Cada mañana, de ordinario, al rezar el llamado «Invitatorio» de la Liturgia de las Horas, recitamos el salmo 94 [95] del salterio. La Iglesia propone recitar este salmo cada mañana no por mera casualidad. La invitación a la alegre alabanza del comienzo, es una invitación diaria como una advertencia severa de resistir a la tentación con una invitación positiva: «Hoy... todo es posible. El pasado es pasado... El mal de ayer se acabó... Una nueva jornada comienza». Este salmo era utilizado por los judíos en las ceremonias de renovación de la Alianza como una especie de canto. Mediante dos exhortaciones los levitas, organizadores del culto en el Templo, invitaban a la asamblea a participar activamente en la celebración: «Vengan, aclamen, griten... entren, postrémonos ante el Señor»... A cada invitación, la muchedumbre respondía mediante una fórmula ritual estereotipada de asentimiento, que comenzaba por un «sí»: «sí, el gran Dios, Yahvé, nuestro Dios, es el Señor»... —recordando así la creación—, «Sí, él es nuestro Dios»... —recordando la Alianza—.
La invitación de la Iglesia para orar con este salmo, que hoy lo tenemos como salmo responsorial en la liturgia de la palabra de la Misa, es hacerlo no de manera individual o solitaria, sino unidos a toda la comunidad orante. ¿Cuánta gente estará recitando el invitatorio cada mañana mientras uno lo hace? «Vengan, entren, cantemos con alegría, aclamemos». Y es que nadie —como se dice por allí— es una isla. Formamos parte de una comunidad orante que alaba al Señor alrededor de toda la tierra. Vivimos en una sociedad que debe ir redescubriendo los valores comunitarios, aunque no se esté siempre juntos físicamente. El anonimato impresionante que se vive en las ciudades causa una soledad que, por contraste, debe hace desear, al creyente, «estar con» los demás. La liturgia actual se esfuerza por valorizar la participación comunitaria no solamente en la celebración de la Eucaristía, sino en las demás oraciones litúrgicas. Nunca deberíamos olvidar que si la Iglesia nos convoca a la misma hora para orar, no es para hacer una oración individual por indispensable que ella sea y en horas distintas según el huso horario, sino para una oración «juntos»: ¡Vengan, entren, canten con alegría, aclamen, canten! Esto explica, por qué las comunidades de religiosos y religiosas muy de mañana se invitan unos a otros a la alabanza común. Sería una bonita costumbre rezar cada mañana, al despertar, este salmo sabiéndose unidos a la Iglesia Universal. No seamos de aquellos que rechazan esta invitación y se encierran en su aislamiento piadoso.
Cuando he estado en Sierra Leona, me ha llamado mucho la atención el testimonio de los muchos musulmanes que hay y que al amanecer, en dirección hacia donde está La Meca, prosternados, con la frente que topa en el suelo, oran en las diversas mezquitas. ¿Hemos acaso olvidado en Occidente, por el trajín de cada día, este gesto casi universal de las religiones de saberse unidos en una oración común? Sé que me dirán que en cada celebración de la Misa nos unimos todos, pero... ¿cuánto es el porcentaje de católicos que asiste a la Misa diaria? Hay que rezar juntos a la distancia, para experimentar que somos familia en la fe y sabemos muy bien que un gesto es más verdadero y comprometedor que una palabra. Pero por desgracia, nuestra cultura occidental nos ha desencarnado... Hoy el salmista nos dice con este bello salmo: «No endurezcan su corazón»... ¿Lo escucharemos? Oremos hoy juntos con el salmo 94 [95] y, con María, sintámonos las ovejas, unidas a su Pastor. ¡Bendecido jueves de este hermoso tiempo de Cuaresma que nos lleva hacia el gozo de la Pascua!
Padre Alfredo.
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