Desde los comienzos de la Iglesia hubo la afirmación, como testifica Tertuliano, que es muy cierta: «Los cristianos no nacen, se hacen» (Apol., 18, 5). Es que ser cristiano es una vocación que hay que ir forjando cada día y a eso nos ayuda mucho la cuaresma. «El Señor —como afirma hoy el salmista (Salmo 33 [34])— no está lejos de sus fieles» y él mismo nos ayuda a forjar nuestra vida. «Confía en el Señor y saltarás de gusto» dice. Y es que la Cuaresma, si es el camino que nos conduce a la Pascua, no puede ser un tiempo envuelto en la tristeza, sino en la esperanza de ser los cristianos que Dios espera que seamos y cuya condición nueva la estrenemos en la Pascua. El Señor cuida de nosotros todos estos días del desierto Cuaresmal para que avancemos en nuestro crecimiento personal y comunitario, él escucha nuestro clamor, como dice el salmo porque no está lejos de nuestros anhelos de ser unos auténticos cristianos. La Cuaresma nos ofrece el tiempo propicio para orar y escuchar la Palabra que nos invita a ser lo que debemos ser.
En el evangelio de hoy, Jesús nos recuerda hoy una dimensión esencial de toda vida profunda: la oración. Él nos recomienda orar y nos enseña una plegaria: el «Padrenuestro». Insiste en que nos pongamos ante Dios en relaciones amistosas y filiales y que nos dejemos hacer por él (Mt 6,7-15). El Padrenuestro se contrapone a las largas plegarias de los paganos, que basaban su eficacia en las palabras que pronunciaba el hombre. La plegaria cristiana, en cambio, recibe su eficacia del Padre celestial que nos ama, ya que es una respuesta amorosa que acepta la voluntad salvífica de Dios sobre sí mismo y sobre la historia, dejándose hacer por él según sus planes salvíficos. Jesús nos invita a la simplicidad, a la interioridad, al silencio. Uno puede orar sin decir palabras, simplemente saboreando la presencia de Dios, permaneciendo «ante él» así, sin más. ¡Tú estás ahí! Yo estoy contigo, «haz de mí lo que tú quieras»,como decían los beatos Carlos de Foucauld y María Inés Teresa del Santísimo Sacramento. No son necesarias muchas palabras, cuando uno se sabe amado. El amor se adivina con medias palabras... Cuando empezamos una plegaria, Dios, nuestro Padre, ya está allí. Él siempre nos espera, sus oídos atentos, su mirada de amor... como un padre amoroso... Él es el Padre bueno y cariñoso que nos ama y nos va haciendo, si nos dejamos hacer.
¡Qué hermoso es dejarse llevar por el silencio ante nuestro Padre Dios y dejarse llevar por las pocas palabras del Padrenuestro que fraguan al cristiano! Hay que repetirlo con sencillez porque es verdad: Jesús ha usado aquí la palabra hebrea «abba». Es la palabra más familiar de la lengua hebrea, la que los niños usan al echarse en brazos de su padre en quien depositan lo que esperan ser: algo así como «¡papíto querido!» aquel con quien debemos congraciarnos. Y deseamos que nuestro Padre sea admirado, que su Nombre de Padre sea reconocido y «santificado». La santidad de este Padre, ha sido comunicada, y nuestra plegaria esencial es ésta: que los hombres, sobre la tierra, reconozcan al Padre... que su proyecto de amor se realice en cada uno haciéndose sus hijos, haciéndose cristianos. Lo que Dios quiere, lo que el Padre quiere de sus hijos en esta Cuaresma, ¿qué es? ¡Bendecido martes recordándolos ante la Dulce Morenita del Tepeyac, en esa Basílica hermosa a donde acuden muchos a orar con la sencillez de corazón pidiendo ser auténticos cristianos, hijos de Dios y de María!
Padre Alfredo.
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