El documento del Concilio Vaticano II, Presbiterorum Ordinis, dice en el número 5 que el sacramento de altar «contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, a Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo». En la Eucaristía, Jesús mismo se hace alimento nuestro, nos da a comer su Cuerpo y a beber su Sangre para que tengamos «parte de su vida divina». Atravesando el umbral de la muerte, él se ha convertido en Pan vivo, auténtico maná, alimento inagotable por todos los siglos. El Evangelio de hoy nos revive el momento de la institución de la Eucaristía (Mc 14,12-16.22-26) y obviamente vale la pena leerlo y meditarlo.
Celebrar esta fiesta, en el contexto de esta extendida pandemia por la que estamos pasando, tiene una connotación especial. Durante todo este tiempo hemos formado un solo cuerpo, en la familia como una verdadera «iglesia doméstica», en la oración, en la participación virtual de las Misas. Pero, también, hemos sido un solo cuerpo en la caridad, mediante la solidaridad de miles de voluntarios para dar de comer a los que perdieron el trabajo y que tienen hambre. Hemos aprendido a despojarnos de algunas cosas para ser solidarios. Estos gestos de solidaridad, propios de los que se alimentan de la fe en el Cuerpo de Cristo, contrastan radicalmente con lo que rechazamos y denunciamos a nuestro alrededor, un mundo obstinado en lo material que quiere hacer a un lado a Cristo, así que al celebrar esta fiesta no nos quedemos en el sentimiento. Dejemos que el Pan de vida actúe en cada uno de nosotros con la fuerza del amor. Que María Santísima, la Mujer eucarística quien engendró a su Hijo, sumo y eterno Sacerdote, interceda por nosotros en esta hora en que se nos regala el gran misterio eucarístico para difundir el amor y la solidaridad, junto con la justicia y la paz. ¡Bendecido Jueves de Corpus Christi!
Padre Alfredo.
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