miércoles, 30 de junio de 2021

«Los dos endemoniados y la piara de cerdos»... Un pequeño pensamiento para hoy


En el relato evangélico de este día (Mt 8,28-34), Jesús libera a dos enfermos de su posesión diabólica en un milagro un poco misterioso. El relato es muy simbólico. El milagro ocurre en un país pagano, hay una posesión diabólica, se habla del cementerio como lugar de muerte, y hay un traspaso de los demonios a los cerdos, los animales inmundos por excelencia para la cultura del tiempo. Parece como si San Mateo quisiera acumular todos los grados del mal para recalcar después el poder de Jesús, que es superior al mal, al malo, y Jesús lo vence eficazmente. Los demonios reconocen al Mesías. 

El signo de Jesús no produce mucho efecto entre los habitantes del lugar, que más bien piden a Jesús que se marche. Le consideran culpable de la pérdida de una piara de cerdos dejándonos ver que no parecen querer que les cure de sus males sino que les interesa más otra cosa, lo material. Cada vez que rezamos el Padrenuestro pedimos a Dios: «Líbranos del mal» y cuando vamos a comulgar, se nos recuerda que ese Pan de vida que recibimos, Jesús Resucitado, es «el que quita el pecado del mundo». Pero, con ayuda de este relato, vemos lo complicado que resulta que la gente quiera librarse del mal. De todas maneras, a pesar de los obstáculos que se presenten, como seguidores de Cristo, como sus discípulos–misioneros, tenemos que saber ayudar a otros a liberarse de sus males. Jesús nos da a nosotros el equilibrio interior y la salud, con sus sacramentos y su palabra. Nosotros hemos de ser buenos transmisores de esa misma vida a los demás, para que alcancen su libertad interior y vivan más gozosamente su vida humana y cristiana.

Espiritualmente la lectura de este trozo del Evangelio nos puede servir para el bien, si todo lo leído lo aplicamos en plano moral, entendiendo que un alma encadenada por los demonios de los vicios no resiste a la claridad de la luz, de la gracia, y que, cuando se siente agitada por la verdad y la honradez, prefiere huir hacia campos de mayor inhumanidad, como en este caso son los cerdos. No olvidemos que la conversión o el cambio radical de vida es algo misterioso, necesitado de una gracia especial que rompa de modo fulminante la actitud anterior. Demos gracias al Señor, con María, por el equilibrio de vida, y pidamos gracia nueva, para salir victoriosos de nuestro abismo de pecado e inhumanidad. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 29 de junio de 2021

«En la fiesta de San Pedro y San Pablo»... Un pequeño pensamiento para hoy


La Iglesia celebra hoy la solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo. San Pedro, como todos sabemos, conoció y convivió con el Señor Jesús después de un encuentro a la orilla del mar en donde el Maestro lo invitó a ser pescador de hombres. San Pablo, por su parte, fue un rudo perseguidor del Señor Jesús que luego se convirtió en su amigo más fiel y en el discípulo–misionero por excelencia que lo anunció a los que estaban más alejados de la fe. La fiesta de estos dos apóstoles nos permite, en este día, apreciar la extraordinaria riqueza con la cual Dios bendice a cada uno de sus elegidos porque él nos llama a cada uno, como los llamó a ellos, aunque seamos tan distintos unos de otros como lo son ellos a quienes por tradición en la Iglesia, los celebramos juntos.

Me llama la atención en este día la pregunta que Jesús hace en el Evangelio de hoy (Mt 16,13-19) a sus discípulos: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» y es que esta pregunta nos sitúa en el centro de la fe. San Pedro fue el Apóstol que confesó dentro de aquel grupo a Jesús como «el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Él encarna al apóstol que amó a Jesús con un amor de amigos. Pedro fue el proclamador del Evangelio en el mundo judío, un mundo difícil para ese anuncio, ya que la tradición judía estaba muy arraigada en la vida del pueblo escogido, y no aceptaron en su mayor parte la predicación que Pedro hizo del acontecimiento Jesús el Cristo. San Pedro debe ser nuestro ejemplo para confesar a Jesús y volver a él con humildad, a pesar de nuestras negaciones.

Por otra parte, podemos decir que San Pablo no estaba en aquel momento evangélico, pero reflexionar en su figura es pensar en el Saulo de Tarso, perseguidor de la Iglesia. Llamado por el mismo Jesús después de su resurrección asume el reto y anuncia al mundo no judío el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. Gracias a su compromiso con la predicación a tiempo y a destiempo, el cristianismo se extendió y fue conocida la Buena Nueva de la Salvación en los pueblos que no eran judíos. San Pablo es testimonio para la Iglesia en general para que tengamos la valentía de aceptar a todos los que desean ser fieles al plan de Dios para que se desarrollen integralmente dentro de nuestras comunidades. A los dos los celebramos en este día. Pidamos, con María, que estas dos figuras impresionantes que dominaron los primeros años de la vida de la Iglesia nos motiven a amar mucho a la Santa Iglesia y al Santo Padre, a quien recordamos ene especial en esta fiesta. ¡Bendecido Martes!

Padre Alfredo.

lunes, 28 de junio de 2021

«Un corazón que sintonice con el de Cristo»...


Estamos ya casi terminando el mes de junio, dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, ese Corazón en el que todos cabemos. Y este pensamiento es el primero que me viene a la mente al ver el Evangelio de hoy (Mt 8,18-22) desde sus primeras líneas. El evangelista nos relata que Jesús, con sus discípulos atraviesa el lago hasta la orilla de enfrente. Jesús va a ir a estar con otra gente, diversa de la que ha encontrado de este lado del lago. Es que, como digo, en su Corazón Sagrado cabemos todos y no quiere que nadie se quede sin recibir la Buena Nueva. Pero antes de ir al otro lado del lago, Jesús quiere dejarnos algo muy en claro: Aquel que quiera seguirlo ha de dejar a un lado los estorbos, los apoyos pasajeros, los obstáculos y seguirlo de todo corazón para que éste, sintonice con el suyo.

La escena nos muestra a modo de ejemplo, esa radicalidad de la llamada en la responsabilidad que conlleva seguir a Jesús. Él ya ha llamado a algunos discípulos para estar con él y enviarlos más tarde, a la misión. Viendo la gente que le rodea manda pasar a la otra orilla. En este contexto Jesús no promete ninguna seguridad a quien quiera ir con él, como nos dejan ver los dos ejemplos de quienes desean formar parte de su grupo. Él asumió su vida terrenal en la pobreza y el desprendimiento, sin un lugar donde reclinar la cabeza y orientando todo hacia la inminencia del Reino de Dios. Seguir al Maestro exige de nosotros, en nuestra condición de discípulos–misioneros, la disposición para subordinar todo a la primacía del Reino. Cada uno sabe lo que ha de dejara un lado para seguir a Jesús y permanecer con él.

Como cada día, vale la pena leer el relato completo y darnos cuenta de que estamos invitados, cada uno, a considerar qué significa ser un cristiano, un seguidor de Jesús, uno de sus discípulos–misioneros. El seguir a Jesús no es garantía de una vida fácil. Seguirlo significa estar preparados para estar con él en los tiempos malos así como en los tiempos buenos. Jesús nos desafía con la seriedad que tiene nuestra decisión de seguirlo. Advierte también que el amor duradero es lo que importa. Si queremos permanecer en la presencia de Jesús, tomemos nota de qué hemos dejado para seguirle. Cada uno sabrá y conversará con Él sobre cómo nos hace sentir este desafío. María, la Madre del Señor, fue libre para seguirle, lo dejó todo por él, incluso su plan de vida para adecuarse a lo que el «sí» que dio le acarreaba. Que ella nos ayude a permanecer con Jesús para amarlo y hacerlo amar. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 27 de junio de 2021

«Dos milagros a dos mujeres»... Un pequeño pensamiento para hoy


En la perspectiva de un Reino de Dios abierto a todos, San Marcos, en el texto de hoy (Mc 5,21-43) nos sitúa en la orilla judía del lago de Genesaret, en medio de la habitual aglomeración de gente en torno a Jesús. El hilo narrativo lo configura el desplazamiento hasta la casa de Jairo, un encargado del orden en la sinagoga, cuya hija está mortalmente enferma. Entre la partida de la orilla y llegada a la casa, el evangelista intercala en los versículos 25 al 34 un episodio con una mujer que está enferma y que al tocar el manto de Jesús queda curada. Este episodio le sirve a San Marcos para profundizar en el tema de la fe en Jesús que todos debemos tener.

El Señor Jesús, en ambos casos, deja claro que es la fe lo que le mueve a manifestar su poder: curando a la mujer —no simplemente porque le haya tocado, sino porque se ha acercado a él con fe— y resucitando —haciendo que se «levantara»— a la hija de Jairo que, pase lo que pase, no desfallece en su fe. En ambas ocasiones la fe de aquellos que a él se acercan es la que hace que salga una fuerza de él que salva. Al acercarnos a Jesús con fe, al acercarnos ahora a los sacramentos creyendo firmemente que en ellos están la presencia y la acción de Jesús, él nos manifiesta su poder, concediéndonos a nosotros, sus discípulos–misioneros, los dones de su gracia divina que nos salva.

Estos dos milagros, tan parecidos entre sí que el autor ha intercalado el uno en el otro, muestran en Jesús al «médico» que él dice ser (cf. Mc 2,17); el único médico capaz (Mc 5,26) de realizar la obra final: devolver la vida a los enfermos; o mejor aún: resucitar a los muertos. Jesús, sabemos, lo puede todo porque Jesús es un Dios de vida, que quiere la vida de los suyos. Todo ello nos alegra y nos hace felices. No esperemos de nuestro Dios otra cosa que vida y salvación. Y no esperemos de Jesús sino que se oponga a la muerte y a todo lo que tenga que ver con la muerte. Él nos salva de todas las situaciones desesperadas y hace brillar esplendorosamente la imagen del Dios inmortal, inscrita en nuestro ser desde el primer momento de nuestra existencia. Amemos la vida y sepamos defenderla y caminemos de la mano de María, Nuestra Señora de la Salud, para que nuestra fe sea un poco más honda, más confiada y más viva. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

sábado, 26 de junio de 2021

«Jesús curaba a todos»... Un pequeño pensamiento para hoy


El episodio del Evangelio de hoy (Mt 8,5-17) es conocido por los dos milagros que obra Jesús, el primero en favor del criado de un centurión y el segundo, el de la suegra de Pedro. Contemplar el primer milagro de estos dos es hermoso porque nos deja claro que la gracia no depende de si uno es judío o romano: sino de su actitud de fe. Y el centurión pagano que allí aparece, da muestras de una gran fe y humildad. Jesús alaba su actitud y lo pone como ejemplo: la salvación que él anuncia va a ser universal, no sólo para el pueblo de Israel. Ayer veíamos en la reflexión que curaba a un leproso, a un rechazado por la sociedad. Hoy atiende a un extranjero. Jesús transmite la salvación de Dios como y cuando quiere.

