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Desde hace siglos y siglos, el salmo 50 [51] se eleva hacia el cielo desde muchos corazones de fieles judíos y cristianos como un suspiro de arrepentimiento y de esperanza dirigido a Dios misericordioso. En este salmo aparece la región tenebrosa del pecado en la que se sitúa el hombre desde su condición de pecador: «Puesto que reconozco mis culpas, tengo siempre presentes mis pecados. Contra ti solo pequé, Señor, haciendo lo que a tus ojos era malo». No cabe duda de David es consciente de su condición y expresa claramente el deseo de cambiar: «Devuélveme tu salvación, que regocija, y mantén en mí un alma generosa». El pecador, sinceramente arrepentido, se presenta en toda su miseria y desnudez ante Dios, suplicándole que le de una nueva oportunidad. Es eso lo que pedimos en la Cuaresma: una nueva oportunidad para empezar a vivir como Dios quiere. Hoy Junto a este salmo, y con una gran riqueza de símbolos, el texto profético de Joel (Jl 2,12-18) nos recuerda que el compromiso espiritual de este anhelo de conversión ha de traducirse en opciones y gestos concretos; que la auténtica conversión no debe reducirse a formas exteriores o a vagos propósitos de dejar de tomas Coca Cola unos cuantos días, hacer dieta o dejar de fumar por un espacio de 40 días, y menos de hacer estos gestos para ser «admirados» (Mt 6,16.16-18) sino que exige la implicación y la transformación de toda la existencia. Esta apremiante invitación a la reconciliación con Dios está presente también en el pasaje de la segunda carta a los Corintios: «Ahora es el tiempo favorable» dice san Pablo (2 Cor 5,20-6,2).
En el centro de atención de la celebración litúrgica de este día, luego de escuchar y asimilar la liturgia de la Palabra se encaja el gesto simbólico de este día: la imposición de la ceniza, cuyo significado, que evoca con fuerza la condición humana, queda destacado en la primera fórmula del rito: «Polvo y al polvo volverás» (cf. Gn 3, 19), recordando la caducidad de la existencia e invitando a considerar la vanidad de todo, cuando el hombre no funda su esperanza en el Señor. La segunda fórmula que prevé el rito: «Arrepiéntete y cree en el Evangelio» (Mt 1, 15) subraya cuál es la condición indispensable para avanzar por la senda de la vida cristiana: un cambio interior real y la adhesión confiada en la palabra de Cristo. Que María Inmaculada sostenga nuestra lucha espiritual contra el pecado, nos acompañe en esta Cuaresma para que podamos llegar a cantar juntos la alegría de la victoria en la Pascua de Resurrección. ¡Caminemos en este tiempo privilegiado bendiciendo al Señor con nuestro anhelo y esfuerzo por vivir la conversión!
Padre Alfredo.
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