Cuaresma es un tiempo privilegiado para acercarse más a Dios y pedirle que extienda su infinita misericordia sobre nosotros y sobre toda la tierra. Hoy la liturgia de la palabra nos ofrece el salmo 85 [86] en el que el autor suplica esa misericordia con un sentido hondo de piedad y humildad. Algunos estudiosos piensan que este salmo surgió en el tiempo del retorno del destierro del pueblo de Israel y que era utilizado así, en algunas de las celebraciones litúrgicas de la comunidad. Este sábado tenemos solamente la parte inicial que recalca ese aspecto de súplica al Señor. Al mismo tiempo que podemos ver cómo se clama a Dios, estas líneas nos ofrecen una descripción del que suplica al Señor, en este caso David, a quien se le atribuye la autoría de este salmo.
El salmo está lleno, en esta parte, de expresiones imperativas de súplica que revelan intensidad, angustia y urgencia en el orante: «Presta, Señor, oídos a mi súplica»... «Protégeme, Señor, porque te amo»... «Salva a tu servidor que en ti confía»... «Ten compasión de mí»... «Llena a este siervo tuyo de alegría»... «Escucha mi oración y a mi súplica da respuesta pronta». Estas expresiones del salmista ponen en claro la necesidad de la intervención y la gracia de Dios. La realidad que vive el orante, en medio de las adversidades de la vida, requiere una manifestación especial de la bondad del Señor y por eso suplica por la misericordia infinita de Dios. Por su parte él se describe a sí mismo como alguien afligido y piadoso que quiere llegar al corazón de Dios. Ante el poder divino el escritor sagrado presenta así la debilidad humana anteponiendo su pequeñez reconociendo que el Señor le escuchará manifestándole su bondad, su compasión y su misericordia.
Así nos acercamos al Señor en esta Cuaresma, reconociendo, como Mateo (Leví) en el Evangelio de hoy (Lc 5,27-32) que el Señor es portador de una nueva vida para nosotros si sabemos ver su bondad al fijarse atentamente en nosotros y llamarnos a seguirle a pesar de nuestra pequeñez y nuestra miseria. «No son los sanos los que necesitan al médico, sino los enfermos». Jesús viene a llamar a los pecadores, y esos, somos todos —nos recuerda el Papa Francisco— los que queremos ser curados, ser sanados para resucitar con el mismo Cristo a una nueva vida. Vamos camino hacia la Pascua y bien nos va reconocer nuestra condición y reafirmar nuestro deseo de seguirle. El reconocimiento de la misericordia del Señor da felicidad y su seguimiento, un nuevo sentido a nuestra vida. Por eso resulta doloroso que haya quien quiera impedir que esa felicidad pueda llegar a todos los hombres. La Cuaresma no es tiempo para estar tristes, sino para estar esperanzados en esa misericordia. Hoy, que es sábado, dirijamos nuestra mirada a María, «Esperanza nuestra» que nos invita al seguimiento y sigamos dando los pasos que nos llevan hasta la Pascua. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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