Suele ser difícil hablar de los santos; no sabemos por dónde empezar, es difícil descifrar la obra que dios hace en ellos. Es más lo que ignoramos de los santos, que lo que sabemos.
Algunos santos, han dejado escrita su vida, sus vivencias sobrenaturales, su vida de unión con Dios, sus dolores y dramas interiores, su alegría de cumplir la voluntad de Dios. Pero definitivamente ante el esposo de María nos encontramos con un caso muy especial, un santo maravilloso, pero un santo del silencio total. Un santo que casi no dijo nada, y más bien, como afirmaba san Juan Pablo II, no dijo... «hizo». San José es el santo varón de Dios que, desde su silencio profundo fue justo, casto y fiel. En este día en que lo celebramos, les invito a adentrarnos un poco en su figura.
Ver a este santo varón en un vitral o en una escultura de bronce; verlo en una estatua o en una pintura, tal vez no diga mucho, porque el ver no compromete, pero, conocer y vivir lo que hay en su corazón es buscar transformarnos en Jesús desde lo ordinario.
San José no es un adorno en la Iglesia, no está puesto solamente para ocupar un lugar que no puede quedar vacío. San José no está por estar. Él es el patrono universal de la Iglesia. Él es el custodio de la Iglesia de la misma manera que fue el custodio de Jesús y de María.
En san José, Dios depositó un misterio providencial y él cooperó y nos enseñó que el encuentro con Dios se vive en el ambiente normal de todos los días.
Es curioso, pero san José nos dice mucho con su silencio. Al encontrarnos con él nos topamos con un caso especial en la Iglesia, el santo habla en el silencio: no dijo... «hizo».
Ciertamente san José vivió en una época muy distinta a la nuestra. Casi todo lo que sabemos de él es que fue carpintero o como dicen algunos estudiosos: artesano. Además suponemos que su vida no fue agitada como la de otros santos: una vida plena del amor de Dios en lo apacible, en el trabajo, en la serenidad y sin hacerse propaganda. San José se ve como un hombre justo («era un hombre justo» Mt 1,19), casto («lo engendrado en ella es obra del Espíritu Santo» cfr. Mt 1,20) y fiel («hizo como el ángel del Señor le había mandado» cfr. Mt 1,24). Encontramos en él a un hombre tierno, generoso y amable. ¡Santo por convicción! Un hombre de Dios que «creyó».
Si san José es patrono de la Iglesia Universal, quiere decir que nos tiene el mismo cariño que tuvo a Jesús, es nuestro custodio como lo fue de Jesús y de María, así que conviene ver un poco y profundizar en nuestra actitud frente a este santo patrono.
¿Qué debemos hacer? ¿Cómo debemos tratar a san José?
1. CONOCERLO.
Ante todo hay que tratar de conocerlo como el hombre que, con su vida callada y oculta, «alaba a Dios». Hay que descubrir en él la obra que Dios puede hacer en alguien que se deja moldear por él.
San José puede, como María, cantar el magníficat y dar gracias con su canto por lo que el Señor hizo en él.
Conocer a san José, el humilde carpintero, es conocer la obra que Dios hace en los seres humanos cuando nos dejamos moldear y trabajar como el barro en manos del alfarero (cfr. Jr 18,4). en nuestra vida, Dios está presente a cada instante, pues el Señor supo a quién eligió para custodio de si Hijo Jesús.
Dios, en su infinita bondad, eligió a este gran hombre para ser «el coordinador del nacimiento del Señor». Sin un coordinador las cosas no salen bien, y Dios quiso que José, con su obra silenciosa fuera el coordinador.
2. AMARLO.
Podemos preguntar a muchos lo que es el amor, hay infinidad de tarjetas, posters, libros, camisetas y hasta chanclas para el baño que llevan leyendas con el tema del amor, pero, por nuestra fe en Dios, que es amor, sabemos que el amor, más que definirse, ha de vivirse. El amor es entrega, el amor es darse.
San José es el molde para vivir el amor cumpliendo la voluntad del Señor. Su vida está realizada en el amor. Por un lado tiene a María santísima, la Madre del amor, y bajo su cuidado Jesús, el amor mismo.
El amor se concretiza en la relación. San José en su relación con Jesús y María, vive el amor en relación.
Amar a san José, debe ser para nosotros algo esencial y no solo esencial, sino necesario. Amarlo es relacionarnos con él y tener presente que, como patrono de la Iglesia universal, ruega en todo momento por nosotros.
Amar a san José es conocer sus virtudes e imitarlo. Saber cumplir la voluntad de Dios, obedecer, callar, meditar. Amar a san José es contemplar su prudencia e imitarla. Contemplando la vida de san José entendemos la grandeza del amor de Dios cuando se manifiesta en una persona callada y humilde llena de paz.
3. IMITARLO.
San José es un santo que vale la pena imitar por muchas razones, principalmente: Su fidelidad a Dios, su atención a la Palabra de Dios y su confianza en hacer la voluntad de Dios.
San José es testigo ocular de las maravillas del Señor. Él convivió con los pastores y supo atender a los reyes. San José, como el Señor, con toda seguridad, se hizo todo para todos y pasó por el mundo haciendo el bien. Así que hay que imitar a san José, ser como él y vivir con su confianza.
4. PEDIR SU INTERCESIÓN.
Todos necesitamos de la oración de los demás. San José ora por nosotros, no puede estar con los brazos cruzados en el cielo o sin hacer nada. Desde el cielo intercede por nosotros. Se une a nuestras necesidades y las presenta a Dios. Por algo es el patrono de la Iglesia Universal. A veces lo que pasa es que muchos no entienden la cuestión de la intercesión de los santos y se cuestionan: ¿por qué pedir, si Dios nos lo da todo?
Dios nos lo da todo. La oración nos mueve a confiar en él. Con la oración cambiamos porque a un alma de oración Dios lo mueve a ser mejor. San José sabe descubrir a Dios que le habla en sueños.
La devoción a San José la expresamos con oraciones: Por un lado unas que son periódicas, como los novenarios, las fiestas, la época de Navidad; por otro, signos internos, como las consagraciones y externos como las medallas, estampas, imágenes, etc.
Conozcamos, amemos e imitemos a san José y vivamos nuestra devoción a él.
Padre Alfredo.
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