Haciendo un paréntesis en nuestro camino cuaresmal, celebramos una de las fiestas más ricas de significado en el año litúrgico: la Anunciación del Señor. Un día para contemplar el misterio de la entrada del Hijo de Dios en la historia de este mundo, gracias al consentimiento de la Santísima Virgen María, elegida por Dios como Madre del Salvador de los hombres. La inmensa riqueza de este acontecimiento sólo puede percibirse desde la fe. Todo sucedió en la mayor humildad de apariencias, en una modesta casita de Nazaret (Lc 1,26-38). Nadie tomó conciencia del trascendental misterio, excepto la elegida, María, constituida por obra del Espíritu Santo en Madre virginal del Mesías esperado, que le es anunciado como «Hijo de Dios». «Yo soy la esclava del Señor, cúmplase en mí lo que me has dicho» (Lc 1,38). Con estas palabras la joven María cambió la historia, pues desde ese momento el Verbo se hizo carne en sus entrañas virginales y comenzó a habitar entre nosotros (Jn 1,14). El Salvador de los hombres, el Hijo de Dios enviado por el Padre, procedía del cielo y al mismo tiempo surgía de la tierra y era el hijo que María gestaba en su vientre. El pasaje de la carta a los Hebreos que hemos escuchado (Hb 10,4-10), nos presenta el ingreso del Hijo de Dios en el mundo con palabras que indican el comienzo del sacrificio redentor de la nueva Alianza: «No quisiste víctimas no ofrendas; en cambio me has dado un cuerpo. No te agradaron los holocaustos ni los sacrificios por el pecado; entonces dije —porque a mí se refiere la Escritura—: “Aquí estoy, Dios mío, vengo para hacer tu voluntad» (Heb 10,5-7).
Hacer la voluntad del Padre, dejándose guiar por el Espíritu Santo, es la unidad profunda de la vida de Cristo. Su amor obediente es la esencia del sacrificio redentor de la nueva Alianza, que, iniciándose en su encarnación, se consumará en la hora de la cruz. Y en este amor obediente vemos asociada a María desde el principio hasta la hora de la cruz porque así sí lo quiso Dios. Las frases del Salmo 39 [40] que el autor de la carta a los Hebreos pone en labios de Cristo: «Aquí estoy... En tus libros se me ordena hacer tu voluntad», tienen mucho en común con las palabras que pronuncia la Virgen: «Yo soy la esclava del Señor, cúmplase en mí lo que me has dicho». Cristo asocia a su Madre en el cumplimiento del plan divino de la salvación en la misma disponibilidad sin reservas a la voluntad divina. El consentimiento de la Virgen brilla en este día en todo su significado. Ella no es un puro medio pasivo y biológico para la encarnación del Hijo de Dios, sino que toma una decisión libre y responsable. El consentimiento de la Virgen y su significado, el que hoy celebramos en su íntima unión con el de Cristo, la convirtió en Madre de Cristo y, por eso mismo, en guardiana por excelencia de la Vida en plenitud.
Por otra parte, hoy es un día muy especial para la Iglesia y para el mundo, el Papa Francisco en el Santuario de Loreto —precioso santuario en el que con mis hermanas Misioneras Clarisas estuve el año pasado— firmó la Exhortación Apostólica del reciente Sínodo de los Obispos sobre el tema “los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional” realizado en el Vaticano del 3 al 28 de octubre de 2018. Una exhortación que llevará el titulo de: «Christus vivit» (Cristo vive) y lo ofreció a Nuestra Señora y será el martes de la semana que viene, 2 de abril, fecha del aniversario de la muerte de San Juan Pablo II cuando el Vaticano publique el nuevo texto. Entre las palabras que el Papa pronunció, recordó aquello que el ángel Gabriel dijo a María en Nazaret: «Alégrate, llena de gracia». Explicó que esa frase «resuena de forma singular en este Santuario, lugar privilegiado para contemplar el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. Aquí, de hecho, se custodian los muros que, según la tradición, provienen de Nazaret, donde la Virgen Santa pronunció su “sí”, convirtiéndose en Madre de Jesús». El Papa destacó que en el evento de la Anunciación queda patente la dinámica de la vocación de una manera que pueda resultar útil para la juventud contemporánea. «Pienso en Loreto —dijo— como un lugar privilegiado donde los jóvenes pueden venir a la búsqueda de la propia vocación, a la escuela de María». Sigamos nosotros también, jóvenes y no tan jóvenes —¡de juventud acumulada como decía Madre Inés!— en esta escuela de María para seguir caminando hacia la Pascua y resucitar a una vida nueva. ¡Feliz y bendecido lunes, día de la anunciación del Ángel a María!
Padre Alfredo.
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