Con el centurión dialoga, es una forma de llegar con la gracia, pero el silencio también es importante en la relación con Dios, ya que en el caso de la suegra de Pedro, Jesús no dice nada, sencillamente, la toma de la mano y le transmite la salud: «desapareció la fiebre» dice el relato. El Evangelio dice que ella se encuentra postrada en cama y con fiebre y que esta fiebre le impide toda actividad y en particular el servicio a los demás, característica de los que siguen a Jesús, servicio que ejercerá apenas la fiebre desaparezca. Liberar de la fiebre significa aquí capacitar para el servicio, para el seguimiento, para asumir la causa de Jesús en la construcción de su Reino a través del amor entre los miembros de la comunidad.

Jesús sigue ahora con nosotros, desde su existencia de Resucitado, en la misma actitud de cercanía y de solidaridad con los males que nos aquejan. Él sigue cumpliendo la definición ya anunciada por Isaías y recogida en el Evangelio de hoy: «Él hizo suyas nuestras debilidades y cargó con nuestros dolores». Jesús quiere curarnos a todos de nuestros males, nos quiere tomar de la mano, o decir su palabra salvadora, o simplemente tocarnos y devolvernos la fuerza y la salud. Nuestra oración, llena de confianza, será siempre escuchada, aunque no sepamos como. Hoy es sábado, no olvidemos que los sábados de una manera especial la Iglesia recuerda a María la Madre de Dios y Madre nuestra. A ella pidámosle este día que seamos dóciles a Jesús que nos quiere curar para que le sirvamos como discípulos–misioneros. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 25 de junio de 2021

«El leproso curado»... Un pequeño pensamiento para hoy


Con el Evangelio de hoy (Mt 8,1-4), se inicia el relato de una serie de hechos milagrosos —exactamente diez—, con los que Jesús corrobora su doctrina y muestra la cercanía del Reino de Dios al pueblo. Como había dicho él mismo, a las palabras les deben seguir los hechos, a las apariencias del árbol, los buenos frutos. Las obras que él hace, curando enfermos y resucitando muertos, van a ser la prueba de que, en verdad, viene de Dios: «si no creen en mis palabras, crean al menos a mis obras». En el trozo evangélico de hoy el Señor cura a un leproso. La oración de este buen hombre es breve y confiada: «Señor, si quieres, puedes curarme». Y Jesús hace esta súplica inmediatamente eficaz. Le toca, a pesar de que nadie podía ni se atrevía a tocar a estos enfermos de lepra, y le sana por completo. La fuerza salvadora de Dios está en acción a través de Jesús, el Mesías.

Según la doctrina oficial judía, apoyada en las prescripciones de la ley, no había para el leproso alguna posibilidad de acceso a Dios ni a su Reino, pero el mensaje de Jesús se convierte para él en un horizonte de esperanza. El deseo de salir de su miseria y marginación vence el temor de infringir la ley y se acerca a Jesús. Su actitud es de humildad, de súplica y de confianza en el poder curativo de Jesús; sólo quiere que lo limpie de la lepra. Desea que elimine la barrera que lo separa del amor de Dios y le impide participar en su Reino. Esta es la reacción de los marginados, de los empobrecidos, a la proclamación de Jesús. Con la curación de este leproso Jesús denuncia la mentalidad social y religiosa de los judíos que margina, excluye y genera la muerte. Con esta curación Jesús quiere afirmar su postura en la defensa de la vida y la dignidad del hombre y de esta manera sacude los cimientos teológicos del judaísmo que están construidos en el legalismo y en la observancia ciega de la ley que no situaba en primer lugar a la persona, sino en los preceptos solos.

No hay duda de que la vida de los hombres de ayer y de hoy está llena de sufrimientos más o menos visibles, físicos, mentales y morales. El leproso del Evangelio de hoy es una de estas miserias. Aunque los hombres se afanen por buscar las riquezas y finjan vivir en un mundo inmortal, los signos de la muerte que cada hombre lleva en sí mismo son inevitables. Los encontramos en cada paso de nuestra vida. Drogas, matrimonios deshechos, suicidios, abusos, enfermedades como esta de la covid-19 y un sin fin de desgracias que hasta el hombre más famoso, más rico, más sabio y más sano conoce personalmente. Para muchas personas muchas de estas realidades son hechos de cada día. Sin embargo, ellas mismas saben que a pesar de ello se debe ir adelante en la vida lo mejor posible. Por eso, Jesús pone en sus manos etas desdichas y las transforma en gracias y en bendiciones. Él realiza milagros para que veamos que es capaz de darnos una vida que no sólo es sufrimiento sino que también hay consuelos físicos y morales que, son más profundos porque tocan el alma misma. Para esto ha venido a esta vida, para traernos un reino de amor y unión. Pidamos con María Santísima que confiemos en Él, en su palabra que nos habla del Padre misericordioso e interesado por nuestra felicidad. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 24 de junio de 2021

LETANÍAS DE SAN JUAN BAUTISTA


Señor, ten piedad. 

Cristo, ten piedad.

Señor, ten piedad.


Cristo, óyenos.

Cristo, escúchanos.


Dios el Padre del Cielo,

Ten piedad de nosotros.


Dios Hijo, Redentor del mundo,

Ten piedad de nosotros.


Dios, el Espíritu Santo,

Ten piedad de nosotros.


Santísima Trinidad, un solo Dios,

Ten piedad de nosotros.


Santa María, Ruega por nosotros.

Reina de los Profetas, Ruega por nosotros.

Reina de los mártires, ruega por nosotros.


San Juan Bautista, ruega por nosotros.

San Juan Bautista, precursor de Cristo, ruega por nosotros.

San Juan Bautista, precursor glorioso del Sol de Justicia, ruega por nosotros.

San Juan Bautista, el ministro del bautismo de Jesús, ruega por nosotros.

San Juan Bautista, luz de la lámpara que ardía y alumbraba el mundo, ruega por nosotros.

San Juan Bautista, lleno de pureza antes de tu nacimiento, ruega por nosotros.

San Juan Bautista, amigo especial y favorito de Cristo, ruega por nosotros.

San Juan Bautista, hombre contemplativo, cuyo elemento es la oración, ruega por nosotros.

San Juan Bautista, intrépido predicador de la verdad, ruega por nosotros.

San Juan Bautista, grito de voz en el desierto, ruega por nosotros.

San Juan Bautista, el milagro de la mortificación y la penitencia, ruega por nosotros.

San Juan Bautista, ejemplo de profunda humildad, ruega por nosotros.

San Juan Bautista, mártir glorioso de celo por la santa ley de Dios, ruega por nosotros.

San Juan Bautista, que cumpliste gloriosamente tu misión, ruega por nosotros.


Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,

Perdónanos, oh Señor.


Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,

Óyenos, oh Señor.


Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,

Ten piedad de nosotros.


V. Ruega por nosotros, Oh Glorioso San Juan Bautista,

R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Cristo.


Oremos.

Oh Dios, que has honrado este mundo por el nacimiento de San Juan Bautista, haz que tu pueblo fiel pueda gloriarte en el camino de la salvación eterna a través de Jesucristo Nuestro Señor. Amén.


Estas letanías están basadas en las que compuso M. C. Bustamante.

La historia de la Familia Inesiana en Japón...

En este video se puede ver el desarrollo histórico de la obra misionera de la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento en Japón, la misión primogénita de la Familia Inesiana.

«La solemnidad del nacimiento de Juan el Bautista»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy se celebra en la Iglesia la solemnidad del nacimiento de Juan el Bautista. La importancia que se ha concedido siempre dentro de la liturgia de la Iglesia a esta celebración proviene de que, en la perspectiva de la historia de la salvación, este personaje representa el último estadio de la preparación de la venida del Mesías. Es el último de los profetas. El relato del Evangelio de hoy (Lc 1,57-66.80) nos presenta el anuncio del nacimiento del Bautista, nos describe su figura con todos los rasgos característicos de los auténticos profetas: la vocación que se manifiesta desde el nacimiento, la posesión del Espíritu, la ascesis. San Lucas se basa especialmente en la figura de Samuel para caracterizar el profetismo de Juan: como Samuel, Juan es «grande» a la presencia del Señor; como él, nace de unas entrañas estériles; como Samuel era al mismo tiempo sacerdote y profeta, encargado de elegir al rey, Juan es de familia sacerdotal y es profeta, destinado a designar al Mesías.

Las fiestas de los santos invitan a mirar sus vidas y a darse cuenta de lo que en ellas hay de relevante para nosotros. Y lo que destaca más en Juan el Bautista es su total dedicación a la tarea de convertir al pueblo ante la venida del Señor. Cuando se estudia detalladamente su persona se ve incluso que está obsesionado por ello. Él vio la situación de su pueblo, experimentó que era necesario hacer algo, sintió que Dios le llamaba, y se lanzó. Juan habla con dureza, es exigente, combate las desigualdades, las injusticias, las autosatisfacciones, la búsqueda indiscriminada del placer. Pero Juan es todavía más exigente consigo mismo, hasta el punto que, comparado con Jesús, aparece casi exageradamente ascético: es su manera de mostrar que el proyecto de Dios es lo único importante. Así, él vino a facilitar a todos el encuentro con Jesús.

