El salmo 31 [32] es uno de los siete salmos penitenciales que contiene el Salterio, pero es a la vez un himno de acción de gracias que el pecado hace al saberse ya perdonado. La historia nos dice que era el salmo preferido de san Agustín que para él y para muchos expresa el gozo verdadero de estar en comunión con Dios con el alma en paz. Dios nos ama, y tal vez nos falta entender, como san Agustín, que su primer acto de amor es proveernos el perdón de nuestros pecados si nos humillamos y aceptamos que hemos fallado. Toda vocación es hermosa, porque es una llamada del Señor que nos ha perdonado y, muchas veces, como dice santa teresita, por adelantado y es una invitación a vivir para él amándolo y haciendo que los demás le conozcan y le amen. Pero, para seguirlo, hay que saber reconocer los propios errores y enmendarse, salir de uno mismo y darlo todo.
El ejemplo de esto está claro en el relato del hombre que se acerca a Jesús en el Evangelio de hoy con el deseo de seguirle (Mc 10,17-27). El seguimiento de Cristo implica un abrazar sus criterios escuchando su voz que salva la distancia y supera los obstáculos, para volver a crear presencia e intimidad teniéndolo a él como decía la beata María Inés Teresa, como «la única realidad». Jesús nos mira a cada uno con el mismo cariño a cada uno de nosotros con el que vio al personaje evangélico que san Mateo dice que era un joven (Mt 19,16) y nos dice lo mismo: «sígueme». Pero al querer seguir a Jesús siempre hay una súplica de su parte: «Una cosa te falta...» vender los estorbos, abandonarlos. Solamente Dios y nosotros mismos sabemos en qué medida nuestro propio espíritu es el que conduce nuestra vida y no el Espíritu de Jesús, el Señor que nos ha llamado. Tanto el salmista como la perícopa evangélica de hoy nos invitan a una conversión, a volvernos de corazón a Dios que nos perdona nuestros egoísmos y nos invita a seguirle. «Vuélvete... deja de vivir por ti y para ti y vive para mí» dice al fondo de quien se sabe amado, perdonado e invitado a seguirle. Vamos camino a iniciar, pasado mañana la Cuaresma, y Dios lo puede todo. Esta piedra que es nuestro propio corazón que se encierra en sus egoísmos puede llegar a ser un buen hijo de Dios la noche pascual.
Hoy es un buen día para ir preparando el itinerario, admitir la responsabilidad que tenemos al sabernos hijos de Dios muy amados en Cristo y buscar el favor de ese rostro que nos ha llamado experimentando que nada más vale la pena, que no hay por qué aferrarnos a nada cuando en él lo tenemos todo: la elección que de nosotros ha hecho, el perdón de su mano misericordiosa, el amor de su corazón, el gozo de su mirada que se ha fijado en nosotros. El joven rico del evangelio es transparente con el Señor como lo es el salmista, se muestra tal como es, pero, algo le falta, la decisión de seguirlo dejando todos sus bártulos, sus cachivaches, sus ajuares, sus estorbos. Pidámosle hoy, a unas cuantas horas del «Miércoles de Ceniza» el que nosotros seamos también transparentes como el autor del salmo responsorial de hoy pero no solamente transparentes con él, sino con nosotros mismos para darnos cuenta de lo que hemos de dejar para seguirle. Que como dice san Agustín: «que me conozca a mí para que te conozca a ti». Para eso miremos a María, que lo dejó todo, sus planes, sus cosas, sus preferencias, para abrir su corazón a la gracia y dejar que Dios «hiciera» en ella su voluntad. ¡Bendecido lunes, inicio de una semana laboral y académica más!
Padre Alfredo.
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