domingo, 24 de marzo de 2019

«Frutos»... Un pequeño pensamiento para hoy


El fruto de nuestras buenas obras, que comienza por la conversión y por dejar atrás lo que es malo y lo que no le agrada a Dios, es lo que Jesús espera de nosotros. La Cuaresma es un tiempo privilegiado para trabajar en ello con ahínco. Dios aguarda paciente a que volvamos a Él y nos da cada año estos cuarenta días para trabajar en ello. En este tercer domingo de este tiempo privilegiado recordamos que la cuaresma es tiempo de conversión, y que la conversión no podemos retrasarla más en el tiempo. Dios nos salva a través de Cristo, nos saca de la esclavitud de nuestras malas acciones, pero nosotros tenemos que corresponder a esa salvación. Hay que dejar atrás lo que desagrada a Dios y comenzar a vivir las buenas obras que Dios espera, para que, con su gracia, podamos avanzar por el camino de la conversión hasta llegar a la Pascua con una vida nueva. Siento que es un domingo de pocas palabras que resulta, de entrada, realmente duro: «si ustedes no se convierten, perecerán de manera semejante» dice Jesús en el Evangelio (Lc 13,1-9). 

Esta frase es desconcertante, al igual que la parábola de la higuera que viene al final, y nos hacen ver la urgencia de la conversión. Cada Cuaresma, Dios, siempre «compasivo y misericordioso» (Salmo 102 [103]) nos ofrece la posibilidad de la conversión y tiene paciencia con nosotros porque es «generoso para perdonar». Dios, a pesar de nuestra condición de pecadores no es vengativo ni sádico, sino «compasivo y misericordioso». Dios ni quiere el mal ni lo provoca, pero lo permite. Es un misterio que como tal no se puede explicar del todo, pero hay algo de lo que estamos seguros: Dios está a favor nuestro y si permite el mal es para salvaguardar nuestra libertad. Jesús luchó contra el mal y, por eso cura a los enfermos, perdona a los pecadores, resucita a los muertos. Con San Agustín podemos decir hoy que «Dios sólo puede permitir el mal para conseguir un bien mejor». Y cada uno de nosotros puede constatar cómo en su vida esto se ha hecho realidad. 

Me brotan entonces un montón de preguntas que me dan la pauta para meditar en este domingo: ¿Cuántas cuaresmas llevamos en nuestro existir? ¿Cuántas oportunidades nos ha dado Dios y nos vuelve ahora a dar? ¿Damos a Dios los frutos que esperaba de nosotros? ¿Si nos llamara ahora mismo a su presencia tendríamos las manos llenas de buenas obras o, por el contrario, vacías? ¿Tenemos buen corazón, como el de aquel viñador que «intercede» ante el amo para que no corte la higuera? ¿Nos interesamos por la salvación de los demás, con nuestra oración y con nuestro trabajo evangelizador? ¿Somos como Jesús, que no vino a condenar, sino a salvar? Pidámosle a la Santísima Virgen maría que nos acompañe en esta tarea cuaresmal, hagamos un esfuerzo para conseguir frutos de penitencia, no sea que el Señor se acerque en la Pascua a buscar nuestro fruto y nos encuentre sin él. La cuaresma avanza y los frutos deben empezar a aflorar por las miradas de nuestros ojos —¿son para Dios?—. Por las yemas de nuestros dedos —¿Buscan el bien de los demás?—. Por la sinceridad de nuestras palabras —¿Buscan y propagan la verdad?—. No digo más... ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

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