«Siempre que te invocamos nos oíste y nos llenaste de valor». Con estas palabras del salmo responsorial de la liturgia de hoy jueves, empiezo mi reflexión de esta mañana pensando en la bondad infinita de nuestro Dios y en esa su acción misericordiosa que nos llena de valor. Hay días, momentos, espacios cortos o largos de tiempo en los que estamos y nos sentimos «solos», aislados, con el corazón vacío o apachurrado... esos días en los que se tiene la impresión de no ser escuchados o comprendidos por nadie; como Ester, que se siente sola en el relato que la primera lectura nos ofrece (Est 4,17ss). Pero, hay alguien que siempre nos escucha por que no nos deja nunca solos y ese, es Dios. El tiempo de Cuaresma es propicio para meditar en esa compañía divina que nos escucha y nos llena de valor, es el tiempo en que la Iglesia nos invita a acrecentar nuestra oración y con ello nuestra confianza en Dios. Orar es pedir, buscar, llamar a la puerta de la misericordia de Dios de día y de noche.
Sin cansarse nunca, el creyente debe orar y hasta tal punto que la oración se convierta en un estado habitual y no sólo en una práctica ocasional. Orar es un modo de ser delante de Dios. ¡Pero hay dos maneras de insistir en la petición: la del inoportuno y la del enamorado! El inoportuno sólo piensa en sí mismo; el otro está fascinado, y lo daría todo por el tesoro que ha descubierto. ¿Qué puerta se le cerrará? Hay que escuchar hoy las palabras del salmista y las de Esther: «Señor mío, tú eres el único Dios, ven a socorrerme... Mi único tesoro eres tú. Acuérdate, Señor... Sólo te tengo a ti, que lo conoces todo». El autor del salmo 137 y la reina Ester, saben dejarse agarrar por él. En Cuaresma hay que pedir sin desfallecer, pues quien capitula demasiado pronto demuestra que no tiene verdadera confianza y se le pasan los 40 días en seco. Dios quiere que se le busque y por eso nos ha dejado este tiempo de desierto, de manera que sea solamente su voz la que escuchemos con el anhelo de que nos llene de valor. Tenemos que llamar a su puerta durante cuarenta días —y llevamos apenas unos cuantos—, porque dicha puerta se abre sobre un infinito que nunca se alcanza del todo.
La verdadera actitud ante Dios en Cuaresma es la actitud del que se siente y se sabe necesitado... un indigente que se sabe amado y llamado a la vida. El salmista y Ester nos preparan para escuchar las afirmaciones de Jesús: «pidan y se les dará, busquen y encontrarán» (Mt 7,7-12). Dios está siempre atento a nuestra oración. Tanto la oración de Ester, como la del salmista, fue escuchada. Y Jesús nos asegura que nuestra oración nunca deja de ser escuchada por Dios. Podemos estar seguros, con el salmo, y decir confiadamente: «cuando te invoqué, me escuchaste, Señor». Muchas veces nuestra oración, como la de Ester, se refiere a la situación de la sociedad o de la Iglesia. ¿No está también ahora el pueblo cristiano en peligro? También en esta dirección debe ser confiada y humilde, seguros de que Dios la oye, y entendiendo nuestra súplica también como una toma de conciencia y de compromiso. Por una parte, estamos dispuestos a trabajar por la evangelización de nuestro mundo, y por otra, le pedimos a Dios: «extiende tu brazo, Señor, no abandones la obra de tus manos». Con el Salmo 137 expresemos hoy la confianza y seguridad que tenemos en Dios cuando nos dirigimos a Él en la oración sabiendo que nos escucha y nos llena de valor. Con María, sigamos nuestro camino de Cuaresma en oración. ¡Bendecido jueves!
Padre Alfredo.
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