¡Qué forma tan especial, delicada y detallada tiene Nuestro Señor de cuidar de nuestras almas! Cada uno somos un espacio para que Él muestre su amor por la humanidad. Nada tiene sentido en este mundo sin su amor infinito y su misericordia. Él nos ha dado este tiempo privilegiado de la Cuaresma para que hagamos un viaje al desierto de nuestro interior. Si vivimos intensamente la Cuaresma, como Jesús vivió los 40 días en el desierto, recibiremos la misericordia de Dios y encontraremos la gracia que nos ayudará para resucitar en la Pascua a una vida nueva superando toda clase de tentaciones que, en la vida de todos, nunca faltan. Hoy en el evangelio de este primer domingo de Cuaresma, aparece Nuestro Señor envuelto en las tentaciones que le pone el enemigo luego de haber sido conducido por el Espíritu al desierto para un tiempo de reflexión y preparación a la tarea apostólica (Lc 4,1-13).
A la luz de este relato vemos cómo el enemigo busca siempre que surja nuestra actitud porfiada y egoísta y se acerca también a nosotros, como a Jesús, para tentarnos de manera que pensemos solamente en nosotros mismos, en complacernos a nosotros, en promovernos a nosotros... es la forma sutil en que busca llevarnos al pecado, pero nosotros, como Jesús, sabemos que el Señor es nuestro refugio y fortaleza, como insiste hoy el salmista (Sal 90 [91]). Cristo luchó contra las asechanzas del peor enemigo del hombre, el demonio. Aceptó sufrir la tentación, esa situación penosa en la que el hombre se ve envuelto con frecuencia. Situación tan penosa a veces que, si no se tiene la conciencia bien formada, se puede confundir y llenarse de angustiosos escrúpulos, porque en su imaginación o en sus deseos se esconden las peores aberraciones. Por eso, una enseñanza que hemos de sacar de este pasaje es que la tentación no es de por sí un pecado, y que, si la vencemos, es incluso, un acto meritorio a los ojos del Señor. Las tentaciones de Jesús en el desierto son las nuestras: el comer, que simboliza la búsqueda del placer egoísta; la necesidad de tener, aunque sea al precio de perjudicar al prójimo, y la sed de poder, el temible instinto de dominación. Pero como a Cristo, el Padre nos acompaña en la tribulación que vivimos en medio del desierto Cuaresmal y en general del desierto de nuestro peregrinar en esta tierra.
Dios no quiere exponernos al mal, sino que es cada uno el que es probado por la concupiscencia que le arrastra y le seduce. Dios es el que nos conduce y nos da la fuerza para vencer la tentación de manera que podamos salir victoriosos sobre nuestros instintos. El no permitirá que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas; antes bien, con la prueba dará también la salida. Así nos lo dice hoy el salmo responsorial: «Yo te libraré y te pondré a salvo. Cuando tú me invoques yo te escucharé y en tus angustias estaré contigo». No dejemos transcurrir en vano este tiempo favorable, pidamos a Dios, atravesando el desierto de la mano de María, que nos ayude a emprender un camino de verdadera conversión. Abandonemos el placer egoísta, las ansias del tener y del ejercer poder y fijemos la mirada en la Pascua de Jesús. En esa noche de la Vigilia Pascual, todos los cristianos renovaremos las promesas de nuestro Bautismo. Por ello, la Cuaresma nos ayuda a profundizar en nuestra vida cristiana, en las renuncias y en la profesión de fe que renovaremos en la noche de Pascua. En este primer domingo, las lecturas nos invitan a tomarnos en serio la penitencia cuaresmal y a recordar nuestra profesión de fe venciendo la tentación. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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