Podríamos en este día preguntarnos: ¿Somos conscientes de que nuestra misión, como la de Juan, es la de facilitar a los demás el encuentro con Jesús o bien damos una impresión excesiva de predicarnos a nosotros mismos? ¿Cuál es nuestra postura cuando la situación se vuelve adversa como ahorita que hemos de seguir dando a conocer a Jesús y tenemos el obstáculo de la pandemia y sus consecuencias? ¿Somos capaces en estos momentos de mantener una actitud valiente, constante y decidida o nos echamos atrás dejándolo para otra ocasión más propicia y menos comprometida? ¿Cómo llevamos a término, en definitiva, la misión que nos ha sido confiada conforme a la vocación que cada uno hemos recibido? Alegrémonos con la fiesta de san Juan el Bautista. Demos gracias a Dios por su testimonio y pidámosle a él, contemplando también a la Santísima Virgen María que camina a nuestro lado, que sepamos cumplir con fidelidad y con sencillez la misión que Jesús nos ha encomendado. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

miércoles, 23 de junio de 2021

«Por sus frutos los conocerán»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio de hoy (Mt 7,15-20) nos muestra a Jesús haciendo una advertencia a sus discípulos y llamando la atención sobre un peligro que puede acechar a la comunidad: el problema de los falsos profetas. San Mateo da una norma a la comunidad para saber reconocerlos: la calma prudente. Saber esperar hasta que cada cual vaya dando sus frutos. Entonces se verán los actos concretos que distinguen al verdadero del falso profeta. La clave para detectar a los falsos profetas son, pues, sus obras, que no son buenas. 

Así, de una manera sencilla, Jesús insiste en la limpieza de corazón, en la ausencia de doblez y previene contra esos falsos profetas, aquellos que utilizan a Dios para hablar en nombre propio; que aparentan ser por fuera mansos, como ovejas, pero por dentro son lobos rapaces que destruyen la comunidad. Cada uno irradia fuera lo que lleva por dentro. Quien con su conducta edifica la comunidad, es bueno; quien la desmembra o dispersa, es malo. Quien da vida, es bueno; quien quita vida, malo. Todo aquél que oprime, reprime o suprime la vida de la comunidad es un falso profeta, está en pecado, alejado del Dios de la vida. Los malos profetas generan muerte y dispersión, como el lobo con los rebaños. Dentro de la comunidad son falsos profetas los que se eximen de poner en práctica los mandamientos mínimos, esto es, las bienaventuranzas, ese camino que lleva a la dicha por el amor y entrega a los demás y por la renuncia voluntaria al dinero.

De esta manera, nos damos cuenta de que el mensaje de este día es tan claro que cualquiera lo entiende. El profeta, el malo o buen ciudadano, el mal padre, el bueno o mal político, se descubren no tanto en las palabras que se lleva el viento como en las obras que realizan. Las palabras pueden ser buenas, pero si resultan engañosas, carentes de compromiso, ¿de qué nos sirven? Hay que confirmar las palabras con las obras. Los frutos, las obras, acaban siendo expresión auténtica, firmada, de la verdad y amor profundos del corazón. Si, además, tienen el encanto de haberlas hecho bellamente y con alegría, su aroma es todavía mejor. Hacer el bien y hacerlo bien, ese es el ideal humano y cristiano. Eso es lo perfecto. Pidamos por intercesión de María que demos frutos buenos. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 22 de junio de 2021

«Entrar por la puerta angosta»... Un pequeño pensamiento para hoy


Este día, 22 de junio, en la familia misionera a la que pertenezco, se celebra la memoria litúrgica de nuestra fundadora, la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento y nos llenamos de alegría con esta celebración que para nosotros tiene una liturgia especial con lecturas y oraciones propias. En la página madreines.wordpress.com se puede encontrar mucha información de la beata, su biografía, pensamientos, oraciones, testimonios y más. Les invito a que en este día, junto con los miembros de la Familia Inesiana agradezcan a Dios por el «sí» de esta maravillosa mujer a los planes de Dios. Me felicito y felicito a toda la Familia Inesiana que el día de hoy celebra también el 70 aniversario de fundación de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento, pioneras de todas las expresiones de esta familia misionera de la que formamos parte también los Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal.

Como en las reflexiones de este año estoy siguiendo el Evangelio de cada día, voy directamente a la escena que san Mateo nos presenta (Mt 7,6.12-14) para reflexionar en lo que Jesús nos dice en la parte final: «Entren por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y amplio el camino que conduce a la perdición». En los versículos 13 y 14 de este capítulo 7 de san Mateo, Jesús usa esta imagen muy curiosa. La de una puerta pequeña y el camino angosto que conducen a la vida y la puerta ancha y el camino espacioso que conducen a la perdición. San Mateo contrapone el camino de la muerte y el de la vida. Por tanto, seguir a Jesús significa tomar una opción difícil, dura, pero certera, como lo indican las imágenes: La salvación o la perdición. Por tanto, es preciso elegir entre estos dos modos de vida que son antagónicos.

Contraponer la puerta estrecha y la puerta ancha, es un modo sapiencial de exponer dos formas de conducirse en la vida: la de quienes buscan la voluntad de Dios buscando la santidad y la de quienes se contentan con realizar la suya propia. Esto no tiene nada que ver con un Dios tacaño, raquítico, que regala su gracia a cuenta gotas y a regañadientes sino con un Dios que nos ha creado libres. Así expone Jesús la necesidad de la decisión personal para entrar en el reino. No hay que dejarse arrastrar por lo que todos hacen; hay que salirse de la corriente para atinar con la vida. No es difícil entrar por la puerta angosta; sólo que la mayoría de los hombres, deslumbrados por lo más aparente, ni se da cuenta de que existe. La beata María Inés Teresa supo elegir la puerta angosta y hacer de su vida un himno de alabanza a Dios dándole sentido a todo lo que hacía. Su obra está ahora en 15 naciones y sigue creciendo. Pidámosle a María que ella nos ayude a saber elegir esa puerta angosta y alcanzar nosotros también la salvación. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo. 

lunes, 21 de junio de 2021

«La paja en el ojo ajeno»... Un pequeño pensamiento para hoy


En el Evangelio de hoy (Mt 7,1-5), Jesús nos deja ver que él no sólo quiere que no juzguemos mal, injustamente, sino que nos invita a no juzgar en absoluto. La comparación que pone es muy sencilla y formativa: la paja que logramos ver en el ojo de los demás y la enorme viga que no vemos en el nuestro. Claro que esta cuestión, probablemente tomada de algún refrán de la época es exagerada, como era exagerada la diferencia entre los diez mil talentos que le fueron perdonados a un siervo y los pocos denarios que él no supo condonar. Pero a fin de cuentas el aviso es claro: «Nos van a juzgar como juzguemos nosotros, y la medida que usemos, la usarán con nosotros». Si nuestra medida es de rigor exagerado, nos exponemos a que la empleen también contra nosotros. Si nuestra medida es de misericordia, también Dios nos tratará con misericordia. 

Total que vemos que Jesús en este discurso, echa mano de su sabiduría humana y popular, de las reglas sabias que regulan la convivencia humana. No apoya estos dictámenes en razones superiores inspiradas en el Padre, tal como era su costumbre al hablar. Hoy trata de una norma lógica, muy humana, que precisamente por lo sencillas que es, es de mucha altura, porque sin ella no es posible establecer una convivencia humana. El querer de Dios lo muestra Jesús aquí apoyado sobre grandes logros éticos de la humanidad. Nuestras comunidades y familias no pueden olvidar que la vivencia del Evangelio siempre se apoyará también sobre normas básicas de conducta humana. La novedad del Evangelio consiste en que no va a hablar sobre temas que no sean conocidos; al contrario, aquellos logros de profunda humanidad son ratificados por el Dios encarnado; entonces el Evangelio les da una calidad superior que lleva a la voluntad expresa del Padre.

Dirán algunos que en la práctica esta enseñanza puede plantear muchos problemas. ¿No nos llevaría a una tolerancia excesiva? ¿No podríamos corregir las fallas de los demás por no tener la suficiente autoridad moral para hacerlo? Ciertamente que este tema no se puede resolver sólo con estas palabras que nos transmite Mateo, porque Jesús plantea a lo largo de todo el Evangelio, la corrección fraterna como algo posible y obligatorio al interior de la vida cristiana. Lo que sí queda claro con la enseñanza de hoy, es que Jesús no admitiría nunca que una persona corrija a otra considerándose ella misma perfecta; con orgullo y dureza. En resumen, podemos decir que las palabras de Jesús el día de hoy, son una llamada al autoconocimiento. Quien se conoce bien puede comprender mejor a los demás desde su propia pequeñez. Que María Santísima nos ayude a conocernos mejor, a ver la viga propia antes de la paja ajena. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 20 de junio de 2021

«Jesús calma la tempestad»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy, en nuestra sociedad mexicana y en otras partes del mundo estamos celebrando el día del padre, rogando por nuestros papás. Los padres están en el corazón del plan de Dios. El papel del papá es bien importante en la Iglesia y viene del hecho de que él coopera con Dios el Creador, nos dice el Catecismo de la Iglesia (#2367). Por supuesto que estoy recordando a mi propio papá, don Alfredo, que murió hace casi dos años, pero también a todos los padres vivos o difuntos que he conocido a lo largo de mis casi 60 años de vida. A todos los encomiendo. No dejo de pensar en que la humanidad, no puede ni podrá jamás, prescindir de la misión que la paternidad realiza en pro de la vida y de la familia. Pues como nos enseña la Exhortación Apostólica Familiaris consortio «Revelando y reviviendo en la tierra la misma paternidad de Dios, el hombre está llamado a garantizar el desarrollo unitario de todos los miembros de la familia. Realizará esta tarea mediante una generosa responsabilidad por la vida concebida junto al corazón de la madre, un compromiso educativo más solícito y compartido con la propia esposa, un trabajo que no disgregue nunca la familia, sino que la promueva en su cohesión y estabilidad, un testimonio de vida cristiana adulta, que introduzca más eficazmente a los hijos en la experiencia viva de Cristo y de la Iglesia» (cf. Exhort. Apost., Familiaris consortio, 25).

