Le hemos damos vuelta al calendario y hoy empezamos un nuevo mes, el tercer o del año y, como cada día uno de mes, lo dedicamos de manera especial a la Divina Providencia. En su libro «Las lágrimas de Dios», Benedict Joseph Groeschel (1933-2014) sacerdote católico, escritor, conferencista, sociólogo y fundador de los Frailes Franciscanos de la Renovación dice que “una de las señales más importantes de la Divina Providencia es que, si uno se mantiene en la fe, incluso las peores y más terribles catástrofes pueden conducir a largo plazo al bien o al menos remplazarlo por otro bien». ¡Qué concepto tan claro de la Divina Providencia! La Divina Providencia es el medio por y a través del cual Dios gobierna todas las cosas en el universo. La doctrina de la Providencia Divina afirma que Dios está en control absoluto de todas las cosas. Esto incluye al universo en su totalidad (Sal 103,19), el mundo físico (Mt 5,45), los asuntos de las naciones (Sal 6,7), el nacimiento del ser humano y su destino (Gal 1,15), los éxitos y los fracasos humanos (Lc 1,52), y la protección de Su pueblo (Sal 4,8). De manera que para el hombre de fe no existe ni buena ni mala suerte, ni se queda parado viendo que el universo sea gobernado por la casualidad o el destino.
Hoy nuevamente nos topamos con el salmo más largo de la Biblia (118 [119]) y con él agradecemos esa Providencia Divina que como Ley suprema nos marca el amor a su Divina Voluntad expresada en su Palabra y en sus mandamientos. Las leyes naturales son nada más que una representación de Dios obrando en el universo. Las leyes naturales no poseen poder inherente, como tampoco obran independientemente; son las reglas y los principios que Dios ha puesto en efecto para determinar cómo se desarrollarán las cosas bajo su Ley del amor. Nosotros podemos amar «porque él nos amó primero» (1 Jn 4,19). Leyes, estatutos, mandatos, voluntad divina, decretos, preceptos, promesas, palabra... todo brota de la Divina Providencia de Dios amor, por eso el salmista le dice a Dios: «Señor, bendito seas; enséñame tus leyes. En tus preceptos tengo mis delicias, jamás me olvidaré de tus palabras» (Sal 118,12). La Divina Providencia ha de ser la luz de nuestro diario ir y venir. Hay que aceptarla, llevar a la práctica nuestra confianza en ella mes con mes y día con día, así viviremos en la Ley del amor descubriendo cada día la voluntad de Dios y aceptándola.
Tener confianza en la Divina Providencia, es confiar en que Dios es nuestro Creador, nuestro Padre, nuestro Dueño, y El está atento a todas nuestras necesidades. Nos brinda, como dice la oración más popular a la Divina Providencia: «casa, vestido y sustento». Dios, en su Providencia, conoce todas nuestras necesidades mejor que nosotros mismos y se ocupa de ellas. Tener confianza en su Divina Providencia es saber que todo está en sus Manos. El Código de Derecho Canónico en el número 301 dice que «reconocer esta dependencia completa con respecto al Creador es fuente de sabiduría y de libertad, de gozo y de confianza». Jesús en su Evangelio habla hoy de la dureza del corazón del hombre (Mc 10,1-12) y solamente ablandando el corazón es que podemos captar lo que su Divina Providencia nos depara. Él nos explicó el atento cuidado que la Providencia de nuestro Padre tiene para con nosotros: «No anden tan preocupados ni digan: ¿tendremos alimento? ¿qué beberemos?, o ¿tendremos ropas para vestirnos? Los que no conocen a Dios se afanan por eso, pero el Padre del Cielo, Padre de ustedes, sabe que necesitan todo eso» (Mt. 6, 31-32). En su Providencia, Dios a veces parece no responder, como que a veces se tarda en responder… Es que Dios atiende nuestras verdaderas necesidades, no las que nosotros creemos que son necesidades o aquellas que nos inventamos. Caminemos el día de hoy y siempre como María, la Madre del Señor que confió en esa Providencia Divina para volver a confiar aunque a veces no se vea tan clara la acción de Dios. En su Providencia, él no nos abandonará. ¡Bendecido viernes, día uno de marzo!
Padre Alfredo.
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