Es de todos conocido que de una u otra manera todo el mundo va buscando la felicidad. La gente sigue muchos caminos y estrategias para tratar de encontrarla. Algunos la buscan en el dinero, otros en la diversión constante, unos más en tratamientos de belleza o de cirugías plásticas, quizá haya quien en carros sofisticados o casas lujosas... yo hoy quiero hablar de alguien que me consta que ha buscado esa felicidad en algo que el salmista hoy nos recuerda en el salmo 80 [81]: «La escucha de Dios». El escritor sagrado, inspirado por Dios apunta en labios de su Creador: «Escucha pueblo mío... ¡Israel, si quisieras escucharme!... Ojalá mi pueblo me escuchara». Y ese alguien a quien yo ahora me refiero es una mujer maravillosa que hoy cumple años: ¡mi madre! Una de las muchas cosas que yo admiro en «Blanquita», como llama mucha gente a mamá, es su escucha atenta y confiada al Señor, esa escucha que he visto desde que siendo un niño pequeño tuve uso de razón y empecé a entender junto con Lalo mi hermano, lo que esto significa en una persona de fe. Y no es que quiera adularla o hacerle publicidad, que es lo que a ella menos le gusta y no lo necesita, sino porque da gusto que uno pueda hablar de su madre o de su hermana, de su esposo o de su hijo, de un amigo o una pariente que vive así y que nos da clara muestra de que es posible, y además maravilloso, caminar a la escucha del Señor.
Muchos de los que me conocen, conocían primero a doña Márgara, como a veces algunos le decimos de cariño a Blanca Margarita y, no me dejarían mentir, y es que como dice por ahí Ana María Rabatté y Cervi: «En vida, hermano, en vida». Yo he visto que en una persona como mi madre, que escucha y atiende siempre a lo que el Señor pide, se va forjando un corazón con experiencia que aconseja, que guía, que enseña, que inspira, que desafía, que corrige, que alegra la vida y que además sirve de ejemplo. Para gozar la vida, al estilo de esta mujer increíble que sobrepasa los 80 años y que es la primera en saludar en WhatsApp en el grupo de la familia, hay que caminar de la mano de Dios manteniendo el paso de su voluntad sin correr, pero sin quedarse atrás. En el camino de la vida hay que ir escuchando al Señor para dialogar con Él y disfrutar su presencia en las buenas y en las malas. No se trata solo de cumplir un año y otro y otro más, porque no es sólo el destino que venga lo que es importante, sino el viaje que junto al Señor, según la propia vocación, se va haciendo a lo largo de la vida con un oído atento a su voluntad y creo que no hay mejor momento para meditar en esta escucha del Señor que el día del cumpleaños, porque cada hora, cada día y cada año, todo paso cuenta.
En el evangelio de hoy (Mc 12,28-34), Jesús resume toda la ley en el amor y empieza hablando de ello precisamente invitando a la escucha: «Escucha, Israel...» La escucha es algo esencial en el evangelio y en quien quiera hacerlo vida. Es de esa escucha de done viene el gozo de saborear la «Buena Nueva» aunque a veces, a primera vista, no parezca ni tan buena ni tan nueva, escondida en la rutina de 10, 30, 50 u 80 años de un diario devenir en el que la vida toda se va gastando... Haremos bien hoy en escuchar las apasionadas palabras de Jesús, asegurándonos que nos quiere llevar a metas altas de santidad, de que nos quiere curar, que está dispuesto a perdonarnos también un año más, que nos sigue amando a pesar de que el cuerpo se va gastando y la juventud —como decía Madre Inés— se va acumulando. Creo que gente como Blanca Margarita, que ha sabido orientar su vida según lo que Jesús ha dicho que es lo principal y que le ha escuchado, es el testimonio de que se puede ser feliz en lo sencillo y en lo ordinario de cada día. Preguntémonos sinceramente en este tiempo cuaresmal si nuestra vida está organizada según la escucha al Señor y si vamos cumpliendo años en esta dinámica de seguimiento de la voluntad del Señor. Jesús, a aquel hombre que le escuchó en el evangelio, le dijo que lo que debemos hacer es amar, y eso es lo que vamos haciendo o debemos hacer en la vida. Es una consigna que nos ocupa las veinticuatro horas del día y año tras año de nuestra vida. Hoy, como digo, doy gracias por el cumpleaños de mi madre, la felicito de todo corazón y celebro el día gracias a Dios con ella, comulgando con un Cristo que en ella se me manifiesta entregado por los demás, para que siga aprendiendo a amar, a entregarme y a ser pan partido para los demás. Este cumpleaños, que cae en la Cuaresma, me invita a escuchar y a seguir en el camino de Cristo hacia su Pascua. ¡Felicidades mamá y bendecido viernes para ti y para todos!
Padre Alfredo.
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