La liturgia de hoy nos enlaza la primera lectura (Ez 18,21-28) con el evangelio (Mt 5,20-26) a través del salmo 129 [130], un salmo que desde el inicio muestra las intenciones del salmista. El autor busca persuadir a Dios a que lo escuche; persuadirse a sí mismo de ser escuchado y perdonado y por último; persuadir de esto mismo al pueblo ante el cual pronuncia este salmo a manera de oración. El salmista, —como nosotros en este tiempo de Cuaresma— se reconoce y se sabe culpable, no solamente ante sí mismo, sino ante la asamblea que ora y da por sabido de todos que la situación aflictiva en la que se encuentra es provocada por sus delitos que, seguramente, en su relación íntima con Dios, reconoce. Por eso el autor del salmo clama con todas sus fuerzas en demanda del perdón que tanto ansía y que lo librará al mismo tiempo del peligro en que se encuentra. Reconociéndose culpable no encuentra mejor disculpa que dar ni modo mejor de conquistar la misericordia divina que la de alegar la innata maldad del hombre, la debilidad común a todo género humano.
Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta de su conducta y viva. Tanto el profeta como el salmista nos enseñan que hay que tener presente la libertad y responsabilidad personales, ya que la relación con el Dios del Amor está muy lejos de ser una pura obediencia mecánica o un fatalismo irreversible. Por su libertad interior, el hombre puede, en todo momento, convertirse y orientar su vida tal como él quiere. La Cuaresma nos urge a profundizar en esta experiencia. Tanto Ezequiel como el salmista saben perfectamente que se dirigen al Dios misericordioso, al Dios de bondad que todos los creyentes conocemos y de cuya indulgencia recibimos y así pasan a expresar su confianza y termina haciéndola extensiva a todo el Pueblo que lo escuchamos y que peregrinamos en este mundo hacia la vida eterna. Viendo este salmo en este tiempo cuaresmal, los cristianos podemos dar un nuevo toque de esperanza a las expresiones de nuestras prácticas cuaresmales, agradeciendo al Padre Eterno que nos ha dado a su Hijo para alcanzarnos la redención y pagar por nuestras culpas. Vale la pena que hoy busquemos este salmo en la Escritura y lo recitemos pausadamente agradeciendo la oportunidad que tenemos en este tiempo privilegiado del año para prepararnos a celebrar la Pascua.
Por su parte, en el evangelio de hoy, Jesús nos pide que nuestra bondad llegue hasta lo más profundo de nuestro ser e imite la misericordia de Dios y no la de los del mundo... que no nos contentemos con evitar cualquier gesto exterior que pueda dañar, sino que, en primer lugar y ya interiormente seamos misericordiosos... Y de esto somos responsables: se nos pedirá cuenta. Si Ezequiel insiste sobre la «bondad» y sobre la «responsabilidad» y el salmista en el «arrepentimiento», Cristo va más allá y nos lleva a la dimensión del «amar sin condiciones»... amar hasta a nuestros enemigos. Dios se hace fiador de nuestras relaciones humanas y nos dice en esta Cuaresma: Antes de buscar tener relaciones correctas conmigo, ténganlas primero entre ustedes, porque la caridad fraterna pasa delante del culto. Si hay discordia entre nosotros, la relación con Dios también se rompe. ¡Dios rehúsa la muestra de amor que pretendemos darle, cuando no amamos también a los hermanos, y la pobre «ofrenda» queda allí, en «adorno» ante el altar! Hay que seguir caminando en Cuaresma, porque no es un tiempo para quedarnos parados, hay que «encaminarnos presurosos» como María, presurosos a la Pascua a resucitar a una nueva vida, a un nuevo estilo de amar. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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