Jesús proclama que la mujer que entrega dos pequeñas monedas de cobre ha dado más que toda la gente rica. De una manera muy real, este es el resumen de todo el Evangelio, porque Dios mira los corazones y su prontitud para dar generosamente. Aquí cabe muy bien hacernos una serie de preguntas para responder con veracidad: ¿En cuál de las dos estampas quedamos retratados, en los escribas o en la viuda? ¿De qué vamos por la vida: buscando los primeros lugares o tratando de hacer el bien sin llamar la atención mostrándonos como somos? ¿En qué papel estamos, en los idólatras del dinero o en los desprendidos? ¿Estamos dando lo que nos sobra o nos damos a nosotros mismos, y sin factura? ¿Medimos nuestro valor por el éxito externo, o estamos libres para mirar el interior del corazón y estar listos para ser generosos, incluso en nuestra pobreza? El pasaje nos ofrece la oportunidad de pedir a Dios que nos ayude a mirarnos, como Él nos mira.
San Marcos con este contraste que narra el pasaje expresa a través de los escribas la incredulidad del Israel oficial: su vanagloria, su egoísmo, su acaparamiento de los bienes ajenos con excusa de oraciones y por otra parte la viuda pobre que expresa dónde está el camino para la fe auténtica: la pobreza como entrega de la propia vida por los demás. El texto debe de quedar para nosotros, discípulos–misioneros de Cristo como un llamado para que revisemos nuestro modelo religioso construido según el modelo del Israel oficial, con puestos y jerarquías, con privilegios y categorías, con fuerzas de poder que se entremezclan con la compraventa de ritos. Estamos llamados a vivir nuestra experiencia religiosa como un compromiso con los más pobres y oprimidos de la tierra desde la entrega generosa y gratuita de la propia vida, así asumimos el mensaje salvífico del evangelio como un gesto de amor liberador. Pidamos a María Santísima sencillez de vida para que como ella y San José nos mostremos como somos y demos todo desde nuestra pobreza. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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