Luego de esta larguísima introducción, como suele ser el primer párrafo de los tres que publico cada día, entro en el Evangelio de hoy (Mc 4,35-41). La tempestad calmada es una hermosa narración en medio del mar donde no hay asideros para salvarse y la vida peligra; allí los discípulos acuden a Jesús. El mar es presentado, muchas veces en la Sagrada Escritura, como lugar donde la vida peligra. Esta tempestad evoca las tempestades de la vida que nos ponen en apuros, ya que a pesar de que no nos jugamos la vida en el mar —aunque si algunos—, si lo hacemos en el trabajo, en la enfermedad, en las jugadas sucias, en la fidelidad prometida, en los imprevistos que nos sobresaltan, en la muerte de un ser querido, en un hogar en crisis, etc. Tenemos tempestades que hacen zozobrar nuestra barca y nuestra vida. Gracias a esas tempestades algunos despertamos y nos preguntamos de nuevo por Dios.

La realidad que vive nuestro mundo es una realidad semejante a la tempestad que nos relata el Evangelio, sin embargo, en esta realidad Jesús se presenta como el adversario principal de todo aquello que nos atemoriza y nos hace perder la calma. Es muy claro que Jesús en el evangelio a los discípulos les echa en cara su cobardía, pues los quiere perfectos en la fe. Quiere que se convenzan de que la barca donde él está, aun cuando duerma y esté sacudida por violentas tempestades, no puede naufragar. Así es la confianza que deben tener los padres de familia en Dios y así es la confianza que todos debemos tener. Tengamos fe que nuestro compañero de viaje es el Señor, recordando que la oración —que todos debemos hacer— no es una fuerza mágica que al instante remedia todos los males, pero sí es la manera de compartir con Dios los miedos y las angustias y con la cual sostenemos nuestra nave mientras amina la tormenta. Es cierto que muchas veces le hablamos al Señor y el continua en silencio, sin embargo, interiormente la fuerza se experimenta porque desde la fe y a la luz de la Palabra de Dios sabemos que Él es capaz de tendernos la mano ante el grito: «sálvame que me hundo». Siempre termino la reflexión pidiéndole a María que ella nos ayude, hoy, día del padre, recurro también a San José, protector de la Iglesia, modelo y ejemplo de todo papá. A él le pido que interceda por cada uno de nosotros, especialmente por todos los padres de familia —y pienso especialmente en todos los papás jóvenes— que se ven inmersos en la tempestad de la vida. Amén.  ¡Bendecido domingo y felicidades a todos los papás en su día!

Padre Alfredo.

sábado, 19 de junio de 2021

«Un corazón que late al unísono del Corazón de Cristo»...

Estas líneas son la conferencia que tuve con la Familia Inesiana en Indonesia, con la participación de las hermanas Misioneras Clarisas de Vietnam. El tema es una adaptación de «Al unísono del Corazón de Jesús», otro tema que está en este mismo blog.

Me da mucho gusto estar en este día, —amanecer para nosotros en México— virtualmente en Indonesia, gracias a la invitación que se me ha hecho en esta ocasión en la que sumergidos en el mes que la Iglesia dedica al Sagrado Corazón de Jesús, celebramos los 70 años de fundación de las Misioneras Clarisas, pioneras de nuestra Familia Inesiana, y 40 años de que nuestra amada madre fundadora regresó a la Casa del Padre. Gracias, de todo corazón, por invitarme a compartir con ustedes este tema.

Me llamo Alfredo Delgado, soy sacerdote Misionero de Cristo para la Iglesia Universal desde hace casi 32 años y entre otras encomiendas, colaboro en la causa de canonización de la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento. Soy mexicano de nacimiento, pero como misionero, tengo un corazón que tiene como su casa, el mundo entero.

He querido, para esta ocasión, compartir con ustedes un tema que entrelace estos dos acontecimientos de nuestra familia misionera, con el regalo maravilloso del Corazón Sagrado de Cristo, en el que nos movemos, existimos y somos como misioneros, para sembrar la misericordia del Señor por todas partes.

Todos sabemos que una persona con corazón es una persona profunda y a la vez cercana; una persona entrañable y comprensiva, una persona capaz de sentir emociones, a la vez que de ir al fondo de las cosas y los acontecimientos, una persona que sabe el valor de la fraternidad, de la amistad, de la solidaridad.

El corazón, a lo largo de la historia, ha simbolizado para la gran mayoría de las culturas el centro de la persona, el lugar en donde el ser vuelve a la unidad y se fusiona la múltiple complejidad de sus facultades, dimensiones, niveles, estratos: lo espiritual y lo material, lo afectivo y lo racional, lo instintivo y lo intelectual. Una persona con corazón no es dominada por el sentimentalismo que va y viene, sino por una coherencia y un equilibrio de madurez que le permite ser objetiva y cordial, lúcida y apasionada, intensiva y racional; la que nunca es fría, sino siempre cordial, nunca ciega, sino siempre realista.

Tener corazón, hoy y siempre, equivale a ser una personalidad integrada, por eso, el corazón es el símbolo de la profundidad y de la hondura. Sólo quien ha llegado a una armonía consciente con el fondo de su ser y con su Creador, consigue alcanzar la unidad y la madurez personales.

Jesús, el Señor, el Maestro, el Esposo fiel, tiene corazón, porque toda su vida es como un fruto maduro y exuberante, un fruto suculento de sabiduría y santidad. Su corazón no es de piedra sino de carne (cf. Ez 11,19). Su vida es un signo del buen amar, del saber amar. Jesús en su corazón, es la profundidad misma del ser humano. En él está la fuerza del espíritu que brota como agua fecunda hasta la vida eterna (cf. Jn 7,37; 19,34).

Estamos inmersos en el mes del Sagrado Corazón de Jesús, cuyo culto es la res-puesta de cada uno de nosotros al infinito amor de Cristo que quiso quedarse en la Eucaristía para siempre. Que mientras exista uno de nosotros no vuelva Jesús a sentir soledad o tristeza: «He aquí el Corazón que tanto ha amado y llama al hombre y en respuesta no recibe sino olvido e ingratitud» (Palabras de Nuestro Señor, el 16 de junio de 1675 mostrándole su Corazón a Santa Margarita María de Alacoque).

Este culto que rendimos es la respuesta de correspondencia nuestra al amor del corazón de Jesús que late en la eucaristía, donde ese corazón palpita de amor por nosotros.

Cierto que en nuestros tiempos, el mundo ha echado al olvido este sentido del corazón, y no sólo del Sagrado Corazón de Jesús, o del Inmaculado Corazón de María, sino de todo lo que ello encierra y con lleva.

El papa Francisco no se cansa de repetir que hay que darse a la tarea de la búsqueda de los valores y reglas, a los que debería atenerse el mundo de hoy para implementar un modelo de desarrollo más atento a las exigencias de la solidaridad y más respetuoso de la dignidad humana. Necesitamos encontrarnos con el corazón misericordioso de Jesús, necesitamos entrar al corazón manso y humilde del maestro, necesitamos convencernos profundamente de que solamente ese co-razón, y aquellos que laten al unísono de él, serán capaces de transformar un en-torno, un ambiente, una sociedad.

En nuestros festejos de los 70 años de la fundación de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento y los 40 años del regreso al Padre de la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, encontramos en ella un corazón que latió siempre al unísono del Corazón Sagrado de Cristo. Ese es el corazón de la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, la fundadora de nuestra Familia Inesiana que el mundo entero debe ir conociendo para tomarlo como modelo que nos ayude a amar a Dios y hacerle amar del mundo entero. 

El corazón misionero y sin fronteras de la madre Inés, se nos presenta en esta fiesta que celebramos, como un desposorio espiritual con el corazón traspasado de Jesús como para decirnos que no debemos olvidar que el mes de junio, dedicado al Sagrado Corazón, debe ser una fiesta que prolongue un encuentro diario con el mundo sediento de Dios que, al mismo tiempo, ha perdido la capacidad de amar.

La figura de la beata madre Inés, nos deja ver claramente un corazón que fue dócil a la acción de Dios, un corazón que, desde que ella era pequeña, fue descubriendo el valor de amar «al estilo divino» como ella decía. El corazón traspasado de Cristo, fue dejando huella en el suyo y una huella imborrable que le hizo latir sólo para él, salvando «almas, muchas almas, infinitas almas», como ella también afirmaba.

En una de sus cartas, la beata madre María Inés escribe: «El corazón de Dios es para los pequeños y miserables que nada pueden, que nada tienen, pero que reconocen alegremente su necesidad, y... todo, ¿lo oyen? todo, lo esperan de su Padre Dios, tan bueno, tan misericordioso, tan cariñoso, y que está dispuesto a dar sus gracias a sus hijos pequeños que confían ciegamente en él y saben que únicamente cuentan con él... para todo. Dios quiera que seamos siempre así. No dejaré de decírselos ni después de muerta. Por eso: Sagrado Corazón de Jesús, en ti con-fío» (Cartas Colectivas, f. 3163).

La Madre María Inés fue depositaria de un secreto. Tuvo acceso al misterio «escondido desde los siglos en Dios» (Ef 3,9). Jesucristo es el salvador de la humanidad, y salvar almas para él en este mundo, debe ser considerado como el acontecimiento decisivo de la historia humana. Esta afirmación central de la fe, la llevó ella en el corazón de su existencia. Fue, de verdad, la luz que iluminó su camino bajo la viva compañía de María de Guadalupe para fundar las Misioneras Clarisas hace 70 años y con ello toda la familia Inesiana, de la cual formamos parte también los Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal, congregación hermana de las Misioneras a la que yo pertenezco.

La beata María Inés comprendió, desde muy joven, que la condición normal del cristiano es la de «estar dispersos» entre los demás hombres y mujeres, sin perder de vista que el Evangelio es ante todo una persona, Alguien, un Corazón que late de amor por la humanidad. Así vivió ella siempre. Enamorada de ese corazón y haciendo latir el suyo al unísono de ese Corazón de Jesús para hacerlo amar del mundo entero.

A los pocos años de la fundación, la Madre alcanzó a ver a sus hijas misioneras marchar a diversas partes del mundo para llevar ese amor al Corazón Eucarístico de Jesús.

Hoy, que la iglesia está un poco por todas partes en estado de misión, cristianos y no cristianos nos encontramos a diario, si no físicamente, por lo menos a través de las extensas e innumerables redes sociales que existen. El Concilio Vaticano II, en la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, entre otras cosas, nos recuerda que todos los hombres, de una manera o de otra, pertenecen al pueblo de Dios. Pero entonces, ¿por qué se necesita la misión y cuáles son las tareas que dicha misión requiere?

