¡Qué terrible es el enemigo, el príncipe de este mundo, que pone trampas por doquier y que, como dice la Escritura, «ronda buscando a quién devorar» (1 Pe 5,8)! Ya en los salmos, escritos hace tantísimos años (lo vemos hoy en el salmo 30 [31]) descubrimos claros indicios de cómo la gente sabía esto y pedía a Yahvé los librara de esas redes que teje el mal en el mundo. Los caminos del hombre justo apuntan en otra dirección, la que Jesús anuncia a los más allegados mientras va subiendo a Jerusalén. No es fácil entender el anuncio de la pasión, que pasa por el sufrimiento y el dolor para alcanzar la gloria. No lo era para los discípulos de primera hora, y no lo es tampoco para nosotros, siempre asediados por esa clase de trampas del confort y de la vida fácil, por mucho que sepamos el dato de la muerte y resurrección de Jesús y lo recitemos sinceramente en el Credo. Con la tentación del éxito, del mesianismo de victoria, de la fe como garantía de salud o bienestar, el enemigo nos sigue confundiendo hoy y tendiendo trampas igual que entonces. Podemos probar a ensayar cómo traducimos nosotros en nuestra oración, de tantas y sutiles formas, la petición de la madre de los Zebedeos, revelando no sólo lo poco que entendemos el mensaje de la cruz, sino también lo poco atentos que estamos a las palabras de Cristo.
Por si alguien todavía duda: el demonio existe y los seres humanos no somos de su particular agrado; es más, el muy tramposo, puesto que a Dios no puede hacerle ningún daño directo, decidió herirlo a través de las criaturas que Él más amaba, que somos nosotros. Por eso el enemigo constantemente nos ataca de manera sutil y nos tienta para que ofendamos a nuestro Creador. El problema es que el demonio es muy astuto, y nosotros, los cristianos, muchas veces nos pasamos de tontos o de confiados. Pensamos que ir a Misa el domingo rezar el Rosario de vez en cuando y tratar de vivir una vida cristiana más o menos coherente nos exime automáticamente de toda preocupación por la presencia de este indeseable y tramposo sujeto. Bien sabemos, en el fondo, que la realidad no es así. El demonio redobla sus esfuerzos cuando ve algo de coherencia cristiana en nuestras vidas, asume nuevos rostros y actualiza sus estrategias para tender una y otra clase de trampas que nos enreden y nos alejen de los planes de Dios. En una página de internet me encontré un ejemplo que ilustra muy bien cómo trampea el indecente: «Un ladrón quiere entrar a robar en una casa. Merodeando su objetivo y rumiando su plan descubre que ahí vive una joven cuyo novio, a una determinada hora, le tira piedritas a la ventana para que ella se asome por el balcón y le permita entrar. ¿Qué deberá hacer el ladrón para engañar a la joven? Seguramente lanzar también piedritas a la hora correcta disfrazado del novio, copiar su modo de andar e impostar la voz para lograr un tono lo más parecido posible».
Pero Jesús, ante las trampas que el enemigo nos pone, no desespera ante la cerrazón de los que, como los hijos de Zebedeo caen en la tentación (Mt 20,17-28) de trampas sutiles del enemigo, sino que aprovecha la ocasión para enseñarnos y, con su profunda pedagogía, introducirnos en la comprensión de la difícil lógica de la cruz. El seguimiento de Cristo estará siempre marcado por el camino del servicio. Aunque estemos tan inclinados al éxito, a ese éxito que supone la derrota de los rivales y los enemigos, podemos aprender y asumir el camino alternativo que Jesús ha escogido, el camino estrecho y a veces desnivelado que lleva a la vida por la vía del servicio. Conociendo bien a Cristo la bondad del servicio la entiende cualquiera. Por esa vía tan sencilla y humana podemos ir aprendiendo el camino de la cruz al que nos invita Jesús, que no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos. Que Dios, con ayuda de María, nos ayude a no caer en las trampas del enemigo para servir a Dios con alegría. Yo hoy voy a la Casa Noviciado de nuestras hermanas Misioneras Clarisas a pasar el día en retiro espiritual con ellas. ¿Ustedes gustan? ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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