Hoy me topo con el salmo 91 [92] que la liturgia del día lo pone como salmo responsorial en un contexto muy especial enlazando el pasaje del Eclesiástico [Sirácide] (Eclo 27,5-8) con el del Evangelio de este domingo (Lc 6,39-45). La verdad siento el salmo de hoy como palabras de aliento cuando nos encontramos en tiempos difíciles para la Iglesia. Aunque la verdad nunca ha tenido la cosa fácil. Desde los preludios del cristianismo resultó molesta al poder establecido y, con el discurrir de los años, aun en etapas de comodidad para su apostolado, vivió en carne propia una gran realidad: su debilidad humana. ¡Qué consuelo escuchar al salmista!: «Los justos crecerán como las palmas, como los cedros en los altos montes; plantados en la casa del Señor, en medio de sus atrios darán flores. Seguirán dando fruto en su vejez, frondosos y lozanos...».
Como digo, el salmo responsorial entrelaza la primera lectura y el Evangelio. El Libro del Eclesiástico, en su capitulo 27 y san Lucas en el capitulo 6 de su relato evangélico coinciden en su diagnóstico de no precipitarse en el juicio hacia los demás y nos hablan de frutos. La distancia temporal entre el texto del Antiguo Testamento y el momento en que san Lucas recoge las palabras de Jesús que hoy escuchamos en Misa en considerable. Pero también son muchos años los dos mil transcurridos desde que Jesús de Nazaret predicaba por las tierras de Palestina y nuestros tiempos. Y aunque Jesús es drástico y hasta muy duro en sus palabras, los cristianos hemos seguido apreciando más la paja en el ojo ajeno que la viga en la nuestra. La hipocresía, con la soberbia, son los más grande defectos de la humanidad a lo largo de los siglos. Sin duda, hay hombres y mujeres malvados que tapan, que ocultan, su maldad y no asumen su mal proceder. El mensaje de Jesús de Nazaret hoy queda muy claro: «El hombre bueno dice cosas buenas, porque el bien está en su corazón; y el hombre malo dice cosas malas porque el mal está en su corazón, pues la boca habla de lo que está lleno el corazón».
Estamos por iniciar la Cuaresma, ya el miércoles será el de ceniza, y con él, arrancará este tiempo privilegiado para adentrarse en el desierto de nuestras vidas y buscar llegar a la Pascua dando frutos. Al caminar en la Cuaresma no hemos de olvidar que quien llena nuestro corazón de la bondad y del amor es Dios. Él es quien nos da la salvación y quien es capaz de convertir nuestro corazón de piedra por un corazón de carne que sea justo y de frutos abundantes, frutos frescos y sabrosos que transformen la realidad. Es importante recordar esto: que no somos nosotros quienes podemos cambiar nuestro corazón, por mucho que nos esforcemos en ello. Es Dios, como nos dice san Pablo en la segunda lectura (1 Cor 15,54-58), quien nos da la victoria sobre el mal y sobre la muerte, es Él quien ha vencido a la muerte con su propia muerte. Así, si deseamos dar los buenos frutos que Dios espera de nosotros, lo primero que hemos de hacer es acercarnos a Él, con un corazón sencillo y humilde, para que Él llene nuestro corazón de la bondad y del amor. Demos gracias a Dios este domingo, con María, la mujer que más frutos ha dado, la más justa, la más amorosa, por la victoria que nos da por medio de Jesucristo, como nos invita san Pablo, conscientes de que no somos nosotros, sino que es Dios quien vence a la muerte. Ya no hay nada que pueda con nosotros si estamos con Él y en Él. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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