El «Miércoles de Ceniza» hemos iniciado el tiempo privilegiado de la Cuaresma, y, con ello, una nueva oportunidad que Dios nos da para vivir de forma muy intensa la salvación por la práctica de las buenas obras, por la mutua reconciliación y el propósito de enmienda, por la escucha de la Palabra de Dios, por el acercamiento al prójimo necesitado y por el cambio de vida.
Este tiempo tiene tres lineas fundamentales que todos los católicos debemos vivir: la «oración», la «limosna» y la «penitencia», manifestada esta última en el ayuno. En todos los signos de la Cuaresma están presentes estas tres características esenciales de este tiempo litúrgico para llevarnos a una reconciliación plena con el Señor y con los hermanos.
La oración en Cuaresma nos lleva a pedir perdón de los pecados y nos ayuda a que crezca nuestra entrega y que entendamos los acontecimientos que nos llevan a la salvación manteniéndonos fieles para resucitar con Cristo en la Pascua.
La limosna, o sea la caridad fraterna, la vivimos en una caridad y una solidaridad concretas olvidándonos de nosotros mismos para servir a los demás.
En este tiempo, la penitencia, manifestada principalmente en el ayuno, se traduce en sacrificios comunitarios o particulares que nos hacen pensar y valorar lo que Cristo hizo por nosotros al morir en la Cruz. Con la penitencia alcanzamos un espíritu de sacrificio que aumenta nuestra generosidad asemejándonos a Cristo pobre, sufriente y perseguido. Ya desde el Miércoles de Ceniza se nos hablaba en el Evangelio (Mt 6,1-18) de todo esto que es propio de la Cuaresma.
La vivencia de nuestra Cuaresma es la oración, la limosna y el ayuno no deben ser algo que se hace solamente porque se debe de hacer, porque no se trata de un tiempo para tranquilizar nuestra conciencia para poder decir «¡ya cumplí!»... sino que esta vivencia debe brotar desde dentro del corazón como expresión del deseo de renovar nuestra fe y nuestra vida cristiana.
Se trata, pues, en pocas palabras, de vivir este tiempo concretizando nuestro seguimiento de Cristo en la vida ordinaria haciendo un esfuerzo por entrar en nosotros mismos y encontrarnos con Dios. Pero, ¿cómo concretizar todo esto? La beata María Inés Teresa de Santísimo Sacramento nos ayuda, en un sencillo decálogo cuaresmal a encontrar las pautas que necesitamos:
1. TRABAJAR POR AMOR EN LOS INTERESES DE JESÚS.
«Desde el comienzo de las faenas diarias...»
Recordemos el Evangelio, ciando nos dice Jesús: «Cuanto hiciste a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hiciste» (Mt 25,40).
2. VIVIR LA CUARESMA CON MARÍA.
«Antes de salir de casa, pídele su bendición a imprime en su frente un beso. Ella te lo devolverá a la hora de tu muerte... debemos platicar continuamente con esta Madre Santísima».
Pensemos en aquella expresión del Evangelio de San Lucas cuando al anciano Simeón le dice a María: «¡Y a ti misma, una espada te atravesará el alma!» (Lc 2,35).
3. LOS PEQUEÑOS SACRIFICIOS Y EJERCICIOS CUARESMALES.
«Con modesta naturalidad camina la Virgen montada en su burrito».
Es el espíritu de sacrificio y oración que también encontramos muchas veces en el Evangelio: «De madrugada cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración» (Mc 1,35).
4. EL SERVICIO.
«Los trabajos pequeños de todos los días...»
En el Evangelio Jesús dice: «Si alguno quiere venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mc 8,34).
5. LA SENCILLEZ DE NAZARETH.
«Así como Jesús y María hablaban, trabajaban, oraban, comían, desempeñaban sus quehaceres domésticos en su casita de Nazareth, debo hacerlo yo, procurando ser cada día más semejante a ellos».
Esa sencillez que nos presenta San Lucas con las simples palabras: «Bajó con ellos y vino a Nazareth, y vivía sujeto a ellos. Su Madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón. Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2,51-52).
6. OFRECERLO TODO.
«No daba un paso, una puntada, trabajo u ocupación cualquiera sin que no lo ofreciera a Jesús y María; vivía en el cielo o en Nazareth».
Darlo todo como Jesús: «Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos...» (Jn 15,13ss).
7. UNA FE GRANDE, CON TODO EL CORAZÓN.
«Creo...»
Nos falta fe, como nos dice Jesús: «Si tuvieras fe como un granito de mostaza, dirías a este monte: desplázate de aquí a allá, y se desplazaría, y nada les sería imposible» (Mt 17,20).
8. LA ESPERANZA.
«Que todos te conozcan y te amen es la única recompensa que quiero».
La esperanza que siempre tiene Jesús, como cuando elige a los apóstoles: «Instituyó doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar» (Mc 3,13-14).
9. CARIDAD SIN FRONTERAS... LA MISIÓN.
«Que se conviertan todos, pero ya».
Jesús con todos hablaba, a todos servía, para todos tenía tiempo: «Y les dijo: "Vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16,15).
10. TODO EN UNA INMENSA ALEGRÍA.
«¡Alegría porque Cristo ha venido! ¡Alegría porque somos hijos de Dios! ¡Alegría que queremos compartir con quienes no conocen a Cristo y al Padre que lo envió!»
Dice Jesús: «¡Ánimo! Yo he vencido al mundo» (Jn 16,33).
Como vemos, en esta Cuaresma tenemos mucho que hacer. No podemos, de ninguna manera, vivir como el rico epulón mientras a Lázaro los perros le lamen sus llagas (cf. Lc 16,21ss), ni podemos orar nada más para que los demás nos vean, como hacen los hipócritas (cf. Mt 6,5-6) ni podemos dejar de tomar la cruz (cf Mt 10,38). Hay mucho, mucho que hacer.
No podemos perder de vista aquello que nos dice el mismo Cristo en su Evangelio: «Cuanto hiciste a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hiciste» (Mt 25,40).
El Señor Dios no se deja ganar en generosidad y estemos seguros de que nuestras prácticas cuaresmales se verán coronadas de la dicha de resucitar con Cristo en la pascua a una vida nueva. El mismo Dios nos lo concederá.
Padre Alfredo.
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