En verdad, decía la beata María Inés Teresa, la única realidad propia del cristianismo, tiene un nombre: «Jesucristo». En él y sólo en él tienen consistencia los designios divinos de salvación. El Sagrado Corazón nos invita a profundizar en este dato fundamental para ver lo que se deduce de él para la vida cristiana y el contenido del testimonio de la fe. Desde toda la eternidad, Dios tuvo el designio de crear por amor y de llamar a los hombres y mujeres a ser sus hijos. Madre Inés captó que la iniciativa divina de la salvación, que tiene lugar en la creación, es la misma que se manifiesta en Jesús de Nazareth para quien ella siempre vivió.

El misterio oculto desde todos los siglos ha sido, por fin, revelado. La historia de la salvación comienza verdaderamente en Cristo nuestro Señor y el amor de su corazón debe ser revelado a todas las naciones, por eso ella quería llegar a todos los rincones de la tierra y lo expresa con estas palabras: «Que todos te conozcan y te amen, es la única recompensa que quiero». El mundo no cambiará, si no es te-niendo un corazón que vaya latiendo al mismo ritmo del corazón de Jesús como fue el corazón de la beata Madre Inés. El cuerpo resucitado de Cristo vivo y presente en el mundo en la Eucaristía, es ya para siempre el «sacramento» primor-dial del diálogo de amor entre Dios y la humanidad.

El origen de esta dinámica del banco de las almas —como decía la beata María Inés—, en su corazón misionero, fue el Espíritu Santo. Sus dones infinitamente variados se encontraron en el corazón de Manuelita de Jesús —que era su nombre de pila, que luego cambió al ingresar al convento—, la base firme para la edificación del Reino, porque ese corazón, se había arraigado en la caridad de Cristo. Es preciso amar como Cristo ha amado sin que nos detenga ninguna frontera, amar hasta el don total de sí mismo, como hizo ella, hasta el don de la vida. Cuando la beata murió, hace 40 años, tuvo el gozo de ver esparcida su obra por muchas par-tes y hoy, 70 años después de aquel inicio de su obra, la Familia Inesiana está presente en 15 naciones del mundo.

Con un acceso muy especial a la revelación del misterio oculto en Dios, desde los siglos, la beata María Inés se vio empujada por el dinamismo irresistible de su fe a anunciar a sus hermanos, la buena nueva de la salvación, que de una vez para siempre, nos ganó Jesucristo. San Pablo expresa el objeto de la Buena Nueva con estas palabras: «la incomparable riqueza de Cristo». (cf. Flp 3,8; Col 2,2; Ef 2,7).

Misionar fue, para Madre Inés, ofrecer en participación, una riqueza que no se posee, y de la que no tenemos ni la exclusividad, ni el monopolio. El misterio de Cristo, trasciende toda expresión particular. Cualquiera que sea la diversidad y la profundidad, los caminos espirituales de todos los hombres y de todas las culturas, encuentran en él, y sólo en él, su punto de cumplimiento y de convergencia. Por tanto, anunciar a Cristo a todos los que no le conocen y no le aman aún, es estar uno mismo esperando, también, un nuevo descubrimiento de su misterio en el corazón de los hombres y de los pueblos, que se han de convertir a él; es hacer posible el que la acción del espíritu, que está obrando en el mundo pagano, fructifique en la iglesia y adquiera una expresión inédita hasta entonces. 

Misionar, para la madre Inés, fue vaciarse, hacerse más pobre que nunca, acompañar a las almas en su propio camino, participar en su búsqueda y, en esta participación fraterna, hacer aparecer a Cristo como el único, que puede dar sentido a esta búsqueda y llevarla hasta su meta.


El corazón misionero de la beata María Inés, unido al Corazón Sacratísimo de Jesús y sumergido en el Corazón Inmaculado de María, se hace invitación a poner manos a la obra, a explotar recursos personales, hacer que la tierra sea cada vez más habitable para el hombre, a dar todo su valor a la riqueza de la creación de Dios en un mundo que se desgarra entre el egoísmo y el placer; entre el consumismo y la ceguera espiritual. Madre Inés viene a gritar al corazón del hombre y de la mujer de hoy, a veces mezquino y triste, que el amor que edifica el Reino es inseparable del amor que hace que progresivamente la humanidad acceda a la verdad definitiva, y que esta verdad no se consigue sino más allá de la muerte, pero se va construyendo en este mundo sobre un terreno en el que sin cesar encontramos a la cizaña mezclada con el buen trigo (Mt 13,24-52). La separación no se hace hasta después de haber pasado por la muerte.

En el Evangelio de san Juan, el evangelista concede gran importancia a la lanzada que siguió a la muerte de Cristo en la cruz: «Llegados a Jesús —los soldados—, le encontraron muerto, y no le rompieron las piernas. Pero uno de los soldados le abrió el costado con su lanza, y al instante salió sangre y agua» (Jn 19,33-34). Para el evangelista, toda la economía sacramental de la iglesia ha brotado, en cierta manera, de Cristo, en el momento de su muerte en la cruz, y se funda ante todo en los sacramentos del bautismo y de la Eucaristía.

Por eso madre Inés llevó a plenitud su bautismo, viviendo las virtudes de grado heroico y por eso puso en el centro de su vida a Jesús eucaristía y tanto el significado del bautismo, como el de la eucaristía, hacen referencia al sacrificio de la Cruz en aquel momento en el que manó sangre y agua del costado de Cristo.

No sólo los miembros de la Familia Inesiana, sino toda la Iglesia y la humanidad, estamos agradecidos por el don del corazón misionero de la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento. Estamos contentos por este regalo de su vida que hoy recordamos, de su testimonio, de su corazón sin fronteras que fundó esta maravillosa obra; pero, más que nada, estamos comprometidos con ella misma por-que algo tenemos que ver con ella y su amor a Dios, y ella —como afirma Mons. Juan Esquerda Bifet— no tuvo tiempo de teorizar. La Palabra de Dios poco a poco, seguirá labrando nuestro corazón como hizo con el de ella y el de su amada María Santísima de Guadalupe, para que también nosotros, nos convirtamos en compañeros de Cristo en el cumplimiento de los designios de la salvación. 

El amor de Madre Inés al Corazón de Jesús, le hace ir también al corazón de Ma-ría. «En su corazón —el corazón de María— voy depositando todo» (Cinco escuelitas) solía decir. En sus Experiencias Espirituales nos dice: «Vayan a ese abismo de misericordia, a ese corazón de María y, arrójense en él confiados; esta Madre de dolores, que tanto padeció a causa de nosotros, sabe acoger con ternuras maternales a los que en ella confían, y cambiar los negros corazones, en blancos y mullidos nidos del Espíritu Santo».

Bueno hermanos, el tiempo corre. Hemos compartido un poco de este corazón de la beata María Inés que late al unísono del corazón de Jesús acogida al corazón de María. Sigamos haciendo de estos días un gran festejo unidos a toda la Familia Inesiana en el mundo entero, dando gracias por 70 años de un caminar que ha hecho presente el amor de Dios, bajo la mirada dulce de María, gracias a la vida de esta maravillosa mujer que va camino a la canonización. 

Termino esta reflexión con unas palabras de la beata madre María Inés en las que dice: «No se fíen mucho en sus propias fuerzas y en su propia habilidad. Confíen, sí, inmensamente que Dios estará con ustedes; que el Sagrado Corazón de Jesús será su fuerza, su sostén, en todo cuanto necesiten, en la seguridad que él obrará por ustedes y en ustedes, por el bien de las almas que se les ha confiado. Necesitan amar mucho a las almas, inmolarse por ellas, aceptando y recibiendo con amor, pequeños y grandes sacrificios que la misericordia divina les depare; de lo contrario, todo se vendrá abajo, y ante todo hay que ver por la propia santificación, que redundará en bien de todas las almas que tienen bajo su cuidado. Oración y más oración por ellas. Y el apostolado que se cumpla íntegro y con sumo cuidado, en las horas prescritas, sin perder un minuto de tiempo (Cartas Colectivas, f. 3185).

Padre Alfredo.

«Reconocer la presencia y acción de Dios en nuestra vida»... Un pequeño pensamiento para hoy

El texto evangélico de hoy (Mt 6,24-34) y en el que baso la reflexión de este día como a diario lo hago meditando en torno al Evangelio, toca el tema de la Divina Providencia y nos ayuda con ello a revisar la relación que tenemos con los bienes materiales. El pasaje trata dos asuntos de distinto peso: nuestra relación con el dinero y nuestra relación con la Providencia Divina. Una vez más, como en estos días anteriores, Jesús nos habla de su Padre, nos revela su paternidad, su amor infinito, su ternura que le hace inclinarse hacia nosotros, sus débiles hijos necesitados siempre y en todo de su ayuda. Y es, precisamente, nuestra pequeñez, nuestra debilidad humana, nuestra fragilidad lo que se convierte en nuestro llamamiento a la misericordia de Dios. 

Así, Jesús nos hace ver que estamos llamados a reconocer la presencia y acción de Dios en nuestra vida, en nuestra historia. La proposición de Jesús es muy clara y evidente: él nos invita a seguirle abandonándonos a la providencia amorosa de Dios nuestro Padre, a todos, nos dice hoy «no estén, ni anden agobiados…». Esto sólo se entiende si el Reino de Dios llega a ser el centro de todas nuestras preocupaciones, porque el Reino pide una convivencia, donde no haya acumulación, y donde haya un compartir, para que todos tengan lo necesario para vivir. El Reino es la nueva convivencia fraterna, en la que cada persona se siente responsable del otro, lo que para nuestros días pareciera tener plena y absoluta vigencia.

