo bien a Cristo la bondad del servicio la entiende cualquiera. Por esa vía tan sencilla y humana podemos ir aprendiendo el camino de la cruz al que nos invita Jesús, que no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos. Que Dios, con ayuda de María, nos ayude a no caer en las trampas del enemigo para servir a Dios con alegría. Yo hoy voy a la Casa Noviciado de nuestras hermanas Misioneras Clarisas a pasar el día en retiro espiritual con ellas. ¿Ustedes gustan? ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.