sábado, 23 de marzo de 2019

«La parábola del padre que acoge a su hijo pródigo»... Un pequeño pensamiento para hoy

¡Cómo no hablar hoy de la perícopa que el Evangelio de hoy nos presenta al presentarnos la parábola del «padre que acoge a su hijo pródigo» (Lc 15,1-3!11-32)! Incansablemente la leo y la vuelvo a leer. Se trata de una parábola que presenta toda la riqueza del amor y de la misericordia de Dios. Es el «padre», y no el hijo, el que constituye el centro de la parábola. El padre, que está dispuesto a acoger sin reservas al hijo que quiera ponerse en sus manos. A la luz e esta parábola podemos ver que sólo existe una barrera que impide este amor de Dios: creer que somos autosuficientes, que somos capaces de salvarnos nosotros solos. Cuando aún estaba lejos, el padre lo reconoció, y compadecido, corrió a él y se arrojó a su cuello... mandó que le trajeran la más bella túnica, un anillo, unas sandalias... hizo preparar una gran fiesta. Es así como el padre acoge al hijo «rebelde». Por su parte, el salmo 102 [103] se presenta hoy como un hermoso canto a la misericordia de Dios que nos hace repetir: «el Señor es compasivo y misericordioso», es un Dios que «no nos trata como merecen nuestros pecados» y que viene a nuestro encuentro siempre cargado de perdón, de compasión y de misericordia. Es un salmo que hoy podríamos buscar en la Sagrada Escritura y rezar por nuestra cuenta despacito, diciéndolo en primera persona, desde nuestra historia concreta, para orar a ese Dios que nos invita a la conversión en este tiempo privilegiado del año litúrgico. Es un salmo que nos puede ofrecer una entrañable meditación cuaresmal y una buena preparación para nuestra confesión pascual. 

Pero vuelvo a la parábola del hijo pródigo que siempre me cautiva y es, en definitiva, una de las que mejor conocemos y que siempre nos interpela, sobre todo en este tiempo de Cuaresma, porque es en Cuaresma cuando nos acordamos más de la misericordia de Dios. El padre aparece en la parábola como una persona libre, que da margen de confianza al hijo que se quiere ir y luego le perdona y le acepta de vuelta. Este padre sale dos veces de su casa: la primera para acoger al hijo que vuelve y la segunda para tratar de convencer al hermano mayor de que también entre y participe en la fiesta. El hijo pequeño, bastante conchudo, es el protagonista de una historia de ida y vuelta, que aprende las duras lecciones que le da la vida, y al fin reacciona bien. Es capaz de volver a la casa paterna. El hermano mayor es el que Jesús enfoca más expresamente: en él retrata a los «fariseos y letrados que murmuraban porque Jesús acoge a los pecadores y come con ellos». A ellos les dedica esta parábola y describe su postura en la del hermano mayor. 

Pero, ¿en cuál de las tres figuras nos vemos reflejados? Primero, ¿actuamos como el padre que respeta la decisión de su hijo, aunque seguramente no la entiende ni la acepta? ¿Sabemos acoger al que vuelve? ¿Le damos un margen de confianza, le facilitamos la rehabilitación? Por otra parte, ¿actuamos como el hijo pródigo? ¿Nos acordamos sólo de los demás, de los «pecadores», o nos incluimos a nosotros mismos en esa historia del bien y del mal, que también existen en nuestra vida? ¿Nos hemos puesto ya, en esta Cuaresma, en actitud de conversión, de reconocimiento humilde de nuestras faltas y de confianza en la bondad de Dios, dispuestos a volver a él y serle más fieles desde ahora? ¿Sabemos pedir perdón? ¿Preparamos ya el sacramento de la reconciliación, que parece descrito detalladamente en esta parábola en sus etapas de arrepentimiento, confesión, perdón y fiesta? Finalmente, ¿actuamos como el hermano mayor que no acepta que al pequeño se le perdone tan fácilmente? ¿Somos intransigentes, intolerantes? ¿Sabemos perdonar o nos dejamos llevar por la envidia y el rencor? ¿Miramos por encima del hombro a «los pecadores», sintiéndonos nosotros «justos»?... Cuánta materia me deja para meditar la liturgia del día de hoy y quiero hacerlo con María, Madre de los pecadores y auxilio de los cristianos porque es sábado y es día dedicado especialmente a Ella, porque las palabras del salmo y las de Jesús tienen la fuerza que tienen. No hay que añadir más. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

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