Y es que, como sociedad consumista, vivimos demasiado preocupados, siempre con prisas por las cosas materiales. Podríamos ser igualmente eficaces, y más, en nuestro trabajo si nos serenáramos, si no perdiéramos la capacidad de lo gratuito, si supiéramos, de cuando en cuando, «perder tiempo» con los nuestros, y no empezáramos a sufrir por adelantado por cosas que no sabemos si nos pasarán mañana: «a cada día le bastan sus propios problemas». Pidamos este día, con insistencia y de la mano de María, que nos dejemos enseñar por Jesús para buscar lo principal y no lo accesorio. Que cada día demos importancia a lo que la tiene, y no dejarnos deslumbrar por necesidades y valores que no valen la pena. Sobre todo, que busquemos «el Reino de Dios y su justicia». Lo demás vendrá por añadidura. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 18 de junio de 2021

«Los tesoros en el cielo»... Un pequeño pensamiento para hoy


Qué difícil de entender, en medio de una sociedad tan materialista, sobre todo para las generaciones jóvenes, el tema que toca el Evangelio de hoy (Mt 6,19-23) de atesorar tesoros en el cielo y no en la tierra donde todo se corroe. Los «tesoros en el cielo» no son una referencia etérea a pensamientos bondadosos en el corazón de Dios o algún tipo de trivialidad. Los «tesoros en el cielo» son cosas de valor en el reino de Cristo —ese reino que ya empieza a establecerse—, tales como la justicia, la oportunidad de que todos sean productivos, la provisión para las necesidades de todos y el respeto por la dignidad de cada individuo. La implicación es que es mejor invertir el dinero en actividades que transformen el mundo, que en cosas materiales que solamente crearán una superabundancia acumulada para la que no habrá más espacio dónde guardar. No debemos olvidar que estos bienes fascinantes de este mundo no son el supremo bien y que cuando el hombre los adora, ¿no es verdad que traen como consecuencia ambiciones, angustias, sometimiento, rivalidades, injusticias, desesperaciones? Al final, tendremos que repetir las palabras de San Agustín: «Nos hiciste, Señor, para ti, e inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en Ti». 

Lo que es invertido en Dios, tiene un valor duradero, no como lo del mundo, que todo se acaba o se queda aquí cuando morimos. Entonces, de ¿qué clase de tesoros hablamos? En primer término está la entrega del corazón a Dios. Pero luego también todo lo que el discípulo–misionero pueda hacer con la intención de servir realmente a Dios. Si el ojo está sano, vemos bien, si el ojo está enfermo, nos vemos rodeados de tinieblas. Si el ojo, la mirada, está puesta en Dios, que es la luz y fuente de toda luz, se iluminará el misterio de la oscuridad humana. Si no se tiene puesto en Dios, se queda uno en lo superfluo y con el peligro de vivir en tinieblas, dentro del misterio de la propia oscuridad inmerso en cosas materiales.

Con este texto evangélico cada uno puede preguntarse qué tesoros aprecia y acumula, qué uso hace de los bienes de este mundo. ¿Dónde está tu corazón, tu preocupación? Porque sigue siendo verdad que «donde está tu tesoro, allí está tu corazón». Ya quedamos avisados de que hay cosas que se corrompen y pierden valor y sin embargo, tendemos a apegarnos a riquezas sin importancia. Estamos avisados de que los ladrones abren boquetes y roban tesoros. Sería una pena que fuéramos ricos en valores «penúltimos» y pobres en los «últimos». ¡Qué pobre es una persona que sólo es rica en dinero cuando se aferra a él como único bien! Los que cuentan no son los valores que más brillan en este mundo, sino los que permanecen para siempre y nos llevaremos «al cielo», nuestras buenas obras, nuestra fidelidad a Dios, lo que hacemos por amor a los demás. Y dejaremos atrás tantas cosas que ahora apreciamos. Pidamos con María sencillez de vida y valor para hacer un tesoro en el cielo. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 17 de junio de 2021

«Un modelo de oración: el Padrenuestro»... Un pequeño pensamiento para hoy


Jesús, en el Evangelio de este día (Mt 6,7-15), nos regala su modelo de oración: el Padrenuestro. Una oración que se puede considerar como el resumen de la espiritualidad del Antiguo y del Nuevo Testamento. Una maravillosa oración muy bien equilibrada, concisa y educativa por demás. Esta oración se divide en dos grandes partes, la primera de las cuales nos hace pensar en Dios, haciéndonos reflexionar en que Dios es nuestro Padre. Nos habla de santificar su nombre, pide que se establezca su reino y que se haga su voluntad. Así, los discípulos–misioneros de Cristo mostramos nuestro deseo de sintonizar con Dios. Después de esto, viene una segunda parte en la cual pasa a nuestras necesidades, nos invita a pedir el pan de cada día, a pensar en el valor inmenso del perdón de nuestras faltas, nos anima a pedir la fuerza para no caer en tentación y vencer el mal.

Este modelo de oración que nos ofrece Jesús, es precisamente para que le demos contenido original tanto a nuestra oración privada como comunitaria. De hecho lo rezamos siempre en cada Eucaristía en la que participamos y la Iglesia lo establece como oración en otros momentos del día, en las Laudes y Vísperas de la Liturgia de las Horas. Cuando rezamos el Rosario, tenemos allí también el Padrenuestro que nos da la oportunidad —personal y comunitaria— de confrontar nuestra vida con el mismo proyecto de Dios. Podemos afirmar que es una oración profunda compuesta por pocas palabras y mucho amor.

Sabemos bien lo que quiere Jesús con esta oración. Él quiere que confrontemos nuestra vida personal y comunitaria con su proyecto original, que con nuestro proceder, hagamos que el Reino de Dios acaezca. Y que sepamos que esto sólo se logra si nuestras obras son las obras que el Padre o él harían, si luchamos porque la comunidad pueda asegurar su subsistencia... si estamos abiertos al perdón de toda deuda y al amor que destruye todo desnivel social... y si no caemos en la tentación del Maligno, que consiste en poner nuestro interés personal por encima del interés comunitario. Rezándolo nos sentimos de verdad hijos, ya sea que estemos solos o en una reunión de oración. Abramos al Padre, al rezarlo, nuestro corazón con sus llagas y con sus afanes de perfección; conversemos con el Amigo; comprometámonos con quien sabemos que es siempre fiel; y también con sus hijos, nuestros hermanos. Bajo la mirada de María, que nos acompaña siempre, pidamos un corazón nuevo, audaz, desprendido, que todos los días llame a Dios «Padre» y se ponga en sus manos, pues ésta es la única ventana abierta a la paz en medio de las turbaciones humanas. ¡Bendecido jueves eucarístico y sacerdotal!

Padre Alfredo.

miércoles, 16 de junio de 2021

«Limosna, oración y ayuno»... Un pequeño pensamiento para hoy


San Mateo nos presenta en el Evangelio de hoy (Mt 6,1-6.16-18), las diferencias que deben darse entre los discípulos–misioneros de Jesús y los fariseos, tomando como tema central tres prácticas que para los fariseos eran fundamentales para agradar a Dios: la limosna, la oración y el ayuno. Son prácticas que nosotros tocamos en especial en la Cuaresma, pero la Iglesia quiere que no nos olvidemos de que tenemos que vivir estas acciones en un dinamismo que englobe nuestra vivencia de fe. El primer tema que toca Jesús es la limosna (Mt 6,1-4). En este trozo de San Mateo, califica de hipócritas a los que dan limosna solo por apariencia y no por amor al prójimo o por Dios, sino por amor a sí mismos. Ellos ya han recibido su paga... con el honor que se les tributa. Frente a esta actitud, el texto plantea la posición contraria: la mano izquierda no debe saber lo que hace la derecha. Nadie necesita saber de nuestra limosna. El texto supone que el que da la limosna recibirá la recompensa de Dios e invita a despojarse de toda vanagloria o autosatisfacción como objetivo secreto de las buenas obras.

El segundo tema es la oración (Mt 6,5-6). Las palabras de Jesús sobre la oración, en este pasaje, siguen el mismo esquema que las referentes a la limosna. La oración en público la hacían los judíos en determinados momentos del día; los que eran piadosos se detenían en cualquier lugar en donde se encontraban y recitaban de pie las oraciones, llamando la atención de los que les rodeaban. La instrucción positiva: «entra en tu cuarto», tiene como significado extremar con imágenes la actitud correcta en la oración, ya que ésta puede convertirse en un recurso para mostrarse como piadoso ante los demás y eso no debe ser. La oración debe dirigirse a Dios que recompensará la oración correcta. El hecho de que el Padre sepa lo que necesita el que ora, muestra que la oración dispone al hombre para recibir los dones que Dios quiere concederle.

El tercer tema que Jesús toca es el ayuno (Mt 6,16-18). En el Antiguo Testamento el ayuno aparece relacionado con el luto o con el arrepentimiento. En la ley solo se prescribe el ayuno del día de la Expiación. El ayuno consistía inicialmente en abstenerse de alimentos durante todo el día. La desfiguración del rostro formaba parte del ritual del duelo y el luto. Para desfigurarse, la persona tomaba sobre sí el «saco y las cenizas». Estas cosas son reprobadas por Jesús por ser mera exhibición externa. En cambio, los discípulos–misioneros, desde aquel entonces, cuando ayunamos, nos debemos perfumar la cabeza y lavar la cara, porque lavarse y ungirse era la manera de prepararse para un banquete, no eran signos de duelo y aflicción. Es interesante que las advertencias de Jesús siguen siendo válidas en un mundo donde muchas veces la religiosidad sirve para algunos que se quieren lucir, para enmascarar el olvido de Dios y de la justicia del Reino y quedarse solamente en ritos exteriores. Que María Santísima nos ayude a vivir etas tres prácticas como deben ser. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 15 de junio de 2021

«Amor hacia los enemigos»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio siempre acontece y perennemente nos lleva a amar en plenitud. Amar no al estilo del mundo, sino al estilo de Dios, como lo muestra el trozo evangélico que la liturgia de la palabra de Misa propone para el día de hoy (Mt 5,43-48). Lo que Jesús nos regala en su Evangelio, es la propuesta de un hombre nuevo superador de las cadenas del egoísmo y de la venganza. Jesús predicó que no basta amar a los que nos aman —lo cual es siempre fácil, porque sale de dentro y lo hacen hasta los que no creen en Dios—, sino también a los que no nos son agradables, y a los que nos perjudican, incluso a los que nos quieren mal o nos causan mal, los enemigos.

Una comunidad cristiana, según enseñó Jesús, debe ser más que un grupo de hermanos bondadosos entre sí. Deben ser hermanos capaces de perdonar y de perdonarse, de rogar por aquel que les daña y de devolver bien por mal. Una comunidad cristiana debe estar formada por gente que cada día, como decía la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento «se ve siempre con ojos nuevos». Aquí los argumentos racionales no son los principales: por encima está el ejemplo del Padre Celestial, que actúa con nosotros siempre devolviéndonos bien por mal, ya que a pesar de nuestros pecados igual gozamos de los bienes naturales como si fuésemos buenos. Ante la sociedad que se mueve bajo los criterios de la ley de la compensación, del amor interesado o incluso de la venganza, el Reino de Dios se yergue como una verdadera alternativa.

El amor hacia los enemigos es el elemento que asegura la integridad de la doctrina cristiana, es el vértice donde Jesús ha puesto todo el contenido de su proyecto, cambiando la ley antigua por una norma más exigente, la del amor sin límites sin restricciones. De esta manera, los discípulos–misioneros de Cristo hemos de construir nuestra vida desde la paradoja del amor, la oración y el perdón, incluso a los enemigos, como la norma central de la vida y la misión. Para Jesús, el nuevo estilo de vida conlleva el atenerse al espíritu de la ley y no a la letra de la misma. Ahora nos toca a nosotros actuar de la misma manera como actuó Jesús frente a la Ley, dejando todo legalismo alienante y vivir en verdadera libertad. Pidamos con María a Cristo que sea él quien siembre en nosotros su mismo espíritu frente a las leyes y que podamos amar siempre yendo más allá. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

P.D. Quiero compartirles que hoy celebra su XXV aniversario de ordenación sacerdotal el padre Luis Gerardo Montemayor Guerrero, hermano de congregación y un sacerdote muy generoso que ha ido respondiendo al llamado de Dios en las diversas encomiendas que ha recibido. Dios siga haciendo muy fecundo su ministerio sacerdotal como misionero y religioso del instituto de los Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal. ¡Muchísimas felicidades padre Luis!

lunes, 14 de junio de 2021

«Ir más allá»... Un pequeño pensamiento para hoy


Para comprender bien el por qué Jesús habla así en el Evangelio de hoy (Mt 5,38-42) hay que entender lo que en aquellos tiempos era la llamada «ley del talión» —ojo por ojo y diente por diente—. Esta era una ley que, en su tiempo, representaba un progreso: quería contener el castigo en sus justos límites, y evitar que se tomara la justicia por su cuenta arbitrariamente. Había que castigar sólo en la medida en que se había faltado: «tal como» —de ahí el nombre de «talión», del latín «talis»—. Hoy Jesús, en lo que nos enseña, va más allá, porque él no quiere que se devuelva mal por mal. Pone ejemplos de la vida concreta, como los golpes, o los pleitos, o la petición de préstamos: «no hagan frente al que les agravia... preséntale la otra mejilla... dale también el manto».

Hay que captar muy bien, pues no es una invitación a aceptar, sin más, las injusticias sociales y a cerrar los ojos a los atentados contra los derechos de la persona humana. Ni Jesús ni sus discípulos misioneros permanecemos indiferentes ante estas injusticias, sino que las denunciamos. El mismo Jesús pidió explicaciones, en presencia del sumo sacerdote, al guardia que le abofeteó, y San Pablo apeló al César para escapar de la justicia, demasiado parcial, de los judíos. Pero sí se nos enseña que, cuando personalmente somos objeto de una injusticia, no tenemos que ceder a deseos de venganza. Al contrario, que tenemos que saber vencer el mal con el amor. Es como la actitud de no-violencia del recordado Mahatma Gandhi, que practican tantas personas a la hora de intentar resolver los problemas de este mundo, siguiendo el ejemplo de Jesús que muere pidiendo a Dios que perdone a los que le han llevado a la cruz.

El mandato de Jesús exige una profunda experiencia de amor para los que obran el mal y la violencia. Esta es la paradoja del cristianismo que obliga a dar bien por mal, exigencia de nuestro compromiso de bautizados que reclama un amor incondicional a todos los hombres, sea cual fuere su comportamiento con nosotros. Jesús nos invita a construir una nueva sociedad en la igualdad, la solidaridad y el respeto entre los hombres, quebrando toda actitud de menosprecio y humillación. Pidamos, con ayuda de la Santísima Virgen María, que podamos comprender con sencillez y lealtad a Nuestro Señor, que la armonía no viene por reacción, sino por la apertura a un elemento nuevo: el poder de la bendición sobre la maldición. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 13 de junio de 2021

«El sembrador y la semilla de mostaza»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio de hoy (Mc 4,26-34) nos muestra dos de las parábolas con las que habla Jesús y que son muy conocidas: la del campesino perseverante y la del grano de mostaza. A estas dos parábolas se les conoce como las parábolas del crecimiento progresivo. En la primera parábola Jesús habla de la siembra y luego calla, voluntariamente, de todo el trabajo que viene después: la poda, la lucha contra la sequía, la preocupación por el mal tiempo... Prescinde de todo esto porque tiene una lección concreta que ofrecernos: el Reino crece de todos modos, «lo mismo que la luz brilla sin que nosotros podamos hacer nada, lo mismo que nada puede ocultarse cuando Dios abre el camino». El trabajo y la acción del labrador han sido y son necesarios siempre —sembrar, arar, escardar, etc.—. Pero aquí en esta parábola que Jesús nos está presentando esto no interesa. Hay que ocuparse de la fuerza vital ínsita en la semilla, que es independiente de la acción del hombre y de su saber —«sin que él sepa cómo». Así, no son los hombres los que le dan fuerza a la palabra ni son sus resistencias las que pueden detenerla. Por eso el discípulo hará bien en despojarse de toda forma de inútil ansiedad.

Respecto a la segunda parábola, ésta encuentra su sentido en el contraste y en la continuidad entre la humildad del punto de partida —un pequeño grano— y la magnitud del punto de llegada —el arbusto—. El Reino de los Cielos está ya presente en esta pequeña semilla, o sea, en la vida y en la predicación de Jesús y más tarde en la vida y en la predicación de la comunidad cristiana que seguirá sus pasos. El crecimiento del reino de Dios es un misterio que sólo Dios conoce, él es el que le da el incremento. Lo importante en esta segunda parábola es, como digo, la desproporción entre la pequeñez del principio —el grano de mostaza— y la magnitud del final —el arbusto—. Así ocurre con el reino de Dios: escondido ahora e insignificante, ha de llegar un día —el «día del Señor»—, cuando vuelva con «poder y majestad», en que se manifieste según toda su dimensión.

En nuestra vida eclesial, tanto la Palabra de Dios, semilla fecunda y vigorosa, como el Cuerpo y Sangre de Cristo, alimento que Cristo nos da como garantía y semilla de vida eterna en nosotros, tienen mucho de oculto, son elementos sencillos, pero con una eficacia salvadora. Con ese doble alimento que Cristo Resucitado nos comunica, tenemos la mejor fuerza para que la vida sea en verdad fecunda para los demás. Así, de esta manera, el Reino se va estableciendo poco a poco en el mundo hasta que llegue a su plena realización cuando llegue el final de los tiempos. Bien claramente nos está hablando Jesús este domingo de cuál debe ser el camino para que prenda el Reino de Dios y cuáles los medios que debemos emplear para implantarlo. Tenemos que hablar del dinamismo de la semilla, de la fuerza del Reino de Dios, a pesar de las apariencias humildes. A nosotros nos toca saber esperar porque «la tierra va produciendo la cosecha ella sola». Aspecto que hay que saber compaginar con la vigilancia y el rendimiento de que nos hablan otras partes del Evangelio. Con María, como discípulos–misioneros de Cristo, sigamos construyendo el Reino. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

sábado, 12 de junio de 2021

«El inmaculado corazón de María»... Un pequeño pensamiento para hoy


Ayer celebramos con mucho gozo la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús y hoy, por una tradición muy antigua, celebramos el inmaculado corazón de María. Hablar del corazón de esta maravillosa mujer bendita, es situarnos en un campo de esperanza. Hablar del corazón inmaculado de María es hablar de intimidad, de vida interior. Veamos como el Evangelio de esta celebración termina diciendo bellamente, refiriéndose a María: «Su madre conservaba en su corazón todas aquellas cosas». Y es que todo cabe en ese corazón que es representado en la iconografía de la Iglesia con dos símbolos: la espada del dolor y del martirio y las llamas del amor y la ternura. El Corazón de María es un corazón humano, es el corazón de la Madre: Todos los hombres hemos sido engendrados en el Corazón Inmaculado de Maria: «Mujer, he ahí a tu hijo» (Jn 19,26). 

En realidad no se dice, en el Evangelio de hoy (Lc 2,41-51) ni en ningún otro relato de la Escritura cómo era este corazón de la Virgen; pero si María, madre y formadora, hizo al corazón de Jesús manso y humilde, Jesús, como Dios, hizo al de María, misericordioso y clemente. Por eso al celebrar este día este inmaculado corazón, es ser discípulos–misioneros de corazón misericordioso, donde habita el amor y la ternura y celebrar este corazón es también adentrarse por el camino de la profundidad, de la contemplación, del silencio interior. Porque lo que María guardaba y meditaba en su corazón nos señala la senda que debemos seguir para ser fieles a Dios.

El texto evangélico es muy significativo, porque es el que se nos muestra a la Sagrada Familia bajo variados matices y colores y nos muestra el corazón abierto de la Virgen, que luce enamorado de Jesús y a la vez con angustia por su responsabilidad y pérdida del Hijo; como caminante en la niebla de la fe, pues no acierta todavía a comprender el misterio y la misión de Jesús. Y es que así es nuestro corazón, un corazón que camina en la fe y guarda muchas cosas para meditarlas. María, como nosotros, tuvo que recorrer su camino de fe y de oscuridades siguiendo a Jesús hasta los pies de la cruz aceptando compartir la suerte de su Hijo y cuando él hubo concluido su obra de redención y subió al Padre, ella se quedó físicamente entre nosotros, sin el Hijo, sufriendo, gozando, amando, esperando. Su alma estaba místicamente en el cielo y su cuerpo entre nosotros. Alabemos, pues, al Hijo y a su Madre. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 11 de junio de 2021

«Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio del corazón traspasado de Jesús, que es el que la liturgia de la palabra de esta fiesta nos propone (Jn 19,31-37) aporta un sentido que sólo es perceptible para el discípulo–misionero de Cristo que es capaz de ver en la muerte del Hijo el signo supremo del amor del Padre, y por eso ese discípulo–misionero será también el único que comprenda la solemnidad del testimonio del discípulo amado. Los brutales soldados romanos, que no sólo crucificaron a Jesús, sino que le atravesaron el corazón con la lanza, son, sin saberlo, instrumentos humanos para que se cumplan las profecías anunciadas desde antiguo. Y al atravesar aquel Sagrado Corazón, salió sangre y agua, dos símbolos de vida —en el lenguaje judío—, dos imágenes de fecundidad. Porque el amor de Jesucristo no queda infecundo, sino que comunica vida —podríamos decir que esto es amar: comunicar vida—.

