No cabe duda de que vivimos en un mundo de rebeldías y de deseos de libertad. El hombre ha triunfado en muchas cosas, proyectos y propósitos, sobre todo, como lo he afirmado en el mundo de la tecnología, pero, se ha topado con grandes fracasos en otros asuntos, sobre todo en todos aquellos que tienen que ver con la calidad humana. El domingo me tocó ver un pleito a golpes en unas personas que habían tenido un accidente automovilístico casi insignificante sobre el Circuito Interior de esta impresionante selva de cemento, el otro día en el camión un señor que quería golpear al chofer porque cerró la puerta antes de tiempo y hace poco vi a dos señoras que se querían hasta sacar los ojos. El accidente ocurrió por algún descuido de uno de los dos, la puerta del camión la cerró el chofer porque no alcanzó a ver bien, y las señoras peleaban por algo insignificante. Yo creo que en esta Cuaresma bien nos vendría hacer una seria reflexión sobre el motivo de nuestros continuos fracasos en torno a las relaciones humanas. «Dichoso aquel que no se guía por mundanos criterios» reclama nuevamente hoy el salmista (Sal 1) en el texto del salmo responsorial.
Cada vez que un cristiano, desoyendo las palabras y los mandatos del Señor, se encamina por sus propios senderos, fracasa sobre todo en su relación con los hermanos y brota la miseria a todo lo que da hasta con reacciones animales que saltan por incontrolados instintos. Entre tanta tensión del mundo actual, el creyente, de todos colores y sabores, no se detiene a escuchar las instrucciones del Señor y se topa con situaciones como éstas. Si no se camina en los criterios del Señor se pierde hasta la cordura y se eligen caminos torcidos y traicioneros llevando las situaciones hasta las peores consecuencias. Pero la Cuaresma nos dice que no todo está perdido, porque este es el tiempo favorable para que muchos escuchemos la Palabra. Cuaresma es tiempo de aceptar la guía del Señor, es tiempo de vivir sus mandamientos. El salmo primero del salterio hace la alabanza del que escucha y confía, del que no se deja guiar por esos mundanos criterios que hoy brotan a flor de piel en una sociedad atacada por tantos sinsabores del enemigo que, sutilmente, busca tentar al hombre valiéndose de la prepotencia, sobre todo.
Jesús, en el evangelio de hoy, es presentado a los hombres de su tiempo como la Palabra que trae un mensaje que invita a hacerse donación, a tolerar, a saber sufrir ((Lc 9,22-25), pero esa Palabra no es escuchada y mucho menos aceptada, porque se sale de los esquemas habituales y habla de cruz. Cuaresma es el tiempo favorable para abrir los oídos y el corazón y escuchar esa Palabra. Adviento es el tiempo de la Palabra. La Palabra —así, con mayúscula— nos viene a revelar en el tiempo de la Cuaresma al Padre, viene a invitarnos a valorar lo esencial de la vida, viene a que, a través del sacrificio, de la conversión, de la donación, de la cruz, el hombre tenga vida y vida en abundancia (Jn 10,10). En Cuaresma, Cristo, la Palabra que da vida, es la Palabra que salva, es la Palabra que libera… pero la Palabra para sembrarse en el corazón debe ser escuchada y asumida por los criterios de Dios, que son diversos de los del mundo. Y el hombre muchas veces se vuelve sordo a la Palabra, se llena de ruidos y egoísmos, se tapa las orejas con sus grandezas y ansiedades, con la «paja barrida por el polvo». No podemos en Cuaresma cerrar el corazón y el oído a la Palabra. Este es el tiempo favorable para dejarla entrar al corazón como María. Tiempo de Cuaresma, tiempo de silencio, tiempo de escucha, tiempo de la Palabra. ¡Bendecido jueves eucarístico y sacerdotal para dejar entrar la Palabra en nuestras vidas!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario