Las fiestas de los santos invitan a mirar sus vidas y a darse cuenta de lo que en ellas hay de relevante para nosotros. Y lo que destaca más en Juan el Bautista es su total dedicación a la tarea de convertir al pueblo ante la venida del Señor. Cuando se estudia detalladamente su persona se ve incluso que está obsesionado por ello. Él vio la situación de su pueblo, experimentó que era necesario hacer algo, sintió que Dios le llamaba, y se lanzó. Juan habla con dureza, es exigente, combate las desigualdades, las injusticias, las autosatisfacciones, la búsqueda indiscriminada del placer. Pero Juan es todavía más exigente consigo mismo, hasta el punto que, comparado con Jesús, aparece casi exageradamente ascético: es su manera de mostrar que el proyecto de Dios es lo único importante. Así, él vino a facilitar a todos el encuentro con Jesús.
Podríamos en este día preguntarnos: ¿Somos conscientes de que nuestra misión, como la de Juan, es la de facilitar a los demás el encuentro con Jesús o bien damos una impresión excesiva de predicarnos a nosotros mismos? ¿Cuál es nuestra postura cuando la situación se vuelve adversa como ahorita que hemos de seguir dando a conocer a Jesús y tenemos el obstáculo de la pandemia y sus consecuencias? ¿Somos capaces en estos momentos de mantener una actitud valiente, constante y decidida o nos echamos atrás dejándolo para otra ocasión más propicia y menos comprometida? ¿Cómo llevamos a término, en definitiva, la misión que nos ha sido confiada conforme a la vocación que cada uno hemos recibido? Alegrémonos con la fiesta de san Juan el Bautista. Demos gracias a Dios por su testimonio y pidámosle a él, contemplando también a la Santísima Virgen María que camina a nuestro lado, que sepamos cumplir con fidelidad y con sencillez la misión que Jesús nos ha encomendado. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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