Lo que aquí en este fragmento del Evangelio se abre, es el corazón del propio Dios —el corazón de Jesús no puede separarse del Padre y del Espíritu—; lo más profundo, lo último que Dios puede dar de sí mismo, fluye y la herida permanece eternamente abierta: todavía al fin del mundo «Mirarán al que traspasaron». Ciertamente no se puede decir que la crueldad de los pecadores haya aumentado el amor de Dios —que supera todo conocimiento—, pero sí que la actitud de la criatura para con su Creador ha permitido contemplar los abismos que esconde dentro de sí este amor.

San Juan concede gran importancia a la lanzada que siguió a la muerte de Cristo en la Cruz: «Llegados a Jesús —los soldados—, le encontraron muerto, y no le rompieron las piernas. Pero uno de los soldados le abrió el costado con su lanza, y al instante salió sangre y agua» (Jn 19, 33-34). Para el evangelista, toda la economía sacramental de la Iglesia ha brotado, en cierta manera, de Cristo en el momento de su muerte en la cruz, y se funda ante todo en los sacramentos del bautismo y de la Eucaristía. Tanto el significado del bautismo como el de la Eucaristía se refieren al sacrificio de la cruz. El agua del sacramento del bautismo y el cáliz de la sangre del Señor en la Eucaristía, son para nosotros los símbolos de un amor que sigue siendo fecundo. De un amor que hemos de vivir nosotros, de un amor que nos hace realmente hijos de Dios con María, la hija predilecta del Padre. Digamos todos: Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 10 de junio de 2021

«Reconciliarnos con los hermanos»... Un pequeño pensamiento para hoy


En el mundo se ha hablado siempre de conflictos, de tensiones, Jesús también toca el tema. En la sociedad se predica mucho el aplastamiento del contrario para solucionar esos conflictos; es necesario, dice la mayoría, en la correlación de fuerzas, ser el más fuerte. En esto, Jesús no está de acuerdo. ¡El predica la reconciliación! Esta es la novedad del Evangelio y en concreto es el tema que toca la perícopa de hoy (Mt 5,20-26). Hoy Jesús trata el tema de la caridad fraterna, podemos ver cuántas veces sale la palabra «hermano» en el relato. Si el Antiguo Testamento decía, con razón, «no matarás», el seguidor de Cristo tiene que ir mucho más allá. El auténtico discípulo–misionero del Señor tiene que evitar estar peleado con su hermano o insultarle. 

Jesús quiere que cuidemos nuestras actitudes interiores, que es de donde proceden los actos externos. Si tenemos mala disposición para con una persona, es inútil que queramos corregir las palabras o los gestos: tenemos que ir a la raíz, a la actitud misma, y corregirla. Antes de comulgar, en la misa, hacemos un gesto de que queremos estar en comunión con el hermano. El «dense fraternalmente la paz» no apunta sólo a un gesto para ese momento, sino a un compromiso para toda la jornada: ser obradores de paz, tratar bien a todos, callar en el momento oportuno, decir palabras de ánimo, saludar también al que no me saluda, saber perdonar. Son las actitudes que, según Jesús, caracterizan a su verdadero seguidor. Las que al final, decidirán nuestro destino: «tuve hambre y me diste de comer, estaba enfermo y me visitaste». Este texto de San Mateo es un llamado para todos los que vivimos en medio de esta sociedad generadora, no solo de la muerte física de tantos hombres y mujeres víctimas de la violencia y de las estructuras injustas del capitalismo neoliberal, del comunismo o del populismo, como también del odio, el desprestigio, los insultos, el descarte de los mayores y las persecuciones a fin de que reconstruyamos, desde el Evangelio, nuevas relaciones fraternas en el perdón y en la convivencia social. 

Nuestra fe no la podemos vivir solamente en el momento de celebrar la Eucaristía... ¡allí todos nos portamos bien! Hay que vivir la fe en cada momento de nuestra existencia y en concreto en relación con el hermano. Lo que realmente importa es la autenticidad con la que vivimos el día a día: «Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano». El Evangelio de hoy nos sirve para recordarnos las exigencias que brotan de la necesidad de construir la comunidad desde la reconciliación con quien es hermano y que necesita de nuestros actos para desarrollar su ámbito comunitario de vida en plenitud. Que con María Santísima, la Reina de la paz, reflexionemos esto y lo pongamos siempre en práctica. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

miércoles, 9 de junio de 2021

Letanías de San José (Nº1)


Señor, ten misericordia de nosotros

Cristo, ten misericordia de nosotros.

Señor, ten misericordia de nosotros. 


Cristo óyenos.

Cristo escúchanos.


Dios Padre celestial, ten misericordia de nosotros.

Dios Hijo, Redentor del mundo, ten misericordia de nosotros.

Dios Espíritu Santo, ten misericordia de nosotros.

Santa Trinidad, un solo Dios, ten misericordia de nosotros.

Santa María, ruega por nosotros.


San José, ruega por nosotros.

Ilustre descendiente de David,  ruega por nosotros.   

Luz de los Patriarcas, ruega por nosotros.   

Esposo de la Madre de Dios, ruega por nosotros.   

Casto guardián de la Virgen, ruega por nosotros.    

Padre nutricio del Hijo de Dios, ruega por nosotros.   

Celoso defensor de Cristo, ruega por nosotros.   

Jefe de la Sagrada Familia, ruega por nosotros.   

José, justísimo, ruega por nosotros.   

José, castísimo, ruega por nosotros.   

José, prudentísimo, ruega por nosotros.   

José, valentísimo, ruega por nosotros.   

José, fidelísimo, ruega por nosotros.   

Espejo de paciencia, ruega por nosotros.   

Amante de la pobreza, ruega por nosotros.   

Modelo de trabajadores, ruega por nosotros.   

Gloria de la vida doméstica, ruega por nosotros.   

Custodio de Vírgenes, ruega por nosotros.   

Sostén de las familias, ruega por nosotros.   

Consuelo de los desgraciados, ruega por nosotros.   

Esperanza de los enfermos, ruega por nosotros.   

Patrón de los moribundos, ruega por nosotros.   

Terror de los demonios, ruega por nosotros.   

Protector de la Santa Iglesia, ruega por nosotros.   


Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo: perdónanos, Señor.

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo: escúchanos, Señor,

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo: ten misericordia de nosotros.


V.- Le estableció señor de su casa.

R.- Y jefe de toda su hacienda.


Oremos

Oh Dios, que en tu inefable providencia, te dignaste elegir a San José por Esposo de tu Santísima Madre: concédenos, te rogamos, que merezcamos tener por intercesor en el cielo al que veneramos como protector en la tierra. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén

(Compilado por José Gálvez Krüger)

«El cumplimiento de la Ley»... Un pequeño pensamiento para hoy


En el Evangelio de hoy (Mt 5,17-19) Jesús hace entender a los suyos que no ha venido a borrar de sus mentes y de sus corazones la Ley del Antiguo Testamento, sino que ha venido a darle plenitud, una correcta interpretación y una auténtica validez a lo que tiene que perdurar. Todo discípulo–misionero de Cristo sabe que los mandamientos de Moisés siguen siendo válidos. La Alianza del Sinaí, que San Juan Pablo II llamó «la nunca derogada primera Alianza», ya era sacramento de salvación, pero con Cristo ha recibido su plenitud en su sacrificio pascual en la cruz y en su celebración memorial de la Eucaristía. Lo mismo podemos decir de los sacrificios y del sacerdocio y del Templo y del Pueblo elegido de Dios: en el Nuevo Testamento llegan a su realización definitiva en Cristo y su Iglesia.

Los cristianos seguimos leyendo con interés el Antiguo Testamento, como palabra eficaz de Dios e historia de salvación, como diálogo vivo entre la fidelidad de Dios y la manifiesta infidelidad de su pueblo. En algunos aspectos —el sábado, la circuncisión, el Templo, los sacrificios de corderos— la nueva comunidad de Jesús se ha distanciado de la ley antigua. Pero, en la mayoría de sus elementos, sigue consciente de la gracia salvadora de Dios que ya empezó entonces y continúa ahora: basta recordar cómo seguimos rezando los salmos del Antiguo Testamento en la Liturgia de la Palabra cada día, al igual que en la Liturgia de las Horas. Eso sí, conscientes de que Jesús ha llevado a su perfección todo lo que se nos dice en el Antiguo Testamento, como lo ha hecho en este sermón de la montaña que estamos leyendo estos días con el novedoso programa de sus bienaventuranzas y lo que de ellas deriva. No nos lo ha hecho más fácil, sino más profundo e interior.

Así, nos encontramos con la coherencia del mismo Dios que «cumple» su Palabra. Esa coherencia abarca las mínimas disposiciones del querer de Dios, y eso de tal forma que tiene una firmeza superior a la firmeza del curso natural de las cosas a la que se evoca con la mención de «cielo y tierra». Desde la coherencia de Dios, se invita a la comunidad cristiana de aquella época y a toda comunidad cristiana a lo largo del tiempo, a asumir plenamente la voluntad salvífica que se nos manifiesta en las palabras de la Escritura y que deben hacerse vida en la existencia de cada creyente. Todo esto está ligado al testimonio coherente que los discípulos–misioneros debemos ser capaces de transmitir con la enseñanza de una salvación experimentada ya en la propia vida. Con María, vivamos plenamente nuestra encomienda. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.